// ppgen source for Un Libro Para Los Damas.
// Last edit: 29-Sept-2014
.dt Un Libro Para Los Damas de MARÍA DEL PILAR SINUÉS. The Project Gutenberg eBook
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[Illustracíon: Portada]
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UN LIBRO PARA LAS DAMAS.
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ESTUDIOS
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ACERCA
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DE LA EDUCACION DE LA MUJER,
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ESCRITOS POR
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MARÍA DEL PILAR SINUÉS.
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TERCERA EDICION.
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MADRID,
OFICINAS DE LA ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA,
CALLE DE CARRETAS, NÚM. 12, PRINCIPAL.
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MDCCCLXXVIII.
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Es propiedad.
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MADRID, 1878.--Imprenta, estereotipia y galvanoplastia de Aribau
y C.ª (sucesores de Rivadeneyra), Impresores de cámara de S. M.
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DOS PALABRAS DE LA AUTORA.
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La mayor parte de los escritores de nuestra
época que se han ocupado de la constitucion de la
familia, se hallan conformes en la persuasion de
que uno de los motivos que más frecuentemente
produce su quebrantamiento, y áun á veces su
completa disolucion, es la gran diferencia que media
entre el nivel intelectual que hoy alcanza la
cultura del hombre, y la casi absoluta falta de
ilustracion que generalmente se advierte en nuestro
sexo.
No pertenezco yo al número de las que creen que
las mujeres debemos legislar en los congresos y
dictar sentencias en los tribunales; sino que
ántes bien me parece que la mision de la mujer debe
ser realizada en el interior del hogar doméstico.
Formar el corazon de sus hijos; elevar sus
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sentimientos por el amor á lo bello y á lo bueno; ser
la consejera íntima, la amiga de su marido; poner
en todo lo que la rodea el sello de su bondadosa
é inteligente dulzura, hé aquí, segun mi
opinion, el deber social de la madre de familia.
Pero si la mujer ha de cumplir dignamente sus
obligaciones en el interior de la familia, necesita
comprenderlas bien; necesita saber que son enteramente
distintas de las del hombre: las de éste
son exteriores, y constituyen esa lucha apasionada,
donde los intereses del momento procuran
siempre triunfar de las dificultades materiales; las
de la mujer se ciñen á procurar la dicha, el sosiego
y el bienestar de los seres amados que la rodean.
Y sin embargo, la unidad, la santa armonía del
pensamiento es indispensable para una union feliz;
cuando todo lo que le interesa al esposo es
indiferente y desconocido para su mujer, hay un
gérmen de desunion entre ambos, que comienza
por producir la frialdad en sus relaciones, y á veces
termina por una ruptura definitiva y completa
del vínculo conyugal.
Es absolutamente necesario que se eduque á la
mujer en relacion al fin social que está llamada á
cumplir; es necesario que el sentimiento inteligente
de la mujer alcance, aunque por otro camino,
los mismos grados de elevacion que la cultura
intelectual del hombre.
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Si la madre es la que forma y debe formar
siempre el corazon de sus hijos, claro aparece
que el hombre no puede pasar, en la esfera del
sentimiento, los límites que le marcó su educacion
primera, en la cual se funda necesariamente
el desenvolvimiento de toda su vida.
Penetrada yo del convencimiento de que son
verdaderos todos los principios generales que dejo
expuestos, he procurado en mis escritos contribuir,
segun la medida de mis fuerzas, á la educacion
de la mujer por medio del sentimiento de
lo bello y de lo bueno, pues de este modo es como
comprendo la moralidad que el arte puede y debe
producir en la sociedad humana.
La contemplacion de la belleza purifica y eleva
los sentimientos del alma, sobre todo en nuestro
sexo. Si el hombre con su razon llega á las más
elevadas cúspides de la verdad científica, la mujer
con el sentimiento debe adivinar todo lo que
ignora; debe seguir á su compañero en la vida,
apoyada en la fe, que es el presentimiento de
todo lo que no sabemos, y fijando sus ojos en ese
ideal de lo perfectamente bello, que es al propio
tiempo la esperanza celeste de toda alma generosa.
No soy yo de las que abogan por la emancipacion
de la mujer, ni áun entro en el número de las
personas que la creen posible: espíritu débil, creo
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que toda la fuerza de mi sexo consiste en la bondad,
en la virtud, en el amor: creo que la mujer
necesita constantemente el amparo de un padre,
de un esposo, de un hermano, de un hijo; pero
creo tambien que ella puede ser á su vez el apoyo
moral de los suyos, el consuelo y la alegría de los
que la aman; creo que la esfera de accion de la
mujer es tan extensa como la del hombre, pero
en condiciones completamente distintas: el hombre,
por medio de la razon, debe realizar todos
los hechos de la vida exterior: la mujer, por medio
de su bondad inteligente, debe dirigir toda la
vida interior de la familia. El hombre está llamado
á instruir á sus semejantes por medio de la
ciencia; la mujer á educar á sus hijos por medio
del arte, que es lo bello. Porque la instruccion es
lo externo, es lo que se adquiere por el ejercicio
de la inteligencia. La educacion es lo interno, es
lo que cada uno consigue mediante su íntima reflexion,
avivada por el sentimiento fundado en el
amor á todo lo verdadero, á todo lo bello, á todo
lo bueno que existe inextinguible en el fondo del
alma humana.
Este libro no tiene otra pretension que el de
ser de alguna utilidad al corazon de la mujer: los
artículos de que se compone se dividen en religiosos,
morales, filosóficos y de costumbres; pero todos
son sencillos, todos al alcance de la comprension
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femenina y áun infantil, y en todos preside la santa,
la augusta idea de Dios y de sus preceptos.
Ningun inconveniente pueden tener las madres
en dejar este libro en las manos de sus hijas; he
procurado que los artículos de que se compone
tengan la mayor variedad posible, alternando los
más serios con los más ligeros, y los que encierran
alguna verdad triste, con los más jocosos.
Quizá alguna encantadora jóven de la clase media,
á la que la modesta fortuna de sus padres no
le permite asistir á las reuniones y teatros, se distraerá
con la lectura de estas páginas y hallará
en ellas alguna sana verdad, algun consejo útil
que le sirva para cuando constituya familia; quizá
la esposa que mece la cuna de su niño enfermo,
hallará en este libro el amigo de su velada solitaria;
quizá la anciana que ha quedado aislada
porque cada uno de sus hijos ha edificado ya su
nido conyugal, halle aquí conformidad y consuelo;
si así sucede, mi esperanza más bella, mi ambicion
más alta, se verán cumplidas.
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LA POESÍA DEL HOGAR DOMÉSTICO.
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I.
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No es la poesía tan sólo aquel rayo que ilumina la
mente del que hace versos.
La poesía está en el mundo bajo diversas formas, y
vive entre nosotros sin que nos apercibamos de su presencia.
La poesía en la mujer es hermana del sentimiento,
es la blanca y perfumada flor que brota en el corazon:
cuando el huracan del dolor ha agostado todas las demas
flores del alma, la de la poesía desplega su corola más
hermosa que nunca.
Las lágrimas son su rocío; la resignacion es el sol benéfico
que la calienta con sus tibios resplandores.
La poesía es la compañera inseparable de la mujer
buena y la que embellece el hogar doméstico. ¡Desgraciada
la mujer que la desconoce, y desgraciado tambien
el hombre que busca, para compañera suya, una mujer
prosaica y materialista! Si busca un alma fria, se encontrará
con un alma dura; si busca un corazon destituido
de ilusiones, será fácil que halle un corazon vacío
y desgarrado.
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Toda mujer que cuida de embellecer su casa y de hacer
dichosa á su familia, tiene un alma poética.
Una madre meciendo á su hijo sobre sus rodillas, junto
á un balcon entoldado de flores, está rodeada, á mis
ojos, de una poesía tan bella como elocuente.
Una jóven sentada al lado de su anciano padre, leyendo
con suave y dulce voz, para distraerle en las largas
noches de invierno, ofrece un cuadro de tierna y sublime
poesía.
No he conocido un sér más poético que una jóven,
hija de un anciano militar, que se casó con un pobre
empleado de pocos años y de ménos haberes: yo la conocí
despues de casada y madre de un niño de algunos
meses; vivia ademas con ellos su anciano padre, compartiendo
la modesta y casi mísera existencia de sus
hijos.
El tedio se apoderaba de mi ánimo cuando iba con mi
madre á casa de alguna de sus opulentas y ociosas amigas:
mi corazon, tan jóven que áun no sabía darse cuenta
de sus emociones, se adormecia en el fondo de mi
pecho.
Aquella monótona magnificencia; aquellos salones en
los que el lujo se aglomeraba bajo mil diferentes aspectos,
respirando en todos la vanidad; aquellas pesadas
colgaduras de seda, que velaban el resplandor del sol;
aquellos divanes, en fin, destinados á enervar en una
soñolienta molicie al que los ocupase, me causaban un
hastío que no podia vencer.
¡Con qué afan deseaba que mi madre me concediera
permiso para ir á casa de mi jóven amiga!
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Margarita me atraia con una simpatía incomprensible
en mi edad, pues yo no tenía aún doce años, y la amaba
con la mayor ternura. Ella contaba apénas veintidos
primaveras, y su carácter, lleno de una apacible alegría,
alejaba de aquella casa á la tristeza, que no perdia la
ocasion de asomar á la puerta su torva faz.
Mi amiga cuidaba de su padre, de su esposo y de su
hijo: su cariñoso esmero se extendia tambien al balcon
de su cuarto, que era un verdadero jardin, y á dos tórtolas
que, prisioneras en una jaula de cañas, colocada
entre las macetas, se arrullaban dulcemente y se alisaban
con su pico la delicada y sedosa pluma.
Siempre que iba yo á ver á Margarita la encontraba
en su casa; su pequeño gabinete no tenía otros muebles
que algunas sillas de enea, una mesa de graciosa hechura,
sobre la cual habia siempre dos jarros de loza llenos
de flores, y un armario y la cuna del niño, velada con
cortinas de muselina blanca: junto á aquella cuna bordaba
Margarita todo el tiempo que la dejaban libre sus
deberes domésticos; el sueldo de su esposo era muy corto,
y ella hacía el sacrificio de sus horas de reposo, entregándose
á aquella ocupacion que producia algun dinero,
con que contribuia al bienestar de su familia. Los que
dicen que el trabajo perjudica á la salud, asientan un
error: Margarita era un prodigio de belleza floreciente,
de dulce y encantadora lozanía: cubria sus mejillas un
sonrosado delicioso, y sus ojos brillaban con la dicha y
el contento.
La ocupacion contínua es lo que conserva la tranquilidad
en el espíritu de la mujer, lo que le trae una grata
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calma, y esa alegría igual y dulce que nace de la quietud
del ánimo; el ocio es su más cruel enemigo, porque
el ocio vicia su corazon, embota su entendimiento, hiela
su alma y adormece todos sus buenos instintos.
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II.
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Margarita vivia con su familia en una pequeña habitacion,
enfrente de la que ocupaba yo con la mia; todas
las mañanas se levantaba á las siete, y cantando como
un pájaro, aseaba su pequeña sala y el gabinete de
las flores, como yo le llamaba: luégo vestia al niño, que
ya andaba solo, y ayudaba al tocador de su anciano
padre.
Veíala yo con un placer indefinible entrar y salir y
repartir sus cuidados entre los tres seres que cifraban en
ella toda su ventura: mirábala cambiar el agua de sus
tórtolas y darles alimento, y esperaba con impaciencia
la hora de su tocador, para asistir á él oculta entre los
pliegues de las cortinas que guarnecian mi ventana.
Concluidos sus quehaceres, se quitaba su gorrito blanco
y desataba sus hermosos cabellos castaños, que caian
por su espalda en largos rizos; peinábalos con maravillosa
agilidad y los enlazaba despues con graciosa forma
detras de su cabeza: un vestido blanco era su única gala
en el verano: en el invierno le reemplazaba con uno de
lana oscuro. Despues de vestida se sentaba á trabajar,
miéntras el abuelo jugaba y reia con el niño.
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Cuando por la tarde volvia su esposo, Margarita conocia
sus pisadas; dejaba su labor, y tomando al niño
en los brazos, salia á recibirle. ¡Cuán dichoso debia sentirse
aquel hombre al estrechar contra su corazon á su
angelical esposa y á su inocente hijo! Muy grande debia
ser su ventura, pues se grababa en todas sus facciones
con caractéres visibles y profundos.
Miéntras comian, no cesaba yo de oir la risa sonora y
dulce de Margarita; no obstante, el corto tiempo que permanecian
en la mesa acusaba la frugalidad de los manjares.
Muchas noches alcanzaba yo permiso de mi madre
para pasar la velada en casa de Margarita: ésta acostaba
á su hijo y volvia á su bordado, miéntras mecia la cuna
con su lindo y ligero pié: á las diez dejaba la aguja y
tomaba un libro, en el cual leia con dulce voz hasta las
doce.
¡Cuán atentos estábamos á la lectura su padre, su esposo
y yo! Sentado el anciano enfrente de ella, escuchaba
su voz en una especie de éxtasis, y el jóven esposo,
con la mejilla apoyada en la mano, parecia pendiente de
los labios de Margarita.
Ésta tomaba los libros que más le agradaban en la
biblioteca de mi padre, y la eleccion de ellos atestiguaba
más que nada la lucidez modesta de su talento; de un
talento que brillaba con la suave y grata belleza de la
perla, sin deslumbrar, como el diamante, con sus soberbias
facetas.
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III.
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Todo lo bueno es poético y bello, y la mujer ha recibido
de la naturaleza la mision de sembrar con flores los
eriales de la vida; mas para que la cumpla es preciso que
desde muy temprano se procure elevar su entendimiento,
y se la enseñe el amor de lo bello en lo moral, en lo intelectual
y hasta en lo físico.
Se ve muchas veces á una jóven dulce, poética, elegante,
casi ideal ántes de casarse, convertirse despues
de casada en una mujer colérica, prosaica y vulgar, y no
hace mucho tiempo que sostuve yo con una amiga mia
el diálogo siguiente:
--¡No te conozco! ¿Qué genio maléfico te ha vuelto
tan descuidada, no sólo para tu casa, sino tambien para
tu persona? ¿Quién te ha cambiado así?
--¡El fastidio!
--¿Te aburres?
--¡Mortalmente! ¿Para qué violentarme ya? Mi marido
sólo está en casa á las horas de comer y dormir, y
no repara en que la casa esté peor ó mejor arreglada; la
he dejado al cuidado de los criados.
--¡Yo sé que ántes él enseñaba su casa con cierto orgullo
á sus amigos!
--No merece la satisfaccion de ese orgullo el que yo
me moleste cuidando de mil detalles fastidiosos.
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--Y sin embargo, querida Julia, esos detalles son los
que, á semejanza de las ligaduras invisíbles de Gulliver,
sujetan á los hombres á su hogar.
--No lo creas; no reparan en esas pequeñeces.
--Quizá te engañes... pero ¿y tu persona?
--¿Para qué cansarme en un peinado esmerado y en
cambiar cada dia de traje?
--¡Tu elegancia era lo que más agradaba á tu marido!
¿No te acuerdas?
--Para un marido nunca es elegante su mujer, y las
admiraciones de novio de mi esposo, cesaron el dia en
que se casó conmigo.
--¿Quién te ha dicho eso? ¿Piensas que los gustos y
hasta las ideas de un hombre varian en un dia? ¿No temes
que se halle mejor que en su desordenada casa, en
otra mejor cuidada y más elegante? ¿No temes que alguna
coqueta le prenda en sus redes?
--Yo no tengo tiempo de pensar en esas cosas,
contestó Julia, herida por mis observaciones; mis hijos
me ocupan mucho: una esposa, una madre, debe cuidarse
ante todo de sus deberes.
--Uno de sus primeros deberes es agradar á su marido;
no le basta con ser virtuosa, aburriéndose: debe ser
bella y feliz.
La pobre Julia no tuvo la fortaleza de violentarse
un poco, y todas sus buenas prendas de madre excelente
y de ama de casa, no evitaron que mis temores se realizasen.
El hogar doméstico sin poesía es para el espíritu
fuerte del hombre una cárcel mezquina y helada: si la
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mujer sabe embellecerlo, es el oásis donde crecen palmas
y flores, donde el agua murmura dulcemente, donde
el alma reposa de las luchas y de los dolores de la
vida.
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LOS CELOS.
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I.
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No hace muchos dias que me hallaba yo por la noche
en casa de una señora, que tiene dos hijas encantadoras.
La mayor, llamada María, cuenta diez y seis años, y
es perfectamente bella, y ademas un ángel de bondad y
de dulzura.
La segunda, nombrada Isabel, es mucho ménos bonita
y su aspecto es constantemente triste y desapacible.
La madre prefiere á la mayor, y, fuerza es confesarlo,
hay muchas personas que la prefieren tambien.
La noche de que voy hablando me fijé con más atencion
que de costumbre en la expresion del semblante
de Isabel, y hallé en ella alguna cosa de acre, de amargo
y triste.
--¿Qué tiene? le pregunté á su madre, mostrándola
á la pálida niña, que muda é inmóvil permanecia en un
rincon.
--Tiene celos de su hermana mayor, me respondió.
--¡Celos! repetí, eso no puede ser; los celos son hijos
del amor; si estas dos niñas tuvieran otra edad, y
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amáran al mismo hombre, podria decirse que Isabel
tenía celos de María. Así es imposible.
--¿Acaso los celos sólo pueden nacer del amor?
--Sólo: no habiendo amor no hay celos: lo que Isabel
siente es envidia.
--¿No es la misma cosa?
--No, señora; en los celos hay cierta nobleza y cierta
abnegacion; en la envidia todo es pequeño y miserable;
pero la envidia puede curarse, y la curacion de los celos
es muy difícil, si no imposible.
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II.
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Entre las mil torturas que afligen á la mujer, que
martirizan su corazon, que amargan su vida, hay algunas
que ella misma se inventa por la actividad de su fogosa
imaginacion, por la extremada debilidad de su espíritu,
ó por efecto de su educacion descuidada.
De los más amargos dolores que se crea, son la envidia
y los celos.
Los celos, dardo emponzoñado y forjado por el infierno.
La envidia, sierpe venenosa, que roe el corazon
de que se posesiona, hasta dejarlo vacío como un sepulcro.
La envidia nace de la pequeñez del alma; los celos, de
la gran sensibilidad del corazon.
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Suele vituperarse á una persona que tiene celos, pero
se la compadece siempre.
Una persona envidiosa solamente inspira desprecio,
y todo lo que en su favor alcanza, es una lástima desdeñosa.
Los celos engendran el ódio; pero en cuanto el celoso
es feliz, compadece á la persona sobre la cual ha triunfado.
La envidia no conoce la compasion; el envidioso quisiera
que el mundo entero fuera desgraciado, para reunir
él todas las riquezas y todas las prosperidades.
Los celos se sienten únicamente cuando un amor
grande, inmenso, llena el corazon.
Si causa dolor el que la persona que los inspira sea
bella, rica y esté dotada de relevantes cualidades, es tan
sólo porque estas ventajas conquistan el amor que el infeliz
que los siente quisiera para sí.
Los celos ambicionan amor.
De todo lo demas, ni siquiera se acuerdan.
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III.
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Deplorable cosa es que los celos debiliten el ánimo y
quiten la facultad de reflexionar; porque, á no ser así,
las desdichadas, heridas de esa pasion podrian conjurar
el mal en vez de acrecentarlo, entregándose á los extremos
de un violento dolor.
Oid, las que sufrais ese tormento, el consejo de una
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amiga vuestra: no os quejeis demasiado, no hagais del
llanto vuestra ocupacion contínua, no deis al mundo el
espectáculo de vuestra pena; ocultadla, si os es posible,
porque vuestros lamentos, vuestras lágrimas, vuestro
dolor, no es probable que os ganen de nuevo el corazon
que hayais perdido.
No intenteis tampoco vengaros, aconsejadas de vuestro
despecho, pagando desvío con desvío é infidelidad
con infidelidad: entónces perderíais tambien lo único
que puede serviros de consuelo: perderíais la paz de la
conciencia y el derecho de levantar la frente limpia de
toda mancha.
Una suave y digna resignacion, una conducta irreprensible
y decorosa, una firmeza noble é igual en los
modales, y una prudente reserva en la vida íntima, quizá
os devuelvan el sitio que es vuestro, en los corazones
que hayais perdido.
Nada de quejas, nada de lágrimas, nada de súplicas;
no seamos ni víctimas ni verdugos, porque es tan degradante
y tan odioso lo uno como lo otro.
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IV.
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Mujeres conozco que han atormentado de tal suerte á
sus maridos, con celos infundados, que aquéllos tenian
por la mayor desgracia el quedarse solos con ellas; las
mujeres de que os hablo les contaban los minutos que
estaban fuera de casa y el dinero que gastaban; les
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impedian cumplir en sociedad con los deberes de buena
educacion; les pedian cuenta de todas sus acciones, de
todos sus pensamientos, y cuando los sabian, les regañaban
sin cesar.
Los maridos así asediados no tardan en engañar á sus
mujeres.
Les ocultan que han ido al café, como si esto fuera un
pecado mortal.
Si han ido al teatro, les dicen que han estado acompañando
á un amigo enfermo; y poco á poco dejan de
amarlas, y el hastío más profundo se apodera de su vida,
hasta que hallan una mujer amable, graciosa, coqueta,
que les seduce con un carácter completamente opuesto
al tiránico de sus esposas.
El hombre ha nacido libre, y libre debe vivir. Conquistad
el corazon de vuestros esposos, no con la virtud
ceñuda, sino con la virtud dulce, con la bondad, con la
coquetería.
Hacedles agradable su casa y amable vuestro trato;
sed sus amigas, partid sus alegrías, consolad sus tristezas,
endulzad sus dolores, cuidad sus enfermedades;
procurad que nada les falte en las comodidades del hogar;
velad por los intereses de la casa, que son los de
ambos; haceos, en fin, necesarias á su dicha y dejadlos
libres, completamente libres.
No les pregunteis adonde han ido, que ellos mismos os
lo dirán.
No les pregunteis el dinero que han gastado, que los
humillais; y las heridas del amor propio son las que ménos
han de perdonaros.
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El hombre es el jefe natural de la familia y el dueño
de su casa; para impedir sus extravíos no teneis más
medio lícito que imperar en su corazon.
Y si os ofenden, sed templadas y generosas.
No rechaceis con dureza al que os ofendió cuando os
dé alguna muestra de arrepentimiento, por ligera que
sea; no os vengueis de él cuando la sociedad le arroje
lleno de amarguras y decepciones.
Vosotras, dichosas criaturas, que estais escudadas y
protegidas con un amor tierno y profundo, no le perdais
por vuestra imprudencia é impremeditacion.
No pidais al hombre más de lo que puede concederos;
no querais violentar sus gustos, sus sentimientos, sus
inclinaciones.
Respetadle al mismo tiempo que le ameis; pero sabed
haceros precisas á su bienestar, á su dicha, á su vida doméstica,
que es la sola ciencia y el gran talento que debe
ostentar la mujer.
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ENFERMEDAD MORTAL
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I.
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Voy á dedicar á mis amables y benévolas lectoras una
noticia de las necesidades del dia.
Estamos atacados de una enfermedad mortal: del
amor al lujo desenfrenado; nos importa ménos ser que
parecer; la vanidad nos mata; el mal ha llegado á las
mujeres, y éstas están más profundamente heridas que
los hombres.
La mujer no vive hoy por el corazon, vive por el cerebro:
casi todas anhelan ese ruido que se llama celebridad;
nuestras madres cifraban su gloria en el silencio en
que se dejaba su nombre, y el elogio que más deseaban
era que no se hablase de ellas ni bien ni mal: hoy las
mujeres quieren ser citadas por su belleza y su elegancia
en los periódicos de sport y de high-life; esto constituye
su alegría y la gloria de su familia.
Nunca la acre sed de goces ha abrasado con un fuego
más devorador las entrañas de la humanidad; nunca las
tendencias materialistas se han dibujado tan claramente
como en nuestros dias, y como no hay hecho aislado
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en el mundo, todo se encadena y todo se deduce con una
lógica inflexible y despiadada.
Lo caro de las habitaciones y su suntuosidad (algunas
veces vulgar) trae el lujo exagerado del mobiliario; nadie
se atreveria á poner una sillería de reps de lana en
un salon deslumbrante de dorados.
Son precisos el damasco y el brocado esmaltado de
flores que se inventó para Mad. de Pompadour.
¿Y qué contraste haria un traje sencillo con estas suntuosidades,
con esas espléndidas colgaduras?
Las fábricas de Lyon no saben ya tejer raso, gro y
terciopelo que sean bastante ricos, y estos trajes exigen
como complemento indispensable las joyas; los diamantes
juegan sus luces en torno del cuello, y las perlas del
más grande tamaño lucen, en los pendientes y en los
brazaletes, su deslumbradora blancura.
El traje de los señores se refleja fatalmente en la librea
de los criados; los lacayos se doran á fuego en todas
las costuras; y no siendo posible usar tanta esplendidez
en un coche de alquiler, la señora tiene sus caballos
y su carruaje; el gran cupé para salidas de noche;
para el paseo la carretela de ocho resortes.
¿Y quién paga? El marido sin duda, á ménos que le
sea imposible soportar ese lujo... porque, en fin, lo
imposible nadie puede hacerlo... pasemos... alejémonos
pronto... nos hallamos al borde del abismo.
// 027.png
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II.
.nf-
Otro rasgo fatal del cuadro de nuestras costumbres es
la tendencia, cada dia más clara y más audazmente confesada,
de una sensualidad que se desborda; la preocupacion
de comer y de beber bien ha invadido á todos; la
cocina tiene hoy sus periódicos como el salon, y los más
acreditados publican de contínuo la lista de un menu
variado y espléndido.
No se habla más que de salsas y de zumos, de entremets
y de hors d'œuvre incitativos; el lujo de la mesa ha
seguido la misma progresion que todos los otros; una
comida es hoy un gran negocio que cuesta mucho dinero;
ya no es permitido á nadie el dar de comer á sus amigos,
sin ceremonias; el comedor se ha vuelto un campo
cerrado como el salon; todas las rivalidades se encuentran
allí y se libran una batalla: allí tambien se hace
gala de ingenio y de magnificencia; allí tambien se lucha
en excentricidad.
Se violenta el órden de las estaciones, se sirven primicias
marchitas y costosas mucho tiempo ántes de que
la naturaleza, que hace bien lo que hace, les dé madurez
sabrosa; se sirve, más para los ojos que para el paladar,
á la rusa, con una abundancia exagerada de cristales
y luces, con surtouts de plata, de los cuales el precio
podria pagar una aldea.
Se trae de todos los países el fondo mismo del festin:
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bien fácil sería dar una leccion de geografía en cualquiera
de esas comidas, ó, más bien, recibirla del maestre-sala
ó jefe de comedor, sólo con que él nombrase los platos
presentes: el caviar viene de San Petersburgo; el
sterlet, del Volga ó del Moldau; las lenguas de venado,
de Noruega; los jamones, del condado de York; los mariscos,
de Escocia; los faisanes, de Bohemia; los pollos,
de Rusia; los lomos de oso, de los Alpes ó de los Pirineos.
Todavía queda el capítulo de las excentricidades: se
cortan chuletas de una langosta y se presentan liebres
asadas sin despojarlas de su piel: no hace muchos dias
asistí á una comida que empezó por una sopa de nidos
de golondrinas, traidos expresamente de China con este
objeto; otro de los platos era un gigantesco pastel de corazones
de palomas, que habia debido costar más dinero
que el que necesitan seis familias indigentes, para alimentarse
durante un año.
Los vinos no pueden quedarse detras de los manjares,
ni como variedad ni como calidad; y como la produccion
ha llegado á ser inferior al consumo, su valor ha ascendido
á un extremo fabuloso.
Mas ¿qué importa? ¡Cuanto más caro cuestan estos vinos,
más cantidad se desea beber! Y sin embargo, esta
profusion ruinosa no puede ser agradable. El anfitrion
que hace colocar diez copas delante de cada plato, no
posee el verdadero sentido de las cosas; esos aromas distintos,
y algunas veces opuestos, que es preciso saborear
en un reducido espacio de tiempo, deben perjudicarse
los unos á los otros; y sin embargo, los criados, pasando
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por detras de los sillones de cuero de Rusia que ocupan
los convidados, van nombrando pomposamente el Montrachet
des Chevaliers, el Clos-Vougeat del 54, el Johanisberg
sellado del Príncipe, el Tockay de Esterhazy, el
Chateau Larose y el Chateau Iquem.
Estas bebidas, dignas de las mesas de los reyes, se suceden
en un opulento desórden; el caso es deslumbrar á
los convidados, que envidian no poder hacer otro tanto.
¿Qué importa el precio de esta satisfaccion?
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III.
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Estos hechos son desgraciadamente de una autenticidad
indiscutible, y estos hechos ¡ay! acusan un desórden
crónico y profundo que podria llegar á ser incurable,
porque no hiere sólo al alma, hiere tambien la economía
social y lleva inevitables y crueles perturbaciones
al seno de las familias.
Este cuadro de delicias y de locos gastos, dibujados
por mi débil pluma en las más altas regiones de la sociedad,
tiene sus copias cada dia más numerosas en la
clase media; el mal lo invade todo, y de él nace esa sed
de especulaciones temerarias, esa fiebre de agiotaje, que
es tambien uno de los rasgos característicos de la época:
hay necesidad de improvisar recursos y de encontrar en
la especulacion el dinero que no da ni el patrimonio, ni
tampoco el trabajo; ese otro patrimonio de la honradez
y del decoro.
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Mas ¡ay! la fortuna ciega suele recoger lo que ha
dado, y despues de haber dejado saborear las alegrías
peligrosas de una riqueza ficticia, hace parecer más
amarga la pena de una ruina demasiado positiva.
Una sola cosa puede traer al mundo social una reaccion
provechosa; el amor, es decir, la mujer. Tenemos
en la naturaleza un tipo encantador: la jóven, la hija de
familia; ella trae á la existencia real su frescura nativa,
su dulce brillo, su gracia inocente; el corazon se dilata
á la vista de esa primavera de la vida. Cuando se aproxima,
se serenan como por encanto las tormentas del
alma; los ménos buenos temen turbar la atmósfera de
calma y de serenidad que rodea su inocencia; cada uno
se vuelve mejor cuando está á su lado.
¡Jóvenes amigas mias! Á vosotras, y sólo á vosotras,
toca traer el remedio con vuestras inocentes manos para
esta llaga inmensa; casaos con el alma enamorada y no
por cálculo ó por interes; y si amais de véras á vuestros
esposos, no les pediréis un lujo desenfrenado y loco; os
avergonzaréis de esa lucha con las demas mujeres y de
esas exigencias que se tragan el sosiego y se pueden tragar
el honor de la familia.
El desenfreno de que Francia ha dado tan largo y
triste ejemplo ha sido su ruina. ¡Escarmentemos al recordar
la nueva Nínive, abrasada por la justicia celeste!
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LA ROMERÍA DE SAN ISIDRO
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I.
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El dia 15 del florido mes de Mayo del año de gracia
de 1872, y apénas la aurora asomaba en el oriente su
bello rostro, una jovencita, no ménos linda que aquélla,
abria la pequeña ventana de una buhardilla, situada sobre
el tejado de una hermosa casa que ocupa el número
40 de la espléndida calle de Alcalá.
Algunas de vosotras, lectoras mias, no sabréis acaso
cómo son las buhardillas de Madrid: exteriormente tienen
la forma de una caja de muerto, colocada sobre el
tejado: tantas buhardillas, tantos ataudes que rematan
en una ventana pequeña y guarecida de vidrios.
El interior es algunas veces hediondo y triste: esto
sucede cuando las habita la miseria: mas si es la pobreza
la que se aposenta en ellas, entónces son alegres, risueñas,
aseadas, y en cada ventana hay una ó más macetas
de flores y hierbas de olor.
Porque entre la pobreza que cuenta con lo necesario,
y la miseria que de todo carece, hay un abismo.
La buhardilla á cuya ventana se habia asomado la jovencita
tenía en el exterior un aspecto alegre: dos macetas
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de barro encarnado hacian centinela á la ventanita,
y contenian: la una, un alelí cuajado de flores encarnadas,
y la otra, una frondosa mata de sándalo: en las
vidrieras se veian cortinillas de muselina blanca cogidas
con unos lacitos de cinta rosa.
La jóven asomó su bella cabeza, peinada ya, rosada
y alegre: dos gruesas trenzas de cabellos castaños se enlazaban
en un ancho rodete en aquella cabeza llena de
animacion y de gracia: el cabello de las sienes se levantaba
naturalmente ondeado, y sus ojos castaños, con largas
pestañas negras, recorrian el sereno horizonte que
puro y sin nubes, presagiaba un dia sereno y radiante.
--Pero, hija, ¿ya te has levantado?--preguntó desde
el interior de la habitacion una voz femenina.
--¡Sí, ya estoy peinada, madre! Vamos, vístase usted
para marcharnos, que voy á llamar á la señorita Julia:
aunque ella irá á las ocho en el coche con el señor Marqués,
me dijo que la llamase temprano.
La jóven dejó la ventana abierta, salió de la buhardilla
y bajó corriendo cuatro pisos, hasta llegar á la magnífica
puerta del principal; llamó y un criado vino á
preguntar quién era.
--Diga V. á la doncella de la señorita que la llame
para ir á San Isidro,--dijo la muchacha,--tiene que
ponerse un vestido nuevo y necesita tiempo, segun me
dijo anoche.
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II.
.nf-
Una hora despues la graciosa habitante de la buhardilla
subia con su madre á uno de los muchos ómnibus
que conducen, á 2 rs. por asiento, á los infinitos romeros
que acuden á San Isidro.
La muchacha se llamaba Juana y era de oficio ribeteadora
ó costurera de botas de señora: tenía diez y siete años
y vivia con su madre, viuda; ésta habia sido nodriza de
la hija del Marqués que ocupaba el cuarto principal de
la casa, y que las queria mucho por su honradez y por
ser Juana hermana de leche de su hija.
Juana llevaba vestido de percal de 3 rs. vara, de fondo
blanco y lunares negros, pañuelo de talle de crespon
amarillo, bordado con sedas de colores, delantal negro de
tafetan, collar de corales y pendientes de lo mismo; una
rosa lucia su fresco colorido al lado izquierdo de la cabeza,
colocada entre las ricas trenzas de la jóven. Su novio,
que era el primer oficial de la tienda donde Juana
trabajaba, las esperaba en el ómnibus que, lleno ya,
echó á correr al trote de sus cuatro caballos.
La pradera de San Isidro presentaba el golpe de vista
más pintoresco: la citada fiesta no es otra cosa que la
romería de los habitantes de Madrid á la ermita del Santo
labrador, patron de la villa, que está al otro lado del
Manzanáres, y que fundó la Emperatriz Isabel, esposa
de Cárlos V, quien la hizo edificar el año 1528, en
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agradecimiento de haber recobrado la salud el príncipe don
Felipe, su hijo, con el agua de la fuente inmediata,
abierta por el Santo, segun la tradicion, con un instrumento
de labranza.
La capilla está situada en uno de los cerros más elevados
de las cercanías de la córte, y desde la puerta se
descubre un animado panorama: despliéganse, en primer
término, los verdes arbolados del Canal, y en lontananza
progresiva parte del real sitio del Buen Retiro,
algunos pueblecitos de los alrededores de Madrid y los
lindos jardinillos del Campo del Moro, Cuesta de la
Vega y Montaña del Príncipe Pío: en los últimos horizontes
se ven las cumbres del Guadarrama cubiertas con
su manto de nieve: en la colina de la ermita el cielo es
más azul, el aire más puro y la vegetacion más risueña.
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III.
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Juana, su madre y su novio, desembarcaron del ómnibus
á la entrada de la pradera, donde la animacion rayaba
en frenesí; por entre las dilatadas calles formadas
con los toldos de las tiendas y llenas de puestos de rosquillas,
de frutas, de telas, de juguetes, de fondas, de
botijos llenos de leche del inmediato pueblo de las Navas,
y de confiterías ambulantes, bullia una muchedumbre
inmensa: el pueblo, engalanado con sus mejores trajes,
se mezclaba con las damas más opulentas, con las hijas
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de la aristocracia, que, vestidas de percal, habian ido á
dar una vuelta: la ermita despedia sin cesar oleadas de
gente, y á la espalda, al derredor de la fuente, la muchedumbre
se apiñaba para beber el agua bendita: las
fondas estaban ya llenas; en los salones de baile, formados
con viejos tapices y cortinas, sonaban las músicas;
los caballos de madera del Tio Vivo volteaban llenos
de retozonas parejas; los vendedores gritaban para
animar la venta, que por cierto ya no podia estar más
animada: como dice un excelente escritor español contemporáneo:
«Los ejércitos de Jerjes, Tamerlan y Napoleon,
reunidos y con ayuno de tres dias, no devorarian
ni beberian de seguro lo que en la pradera se bebe y se
devora el 15 de Mayo de cada año; podríanse edificar
torres de pan, ciudadelas de rosquillas y bollos del inmediato
pueblo de Fuenlabrada; castillos de chuletas:
pirámides de frascos de licor, de dulces, asados y otros
artículos de fonda y repostería; formaríanse arroyos de
aguardiente, rios de licores y océanos de vino. Cada tenducho
al aire libre, cada barraca mal cubierta, cada fonda
improvisada de lienzos, palos, esteras ó tablas, con
pretensiones artísticas algunas de ellas, ostenta ya al
lado, ya sobre la techumbre, abigarradas banderolas, y
en su parte anterior aparadores más ó ménos surtidos,
así de comestibles y bebidas como de santos y figuras
de barro, madera y plomo. ¿Qué pueblo, qué país no
envidian nuestras romerías, y en particular la de San
Isidro en Madrid? Hasta los franceses, que son gente de
broma, se quedan con la boca abierta contemplando tan
bello espectáculo: nada dirémos de los alemanes y de los
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ingleses, cuyas fiestas populares son, en comparacion
de las nuestras, fiestas de difuntos.»
Juana, su madre y su novio, aunque acostumbrados
de todos los años á ver este espectáculo, quedaron contemplándole
llenos de admiracion.
--¡Mire V. cuánto coche, señora Pepa! dijo el zapatero,
airoso jóven que vestia pantalon ajustado color de
rata, chaqueta de paño fino azul, sombrero hongo y camisa
con chorrera.
--¡Y de qué distintas figuras! observó la buena mujer,
colocándose bien en el brazo una cesta de mimbres
que llevaba cubierta con una blanca servilleta, y que
contenia el almuerzo de los tres, preparado la noche
anterior.
Con efecto: en la falda de la pradera se veia una nube
de carruajes que iban y venian en todas direcciones:
veíanse en revuelta confusion la opulenta carretela, la
tartana oriunda de Valencia, el fiacre, el vivaracho tres
por ciento, la pesada galera, el carromato perezoso, el
ómnibus que se asemeja á una barca veneciana, el coche
de principios del siglo, semejante á un castillo gótico
medio arruinado, y la calesa clásica del año ocho, pintarrajeada,
retozona y saltarina, ocupada por un matrimonio
jóven ó por una amante pareja del barrio de Lavapiés.
--Madre, dijo Juana: ¡mire V. en aquella carretela
azul con caballos oscuros á la señorita Julia con el señor
Marqués! ¡Mírala, Antonio, qué guapa viene! Trae vestido
lanilla de rayitas blancas y azules, sombrero de paja
y sombrilla azul. ¿Verdad que es muy bonita?
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--¡Más lo eres tú! respondió el zapatero mirando á
su novia tiernamente.
--¡Quita allá, zalamero! dijo Juana dejando, no obstante,
asomar á sus ojos la alegría que llenaba su corazon,
por aquella amorosa respuesta.
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IV.
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Algunos instantes despues detuvo el cochero el soberbio
tronco de la carretela, bajó el Marqués y dió la
mano á su hija. Juana corrió hácia ellos: su madre y su
prometido la siguieron.
--¿Has paseado mucho, Juana? ¿habeis almorzado
ya? Papá y yo vamos á tomar algo á esa fonda, y despues
de dar una vuelta por aquí nos volverémos á casa,
dijo la hija del Marqués.
--Pues nosotros, hija mia, dijo la señora Pepa, que
llamaba de tú á la que habia alimentado á su seno, traemos
el almuerzo, porque aquí todo es caro y malo: anoche
arreglé una menestra con jamon y una tortilla.
--Siéntense VV. á almorzar donde yo los vea, dijo el
Marqués, para que les envie Julia los postres y el café,
y yo unos cigarros puros.
--Allí madre, dijo Juana, en ese jardinillo, al lado
de la fuente.
--Vamos allá, y tantas gracias, señor Marqués, dijo
el zapatero.
Extendiéronse dos blancas servilletas sobre la hierba,
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y madre, hija y novio empezaron á comer la menestra
con apetito: el vino se compró en un puesto inmediato.
El Marqués y su hija entraron en la fonda de enfrente,
y pidieron leche de las Navas y fresa, sentándose en la
única mesa que habia desocupada.
Al empezar Juana á partir la tortilla, que era el segundo
plato de su almuerzo, llegó un criado de la fonda
conduciendo una bandeja con pasteles, un plato de fresa,
un mazo de cigarros habanos y el café prometido.
Media hora despues el círculo se habia ensanchado
con algunas amigas y conocidos que tocaban guitarras,
bandurrias y panderos y cantaban alegremente, en tanto
que Juana y sus amigas bailaban con sus novios.
El Marqués y su hija se hallaban de vuelta á las doce
y almorzaban en su elegante comedor de Madrid.
Juana, su madre y su novio volvian al anochecer,
acompañados de varios amigos de ambos sexos, y engrosando
el cordon humano que llega desde la cuesta de la
Vega hasta la ermita del Santo y que no se habia interrumpido
en todo el dia.
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¡LIBERTAD!
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I.
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Una de las palabras más bellas que contiene el diccionario
de la lengua es la que sirve de epígrafe á estas
líneas, cuando no se la da una aplicacion viciosa, como
suele acontecer; y, sin embargo, si hubiera un diccionario
aparte para nuestro sexo, era la primera que en él
debiera suprimirse.
La dependencia, si es un yugo para la mujer, es tambien
para ella el amparo, la proteccion, y debe desear
solamente que no se lo impongan de hierro, y que aunque
ciña su cuello, deje á su corazon y á su pensamiento
la facultad de obrar los prodigios de bondad que nuestro
sexo sabe llevar á cabo.
Por eso la emancipacion de la mujer es un sueño peligroso,
y llegaria á ser una gran desgracia si se realizase.
La mujer para ser dichosa necesita de amparo y proteccion,
moral y materialmente hablando, y el dia que lo
olvide, puede decir que ha arrojado al abismo todas sus
probabilidades de dicha, y debe resignarse á una vida
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solitaria y triste, que debe considerarse como una muerte
moral.
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II.
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Acaso esta necesidad de apoyo en la mujer consiste
en su educacion atrasada, y en que ningun estudio serio
ha venido á endurecer su carácter y á dar un temple firme
á su corazon; más la verdad, esto, á mi juicio, le
hace muy poca falta, y con tal que sepa lo necesario
para dar á sus hijos la educacion moral y religiosa que
necesitan, con tal que enseñe á sus hijas á ser buenas
esposas y buenas madres, ha llenado por completo su
modesta, pero importante mision.
Creo, ademas, que á ningun español le agradaria para
esposa una mujer sábia y científica, que por ir á explicar
una cátedra, dejase sus hijos y su casa á merced de
los criados.
No es esto que yo abogue por la ignorancia de la mujer:
pienso, al contrario, que debe cultivarse con cuidado
su espíritu; pues como dice con mucha gracia una poetisa
amiga mia,
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No porque haya faroles en la villa,
Ha de estar el hogar sin lamparilla.
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Pero esta lamparilla debe encenderse para que su suave
luz ilumine á la familia y comunique un dulce y grato
resplandor á la casa.
Nunca como hoy es necesaria la mujer en su casa: en
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otro tiempo, el hombre era el administrador natural de
la fortuna de la familia; el que calculaba y el que cuidaba
del porvenir de su esposa é hijos; hoy, sobre todo en
Madrid, las discusiones políticas, las juntas patrióticas,
los clubs, las manifestaciones en que de contínuo pasea
las calles, absorben todo su tiempo, y apénas está en su
casa las horas precisas para comer y dormir.
Si á la mujer se la hace sábia y se la da ademas la libertad
de emplear y lucir su sabiduría, ¿quién velará por
la fortuna y por la educacion de sus hijos? ¿quién por el
buen órden de la casa, por la armonía interior, por el
bienestar doméstico, único positivo de la vida?
El hombre, fatigado por las luchas de la política, por
el malestar y las decepciones que traen consigo los negocios,
necesita el fresco oásis donde descansar del abrasado
arenal, que cada dia tiene que cruzar en el desierto
de la existencia.
Cuanto más se haga dificultoso el camino, más la
compañera que ha elegido necesita hacerle grato y sosegado
el lugar del reposo. Al entrar en su casa debe hallar
el dulce silencio de la paz y las melodías de la risa,
que son la expresion de la alegría y de la felicidad:
el órden, que es el bienestar, la armonía, que es la gracia,
le harán grata la estancia en su casa, y tal vez, como
el ilustre y desgraciado escritor Cárlos Bernard, tendrá
el buen gusto de preferir el blando sosiego de su salon
á las luchas de afuera, y á los salones donde impera
la ambicion.
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III.
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El dilema es claro y cualquiera espíritu sano lo puede
resolver sin dificultad.
Puesto que el hombre no está jamas en su casa, nunca
como ahora ha sido la casa el lugar que debe ocupar
la mujer.
Puesto que la mujer hace falta en la casa y no fuera,
lo lógico es que se la eduque para la casa y que se la
enseñe, no sólo lo necesario para dirigirla bien, sino lo
preciso para que la embellezca: la música, el dibujo, los
idiomas, para que pueda conocer la literatura extranjera
con perfeccion, para que pueda elevar su entendimiento,
cultivar su espíritu, empaparse en los buenos
ejemplos é imitar los modelos de las virtudes.
Y puesto que la mujer tiene dentro de las paredes de
su casa tan florido y tan bello campo donde moverse;
puesto que tiene á su cargo la noble tarea de hacer la
dicha de los suyos; puesto que le es dado pensar y sentir,
¿para qué necesita la libertad y para qué ha de
dársele?
¿Qué puede hacer de su libertad la huérfana que ha
perdido á los autores de sus dias?
¿Adónde irá sola? ¿Podrá viajar? ¿Podrá presentarse
en los salones sin una compañía respetada y respetable?
¿Podrá recibir á sus amigos? ¿Qué hará, pues, de su libertad?
¿Qué objeto tiene?
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La libertad completa se llama y debe llamarse aislamiento,
tratándose de la mujer, que se mueve en una
esfera muy limitada, esfera de sentimiento y no de pasiones
é intereses materiales.
La que pierde á un marido á quien amaba, ni estima
su libertad ni hace tampoco uso de ella. ¿Qué hay comparable
al lazo de flores de una union feliz? ¿Qué hay en
el mundo más bello que las dulces alegrías de una union
legítima, bendecida de Dios, aprobada por los hombres,
sancionada por todas las leyes morales, indisoluble por
las armonías del alma y por las afinidades del espíritu?
Y cuando todo esto se ha perdido, ¿hay acaso fuerza en
el alma para tratar de buscarlo de nuevo? ¿Hay probabilidades
de hallarlo, aunque se busque? ¿Qué es la libertad,
cuando se ha perdido aquel bien inapreciable, que es tan
raro en la vida, y por lo mismo tan precioso? Las vulgares
coqueterías y los afectos vulgares, ¿podrán llenar
aquel vacío?
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IV.
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Áun la mujer que ha quedado libre por la muerte de
un marido que valia poco, queda más oprimida con su
libertad que ántes se hallaba con su esclavitud, porque
en el mismo sufrimiento, llevado con resignacion, hay
siempre consuelo, como compensacion otorgada por el
cielo al deber cumplido; la vida sin deberes es una vida
estéril, triste, más triste que la que tiene rudas obligaciones
que llenar.
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Es preferible vivir en el dolor á vegetar sin emociones
y sin afectos; es preferible sufrir á no sentir nada.
Las palabras deber y sacrificio son incomprensibles
para las almas débiles y los espíritus viciados; mas para
las organizaciones escogidas y nobles están llenas de
encanto, y en el cumplimiento del deber, en la abnegacion
del sacrificio, hallan sublimes compensaciones.
¡Ay de aquella que no tiene deberes que cumplir!
¡Más ganaria en tenerlos muy rudos!
Sólo cuando la mujer ha llegado al invierno de la
vida es cuando puede considerarse un tanto libre á costa,
sin embargo, de estar más aislada. Con los cabellos
blancos puede salir, recibir é ir á todas partes sola;
pero, ¡á cuán subido precio habrá comprado esa independencia!
--La vida acaba donde termina el amor--dice San
Bernardo, y nunca como en la vejez se ansía inspirar y
sentir afecciones verdaderas y legítimas.
Amemos los lazos que nos unen al deber, y no ambicionemos
una libertad de que no sabemos qué uso hacer
cuando el alma conserva su santo pudor.
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EL CHISTE.
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I.
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La reputacion de bufo está hoy á la moda, y, sin embargo,
me parece la ménos envidiable de las reputaciones.
Me gusta la seriedad en los hombres, y más áun en
las mujeres.
No obstante, á mi juicio, el carácter de la seriedad
en ambos sexos debe ser muy diferente. La seriedad varonil
debe ser grave; la femenil, dulce.
La seriedad en la mujer, significa y debe llamarse dignidad;
en el hombre es simplemente seriedad.
Repito que no me gustan los hombres chistosos: por
lucir una gracia, por hacer alarde de ingenio, sacrificarán
á su hermano, á su mejor amigo.
El chiste es siempre resbaladizo y peligroso; muchas
veces es cruel: nada respeta, á todo se atreve, y por lo
mismo prueba poca altura de sentimientos.
Pascal lo ha dicho: palabras chistosas, mala alma; y
ésta es una de las verdades terribles del gran pensador.
Pero si el chiste es desagradable y antipático cuando
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lo usa un hombre, no sabria expresar lo odioso que me
parece en una mujer.
La prefiero sentimental, romántica; prefiero uno de
esos figurines atrasados, del tiempo de los poetas melenudos
y llorones; una de esas mujeres que se rodeaban
el rostro de tirabuzones (propiamente dicho) y bebian
vinagre para palidecer.
Á lo ménos aquéllas lo amaban todo, todo lo lloraban,
todo lo compadecian; y ésa es la mision de la mujer,
ya sienta con mesura, ya exagere la expresion de
sus sentimientos.
El chiste lo materializa todo, y el tomar la vida por
su lado material es odioso tratándose de nuestro sexo.
La mujer debe vivir sólo por el sentimiento y para el
sentimiento: una mujer chistosa es una triste anomalía
en su especie: más simpática es á mis ojos, como he dicho
ántes, la romántica, y más lo es tambien la marisabidilla,
porque ésta ama, como la otra, alguna cosa:
ama el estudio y tiene la noble ambicion de poseer talento;
pero las mujeres chistosas se inmolan á lo más
prosaico, á lo más miserable de la tierra, sin mirar jamas
al cielo, patria del alma.
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II.
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Yo amo á la mujer sonriente; pero me disgusta mucho
riendo á carcajadas, porque la risa destemplada,
brutal, por decirlo así, está siempre inspirada por el
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ridículo, es decir, por la muerte moral de alguno ó
quizá de muchos seres.
Y ademas, ¿qué ternura puede existir en el corazon
de una mujer que se burla de todo?
¿Qué hay para ella de sagrado, de noble é interesante?
La reputacion de chistosa es mortal para una jóven,
porque se halla en completa oposicion con todas las leyes
del pudor, de la dulzura y de la reserva.
El amor y la amistad huyen de ella asustados, porque
el amor busca las almas que le ofrecen un nido de bellas
y perfumadas flores, y la amistad no tiene la abnegacion
que impide ver los defectos y que los perdona aunque
los vea.
Reconveníase en cierta ocasion á una madre porque
en vez de moderar la excesiva sensibilidad de su hijo, la
excitaba, llevándole á socorrer á los pobres y á los enfermos
y contándole historias tristes, y le decian que lo
haria desgraciado afinando así las fibras más delicadas
de su alma.
--Prefiero,--respondió aquella tierna madre,--el
que mi hijo sea bueno á que sea feliz.
Admirable respuesta, y que prueba el temple de alma
de aquella mujer superior.
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III.
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Se oye algunas veces decir:
«¡Qué alegre y animada es la señora A. ó la señorita
X!...»
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Es decir, ¡qué burlona, qué franca en sus modales,
qué propensa á la hilaridad, qué chistosa, en fin!
¡Libre Dios á las amigas de mi alma de semejante
elogio!
¡Líbreos Dios de él, mis amadas lectoras! El pudor,
la decencia, la cortesía, la amable y santa benevolencia,
tienen reglas fijas, é infringirlas es muy perjudicial y
muy triste.
Ningun hombre valiente, generoso, dotado, en fin, de
cualidades sérias, es chistoso.
Ninguna mujer suave, dulce, modesta, digna y bien
educada lo es tampoco.
Hay, sí, en algunas almas una cierta alegría serena
y pura que jamas ve negro en los horizontes de la vida,
que mira cada cosa por su lado mejor, y que no se deja
abatir por las penas pequeñas y mezquinas; pero estas
bellas almas están dotadas de una esperanza, de una resignacion,
de una tranquilidad, de una dulce alegría
que no excluye el sentimiento, y que está muy léjos de
la grosera y vulgar alegría que produce el chiste. Yo he
dicho en una Plegaria á la Vírgen, que acaso conoceréis
algunas de vosotras...
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La vida es buena: si en el bien se emplea,
Resbala alegre en la modesta casa;
Risueña corre en la pajiza aldea,
Vuela feliz si en la opulencia pasa.
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.tb
Sí; la vida es buena para el que trabaja, para el que
piensa, para el que ama, sobre todo; y el que se burla
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de cuanto conoce, ni ama, ni espera, ni es feliz, porque
la burla deja en el alma un sabor amargo.
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IV.
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Triste tarea es buscar en todo el ridículo, que es como
si dijéramos, el padre del chiste: verdad es que hay
gustos tan puros y tan nobles, que al instante le advierten;
mas tambien la amable benevolencia de carácter
trae la indulgencia consigo y suaviza todo lo que es
desagradable á los otros. El chiste, no solamente nota
el ridículo, sino que lo busca donde no existe, y ridiculiza
todo lo que hay de más noble y más santo en la
tierra, sin que los espíritus celestes escapen siempre de
su tijera envenenada.
Yo veo siempre al chiste envuelto en un vapor de sangre,
porque sé que un chiste ha costado la vida á muchas
personas y la felicidad á muchas familias.
Así, pues, mis amables lectoras, reprimid todo lo posible
la propension que sintais á reiros de algunas cosas
y á ridiculizar otras; respetadlo todo, excusadlo todo,
admirad lo bello, que esto hace bien al alma, y cuando
veais al mal, llorad en vez de reiros.
Sólo una cosa ahoga el ridículo, la sangre; la persona
de figura más risible, si al entrar en un salon dispara
un tiro al primero que vea se burla de él, adquiere en
el instante la terrible majestad del crímen y de la venganza.
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Un chiste puede traer un ridículo incurable, y por lo
mismo puede causar la muerte de alguno.
Que vuestros puros labios no se manchen jamas con
la risa burlona y con las chanzas atrevidas: todos los seres
de la creacion merecen nuestro respeto, y el más abyecto
merece nuestra consideracion, nuestra simpatía,
nuestra compasion siquiera.
El ridículo no está en lo que miran los burlones: existe,
á mi ver, en su perversion interna; hay aberraciones
en el espíritu, como en el cuerpo hay dolencias; pero si
provocan una sonrisa no deben hacer que nos cebemos
con malignidad en los que las padecen.
Sobre todo, jóvenes lectoras, á las que amo tanto y
cuya felicidad tanto me interesa, huid de la reputacion
de chistosas; y si vuestro carácter es alegre, que sea el
rayo de sol que todo lo embellezca y fecundice, y no el
relámpago de cárdena luz, que dé á los objetos tintas lívidas
y sombrías.
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DESALIENTO.
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Lo primero, lo indispensable
es amar: no importa á quién, no
importa qué: amad, y estais
salvados...
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(Dumas hijo.)
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I.
.nf-
--¿Para qué?
Ved aquí la terrible palabra que, como el soplo helado
del cierzo, pasa sobre las flores tronchando sus verdes
tallos, destruye la sávia de las ilusiones y seca todas
las flores del corazon.
¿Para qué? es decir, ¿á qué conduce eso? ¿Qué beneficio
ó qué placer me reporta? ¿Qué me importa la opinion
ajena? ¿Qué el bien parecer? ¿Qué la dicha de los
otros?
La primera vez que oí aquella terrible pregunta, un
temblor doloroso se apoderó de mí, porque adiviné que
salia de un corazon yerto y sin calor.
El que las pronunciaba era un hombre; un hombre
que ya entraba en el otoño de la vida, y cuyas sienes estaban
prematuramente coronadas de cabellos blancos.
// 052.png
Hablábale yo de su talento, que hacía tiempo no producia
obra alguna, á pesar de ser universalmente reconocido;
me quejaba de lo que llamaba su pereza, y le
instaba para que trabajase como en otro tiempo.
--¿Para qué? me preguntó, encogiéndose de hombros
con tristeza.
--¡Para qué! repetí; ¡para complacer al público y á
sus amigos de usted!
Volvió á repetir el mismo triste y desolado movimiento.
--¡Para tener gloria ó aumentar la que ya ha alcanzado!
--¡La gloria es humo!
--¡Para ganar dinero!
--Me sobra con lo que tengo.
--Cásese usted.
--La mujer á quien amaba me ha engañado, y no
puedo ya ponerme á la persecucion de un nuevo amor.
--¡Dios mio! si no cree V. en el amor ni en la gloria,
¿en qué cree?
--Casi en nada.
--¿Ni en la amistad?
--Ni en la amistad.
--Comprendo ahora el suicidio por la primera vez,
pensé con tristeza.
--Así, continuó mi amigo, no hago esfuerzo alguno
para salir del marasmo en que me encuentro: si voy á
trabajar, no hallo motivo para ello; nadie me interesa
ni á nadie intereso yo.
--¿No ama V. á nadie?
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--Ya he dicho á V. que amé; amé con fe, con entusiasmo,
con pasion, y fuí engañado... una mujer es la que
ha llevado á cabo mi destruccion moral.
--Pero todas las demas no han de ser como esa mujer.
--La creia la mejor... piense V. cómo juzgaré á las
otras; algunas veces he deseado volver á querer, y siempre
me he hecho esta pregunta:
--¿Para qué?
--¡Fatal pregunta!
--Á la que contestan siempre la lógica y la razon.
--¿Qué responden?
--Que la dicha es un sueño; que todo es mentira en
la tierra, y que sólo imperan en ella el cálculo y el
egoismo.
Incliné la cabeza con amargo desaliento; no asintiendo
á las ideas de aquel pobre sér desengañado, sino lamentando
el no poder hacer brotar una flor en el erial
de su corazon, disecado por el dolor.
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II.
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Era una hermosa tarde.
Moria el sol tras un alto monte, cuya falda se hallaba
cubierta de verdor: grandes pinos y álamos gigantes crecian
allí hacía muchos años, con la libertad que sólo es
una verdad en la naturaleza: un arroyo murmuraba entre
los árboles, y extendia su ancha cinta de plata entre
una doble guirnalda de flores.
// 054.png
Todo amaba en aquella dulce y armoniosa soledad:
las aves, que sólo piden el diario sustento, amor y espacio,
cantaban el himno de despedida á la tarde: áun el
sol iluminaba el valle con sus rojos resplandores, y ya la
luna, como soberana de la noche, aparecia clara y serena
en el cielo, pronta á derramar en la campiña sus argentados
rayos.
Sentados el escéptico y yo al lado de una ventana,
guardábamos silencio: yo contemplando el paisaje; él
con la mirada fija en el vacío: áun resonaba en mi oido
el eco triste de la conversacion anterior, y queriendo verter
una gota de bálsamo en aquella alma ulcerada, buscaba
sin hallar la idea de que debia servirme, y que no
queria llegar hasta mi mente.
Al fin me aventuré con timidez á tomar la palabra; y
digo con timidez, porque no hay nada que intimide tanto
al débil y tierno espíritu femenil como la proximidad
de un alma helada.--Ya que no ama V. nada,--le dije,--¿tampoco
quiere V. nada ni á nadie?
--Creo que no.
--¿No tiene V. padres?
--Hace ya largo tiempo que los perdí.
--¿Ni hermanos?
--Tengo una hermana de leche, madre de cinco niños:
me escribe cada mes.
--¡Luégo le quiere á V.!--exclamé alegre al ver este
rayo de luz entre tantas tinieblas.
--No,--repuso él,--me escribe para que no se me
olvide el enviarle la cantidad mensual que le tengo
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asignada: este mes la he remitido el dinero sin carta,
y le importa tan poco de mí, que ni un renglon me ha
dirigido para informarse de la causa de mi silencio;
recibió el dinero y le basta.
--Escríbale usted.
--¿Para qué?
--Para saber de ella: acaso esté enferma.
Mi amigo meció negativamente la cabeza.
En aquel instante una mujer apareció en la calle de
árboles que venía á espirar al pié de la montaña.
Venía lentamente y parecia agobiada por la fatiga:
sus vestidos eran pobres y su rostro estaba cubierto de
una extrema palidez: al pasar por el arroyo brilló en
sus ojos una ráfaga de alegría: inclinóse y llenó el hueco
de su mano de agua fresca, que llevó á sus labios: el
descreido la vió, dejó su asiento, y como un mentís dado
á su fatal «¿para qué?», se lanzó á su encuentro.
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III.
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--¿A qué has venido?--preguntó á la mujer tomándola
una mano.
--¡A verte!--respondió ella,--muchos dias he estado
esperando tu acostumbrada carta: al ver que no llegaba,
he temido que te hallases enfermo.
--¿No ha llegado el dinero?
--Sí, ha llegado, pero ¡ah! ¿qué importa el dinero
cuando se trata de tu salud?
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Al hablar así aquella mujer, fijaba en su hermano de
leche una mirada llena de ternura, y cubierta de lágrimas.
--¿Y has dejado á tus hijos?--preguntó él.
--Sí.
--¿Solos?
--Solos: la mayor cuenta ya diez años.
--¿Y los has dejado por mí?
--Sólo por verte.
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IV.
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Al siguiente dia la pobre viajera se hallaba en cama
y atacada de una fuerte calentura; la fatiga de un largo
viaje en un caluroso dia de Julio, habia encendido la sangre
en sus venas.
La ciencia no pudo salvarla.
Dos dias más tarde las campanas doblaban por ella:
murió con tranquilidad y sonriendo.
--¿Está V. arrepentida de lo que ha hecho? ¿ha sentido
venir aquí?--la preguntó el sacerdote que asistia
sus últimos instantes.
--No, padre mio,--contestó;--hice lo que mi corazon
me dictaba; el Señor me ha llamado á sí, ¿qué
más da en esta ocasion que en otra? ¡Hágase su santa
voluntad!
Mi amigo no ha vuelto ya á pronunciar su terrible
«¿para qué?»
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Trabaja sin descanso para sus cinco hijos, como él
llama á los huérfanos, y cuando la fatiga le abruma, mira
al cielo con los ojos del alma, y allí ve la sombra de su
hermana.
El sacrificio le ha mostrado el amor.
La muerte le ha mostrado á Dios: hoy su vida tiene
un noble objeto: la felicidad de cinco desvalidas criaturas.
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LA BELLEZA Y LA GRACIA.
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Los años, los dolores, las tempestades
de la vida, marchitan
la hermosura y hasta destruyen
sus últimos rasgos: la gracia,
que nace del sentimiento de lo
bello y de una inteligencia superior,
la gracia sola, es inmortal.
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(Anónimo.)
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I.
.nf-
No es la belleza sola la que adorais, vosotros, los que
pretendeis ser héroes en el amor: yo os hago la justicia
de creer que si pasais por delante del cuadro de Las tres
Gracias, ó de la estátua de Vénus, les concederéis una
mirada de admiracion y nada más.
Acaso podréis apasionaros con el entendimiento de
una obra de arte y pasar largas horas extasiados ante
una de esas dos bellas creaciones; porque el arte tiene
inmensa é indefinible atraccion; pero esa admiracion
apasionada os la inspirarán lo mismo Los Niños coronados
de flores, del Dominiquino; El Caballero de Malta en
oracion, de Hobemma, y la Joconda, anónima, que cada
dia encadena á sus piés, durante algunas horas, á muchas
grandes inteligencias, en el museo del Louvre.
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La mujer que subyuga con un sentimiento grande y
profundo es, á no dudarlo, algo más que bella: es preciso
que tenga el supremo encanto de la gracia inteligente.
No hay duda en que la belleza admira á primera vista,
pero la gracia atrae y cautiva con una fuerza irresistible.
Se ven hombres casados que poseen una mujer muy
hermosa, y sin embargo, se apasionan verdadera y profundamente
de otra tan poco favorecida por la naturaleza,
que á primera vista no se comprende cómo pueda
preferirla; pero si una persona inteligente trata con intimidad
á la esposa y á la amada, pronto comprenderá
la causa de que así suceda.
El libertinaje, que es vulgar, como todo lo malo, atribuye
aquella sinrazon, muy general en la sociedad, á
una bien pobre causa: afirma que la posesion apaga el
cariño, y que la mujer propia, en el hecho de serlo, ya
no puede ser amada, á lo ménos por largo tiempo.
Paréceme esto un grosero error; tanto valiera que el
que ha admirado un soberbio lienzo de Rubens, en tanto
que estaba de venta ó que le poseia un vecino suyo,
lo arrojase á la calle á los dos dias de haber conseguido
comprarlo.
Sólo en un caso podria comprenderse que lo hiciera;
si el cuadro, desde el instante de estar en su poder, empezase
á perder su brillante colorido, si se borrasen de
él las huellas del genio sublime que lo habia producido
y se convirtiese en un lienzo vulgar, se comprende
que el poseedor se llamase engañado, se irritase y se olvidase
de él.
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No es, pues, la posesion lo que apaga el amor que
inspiran las mujeres hermosas; es que si no tienen más
que hermosura, la vista se acostumbra á ella, y no hallándose
alimentada el alma, no hay amor que dure y
que resista el cansancio.
Ademas, las mujeres son casi todas graciosas ántes de
hallar un esposo: pero una vez conseguido, podria creerse
que su gracia era un anzuelo, y que conseguida la
pesca lo han arrojado como cosa incómoda é inútil.
Desde la hermosa Esther, reina de los judíos, que pasó
de la esclavitud al trono, hasta nuestros dias, la mujer
que quiere y sabe conseguirlo, es siempre adorable y
adorada.
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II.
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He visto algunas mujeres que equivocan la gracia con
el gracejo, y que sólo creen poseerla usando de maneras
desahogadas y de palabras libres.
Eso no es la gracia; ó á lo ménos, no es la gracia tal
como yo la entiendo y como se admira en la buena y
culta sociedad.
La gracia es la reunion encantadora del candor púdico,
de la decencia irreprochable, del natural cultivado,
que se manifiesta con el lenguaje dulce y cortés: la gracia
es un compuesto de benevolencia, de elegancia natural
y perfecta, de maneras distinguidas: la gracia, cuando
verdaderamente la posee una mujer, traspira en todo
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lo que hace, y en todo lo que toca, y hasta en todo lo
que la rodea.
Una mujer dominante y de carácter duro é irascible,
no tendrá jamas gracia; por eso las virtudes rígidas, severas,
y perfectas en una palabra, tienen siempre muchos
ménos adeptos que las amables debilidades de algunas
mujeres: parece como que la mujer debe estar
siempre envuelta en una delicada nube, que es la mitad
decoro y la mitad coquetería, y que la gracia debe flotar
en la atmósfera que respira, como un perfume impalpable.
La mujer es amable cuando llora, cuando rie y hasta
cuando padece, si es que quiere serlo: siempre que se
descubra en ella la gracia y la suavidad y que sus impresiones
demuestren una alma noble y un buen corazon,
puede estar segura de su imperio.
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III.
.nf-
No es la gracia patrimonio de la juventud y tambien
le lleva ésta gran ventaja á la belleza: dos excelentes
escritores franceses han demostrado que la mujer, en su
edad madura, y áun en su ancianidad, puede poseer una
gracia suprema. Mad. d'Aubray, adorable creacion de
Dumas (hijo), es una prueba de este aserto, y Octavio
Feuillet ha presentado otra no ménos convincente en
su precioso proverbio titulado, La Partida de damas.
Las mujeres que más adoradas han sido, no han estado
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dotadas de gran belleza; ninguna de ellas pertenece
á la tribu divina de que nos habla Balzac en La Coussine
Bette.
Cleopatra, Mad. de Pompadour, Enriqueta de Inglaterra,
María Antonieta de Francia, Isabel de Aragon,
la Duquesa de Borgoña, la hija del Regente, Gabriela
de Estrées y Agripina la Grande, no eran más que mujeres
agradables; pero todas estaban dotadas de elevada
inteligencia y de la gracia infinita que de ella nace,
cuando á aquel dón del cielo va unido un carácter sensible
y el sentimiento de lo bello, que revela una alma
de artista.
Indudablemente, lo que comunica al trato más gracia
y más encanto es una buena educacion: la grosería y la
vulgaridad son insoportables: separad de las familias
el delicado velo del decoro, y sólo quedarán las sinuosidades
del carácter y lo prosaico, es decir, lo odioso de la
vida: desnudad el amor de las atenciones, de las delicadezas;
desposeedlo de una educacion perfecta y distinguida,
y el amor morirá ahogado por el materialismo,
como muere una bella rosa que ha nacido en un zarzal,
sofocada por las punzantes ramas, que no permiten llegar
hasta ella las brisas y el sol.
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IV.
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Puede asegurarse que la gracia en la mujer es producto
de un bello y dulce carácter, ó á lo ménos de un
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deseo constante de agradar. El arte de decir á cada uno
aquello que puede serle más grato; de complacer en la
mesa individualmente; de hacer con talento los honores
de un salon; de mantener la conversacion viva y agradable;
de vestirse bien y segun conviene para cada hora
del dia; de hablar con dulzura; de sonreirse á tiempo, y
sobre todo de dar á cada uno en la sociedad el lugar que
le corresponde, es lo que constituye todo lo que de explicable
hay en la gracia; pero hay otros mil detalles
que no se pueden definir, y que son los que constituyen
ese encanto de algunas mujeres tan poderoso como irresistible.
Yo deseo á mi sexo, más que belleza, gracia; pues en
ésta y no en aquélla estriba su imperio: aquélla puede
compararse á una dalia, que sólo cautiva los ojos: ésta,
á una rosa que satura de un precioso aroma el sitio donde
reside.
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LA VERDADERA CRISTIANA.
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I.
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Yo no sé á qué atribuir el que, por más que lo procuro,
no puedo admirar á esas mujeres que se pasan la
vida en las iglesias rezando partes de rosario y ensartando
oraciones.
Cuando las veo, pienso, sin poderlo remediar, en que
su casa estará muy mal arreglada, y sus hijos, si los tienen,
muy mal cuidados, y en que sus maridos serán muy
poco dichosos.
Me honro con la amistad de un virtuosísimo sacerdote,
eminente en saber, y que derrama á torrentes la luz
en la cátedra del Espíritu Santo, al cual he oido decir,
hablando con una señora amiga mia y que se hallaba en
mal estado de salud:
--No vaya V. á la iglesia, pues eso la puede hacer
daño.
--Sólo voy á misa, respondió la doliente con alguna
tristeza.
--No vaya V. á misa tampoco.
--Únicamente asisto los domingos.
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--No vaya V. ni siquiera ese dia: el ambiente frio del
templo la empeorará.
--¡Dios mio! exclamó mi amiga: ¡parecerá entónces
que no soy cristiana!
--Dios está en todas partes, y de todas partes oye,
señora mia: lea V. la misa en su casa, en su gabinete
abrigado, sentada en un sillon, y por eso Dios no escuchará
ménos sus preces que nacen del alma.
Mi amiga meció tristemente la cabeza, y despues de
un rato de silencio, repuso:
--No se puede V. figurar, señor, lo angustiada que
tengo la conciencia, ¡me gustaba tanto ir á la iglesia!
¡Aquel ambiente saturado de incienso, aquellas luces, la
vista de las flores frescas en los altares, de las cuales yo
enviaba algunas, la imágen del Redentor del mundo y
de su Madre hacian bien á mi alma afligida, y hallaba
la tranquilidad en mi conciencia, porque sabía que al ir
á la iglesia cumplia con un deber!
--¡Hija mia, respondió con dulzura el buen sacerdote,
el ir á la casa de Dios, donde tan dulce paz se respira,
hacía bien, no á su conciencia, sino á su corazon: ha
perdido V. al esposo, al compañero de su vida que la
amaba, al objeto de su único amor, y sólo ante el que es
el supremo consolador de todos los dolores halla paz su
pecho dolorido!... Y bien; no confundamos el deber con
el egoismo, como tantas veces hacemos: léjos de tener
su conciencia intranquila por no poder ir á la iglesia, resígnese
á esta privacion, y llévela con paciencia por el
amor de ese mismo Dios.
--¡Ántes me confesaba cada ocho dias! ¡Y ahora,
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como me pongo mala cada vez que voy temprano á la
iglesia, sólo puedo ir de mes á mes!
--Y áun es demasiado.
--¡Demasiado!
--Sí, por cierto: ¿qué delitos, qué graves culpas puede
haber en su vida ordenada, modesta y apacible que
necesiten exponerse tan repetidamente ante el tribunal
de la penitencia? ¿Á qué desprestigiar con la costumbre
lo que la práctica tiene de grande y bueno? No se puede
mirar al sacerdote como al confidente ordinario de todas
las pequeñeces de la vida: en ese caso deja de ser el médico
del alma: no se le puede mezclar en las debilidades
ni en los secretos de la familia: el sacerdote no es el
amigo íntimo, ni debe escuchar escrúpulos pueriles y
mezquinos: la mision del sacerdote es altísima, y no se
puede abusar de ella sin quitarle algo de su augusto
prestigio, de su delicadeza y de su santidad.
Cuando el buen sacerdote dejó de hablar, la pobre enferma
del alma dejó ver una bella sonrisa, que decia
claro habia comprendido á aquel varon ilustre, y que
quedaba consolada con su dulce y elocuente palabra.
Resignada y tranquila ha visto agravarse su enfermedad,
y desde su gabinete habla con Dios, y le ofrece sus
dolores, y la privacion de no poderle visitar en la iglesia,
de no poder orar al pié de los altares.
¿Serán agradables esas oraciones al Dios todo amor
y misericordia? No debemos dudarlo.
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II.
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Me parece que son tan agradables al padre de las misericordias
un acto de perdon, la dádiva de una limosna,
una lágrima dedicada al infortunio ajeno, como dos horas
de rezo.
Me parece tambien que ninguna mujer se ha de condenar
porque deje de oir misa algun dia, si su madre, su
esposo ó sus hijos se hallan enfermos, y necesitan de sus
cuidados.
Me parece asimismo, que tan bueno, por lo ménos,
como irse á confesar todas las semanas, es no murmurar,
hacer todos los favores que se puedan y llevar con
resignacion las pruebas de la vida, que nunca le faltan
ni áun al sér más dichoso y más opulento.
Yo no digo por esto que no sea muy necesario el aproximarse
con frecuencia á la mesa celestial, donde el alma
halla tan delicioso y nutritivo alimento; pero hay muchas
mujeres que se creen buenas cristianas porque
oyen misa diariamente, porque rezan cierto número fijo
de oraciones y porque se confiesan con mucha frecuencia,
y pasan el resto de su vida en murmurar, en penetrar
las vidas ajenas y en buscar las faltas de todos.
Sólo pensarlo sería un sacrilegio.
La virtud para serlo y para hacerse amar necesita ser
dulce, tolerante, benévola, y hay algunas mujeres cuyas
debilidades son la más bella apología de su corazon y
áun de su carácter.
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He conocido, entre otras, una que fué la más coqueta,
la más seductora, la más agraciada, la más simpática de
las jóvenes de su edad, segun afirman personas del gran
mundo que la han conocido; despertó innumerables pasiones,
y más de una tuvo un desenlace fatal.
Pero el matrimonio no se hallaba bien con su carácter
independiente y con su deseo de libertad: pasaron los
años; sus gracias perdieron con la juventud todo su
prestigio; los adoradores se retiraron, y cuando ya no era
tiempo, aspiró á tener un esposo, un protector, un amigo.
No pudo alcanzar esta suprema dicha, y su carácter
se volvió acre y amargo: la juventud, la hermosura llegaron
á serla odiosa, porque ella no las poseia ya: censuró
á los hombres y más á las mujeres: todo lo bueno,
todo lo bello se le hizo profundamente antipático, y
mordia y destrozaba moralmente con una saña implacable.
Así dispuesta, fea de cuerpo y más fea de alma, se
hizo beata ó santurrona.
¡Beata!
¡Horrible palabra, que encierra un mundo de amargura,
de ódio y de hiel!
Vistióse con un traje de jerga negra, púsose una mantilla
de lana, unos zapatos gruesos; dejó las manos sin
guantes; recogió el escaso cabello, dejando todo lo horrible
posible su cara flaca y amarillenta, y así dispuesta,
es decir, arrojando los últimos restos de belleza, de
gracia y áun de decencia, detras de ella, empezó á ir á
la iglesia, donde se pasaba los dias, y á confesar todas
las semanas, criticando á las que no lo hacian.
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¿Creerán esas mujeres que Jesus, el dulce, amante y
hermoso Jesus, admite todo lo que hay en ellas de malo,
que es lo que van á ofrecerle, despues de haber dado al
mundo lo poco bueno que tenian?
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III.
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Imitemos á Jesus, ¡oh mujeres cristianas! á Jesus,
que no llevaba el azote en la mano, sino la miel en los
labios.
Él no culpaba: aconsejaba y redimia de la culpa.
Era piadoso y benigno para todos: era el supremo
consolador de cuantos se le acercaban.
Ya que los hombres no sepan imitar al divino modelo,
imitémosle las mujeres.
La verdadera cristiana ha de ser siempre tolerante y
piadosa: ha de tener alumbrado su hogar con la dulce
luz del buen ejemplo, y adornado con las flores de la
paciencia y la resignacion.
La verdadera cristiana es como la mujer fuerte de la
Escritura: atiende á todo, de todo cuida, y su benéfica
influencia se deja sentir por todas partes.
La verdadera cristiana tiene siempre muchas y variadas
ocupaciones, porque á la vez que se dedica á hacer
la dicha y á iluminar el entendimiento de los suyos, se
ocupa tambien de todas las labores de su casa y del
bienestar material de los que ama.
Cuidando de la dicha de los suyos es una mujer buena
cristiana.
// 071.png
He visto algunas que, bajo el pretexto de que tenian
que confesarse al siguiente dia, se han negado á ir al
teatro con su marido, y este marido, desairado y contrariado,
ha renegado de la religion de su mujer que le privaba
de su compañía.
Esa mujer faltaba á sus deberes, al primero de sus
deberes, negándose á acompañar á su marido.
Una buena cristiana puede tener su casa muy bien
dispuesta, sus hijos muy elegantes, su mesa muy bien
servida, y puede ser, á pesar de todo esto, muy agradable
á Dios, y áun serle agradable por lo mismo que hace
todo esto, pues es gravísima falta el rodear á nuestra
santa y benigna religion de fealdad, de acritud y de intolerancia.
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IV.
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La resignacion es otro de los adorables beneficios de
nuestra religion sacrosanta.
He visto á una madre que adoraba á su hijo único,
mirarle muerto en la cuna, pálida, temblorosa, como
una flor tronchada por el huracan, y decir, alzando los
ojos al cielo:
--¡Señor, era tuyo y te lo has llevado; hágase tu
santa voluntad!
Si aquella mujer se hubiera sublevado contra la mano
que la heria, si hubiese acusado á la Providencia, aunque
despues la hubiera yo visto rezar, bostezando, veinte
// 072.png
partes de rosario, no me hubiera parecido tan
verdaderamente cristiana.
Un solo grito del alma, un latido del corazon, bastan
para probar á Dios nuestro amor, nuestra obediencia y
nuestra gratitud.
No son necesarias las exterioridades ni las prácticas
rutinarias de la devocion exagerada é ignorante: Dios
ve el fondo del alma, y el elevar los ojos á la bóveda celeste
es ya un consuelo inefable.
No puedo expresar el disgusto que me causa cuando
en la iglesia oigo rezar casi en voz alta, darse violentos
golpes de pecho y lanzar suspiros dolorosos.
Semejantes extremos sólo sirven para distraer la atencion
de los que verdaderamente hablan con Dios por
medio de su pensamiento recogido y absorto en la grandeza
de la divinidad.
¿Cuántas (y áun cuántos) hay que mezclan á los suspiros
y á las palabras de la oracion ruidosos bostezos,
productos del bárbaro ayuno á que se condenan?
¿Cuántas que enferman de dolores reumáticos por pasarse
en las frias mañanas del invierno, cuatro, cinco y
seis horas sobre el helado pavimento de la iglesia?
¿Cuántas que no comen de los postres, con risa interior
de los criados y admiracion dolorosa de su familia,
porque lo han ofrecido como prueba de mortificacion?
¿Y cuántas inspiran á sus hijos, con esas prácticas,
terror hácia una religion que impone semejantes sacrificios?
¡Oh, no, tiernas jovencitas, amigas mias! ¡No creais
que esa es la religion de Jesus! ¡Elevad el alma y huid
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de esas preocupaciones de los espíritus estrechos! Disfrutad
honesta y legítimamente de los bienes que Dios
mismo os ha concedido; no os martiriceis ni os hagais
feas, que eso no agrada al que es fuente de toda belleza
y orígen de todo amor.
«¡Amaos los unos á los otros!»
Esto es lo único que ordena: es decir, sed tolerantes,
benévolas, agradables; no calumnieis, no mintais y haced
el bien posible.
«Dejadme á mí el cuidado de la venganza.»
Esta es otra de las órdenes de nuestro Padre celestial;
es decir, perdonad, excusad y no ultajeis jamas, ni devolvais
el mal con el mal, sino con el bien.
¡Mujeres católicas! ¡Cuanto más amables, más dulces,
más caritativas, más benévolas y más bellas seais; cuanto
más perdoneis, consoleis y hagais más grata y más
hermosa la vida de los vuestros, seréis más verdaderas
cristianas!
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EL BRAZALETE DE ESMERALDAS.
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Siete años hace que pasó en Madrid, casi ignorado de
todos, el terrible drama que voy á referir.
La Condesa de M., viuda y riquísima, vivia á los 32
años con su hijo Gonzalo, que iba á cumplir 16.
Madre é hijo se adoraban; pero la Condesa era aún
jóven y necesitaba otro amor que llenase su corazon.
Se habia casado á los 15 años con un anciano de cabellos
de plata y corazon de oro, que la habia hecho muy
feliz enseñándola á vivir segun su conciencia, despreciando
las murmuraciones del mundo.
Ademas, la Condesa era italiana, y la libertad de costumbres
en que se habia criado hacía su carácter más
independiente, su ternura más expansiva y sus sentimientos
ménos reprimidos de lo que generalmente se ve
en las mujeres del gran mundo.
En Italia se habia casado: en seguida vino á España,
patria de su esposo, y un año despues dió á luz á Gonzalo.
El Conde creyó volverse loco de alegría: viudo dos
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veces cuando casó con Elena, habia renunciado á la ternura
paterna y recibió á su hijo como una flor enviada
por Dios para perfumar su ancianidad.
La condesa Elena era casi una niña; el amor materno
llenó enteramente su corazon, y durante diez años
nada echó de ménos sobre la tierra, pasando su vida en
acariciar á su hijo, y en prevenir todos los deseos de su
anciano esposo.
Éste empezó á decaer visiblemente; una enfermedad
de consuncion, de esas á las cuales la medicina no halla
causa, se apoderó de él; feliz y sonriendo veia demacrarse
su cuerpo y caer sus cabellos blancos, y léjos de
amargarse su bondadoso carácter con la idea de su próximo
fin, solia decir que Dios, cansado de verlo ya en
el mundo, lo llamaba á sí, sin pena y sin dolor.
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.nf c
II.
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Un dia salió el Conde en carruaje y rehusó absolutamente
que le acompañase Elena; pero exigió que fuese
con él su hijo, que á la sazon contaba cerca de 11 años.
El anciano dió á su cochero las señas de uno de los
mejores joyeros de Madrid, y se apeó trabajosamente á
la puerta de su almacen.
Pidió que le sacasen las pedrerías de más valor que
hubiese, y extendieron ante sus ojos un tesoro.
Las miradas del anciano se fijaron desde luégo en un
soberbio brazalete de esmeraldas montadas en oro: la
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pureza, igualdad y tamaño de las piedras, su engaste y
su prodigioso número, le hacía la más rica joya de cuantas
habia allí.
Formaba una ancha cinta de esmeraldas, cerrada con
una estrella de las mismas piedras, en cuyo centro habia
una mucho mayor que las demas.
El Conde hizo el ajuste y le compró.
Luégo volvió á subir al coche con su hijo, y se dirigió
á su casa.
--Elena, dijo á su esposa, dentro de pocos dias ya no
existiré yo; toma este brazalete, última dádiva que te
hago y la única que te quedará, pues hace largo tiempo
que no te regalo nada, con el fin de que cuanto te he
dado quede consumido ántes de mi muerte. Elena, no te
prohibo que busques tu dicha en una nueva union; lo
que te ruego es que no consientas que las miradas de tu
esposo profanen los dones que debiste á mi ternura; si
algo me sobrevive, quémalo ó enciérralo en donde sola
tú puedas verlo.
En cuanto á este brazalete, continuó el Conde, el dia
que te unas á otro hombre entrégaselo á tu hijo, que lo
guardará en memoria mia.
La Condesa no respondió más que con lágrimas; pero
Gonzalo echó sobre el brazalete una mirada ardiente y
sombría.
Dos dias despues murió el Conde, como habia predicho.
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III.
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Elena se retiró á Sevilla y pasó, en una casa de campo
que poseia allí los dos primeros años de su viudez,
únicamente ocupada de su hijo; la soledad hizo de aquellos
dos hermosos seres uno solo, pues sus almas se confundian
en una tierna y deliciosa simpatía.
La Condesa volvió al fin á Madrid, y pronto se vió
asediada por una córte tan numerosa como brillante.
Desde entónces Gonzalo apareció dominado por una
tristeza amarga y sombría; rehusaba acompañar á su
madre á toda reunion y pasaba los dias enteros sentado
ante un retrato de su anciano padre.
Llegó por fin la hora del amor para la Condesa; el
jóven Marqués de B. conquistó su corazon, que áun permanecia
cerrado á las pasiones, y Elena se abandonó á
la que supo inspirarle el Marqués, con toda la delicia de
la que le siente por la vez primera.
¡Pobre Gonzalo! ¿Qué era entre tanto de él? ¡Ay, ya
no pasaba sólo los dias sentado ante el retrato de su padre;
pasaba tambien las noches, y á la luz vacilante de
su lámpara le parecia ver animarse aquellas facciones
venerables y entreabrirse aquellos labios que tantas veces
le habian cubierto de besos!
Elena, ocupada toda en su amor, nada sabía de esto:
en una ocasion estuvo ocho dias sin ver á su hijo ni preguntar
por él.
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Por fin, la noche del octavo se le ocurrió que podria
estar enfermo, y voló á su cuarto.
¡Habíase quedado dormido de rodillas ante el retrato
del Conde, y Elena se estremeció al ver el estado de demacracion
espantosa de su pobre hijo!
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IV.
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Tres dias despues le participó con blandura que iba á
unirse á otro hombre, asegurándole que jamas le faltaria
su ternura.
--Espero, mamá, que me darás tu brazalete de esmeraldas,
fué la única respuesta de Gonzalo.
--El dia de mi casamiento, hijo mio, contestó Elena.
--No, no, ha de ser ahora, mamá; desde el momento
en que sé que vas á tener otro esposo, debe estar en mi
poder.
Elena, asustada al ver la lúgubre expresion de las
facciones de su hijo, desabrochó el brazalete de su brazo
y se lo dió.
El niño le tomó, dejó caer en él una lágrima y le guardó
en su seno.
Llegó por fin el dia de la ceremonia, á la cual no
asistió Gonzalo; al llegar á casa de vuelta de la iglesia
Elena fué á buscarle á su cuarto; la puerta estaba entornada,
llamó, y no contestándole entró presurosa.
Gonzalo no estaba allí: entró en la alcoba y quedó
petrificada de horror al verle tendido en su lecho, inmóvil
y descolorido.
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La desgraciada madre se arrojó sobre él, tocó su corazon
y estaba helado; fué á tomar una de sus manos, y
entónces ¡vió que tenía asido el fatal brazalete de
esmeraldas!... Pero ¡cosa extraña! faltaban á la alhaja
todas sus piedras, que habian sido desmontadas.
Elena, siempre silenciosa, revolvió por la alcoba sus
secos y extraviados ojos; entónces vió sobre la mesa de
noche un papel, que tomó y devoró con ánsia.
Decia así:
--«Madre mia: Hoy me he tragado una á una las
piedras que componian el brazalete de esmeraldas que
te dió mi padre; no queria ver á otro hombre ocupando
el lugar del que me llamó su hijo, robándome toda tu
ternura.
«No queria tampoco que volvieras á ver esta alhaja,
que hubiera sido para tí un remordimiento perpétuo, ni
he podido dejarla abandonada, porque es para mí una reliquia...
He guardado para el instante que dés el fatal sí
la esmeralda mayor, y ella me ahogará, librándome de
la odiosa carga de la vida.
«¡Adios, madre mia! ¡Sé feliz y perdona á tu hijo!--Gonzalo.»
¡La desgraciada madre salió demente de aquel cuarto,
y un mes despues se la halló cadáver sobre la tumba de
su hijo!
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LAS ARMAS DE LA MUJER.
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I.
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En la época belicosa que atravesamos; en esta época
en que se inventan cañones, fusiles, pistolas; máquinas
de batir ejércitos, medios de arrasar ciudades y todo género
de instrumentos destructores de la humanidad, como
si la vida fuese tan larga y tan exenta de peligros;
en esta época guerrera y valerosa, no parecerá extraño
que yo haga tambien ostentacion de las armas de nuestro
sexo, enumerándolas, elogiándolas y recomendando
su uso constante, para defensa de nuestros derechos y
de nuestro bienestar.
Nuestras armas son numerosas y fuertes, tan fuertes,
que sabiéndolas esgrimir bien, y sobre todo á tiempo,
el guerrero más temible, más audaz y más fiero depone
su lanza, inclina la cabeza y pide gracia y misericordia.
¿Qué loca manía invade hoy las cabezas femeninas al
querer dejar los privilegios del sexo débil, tan bien armado,
tan seguro siempre de la victoria?
¿Por qué quieren ceñir el birrete de abogado ó de doctor,
dejando las blondas y las flores que tan graciosamente
coronan las blancas sienes de la mujer?
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Con la blanda sumision, con la amorosa obediencia
abdican todo su poder, y entregan las armas bellas que
poseen.
Los hombres no las contarán como sus iguales; no es
la ciencia y el estudio lo que da la energía del alma, la
fuerza del carácter, y de poseer estas prendas, la mujer
dejaria de serlo.
Yo no quiero parecerme en nada al sexo fuerte, y prefiero
escudarme con mi debilidad á tener la terrible responsabilidad
de la fuerza.
Obedecer es mucho mejor, más fácil y más dulce que
mandar.
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II.
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Pasemos revista á nuestras armas, ¡oh, mis lectoras!
y la que haya olvidado las suyas, que las prepare y las
tenga prontas para el combate.
La dulzura es el auxiliar más poderoso para conquistar
todo cuanto apetecemos: pues seamos dulces en todo,
en el carácter, en las acciones, en la expresion del
rostro, en las inflexiones de la voz, en la mirada y en la
sonrisa.
Cuando un hombre se deja llevar por la cólera y se
olvida de lo que se debe á sí mismo, una palabra dulce
le desarma y una dulce mirada le avergüenza.
El contraste es la gran elocuencia y la gran leccion de
la vida.
Una dulce sonrisa da las gracias con más verdad que
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una arenga, y una dulce inflexion de voz alcanza más
que todas las instancias.
Todos los poetas han vestido sus canciones inmortales
con el ropaje de la dulzura: ¿qué otra cosa sino su imágen
son la Cordelia, de Shakespeare; la Cossete, de Víctor
Hugo; Mme. de Tecle, de Feuillet, y Corina, de madame
Staël?
La música, ¿nos encantaria si no hubiera en ella dulzura
y sentimiento?
¿Amariamos las flores á no ser por su dulce perfume
y su suave belleza?
El grato ambiente de la primavera ¿no parece reanimarnos
con su penetrante dulzura?
Sí; la dulzura es lo más bello que se conoce y lo que
ejerce un predominio mayor en nosotros, y con el manto
de la dulzura se adorna todo lo que es inmortal; seamos
dulces, aunque tengamos razon para estar resentidas, y
mostremos sentimiento, pero cólera, jamas.
Julieta sedujo á Romeo por su inefable dulzura de carácter:
así lo dice el poeta y así lo demuestra en la deliciosa
escena de ¡Adios! que los dos jóvenes tienen á la
aurora del dia que los separa para siempre, y en la que
la amada dice al amante, para retenerle más, que no es
la alondra la que canta, sino el ruiseñor el que se deja
oir entre las sombras de la noche.
Habrá quien comprenda y ame á la mujer fuerte y
enérgica, y yo siento no ser de ese número para amar de
otro modo nuevo á la mujer; mas áun cuando la voy á
buscar para admirarla al campo del pasado y entre las
páginas de la historia, admiro más á la mártir de las
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oscuras penas del hogar doméstico que á las heroínas
como Juana de Monforte y la Monja Alférez.
Bastantes hombres hay que derraman la sangre de sus
semejantes.
Á las mujeres toca, no herir, sino curar, amar y bendecir.
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III.
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La resignacion es otra de las armas mejores, y á la
vez una de las santas coqueterías de la mujer.
No es la falta de sentimiento; es el sentimiento mismo,
domado, suavizado, embellecido, por decirlo así,
con la dulzura y la paciencia.
No hace mucho tiempo que reconvenia yo á un hombre
de mérito que, casado con una bella jóven, hacía la
córte á otra mujer no tan bella.
Hacíale yo notar que no ganaba en el cambio, y me
respondió:
--Usted se engaña, amiga mia, gano y mucho; mi
mujer tiene un carácter insoportable, y en casa de esa
persona descanso de oirla quejarse de todo; justamente
esa otra no se queja de nada.
--Porque le quiere á V. ménos.
--Pues desearia que mi mujer no me quisiera tanto, y
sería más feliz; cariño que se expresa mortificando, no
sirve para nada.
--¿Y no le remuerde á V. la conciencia de ser infiel
á su mujer?
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--Absolutamente; pasaria muy malos ratos si la viera
resignada y triste, pero dulce; mas ha tomado un camino
que me absuelve; se enoja, se encoleriza, y me
creo en paz con mi conciencia en atencion á lo que me
hace sufrir.
--Si ella supiera que le era V. fiel, no estaria incomodada.
--Lo estaba lo mismo cuando yo lo era; lo ha estado
siempre y siempre lo estará; así es que tanto me sirve
obrar bien con ella como obrar mal, y no veo la razon
de por qué no he de ser yo feliz, haciéndome ella tan
desdichado.
¡Cuánto hubiera ganado aquella pobre mujer por
medio de la dulzura y de la resignacion!
No hay hombre de corazon tan duro que al ver sufrir
á su esposa silenciosa y noblemente por sus extravíos,
no se avergüence de ellos y no procure corregirlos.
La cólera exaspera al sexo fuerte; semejante al clarin
del combate, convida á la batalla y hace desafiar todos
los peligros.
La resignacion es una hija del cielo, tan hermosa,
tan dulce, tan benéfica, que en el alma de la criatura
más afligida, más infeliz y más perseguida, derrama la
tranquilidad y el bálsamo del consuelo; no hay pena que
no dulcifique, ni herida cuyos dolores no alivie.
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IV.
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Réstame hablar de la más bella de nuestras armas; del
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puñalito con cabo incrustado de pedrería y delicadamente
cincelado; del primoroso juguete cuyo resplandor atrae
y seduce.
Esta es... la coquetería.
¿Os asustais? No hay por qué; la coquetería no tiene
nada que ver con el coquetismo.
Es sencillamente el deseo de agradar y el arte de conseguirlo.
La mujer necesita conservar la coquetería para su felicidad,
porque la coquetería es una especie de conocimiento
de su propio mérito, que la induce á realzarlo en
cuanto puede y á aumentarlo con mil graciosos é inocentes
recursos; puede decirse que la coquetería es amable;
puesto que se ocupa de complacer.
Entre una mujer que descuide su traje y su atavío y
una mujer vestida con coquetería, no hay que dudar
cuál de las dos alcanzará más victorias: no será la más
buena, sino la más agradable.
Casi todos los maridos negarán una cosa justa, solicitada
en nombre del derecho por su esposa, y no resistirán
á la vista de un brazo blanco y torneado que se apoya
en su hombro, en tanto que los labios piden por favor
la misma cosa entre dos lágrimas y una sonrisa.
¡Oh, las lágrimas! Las lágrimas á tiempo son otro de
los auxiliares de la coquetería.
Pero las lágrimas vertidas dulcemente, y, sobre todo,
sin cólera, aunque sea con sentimiento.
Ellas son las balas de que debemos servirnos para tomar
las fortalezas más inexpugnables.
La dulzura, la persuasion, la belleza, el llanto; y
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cuando nada de esto baste, la paciencia; hé aquí nuestros
medios de conquista y nuestros recursos diplomáticos
para alcanzar la felicidad en esta vida.
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EL TRABAJO.
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I.
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En medio de todas las amarguras, de todas las penas
de la vida, Dios nos ha dado un amigo, un consolador,
un refugio; amigo fiel que nunca engaña, consolador
incansable y lleno de abnegacion, refugio seguro y jamas
asaltado por las tempestades.
El trabajo.
Dios nos lo impuso como castigo y como ley: mas nos
dió tambien en él un inmenso beneficio, á la manera que
un padre pone en un rincon del encierro donde ha confinado
á su hijo travieso, un alimento sano y nutritivo
que sostenga sus fuerzas.
Las diversiones que el mundo ofrece son impotentes
para calmar los grandes dolores, para consolar las penas
del corazon; el que es verdadera y profundamente desgraciado,
se halla solo con su desconsuelo en medio de
la multitud; sólo ve tinieblas en su interior y en derredor
suyo; la alegría de los demas le fatiga y le parece
un insulto; en el egoismo de su dolor quisiera que la
naturaleza entera estuviese de luto, y se cree con derecho
para exigirlo; su amargura es terrible, inagotable,
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desolada; mas si llega á recurrir al trabajo, si halla valor
para vencer su pena durante algun tiempo y busca á
aquel fiel amigo, está salvado.
Verdad es que las primeras horas le costarán un esfuerzo
supremo; verdad es que durante algun tiempo
desmayará, y el desaliento invadirá de nuevo su espíritu
como una ola negra; mas poco á poco el trabajo le irá
calmando y se irá insinuando como un amigo dulce y firme
á la vez, que le infundirá ánimo y confianza.
El trabajo hace las veces de la familia de que se carece;
del amor que se perdió en el vacío del cansancio ó
en la amargura de los desengaños; de los hijos que duermen
en el sepulcro; de la fortuna que ha naufragado; de
todos los bienes de la vida; llena no sólo el tiempo sino
el pensamiento, y las horas vuelan rápidas cuando el dolor
las hacía eternas.
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II.
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Os voy á referir lo que yo misma he visto, pues el
precepto sin el ejemplo no convence gran cosa.
Conocí á una mujer muy bella y que poseia una fortuna
más que regular; su marido la amaba, y era madre
de dos hijos que adoraban los dos.
Todas sus amigas envidiábamos á aquella mujer; en
su casa sólo habia delicias; la paz, la alegría, moraban
allí; era un compuesto de risas de niños, músicas, flores,
lujo y aromas; la mesa, espléndida, atraia amables y
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risueños amigos; la magnificencia de su salon, amigas
bellas y elegantes; cada uno hallaba en aquella casa lo
que preferia, así es que todos se apresuraban á ir á ella.
Por las noches se reunia una concurrencia tan numerosa
como escogida; se cantaba, se leian versos, se tomaba
té, se hablaba de arte y de todo lo que es bello
y agradable. Luisa, que así se llamaba mi amiga, vivia
en un cielo; así deciamos cuantas personas la tratábamos.
Cuando pasaba con su marido y sus hijos, recostada en
un soberbio carruaje por las anchas calles de la Fuente
Castellana, todos decian:
--Ahí va la mujer más dichosa de Madrid.
De repente la vimos enflaquecer, y sus mejillas perdieron
el bello matiz de rosa; parecia triste y preocupada,
pero á nadie confió el secreto de su pena, que permaneció
guardado en su pecho.
Pocos dias despues de esta mudanza, empezó á correr
un rumor extraño.
Se decia que el esposo de Luisa hacía la córte á una
amiga de su esposa, muy á la moda y muy elegante, aunque
de escasa fortuna.
Una noche Luisa fué al teatro con su marido y algunas
personas llegaron á saludarla. Así que estuvo acompañada,
le dijo aquel que iba á salir un instante y que
volvia; la funcion terminó y Luisa esperaba aún á su
esposo. Tomó su coche y volvió sola á su casa.
Le esperó toda la noche en vano: no volvió.
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III.
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El esposo y la amiga habian huido juntos, llevándose
toda la fortuna.
Sólo se salvó el dote de Luisa, que era corto, pues su
marido se habia casado con ella por amor y no por miras
interesadas.
--¿Qué se han hecho de tantas amigas y tantos amigos
como yo tenía?--me preguntaba un dia Luisa,--todos
han desaparecido con mi felicidad y mi opulencia;
desde que vivo en esta modesta casa, á nadie veo.
--Te quedan tus hijos,--le dije,--no te quejes ni
eches de ménos lo que tan poco vale.
Luisa se resignaba abrazando á los dos niños. De repente
fué el mayor atacado de viruelas malignas; contagióse
el segundo, y en el término de quince dias los perdió
á los dos.
Entónces aquella pobre alma cayó en la más negra
desesperacion.
--Trabaja,--le dije un dia,--ó te matarás.
--¡Trabajar!--exclamó con amargura,--¿para qué?
¿para quién?
--Para distraerte.
--¿Piensas que el coser ó el bordar me distraerá?
--No hablo del trabajo mecánico; ocupa tu pensamiento;
traduce para un editor; y con lo que te dé, socorre
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á los que tienen ménos que tú: eso te producirá dos
bienes: la distraccion y el poder aliviar la desgracia.
Luisa siguió mi consejo; la soledad de sus dias se los
hacía eternos; su dicha habia huido como el humo, para
no volver.
Sabía el inglés y el frances y se puso á traducir.
Cuando se cansaba de este trabajo, tomaba una obra
de tapicería y copiaba de los dibujos que se venden para
este fin, pinturas y paisajes enteros, con una facilidad y
belleza sorprendentes.
Así la combinacion de los colorea y detalles ocupaba
su imaginacion, tanto como su mano.
Luisa sabía dibujar con perfeccion, y utilizaba su talento
dibujando con su aguja.
De todo esto sacaba algun dinero y socorria algunas
desgracias.
Lo que no hubieran alcanzado las diversiones y las
distracciones del mundo, lo consiguieron el trabajo y la
ocupacion contínua.
Luisa se consoló poco á poco de la injusticia de su
suerte, y dejó de pensar en los amigos ingratos y egoistas,
en las amigas que la explotaban sin amarla, y que
huyeron de su lado el dia de la desventura; pensaba en
sus hijos, que le guardaban un sitio en el cielo, y se ocupaba
de aliviar las desgracias ajenas, que es el solo medio
de ser dichoso en el mundo.
Un dia supo que su marido, arruinado por la mujer á
la que todo lo habia sacrificado, se hallaba miserable y
careciendo de recursos. Luisa le envió todos los que tenía,
y redobló su trabajo.
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Su marido, avergonzado, conmovido, quiso salir de
la abyeccion en que estaba, é imitó su noble ejemplo;
buscó trabajo á su vez, lo encontró y fué á llamar á la
puerta de su mujer.
--No hablemos del pasado,--le dijo ésta,--yo no
me acuerdo de nada; me hallas honrada como me dejaste;
trabajemos juntos.
Así se hizo; Luisa siguió traduciendo y bordando; su
marido aceptó un modesto destino, y en breve un agradable
y tranquilo bienestar reemplazó á su pasada opulencia.
Un hijo ocupó el lugar de los que habian volado al
cielo, y fué para los esposos un nuevo lazo. Este niño,
educado para el trabajo, será algun dia uno de los grandes
artistas de quien nuestra patria se envanecerá con
más justicia.
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LA BENEVOLENCIA.
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El ser buena es una ganga;
para ser feliz ser buena.
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.rj
Luis Eguilaz.
.rj
(La Cruz del matrimonio.)
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I.
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¡Oh vírgen celeste, suave, pura, amable, tan adorada
y tan digna de serlo! ¡Oh dulce y modesta benevolencia!
¡Quién no te acogerá en su seno! ¡Quién no te dará un
blando asilo en su alma! ¡Quién no querrá hacer de tí la
compañera de su vida!
Bajo tu blanco velo se cobijan todos los desdichados,
y tu grata sonrisa borra todos los defectos: en vano la
intolerancia te muestra su torva y adusta faz; serena y
apacible, tú le muestras tu tranquila mirada y grata
sonrisa.
Puede decirse que tú haces más bien que la caridad;
porque ésta sólo alivia las grandes desgracias y tú endulzas
las mil amarguras de la vida.
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II.
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No hay nada que más se tema, y por consiguiente que
ménos se ame, que una persona excesivamente rigorista:
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un hombre de carácter duro é intratable inspira temor,
y se desea estar siempre léjos de él; pero si estos
defectos recaen en una mujer, la hacen insoportable y
causan su eterna desgracia.
Es natural suponer en la mujer un carácter dulce, apacible
y blando, un corazon tierno y sencillo, y gran flexibilidad
de voluntad; nadie se admira de que una mujer
sea excesivamente tímida y dócil, pero á lo que nadie
puede acostumbrarse es á ver á una mujer dura é intolerante.
La que se halle dotada de estos hirientes defectos no
conocerá nunca la amistad, ni acaso el amor.
La benevolencia es la llave que abre todos los corazones,
y parece tan natural en la mujer como el perfume
en la flor. ¿No sería extraño que una bella rosa exhalase
miasmas pútridos?
Tan extraña me parece una mujer intolerante y malévola.
¡Cuántas veces ha conquistado una amistad eterna una
sola palabra indulgente!
¡Cuántas el rencor ha caido deshecho como nube de
verano ante una dulce y confiada sonrisa! Hay pocas
personas y pocas acciones que merezcan ser miradas con
rigor y calificadas con dureza: áun en el fondo de los
crímenes se ocultan casi siempre grandes y aterradoras
desgracias.
Una de las reglas más seguras de la buena educacion
es darse por ofendido en sociedad las ménos veces posible;
el ofenderse, ademas de demostrar mal carácter,
humilla al enojado; la verdadera dignidad hace imposible
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hasta el pensamiento de que se le falte, y quita la
susceptibilidad ridícula, dejando la noble é inquebrantable
fortaleza con que debe rechazarse siempre el verdadero
insulto.
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III.
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Es imposible llevar nada en la vida con un rigor extremado,
porque es imposible que los que nos rodean
lleguen á la perfeccion que nosotros mismos no podemos
alcanzar.
La tolerancia, la benevolencia, son necesarias no sólo
con la sociedad y con nuestros amigos, sino hasta con la
propia familia.
Exigir que un hombre abrumado con los cuidados de
la vida sea siempre afable é indulgente, galante, cariñoso
y lisonjero, es una utopia que nunca llegará á verdad,
es una ilusion que jamas podrá verse realizada.
Nadie nace perfecto: el carácter tiene sus alternativas,
como las tiene el corazon: como el mar tiene sus
mareas, como el cielo sus nubes: toda persona que siente
mucho es desigual, porque la variedad de sus impresiones
se refleja en el exterior si no tiene gran dominio
sobre sí misma.
La benevolencia es, pues, uno de los ejes sobre que
gira la felicidad humana; cuando alguna accion desagrada,
es necesario ponerse en el lugar del que nos ofendió
y preguntarnos:
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¿Qué hubiera yo hecho en su caso? Con su educacion
y en sus circunstancias especiales, ¿hubiera hecho otro
tanto?
Este exámen de sí mismo trae, á no dudarlo, la indulgencia.
Á no haber mucha benevolencia, tampoco lograrémos
nunca tener amigos: es preciso tomar á las personas con
sus defectos y sin la pretension de corregirlas: por el
contrario, hay que excusar estos defectos por el recuerdo
de las buenas cualidades: apénas habrá una persona
que no sea apreciable por alguna sobresaliente y bella
dote de corazon ó de carácter.
Las personas más intolerantes y más rígidas aprecian
y admiran á las benévolas y corteses.
Hace poco tiempo oí yo decir á una persona que era
más que intolerante, maldiciente:
--El Sr. N.... es sumamente apreciable y tiene la más
distinguida educacion, porque jamas habla mal de nadie.
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IV.
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La murmuracion, ese vicio que tan arraigado se halla
en la sociedad, y áun en los círculos más elevados y escogidos,
es enemiga mortal de la benevolencia, y la que
hace alarde de ella demuestra, no sólo malos sentimientos,
sino tambien mala educacion.
El tocado, la figura, los modales, las costumbres de
las personas á quienes tratan, ofrecen incesante pasto á
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la murmuracion de algunas mujeres, y no pocas veces
me he preguntado yo si serán tan dichosas que la escasez
de sus propios cuidados les haga pensar tanto en los
ajenos.
Las que así viven, las que de eso se ocupan, deben tener
un corazon muy seco, una cabeza muy vacía y una
casa muy mal arreglada.
La felicidad y el buen órden de una familia exigen
una atencion constante y grande cuidado.
¿Cómo pensará en lo que le concierne quién sólo se
ocupa de investigar y de censurar lo que hacen los demas?
Es de todo punto imposible combinar el deseo de
saber y de criticar vidas ajenas, con el cuidado de la
propia.
La benevolencia trae consigo una dulce paz y una
inefable quietud, porque no habiendo amargura en el
alma es segura la dicha.
¡Hacer bien! ¡Qué grata ocupacion!
¡Pensar bien! ¡Qué noble empleo de la inteligencia!
Disculpar, amar, consolar; ¡qué tres cosas tan dulces
y tan fáciles!
Cuando nos creemos ofendidos, olas de amargura invaden
el ánimo, y la sed de la venganza es como la túnica
de Neso, que abrasaba al que la llevaba consigo.
Una mujer que adoraba á su marido fué no sólo olvidada
de éste, que se aburrió de ella, sino perjudicada en
sus intereses, casi arruinada por él.
--¿Por qué le sufres eso? le preguntaba un dia una
amiga suya, indignada de verla soportar con paciencia
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uno de los ultrajes más duros que puede sufrir una
mujer.
--Porque le amé, respondió la pobre ofendida.
--¿Y hoy le amas?
--Ya no.
--¿Por qué dejas que te arruine?
--Porque le amé.
--Si á lo ménos dijeras que áun le quieres, tendriais
disculpa en tu debilidad.
--Pero mentiria: ya no le quiero; y no obstante, le
quise tanto, que el recuerdo de aquel amor basta para
que le perdone.
--Lo que tú buscas siempre es motivo para no acusarle.
--Es verdad.
--Y cuando no encuentras motivo, hallas pretexto.
--Tambien es cierto: y al obrar así, miro por mi
tranquilidad: no me aconsejes la desesperacion negra,
sombría y desolada: déjame para alivio la benevolencia,
esa suave hija del cielo que cobija mi sueño con sus
alas, que hace dulces lágrimas de los raudales de mi
amargo llanto: siendo indulgente y generosa, soy ménos
infeliz.
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.h2 id=C014
SENSIBILIDAD Y SENSIBLERIA.
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I.
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¿No os ha llamado la atencion alguna vez, lectoras
mias, la errada manera con que generalmente se juzgan
en el mundo, no sólo las acciones, sino hasta los sentimientos?
Raras, rarísimas veces se da á las cosas el nombre
que les corresponde, y esa terrible opinion pública, á que
tanto y con tanta razon tememos todos, tiene ordinariamente
un punto de vista que no puede ser más equivocado.
Se llama, por ejemplo, bondadosa, á una persona
que sólo es amable; dulce, á la que no se cuida de que
el mundo se desplome; cariñosa, á la que hace algunas
zalamerías de rutina, sin pensar jamas en las desgracias
ajenas; prudente, á la que deja ofender con una cobardía
indigna á un amigo ausente; indulgente, á la que mira
con indiferencia los yerros y áun las faltas de las personas
que deben serle más amadas, y así se juzga de todo
lo demas.
Por lo que toca á la mujer, la opinion pública anda
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aún más descaminada: la modestia y áun la dignidad se
toma muchas veces por escasez de inteligencia, al paso
que se da el nombre de talento á la osadía para hablar de
todo, bien ó mal.
Pero dejando las várias equivocaciones que tanto daño
hacen al sexo débil, vengamos al asunto que es objeto
de este pobre artículo; es decir, á la definicion de
una especie que abunda mucho y que merece ser conocida.
Voy á hablar de las sensibles y de las sensibleras, y
quisiera hacerlo de un modo que aquéllas y éstas quedasen
en el lugar que les corresponde, para que no se pudieran
confundir en adelante como hasta hoy.
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II.
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La sensibilidad es uno de los más bellos atributos de
la mujer, y sin ella puede decirse que no tiene de mujer
más que el nombre.
Pero aquella bella y dulce cualidad no se da á conocer
por alardes contínuos: una pequeñez la descubre, y acaso
ni ella misma sospecha que existe: la sensibilidad es
una compasion natural y tierna de las penas y de los
dolores de los otros; es el deseo de ayudarlos; es el generoso
anhelo de la felicidad ajena: una lágrima es á
veces un testimonio irrecusable de la sensibilidad del
corazon: el cuidado de los animales indefensos, el cariño
que se les profesa lo es tambien: no hay ninguna
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persona verdaderamente sensible que maltrate á un
animal.
Hace pocos dias fuí yo á ver á una jóven muy bella
que conozco: su aire de hada, la delicadeza encantadora
de sus facciones, la dulzura de su voz y la elegancia
de sus modales, hacen de ella, más bien que una
mujer, una sílfide: ademas está siempre hablando de su
sensibilidad: jamas va á ver un drama, porque se pone
mala: las emociones, segun ella dice, la matan, y se
queja contínuamente del corazon.
Cuando yo llegué á su casa se me hizo entrar en una
pequeña habitacion, donde se hallaba: delante del balcon,
y acostada en un canastillo, habia una gata rodeada
de cuatro hijuelos que habia dado á luz: la sílfide eligió
el de la piel más bonita, y señaló los otros tres á un
criado, diciéndole:
--Vaya V. ahora mismo á tirarlos léjos de aquí.
Este rasgo acaso parezca insignificante á muchas personas:
¿qué importa, en efecto, la vida de tres animalillos
recien nacidos?
Nada á primera vista; y sin embargo, yo no he podido
ya estimar á la delicada persona que decretó la muerte
de aquellos infelices bichos, con la sonrisa en los labios,
con tan perfecta tranquilidad.
Una mujer sensible puede alumbrar sin palidecer
para que corten un brazo á una persona querida, si de
esto depende la conservacion de la vida de aquella persona,
y no será extraño que al ver á un anciano tenderle
una mano en demanda de una limosna prorrumpa en
lágrimas.
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Una frase de un drama ó de un libro humedece á veces
los ojos de una mujer, y (bueno es decirlo en loor
suyo) los ojos de un hombre tambien; y sin embargo,
acaso esta mujer y este hombre no se habrán sabido desmayar
en toda su vida, ni habrán dicho ninguna frase
pomposa y estudiada.
Dejemos á las sensibles para acudir á las sensibleras,
no sin asegurar ántes que la sensibilidad es silenciosa y
se oculta en el misterio y en la sombra.
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III.
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--¡Oh! ¡Yo soy muy sensible! ¡No puedo pasar por
delante de la casa donde viví con mi pobre marido!--decia
hace poco tiempo delante de mí una viuda bonita
y muy coqueta.
--¡Ah! ¡Sacadme, sacadme de esta casa! gritaba otra
jóven á quien tambien conozco, ¡no quiero estar en ella
durante la agonía de mi padre!
--Y sin embargo, mi querida sobrina, objetó una hermana
del que agonizaba, ¡tu padre moriria más tranquilo
si pudiera verte hasta el último instante!
--¡Oh! ¡Pero yo sufriria horriblemente!
La anciana señora se encogió de hombros, y una amarga
sonrisa entreabrió sus labios.
La hija salió de la casa, conducida por una amiga
que elogiaba su sensibilidad, y el padre murió sin el
consuelo de fijar su última mirada en los ojos de su hija.
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Cualquiera podria pensar que aquella jóven ha deplorado
el no haber recibido el último abrazo de su padre;
pero nada de eso: se creyó en su derecho huyendo de un
espectáculo que la hacía padecer.
En cambio, estas personas que nada sienten, que por
nada se conmueven, padecen de convulsiones, desmayos,
síncopes y risas nerviosas, en tales términos, que su salud
está siempre quebrantada, y que es preciso mimarlas
de contínuo y sin descanso.
Las sensibleras creen que todo se les debe de justicia:
yo he escrito una novela titulada El Sol de invierno, en
la que pinté una de esas mujeres monstruos de egoismo
con cara de ángel, y algunas de la especie se han visto
retratadas allí con sobrada fidelidad, lo que no es extraño,
porque el retrato estaba tomado del natural y estudiado
en sus detalles.
En este libro, Gertrúdis á los veinticinco años ve
partir á su marido á Cuba, y no llora por no estropear
sus bellos ojos, pues tiene que asistir al siguiente dia á
un baile: confia despues la educacion y el cuidado de sus
hijas á una aya, porque le hacen sufrir horriblemente las
dos niñas con los cuidados que exigen: doce años despues
es una de las mujeres más á la moda de Madrid, y
la llaman Tulita, gastando su caudal en mantener parásitos
y amigas íntimas, que contemplan su sensibilidad y
la llenan de mimos: y diez años más tarde se convierte
en santurrona, pasándose las mañanas en oir misas y las
tardes en rezar trisagios, dejando á sus hijas que pasen
á su vez el tiempo como mejor les parezca, y evitándose
cuidados que le hacen sufrir mucho.
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Este retrato es el de muchas sensibleras, de voz melosa
y plañidera, de gestos sentimentales, y que en el fondo
de su alma no aman ni estiman á nadie, ni reconocen otro
deber que el de mirar por sí mismas y cuidar su extrema
impresionabilidad.
Muchas de esas señoras no saben si su marido tiene
disgustos, ni á qué hora sale de casa, ni á la que vuelve:
ignoran si sus hijos estudian, y si sus hijas leen libros
peligrosos: son tan sensibles que se ahorran toda clase
de cuidados.
--¡Oh! decia hace pocos dias delante de mí una sensiblera:
¡no hay nada mejor en el mundo que aproximarse
todo lo posible á la piedra! ¡Para conseguirlo trabajo yo
todo lo imaginable!
--Pero ¿y los goces del sentir? le preguntó una persona
de su familia, riéndose por adelantado de la respuesta
que iba á darle.
--¡Oh! ¡Sentir es el castigo de la humanidad! ¡Sólo
el que no siente es feliz!
--¿Entónces los chopos y los alcornoques son muy
dichosos, segun tú?
--¡Alcornoque quisiera yo ser!
--¡Y lo eres! murmuró la otra dama con una burlona
y graciosa sonrisa.
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IV.
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¿Habeis visto alguna carta de una sensiblera?
¡Qué estilo tan romántico!
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¡Qué profusion de exclamaciones!
¡Cuánto! ¡Ah! ¡Oh! ¡Ay!
¡Qué lacrimosas frases!
¡Qué períodos tan tiernos, tan exagerados, para decir
la cosa más trivial y más pequeña!
El tormento que esas personas imponen es irresistible:
es preciso amarlas mucho, porque, segun dicen, para ellas
el amor es la vida; y hay que compadecerlas de contínuo
por sus males imaginarios.
La sensibilidad verdadera, por el contrario, es pudorosa
y reservada; se explica casi siempre por una lágrima
furtiva, y enjugada ántes de que nadie se aperciba de su
aparicion.
Una mujer verdaderamente sensible se desmaya y
grita pocas veces; pero es fácil que se muera de dolor
con la sonrisa en los labios, y haciendo la dicha, miéntras
viva, de cuantos la rodean.
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LA IMPACIENCIA.
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I.
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Dice no sé qué pensador profundo, que de casi todas
nuestras desdichas debemos pedir perdon al cielo.
Lo que quiere decir, que de todas nuestras desdichas
tenemos nosotros la culpa.
Esto parecerá aventurado y duro; y sin embargo, reflexionándolo
bien, se ve que dicha afirmacion encierra
una gran verdad.
Hay dos cosas que se pagan caras en el mundo, y que
tienen su castigo próximo y cruel: la impaciencia y la
necedad.
Muchas empresas han abortado por no tener un poco
de paciencia. Hay quien lleva á cabo una grande obra, y
acabándose su paciencia cuando llega á los últimos detalles,
pierde todo cuanto en ella ha trabajado.
La perseverancia ha alcanzado triunfos increibles.
Una persona de muy pocos alcances puede llegar con la
constancia adonde no llega el más luminoso y elevado
talento, y es que por lo regular al gran talento va unida
la carencia de perseverancia y de fe.
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Por el contrario, una inteligencia limitada se reconoce
incapaz de hacer grandes cosas, y se aplica con todas
sus fuerzas á lo que emprende.
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II.
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Es muy comun en el mundo hacer juicios errados y
equivocar lo que es consecuencia de altas cualidades del
espíritu con defectos de carácter.
No hace mucho tiempo que oia yo á unas jóvenes
quejarse de que su madre tenía mal genio, y esto lo oia
por la milésima vez.
Nunca habia querido discutir con aquellas personas,
temiendo que acaso no comprendiesen lo que iba á decirles;
mas la acusacion esta vez me pareció más injusta
que otras, ya por la particular disposicion de mi ánimo,
ya porque era más claro el error de aquel aventurado
juicio.
--Vuestra madre, dije, no tiene mal genio, y vosotras
la juzgais con injusticia.
--¿Pues no ves, me respondieron, cómo se enfada?
¿Nos podrás negar que su carácter es impaciente?
--No, porque lo es.
--Y el ser impaciente, ¿no equivale á tener mal
genio?
--Es muy distinto; vuestra madre se impacienta porque
la herís; porque es excesivamente sensible, y porque
la lastimais de contínuo. ¿No habeis reparado que la
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menor palabra vuestra la tranquiliza y la aplaca? Pues
el carácter que se doblega así no es malo.
--¿Querrás decir que lo tiene dulce?
--No, lo tiene impaciente, y ése es un mal más bien
para ella que para vosotras. Vuestra madre siente con
vehemencia y expresa con sinceridad: eso es todo.
--Y nos hace á los demas completamente infelices
con esas dotes.
--No sostendré lo contrario; pero lo que os hace infelices
es la exageracion de esas dotes, y, sobre todo, la
impaciencia, que es consecuencia inmediata.
En efecto: si aquella madre hubiera sabido reprimir
la impaciencia, sus hijas la hubieran amado mucho
más y estimado mucho más tambien de lo que la estimaban.
Hay personas muy pacientes y hasta muy apacibles;
pero es porque no sienten. Todo lo miran con indiferencia,
y aunque el mundo se desplome, si salvan su individualidad
no pasan pena alguna. Su semblante no se
contrae jamas, la sonrisa no desaparece de sus labios y
se hallan siempre en una perfecta tranquilidad moral y
material.
La impaciencia les es perfectamente desconocida, y es
que, como nada les interesa, por nada se apresuran,
pues, lo repito, miran ante todo por su individuo.
Estas personas pasan generalmente por muy buenas,
muy bondadosas, muy angelicales, cuando no son más
que... muy impasibles.
Si la paciencia fuese nuestra fiel é inseparable compañera,
seríamos, á no dudar, muy dichosos, porque
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cuando no reside en el alma, ésta se halla amargada,
sufre, se queja, y ve todas las sinrazones con cristal de
aumento.
Por el contrario, la paciencia es un estado de perfecta
quietud: el que sabe esperar y sufrir, lo sabe todo; y en
cuanto á las mujeres, la paciencia es la más adorable de
las virtudes que pueden poseer.
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III.
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Oponiendo la paciencia á la injuria y á la sinrazon se
han conseguido grandes resultados: una mujer desdeñada
de su marido, sólo con la paciencia puede volver á
conquistarle, porque la paciencia es la suave valla que
impide romper los diques al decoro y que conserva la
dignidad en el interior de la familia.
En tanto que media el respeto y la consideracion
entre los esposos, no hay que temer que se derrumbe el
edificio conyugal; pero la impaciencia de la mujer es
lo que le hace muchas veces venirse al suelo; la impaciencia
hace acudir á los labios las palabras descompuestas
y duras, las injurias y los denuestos; la
impaciencia acrece los defectos, y ve, como ya dije,
con cristal de aumento las faltas más leves y más ligeras.
En muchas ocasiones, la paciencia equivale á un rasgo
de talento, porque vale mucho más aparentar que se
ignoran las faltas que impacientarse por ellas.
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Mas donde la impaciencia causa un daño horrible es en la
educacion de los hijos: la dignidad paternal y maternal
dependen, sobre todo, de la gran calma y serenidad
del ánimo: el padre, y áun más la madre, que se
descompone delante de sus hijos, baja de su alto puesto,
y dejándole, no puede exigir que los demas se lo conserven.
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IV.
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Si las mujeres no hallásemos en nuestra razon y en
nuestro corazon bastantes motivos para obligarnos á
tomar el partido de la dulzura y de la complacencia, deberíamos
pedirlas á la habilidad: ésta nos enseñaria, en
efecto, que la violencia puede imponer ciertos sacrificios,
pero que el que los lleva á cabo se sustrae más pronto
ó más tarde á esta dura dominacion: la habilidad en defecto
de la bondad nos impone la paciencia y el disimulo
de las contrariedades, y en las personas que saben
discurrir, la habilidad inspira concesiones equivalentes
á las que impone la abnegacion.
¡Qué grandes cosas ha producido la santa, la modesta
paciencia! ¡Cuántas gloriosas empresas ha deshecho la
falta de aquélla! Aun en las cosas más triviales de la
vida vemos muchas veces que la impaciencia es un daño
muy grave.
--Este vestido no ha quedado bien, porque no he
tenido paciencia para terminarle, dice una jóven
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avergonzada del mal efecto de su traje entre otros
bien concluidos.
--Tenía tal impaciencia al ver que no venía mi modista,
que no he querido salir, y he pasado una tarde
aburridísima, añade otra.
--Es tanto lo que me impacientan mis criados, que
estoy siempre mala, y ademas, los cambio todos los dias,
oí decir hace poco tiempo á una señora.
Está, pues, probado, que la impaciencia, más bien
que hacer daño á la persona que la inspira lo hace á la
que la siente, y que debe dominarse como un azote de
nuestra existencia.
La impaciencia aumenta todos los defectos de las
personas que nos rodean, y léjos de hacernos amar, nos
hace odiosos y temibles, porque no hay persona constantemente
descompuesta é impaciente que inspire cariño,
confianza y estimacion, ni á sus amigos ni áun á su
propia familia.
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LA CARIDAD.
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I.
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Hay un consuelo para todas las penas de la vida: un
bálsamo para todos los dolores: un rayo de sol que disipa
todas las tinieblas que incesantemente oscurecen el
horizonte de nuestra existencia: la caridad.
Se han visto personas cuyo corazon se hallaba yerto y
marchito á fuerza de sentir amargos sinsabores, que en
el ejercicio de esta virtud han hallado un consuelo supremo
é inagotable, y que en pos de la caridad ha venido
á visitarles la esperanza, esa hermosa mensajera del
Dios de las misericordias.
La caridad es un beneficio para el que la ejerce, porque
nada es tan consolador como el espectáculo del bien
que se ha hecho, de la felicidad que es obra nuestra y
que ha reemplazado al llanto de la desesperacion.
La caridad lleva en su manto el consuelo y la alegría.
El que la ejerce ama á Jesucristo en el mendigo andrajoso
y macilento, en la enferma anciana y desvalida, en
el niño lloroso y abandonado.
¡Oh caridad! la pureza inmaculada de tu ropaje y la
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blancura de tus alas toman nueva brillantez al rozarse
con la miseria que procuras y consigues aliviar. ¡Tú extiendes
tanto tus beneficios que es imposible señalarles
un término! ¡No te contentas con dar pan al hambriento,
con vestir al desnudo y con prestar consuelo á todos
los dolores! ¡Perdonas ademas todas las penas, y no hay
injuria que no haga olvidar tu plácida dulzura!
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II.
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La caridad es un deber para todos, pero este deber se
convierte en una satisfaccion muy dulce para la mujer,
porque es innegable que la mujer ha nacido con un caudal
más rico de sentimiento que el que ha sido otorgado
al hombre.
El destino, la principal ocupacion de la mujer, es el
amor. ¿Y qué otra cosa es la caridad que un amor grande,
generoso y purificado?
El cálculo y el trabajo constituyen la vida del hombre:
la de la mujer está consagrada, como ya dije, al
amor.
La caridad debe ser, pues, una ocupacion en la mujer,
por avenirse mejor con su organismo y con el destino
que el cielo la ha deparado sobre la tierra.
Á la mujer que reciba en su pecho á esa bella hija de
la religion, Dios la colmará de dicha y de prosperidades:
con la caridad vendrán la esperanza y la fe, y su vida
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será feliz y estará exenta de pesares, pues no hay dolor
que no endulcen esas hijas del cielo.
¡Feliz aquélla que las abriga bajo su techo!
¡Feliz la que consiga que se reclinen en las cunas de
sus hijos!
¡Feliz la que les rinde el amoroso culto que merecen!
Las malas pasiones no desgarrarán jamas su seno; la
felicidad no se apartará de su hogar, porque la felicidad
reside en nosotros mismos, y sólo una conciencia pura
puede darla.
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III.
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Si por vuestro daño habeis nacido con una imaginacion
ardiente, no la atormenteis con sueños vanos, lectoras
mias.
El poder y la gloria no se han hecho para la mujer;
su poder está en el ascendiente que pueden darle su dulzura
y el exacto cumplimiento de sus deberes; su gloria
en la práctica de las virtudes, y su felicidad depende en
gran parte de las dulces emociones de la caridad.
Siembre la mujer beneficios en derredor suyo, y los
desgraciados á quienes consuele implorarán para ella
las bendiciones del cielo; cuide del huérfano, y el Señor
de todo lo creado conservará la hermosura y la salud de
sus hijos.
Practicad segun vuestro estado la santa caridad, y las
lágrimas que enjugueis serán recogidas en una copa de
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oro por el ángel de vuestra guarda, y se convertirán en
perlas que servirán para tejeros una corona en el cielo.
La caridad extenderá su manto sobre vuestras cabezas
para protegeros contra la desgracia, y despues que hayais
pasado á una vida mejor, cubrirá con él vuestros
sepulcros y hará brotar en ellos flores hermosas, imágen
de vuestras virtudes.
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EL VERDADERO TALENTO.
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I.
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Entre las infinitas cosas que se confunden en el mundo,
hay dos que lo están casi siempre, y que difieren
tanto entre sí, como una malva loca de un hermoso rosal,
esmaltado de sus incomparables flores.
Estas dos cosas son la osadía y el talento.
El talento es bello y luminoso: hijo del alma, ni grita,
ni hace ruido, ni rivaliza, ni lo necesita.
La osadía no va jamas solitaria por el mundo: le
acompañan el charlatanismo, la vanidad, el afan de figurar,
el lujo y lo que se llama en lenguaje gráfico, aunque
no sea muy castellano, la cursilería, que es el empeño
de aparecer, en primer término.
Nada hay más cándido, más noble, más leal, que el
verdadero talento: la osadía le engaña con su malicia
siempre que quiere, porque el talento se mece en regiones
ideales y no entiende nada de las miserias y pequeñeces
de la vida; vuela y no rastrea; da y no calcula;
sufre y no se queja. No conoce la envidia, porque,
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grande por sí mismo, se basta para abrirse ancho y
hermoso camino, que al cabo le ceden las medianías
que han querido cerrarle el paso.
Como se da el nombre de amor, profanándolo, á muchos
sentimientos que nada de semejante tienen con
aquél, se da tambien el nombre de talento á muchas cosas
que, como la osadía, son graves defectos de carácter
y de educacion.
De una mujer habladora, sin saber lo que decia, he
oido asegurar que tenía mucho talento; he oido aclamar
el talento de otra mujer cáustica, burlona y maldiciente,
y bautizar tambien con el nombre de talento la manía de
intriga, la tenacidad para conseguir sus fines y la falta
de dignidad de muchas otras.
--Concha tiene mareado al señor de Castro,--decia
hace pocos dias una amiga mia á otra señora,--se casará,
y hará de él lo que quiera. ¡Qué talento tiene esa muchacha!
--Los hombres que se dejan marear ó engañar, que
es la misma cosa,--repuso su interlocutora,--son tontos,
y no es gran hazaña el aturdirlos, ni cuesta gran
trabajo.
En efecto, no hay en el mundo un marido peor que un
hombre engañado, de cuyos ojos ha caido la venda.
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II.
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Hay dos clases de talento, aunque ambas forman un
todo que, cuando alguna mujer lo llega á poseer,
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constituye el bello ideal de nuestro sexo: mas aunque
sólo posea una de estas dos clases, puede ya ser amada
y estimada en alto grado.
Aparte del talento artístico, que es el primero y más
brillante, aparte del talento que crea y embellece, del
talento literario, en fin, está el talento de la vida, el talento
de saber llevar una existencia decorosa y honrada,
de cuidar su casa y sus intereses.
Este talento hace tomar el lado bueno en todas las
cosas de la vida y huir el malo; enseña el modo de unir
la exquisita distincion á la prudente economía; la dignidad
á la bondad; el órden, que es la gracia, con la
amable libertad del espíritu, que no conocen los caractéres
sistemáticos y meticulosos.
Este talento es el que más conviene á la mujer; el
artístico no se elige. Dios lo da ó lo niega, segun sus
altos designios; pero el talento de la vida puede adquirirse,
y es indudable que se adquiere con la reflexion y
hasta con la práctica del mundo.
Ya la educacion de la mujer se ha hecho más extensa,
y su ilustracion va tomando cada dia más rápido vuelo:
ya la mujer lee, y, como consecuencia natural, comprende
muchas cuestiones sociales, puede reflexionar acerca
de ellas, y puede ser la compañera y la amiga del hombre
y el primer Mentor de sus hijos.
La vida tiene una doble fase: el lado serio (y éste es
el más importante) y el lado frívolo, ligero y agradable.
El verdadero talento de la mujer consiste en llenar los
deberes que los dos imponen; consiste en cuidar del gobierno
interior de su casa, de la dicha de su marido, de
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la educacion y bienestar de sus hijos: mision que no
puede llenarse sin una razon clara y sin una tranquila
fortaleza de espíritu.
En el terreno práctico de la vida, la cólera y los arrebatos
que ésta produce no sirven para nada; son precisas
la prudencia, la calma, la reflexion, gran suma de
dulzura y de paciencia, y no menor de fortaleza y dignidad
de carácter: con la diplomacia se consigue mucho:
con la fuerza no se alcanza nada.
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III.
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La parte más frívola de la vida es quizá la que hace
más agradable á la mujer, y áun añadiré, sin temor de
equivocarme, que es lo que la hace más amada.
Porque, fuerza es confesarlo en detrimento de la fortaleza
humana, la virtud desnuda de atractivos seduce
poco, generalmente hablando, y una mujer agradable
obtiene tantas simpatías, por lo ménos, como una mujer
buena.
La elegancia es uno de los mayores atractivos de la
mujer, y es desde luégo un atractivo mucho más poderoso
y durable que el de la hermosura.
Para ser elegante una mujer no debe nunca competir,
sino distinguirse; la competencia es un escollo odioso; la
distincion es una gracia y una gran prueba de talento.
La competencia provoca enemistades; la distincion atrae
el afecto y hasta la admiracion.
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Así, pues, mis queridas señoras, no imiteis nada; inventad,
y si teneis un poco de buen tacto y de buen gusto,
seréis vosotras las imitadas.
Si teneis pocos medios de fortuna, el sistema de no
imitar os librará de muchos sinsabores; y desde luégo
os impedirá el sentir los dolores intolerables de la envidia,
madre infernal de la competencia; en vez de caer
en el género cursi, que es el querer aparentar lo que no
se tiene, arreglad vuestra casa de un modo que esté en
relacion con vuestros medios, y vestid con arreglo á los
mismos; el aseo y la elegancia se hallan al alcance de
todos.
Cuando una mujer debe asistir á una reunion de personas
donde se sabe de antemano que el lujo ha de ser
espléndido, dará una gran prueba de talento vistiendo
con una sencillez tal, que haga contraste con todas las
maravillas adonde no puede ni debe llegar; la sencillez
en ese caso será una gran distincion.
Lo que no puede suprimirse jamas es el decoro, la
gracia y la modestia, que es el adorno más bello de la
mujer y la hija encantadora del verdadero talento.
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IV.
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El verdadero talento tiene una magia que no posee el
talento sólo de apariencia: todo lo ilumina, todo lo embellece,
todo lo suaviza, y puede decirse que lo alcanza
todo.
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No es sólo una gran penetracion y un entendimiento
extraordinario lo que lleva á cabo grandes obras morales,
empresas difíciles ó negocios arriesgados; es preciso
utilizar todos estos recursos en tiempo y ocasion oportunos;
es preciso no malgastar las fuerzas, cuando hay
que reservarlas para ocasiones más importantes ó más
decisivas.
Esto es lo que adivina el talento, porque su intuicion
es maravillosa; sabe hacer tres cosas que parecen insignificantes
y que tienen, sin embargo, importancia suma
en la vida y en el logro de todas las empresas.
Estas tres cosas son: callar, escuchar y esperar.
¡Callar! ¿qué elocuencia hay en algunas ocasiones,
comparable á la dignidad, al dolor ó al desden del silencio?
¡Escuchar! ¿dónde hay complacencia más amable que
la de oir pacientemente los proyectos de un sabio, las esperanzas
de un poeta, ó las quejas de un desgraciado?
¡Esperar! ¡cuántas dulzuras encierra esta palabra!
¡qué consuelo para las penas! ¡qué grato y poderoso antídoto
para la impaciencia!
Estos tres grandes recursos los posee el verdadero talento;
se doblega sin humillacion, acaricia para conseguir,
y le sirven, no sólo para las cosas grandes, sino
tambien para lo que se llama pequeñeces, y que en la
vida de la mujer ocupan tan gran lugar.
El verdadero talento se aviene á todo, se doblega á
todas las situaciones, y pone constantemente en práctica
esta gran verdad de un gran escritor.
«Se debe aceptar de buen grado todo aquello que es
irremediable.»
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La familia, la amistad, el hogar doméstico, la fortuna,
todo gana, todo está bien conducido, todo está floreciente,
todo está bien y bellamente ordenado, cuando
la mujer posee, no el talento que brilla, que deslumbra
y que se agita, sino el bello, el grato, el tranquilo y modesto,
en fin, el verdadero talento.
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LA TIMIDEZ.
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I.
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Voy á hablar de un defecto que perjudica de una manera
extrema y lastimosa á los pobres seres que le padecen,
y señaladamente á las mujeres, en cuyas blandas
y suaves naturalezas se arraiga de una manera terrible.
Nada más léjos de mi deseo que el ver el atrevimiento
en una jóven residiendo en todo su sér como en morada
propia; la mujer debe ser modesta, reservada, tímida en
muchas ocasiones; pero la timidez extrema le causa tambien
un grave perjuicio y oscurece muchas veces, no sólo
sus gracias, sino hasta sus buenas cualidades.
Voy á trascribir aquí la carta que una jóven, amiga
mia, me escribe acerca del ridículo que ha caido sobre
ella, por no saber vencer su timidez extremada.
«Fuí invitada á comer, me dice, á casa de los señores
T...., que tienen tres hijas de mi edad, y no puedes
figurarte cuánto dí que reir, y la serie de torpezas que cometí
á causa de mi invencible cortedad de genio.
»En vano fué que mi madre me amonestase ántes de
salir y que emplease toda clase de advertencias, á fin de
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precaverme contra mi enemigo; yo me creia fuerte en
casa porque habia ensayado dos ó tres cortesías; tenía
pensado todo cuanto debia hablar; pero ¡ay, amiga mia!
¡qué gran diferencia hay de la teoría á la práctica, y cómo
he visto que el aplomo debe tenerse sobre el terreno
y que no basta todo el que tenemos en nuestro gabinete,
porque éste desaparece cuando más falta nos hace!
»Cuando entré, toda la familia se hallaba reunida en
la biblioteca. Esta familia consta de la madre, dama elegante
y acostumbrada al trato de la sociedad más distinguida;
del padre, caballero lleno de cortesía y de benevolencia,
y de tres jóvenes, amables, dulces y bien educadas.
»Cuando entré, el portero hizo sonar una campana
anunciando visita; pero yo, que me forjo terrores á cada
instante, creí que era la del comedor y que por mí se esperaba
para sentarse á la mesa, y ya subí la escalera
con el corazon oprimido.
»Al entrar en la biblioteca lo hice con tanta prisa que
pisé al pobre Sr. T.... de una manera tal, que le hice dar
un grito: este accidente aumentó mi turbacion de un
modo indecible; me incliné para saludar á la señora de
la casa y tropecé con un velador, el que se tambaleó, y
hubiera caido al suelo á no haberlo sostenido la mayor
de las jóvenes.
»La cortés y benévola acogida de toda la familia me
tranquilizó algun tanto; cada uno se esforzó para hacerme
olvidar mi torpeza, y yo admiré profundamente el
poder de la buena educacion, que dió fuerzas al Sr. T....
para ocultar el dolor físico que mi pisada debió causarle,
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y que se tradujo por el grito que en el primer instante
no pudo retener, y que todos oimos.
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II.
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»Hablamos de las obras nuevamente puestas á la venta,
y el señor T.... me enseñó una de la cristiana y dulce
escritora belga Mad. Bourdon, tan poco conocida como
digna de serlo; señalóme en un estante un volúmen elegantemente
encuadernado, diciéndome que aquélla era
su última produccion; yo quise tomarla; el buen señor
fué á adelantarse á mi deseo; pero yo, para no molestarle,
alargué vivamente el brazo; el libro pesaba ménos de
lo que era de esperar, atendido su tamaño; salió con violencia,
cayó en el mismo velador que ya estuve yo para
tirar al suelo, y derribó un tintero que sobre él habia;
todos echaron á broma el suceso y me dijeron que no
tuviese pena ninguna; pero yo vi la tinta caer sobre la
alfombra, y sin saber lo que hacía, trémula, confusa,
yerta de terror, me incliné y... ¡oh colmo de ridiculez!
me puse á recogerla con mi pañuelo; tal era mi turbacion
y mi dolor por mi torpeza.
»En el mismo instante un criado vino á anunciar que
la comida se hallaba servida, y yo le vi contener la risa
al advertir lo que estaba haciendo; encarnada como una
grana seguí al comedor á la familia; la señora T.... me
daba el brazo y me colocó entre ella y su hija mayor,
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graciosa y dulce jóven, cuya modestia nada tenía parecido
á mi torpeza y timidez excesivas.
»La amabilidad de la señora de la casa empezaba á
tranquilizarme, cuando el mal genio que me perseguia
me dió otra prueba de su encarnizamiento contra mí;
habia yo colocado el plato de sopa demasiado cerca del
borde de la mesa; al volverme para contestar á una
pregunta de mi vecina, la señorita de la casa, que admiraba
mi cuello de encaje, dejé caer el plato con todo su
contenido sobre mi falda; á pesar de haber empapado
mi servilleta y otras várias que me fueron ofrecidas, mi
traje verde luz se inundó de aquel líquido craso y todavía
hirviente; recordé entónces el valor con el cual el
dueño de la casa habia disimulado el dolor que mi pisada
le habia ocasionado, y puse de mi parte todo lo posible
para imitar su tranquilidad.
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III.
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»Una de las señoritas me suplicó que le acercase un
asado colocado cerca de mí; en mi afan de complacerla
puse en la boca un pedazo de budin que tenía en el tenedor
sin pensar en que estaba abrasando; entónces me
fué imposible disimular mi tormento; la garganta se
quemaba conforme iba pasando por ella el budin; los
ojos se me querian salir de las órbitas; cada uno de los
presentes me propinó un remedio distinto: el uno me
aconsejaba vino, otro aceite; yo pedí agua, y un criado
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trajo un vaso lleno; pero sea que se equivocase, sea que
el traidor quisiera burlarse de mí, me trajo aguardiente
en vez de agua fresca; lancé un grito, y el líquido
salió por las narices y por mi boca en un acceso de tos;
la señora riñó á su criado; ciega con el dolor de la quemadura
y del aguardiente, llevé á la cara el pañuelo con
el que habia secado la tinta; una risa general estalló
entónces, porque la más exquisita cortesía no bastaba
ya ante tanta ridiculez, y huí á mi casa sin despedirme
de nadie y loca de dolor.
«¡Oh invencible timidez! Yo te maldigo como á mi
más cruel enemigo.»
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IV.
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La carta que precede dice más que cuanto yo pudiera
encarecer, acerca de la necesidad de adquirir aplomo y
serenidad de ánimo en el trato social.
La soberbia es muy culpable; pero tambien es digna
de censura la absoluta falta de confianza en el propio
mérito, que conduce á una timidez invencible.
Es necesario apreciarse de una manera equitativa,
saber conservar su dignidad y no desestimarse por completo,
dando á los demas un exceso de consideracion y
de condescendencia, porque las más bellas disposiciones
desaparecen cuando una excesiva timidez se apodera de
nuestro espíritu y nos arrebata la serenidad y la facultad
de discernir.
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Hay algunas personas tan excesivamente tímidas, que
no saben jamas qué hablar ni qué postura adoptar en
visita; para estos pobres seres, el trato, lazo de seda
que une á la gran familia humana, es un tormento insoportable:
como nadie ama lo que le mortifica, huyen de
hacer y de recibir visitas, convirtiéndose su cortedad de
genio en una grosería que les enajena todas las voluntades,
y en una feroz misantropía.
En la mujer es casi preferible que se estime demasiado
alto á que se estime demasiado poco: de la gran estimacion
de sí misma nace la dignidad, la aversion á las
familiaridades y á las habladurías, y hasta una gran
virtud; pero la timidez, cuando es en grado exagerado,
la lleva, no sólo á las ridiculeces que á mi pobre amiga,
sino á otros extremos más graves.
Poco tiempo hace que estando yo de visita en un salon
donde se hallaban reunidas várias personas, oí criticar
amargamente á una bella señora que no se hallaba
allí, pero que yo conocia de vista.
Todos los presentes dieron un arañazo más ó ménos
grande en aquella reputacion indefensa: la frialdad de
mi semblante y mi silencio protestaron contra la cobardía
de la agresion.
Cuando me levanté, una amiga que allí se hallaba
salió conmigo.
--¿Por qué has callado--le pregunté indignada--al
oir censurar así á una persona que tratas? Más bien;
¿por qué has hecho coro con todos esos necios de mala
intencion, con todas esas envidiosas?
--¿Y qué querias que hiciera? respondió: yo no tengo
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el valor de ir contra la corriente de todos: no me atrevo
á tanto.
--¡Qué indigna cobardía! exclamé llena de enojo.
--¿Qué quieres? soy tímida, y así son casi todas las
gentes: piensa en que al Redentor le crucificaron: ¿qué
harian conmigo?
No he vuelto á saludar á aquella mujer: hay una clase
de timidez inofensiva que me compadece: hay otra culpable
y que es sólo ruin pusilanimidad, que me indigna
y que desprecio.
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LAS PEQUEÑAS VIRTUDES.
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Los negocios domésticos, los deberes
sociales, los estudios, las facultades
del espíritu y del corazon, ofrezcamos
todo esto á Dios: mi querida
señora, sed amable para él, humilde
y paciente por él, y tendréis un
tesoro de horas afortunadas; no de
horas sin pesares, pero sí dichosas,
porque estarán en armonía con vuestra
conciencia y con el divino modelo;
allí está el mérito; allí está la
paz; allí está la caridad; allí está la
fuerza.
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Silvio Pellico.
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(Carta á una dama.)
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I.
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Virtudes pequeñas, ¡qué dulce es vuestro poder y que
necesidad tenemos de vuestro auxilio las mujeres!
Quédense para el sexo fuerte las grandes, las que producen
acciones heroicas que se esculpen en bronces y en
mármoles. El brioso alazan necesita la inmensidad para
lanzarse en la brava carrera: el cisne necesita sólo el
dulce y límpido lago, y el pajarillo la embalsamada y
escondida floresta: así nosotras, tanto ó más que las relevantes
cualidades, mucho más que la ciencia y la grave
y sólida instruccion del espíritu, necesitamos rodearnos
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de las pequeñas flores del Evangelio, abiertas bajo los
pasos de aquél que fué dulce y humilde de corazon.
Paciencia, dulzura, indulgencia, afabilidad, cortesía,
olvido, ignorancia de la falta de los otros, caritativa condescendencia
para las debilidades de los demas, yo os
llamo desde lo íntimo de mi corazon para que hagais mi
vida apacible y feliz.
Fuerza es que yo lo confiese; las grandes virtudes,
tales como en general se entienden, me han asustado
mucho siempre, y áun más el aspecto de los que las
practican, porque las personas de gran virtud se me han
presentado constantemente ceñudas, mal vestidas, mal
peinadas, regañonas é intolerantes.
¡Cuántas dulces y pequeñas virtudes he visto ocultas,
por el contrario, bajo la graciosa apariencia de la belleza
y la elegancia!
--Esa es una persona de gran virtud, he oido asegurar
algunas veces; yo me he vuelto llena de aquel amor
y veneracion que profeso á todo lo bueno, y me he hallado
con una mujer fea, flaca, vestida de mala manera,
huraña, regañona, con el traje roto y descuidado.
--Está sólo dedicada á servir á Dios, me han dicho, y
su desprendimiento de las cosas terrenas es profundo y
absoluto.
--¡Y qué! exclamé yo un dia con la ingenuidad de
doce años que contaba entónces, ¿porque se sirva y se
ame á Dios se ha de vestir así? ¿Impone su servicio por
librea la miseria y la fealdad? Yo he leido en mis libros
de estudio, que los antiguos coronaban de flores los blancos
becerros y los hermosos corderillos que sacrificaban
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á sus dioses: ¿merece ménos nuestro Dios que aquéllos
ídolos? ¿Merecen ménos tambien sus servidores que
aquellos animales?
Debo confesarlo: nadie halló que responderme; pero
la servidora del Dios de bondad y de misericordia me
echó una mirada de cólera y de encono, y oí salir de entre
sus labios, pálidos y secos por el ayuno, el dictado de
chiquilla insolente con que me regalaba.
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II.
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--¡Parece, continué yo riéndome de la horrible cara
que me puso, parece que sólo se ofrece á Dios lo que el
mundo ya no quiere, lo peor y lo más feo! ¡Todas las
mujeres excesivamente devotas son solteronas viejas ó
que se han vuelto muy feas, y á mí me parecen criadas
del diablo! Jesus es muy hermoso: su madre es hermosísima,
y se deben disgustar de los santurrones de ambos
sexos. Y luégo, yo sé, porque lo dice la Historia Sagrada,
que Abel elegia para el altar del Señor sus más bellos
y sazonados frutos, sus más frescas y perfumadas
flores: estos dones los consumia la llama divina, y los de
Caín quedaban intactos, porque llevaba al altar lo peor
que tenía. ¡Luego esta señora se parece á Caín, pues no
se dedicó al Señor cuando era jóven y bonita, sino ahora
que ya no es lo uno ni lo otro!
Una carcajada acogió esta salida, más sincera que
cortés, y más lógica que agradable para la señora de gran
virtud.
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III.
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No hace falta tampoco para las dificultades de la vida
de familia y para las pruebas de cada dia una virtud
romana: no es necesario ser Cornelia ó Arria: hay otras
virtudes pequeñas, ocultas, del dominio de la mujer cristiana,
que, parecidas á modestas violetas, embalsaman
aquí bajo el hogar doméstico, y que tal vez un dia formarán
una diadema á la que las haya amado y cultivado
constantemente.
¡Pequeñas virtudes, objeto de mis meditaciones de cada
dia! ¡Vosotras pasais desapercibidas, y no obstante, sin
vosotras no es la vida soportable! ¿Quiénes sois? La indulgencia,
que perdona los defectos, bien que no pueda
prometerse el perdon para sí misma; el piadoso disimulo,
que parece no apercibirse de las faltas ajenas; la docilidad
del espíritu, que adopta sin resistencia lo que hay
de bueno en las ideas de los demas, aunque pensemos de
distinto modo; la solicitud amable, que previene las necesidades
y hasta los deseos de los que viven con nosotros;
la generosidad del corazon, que hace todo el bien
posible; la represion del mal humor para con nuestros
iguales, y de la impaciencia para nuestros inferiores:
sois el callarse cuando se desea decir una palabra dura;
el vencer un movimiento de antipatía; el olvidar una
pequeña injusticia ó procurarlo á lo ménos; el escuchar
con cortesía paciente lo que nos fastidia; el prestarse
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con gusto á un juego, á una diversion, frecuentemente
más penosa que el más árido trabajo.
¡Oh, no! no son brillantes estas pequeñas y dulces
virtudes, y no atraen ni los ojos ni los elogios. ¡El que
está presente no sabe por qué se dice una palabra y por
qué se calla otra: no penetra en el santuario del pensamiento
para leer allí que la manera de ver es diferente:
no penetra hasta el corazon para sentir que los afectos
están contrariados y que un rudo combate tiene lugar
entre el carácter y la virtud! ¡Ni una mirada, ni un gesto,
ni una palabra y el sacrificio queda cumplido!
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IV.
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¡Pequeñas, bellas y delicadas virtudes! ¡Perlitas puras
de la cadena de la vida, hecha de tanto hierro! ¡Yo os
amo, os venero y os llamo en auxilio mio á todas horas!
¡Os necesito, porque adoro vuestra belleza! ¡Abridme
vosotras los corazones y conquistadme afectos! ¡Sed mis
protectoras, y que vuestro dulce y santo perfume anuncie
mi presencia!
Amables y lindas jóvenes que leeis estas líneas, mejor
sentidas por mi corazon que trazadas por mi mano: la
virtud que resulta de todas estas pequeñas virtudes reunidas,
es tambien una gran virtud, como es bello y admirable
un mosaico compuesto de partículas diminutas
y delicadas; pero esta gran virtud que poseeréis practicando
las pequeñas, no es fea, sino bella, adorable, llena
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de poesía y de gracia: esta gran virtud os exige el ser
agradables, bonitas, elegantes, afables y dulces: os ordena
cultivar vuestro talento y vuestras gracias, y es la
sola verdaderamente grande y digna de ser ofrecida al
Dios, todo amor, todo grandeza, bondad y misericordia.
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LA DESGRACIA.
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I.
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Empezaré copiando un bello y elocuente párrafo del
ilustre escritor frances Mr. Jules Janin, que servirá como
de tema y sumario á las desaliñadas líneas de este
pobre artículo.
Vosotras,--dice á las damas parisienses,--pagais
muy caro el ir á ver tragedias llenas de exageraciones,
ejecutadas en verso, por buenos ó malos actores: el dinero
que gastais sin placer, por lo que llamais vuestros
placeres, deberiais llevarlo allá arriba, cerca del cielo,
bajo los techos donde el estío es abrasador, y donde en
el invierno se tiembla de frio; en esas alturas dolorosas,
¡Dios sólo sabe cuántos dramas crueles podriais encontrar!
¡Dios sabe si enjugariais lágrimas verdaderas! En
esos sitios, visitados por vosotras, os sentiriais bendecidas,
amadas y alabadas; desde el fondo de los corazones
conmovidos, las lágrimas que vertierais serian muy
dulces.
«¿Por qué vais, pues, á vuestras fiestas, á vuestros
espectáculos, á vuestras exposiciones, á vuestras
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matanzas? Allí verteis lágrimas estériles, sobre
buhardillas de tela pintada y compadeciendo el corazon
desgarrado de una mujer, que despues cenará perfecta
y alegremente: allí la orquesta es la que agita vuestros
nervios, y las ficciones las que exaltan vuestra imaginacion.
Id á buscar las desgracias verdaderas; y por la noche, en
lugar de soñar con tiranos de melodramas, armados de puñales
y de copas llenas de veneno, soñaréis con las desgracias
que habeis socorrido; veréis á la madre de familia
cuyo hijo habeis salvado, y oiréis las bendiciones del anciano.
¡Hé aquí los dramas que traen paz al alma, y á
la noche sueños dulces, y consoladores!»
Este predicador mundano y elegante ha encontrado,
observando lo que pasa en derredor suyo, los acentos
puros y nobles de la verdad, y nada mejor podemos hacer
las mujeres que seguir su consejo.
No es la desgracia que se ostenta la más digna de
compasion y de lástima: es la que se oculta; la que se
avergüenza de sí misma: es la que vive bajo las apariencias
de la decencia, la que está valerosamente combatida
por la dignidad.
¡Cuántas y cuán diversas fases tiene la desgracia! Desde
la escasez, donde empieza la pobreza, hasta la miseria
que es su último grado, la desgracia se presenta á
nuestros ojos mil veces al dia, pasa al lado nuestro, nos
implora, y nos tiende la mano á cada instante, sin que
nos apercibamos ó queramos apercibirnos de su presencia.
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II.
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Habia, segun me ha contado una anciana amiga mia,
una mujer, tan dichosa, al parecer, que todos la envidiaban;
tenía una fortuna más que regular, un esposo
que la adoraba, hijos hermosos y llenos de promesas,
amigos fieles y cariñosos; y sin embargo de todo esto, se
tenía algunas veces por desgraciada; el alma, como el
cuerpo, tiene sus desfallecimientos, y á veces se fatiga
acaso por el mismo exceso de su tranquilidad.
Aquella mujer, jóven, hermosa, rica, querida y estimada
de todos, era infeliz, y entrando en el fondo de su
deseo, nada hallaba que desear.
En la misma ciudad habia otra mujer de edad madura,
que iba vestida con excesiva modestia, de aspecto
dulce, respetable y reservado: esta persona era maestra
de escribir, y pasaba su vida, ya en dar lecciones á los
niños, ya en copiar documentos para los comerciantes y
oficinas: la tranquilidad y la dicha resplandecian en su
frente, y no obstante jamas se habia casado y vivia sola
en el mundo.
La señora M. que así se llamaba la dama que se tenía
por tan desgraciada, la llamó para que diese leccion
á sus hijos, niños de corta edad; y preguntándole un
dia, supo por fin el secreto de la felicidad de aquella humilde
criatura.
--He vivido siempre para los otros y jamas para mí,--le
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dijo,--el yo es el enemigo más formidable de toda
dicha. Muy jóven aún, quedé sin padre y sin otro talento
que una bonita letra; procuré utilizarla y busqué algunas
lecciones que dar; mi madre, anciana y enferma,
necesitaba de mí, y esto me daba valor, enviándome
Dios como supremo consuelo, la esperanza: daba lecciones
durante el dia; por la noche copiaba manuscritos:
tenía ademas nociones de dibujo; procuré perfeccionarlas,
y traté de copiar algunas flores y grabados que se
vendian bastante bien.
De repente mi hermana mayor, viuda y madre de
cuatro hijos, murió, y los cuatro huerfanitos quedaron
sin amparo: ¿qué hacer? Los traje conmigo, y la pluma
corrió más de prisa sobre el papel. Dios, que es el padre
de todos, reprodujo el milagro del pan y los peces con
nosotros: mi pluma dió para todo durante quince años:
mi anciana madre murió sin que la faltase nada, y yo ya
no tuve la dicha de trabajar para ella; pero pocos instantes
ántes de cerrar los ojos, me dijo:
--Hija mia, en el mundo he sido una carga bien penosa
para tí; pero ahora en el cielo te pagaré mi deuda,
y rogaré á Dios que recompense tus virtudes: hija mia,
yo te lo aseguro; nada te faltará.
--Mi madre murió; yo eduqué á mis huerfanitos con
todo el amor y cuidado posibles: los niños aprendieron
una bonita letra y los coloqué bastante bien en el comercio:
la niña aprendió el lindo y aseado oficio de modista.
Cuando ya no tuve que trabajar más que para mí, me
puse muy triste... Esto era una desgracia, pues toda
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mi vida la habia dedicado al bien de los otros: mas sabido
es que nunca faltan pobres: doy lecciones á los niños
de mi barrio, hijos de honrados artesanos, y ademas,
con lo que gano dando otras lecciones y haciendo
copias, les regalo de vez en cuando, ya un vestido, ya
una camisa, ya ropa blanca que yo misma coso en mis
ratos de ocio; todos me quieren, yo quiero á todos y soy
dichosa.
La señora de M.... oyó casi avergonzada la historia
de aquella noble criatura, diciéndose que la desventura
puede salir del seno de la felicidad, y que la dicha más
pura puede salir del seno de la desgracia.
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III.
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Las más brillantes posiciones ocultan á veces desgracias
terribles.
El desaliento del corazon, lacerado por mil amargos
desengaños; el sufrimiento del alma, producido por decepciones
en los afectos: la saciedad, que lleva consigo
la riqueza y el abuso de todos los goces frívolos, estas
cosas reunidas y áun cada una de por sí, producen un
malestar, una angustia moral, una falta de fe, que constituyen
la más horrible de las desgracias.
No amar á nadie, no esperar nada, es tan triste que
valiera más morir.
Así, pues, aquellas de vosotras, mis amadas lectoras,
que halle en su camino una persona atea á fuerza de
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sufrir, que se dedique á consolarla, á endulzar su
amargura, á reanimar su fe y su esperanza, y hará
una obra tan meritoria como dando pan á un infeliz
pordiosero, porque la miseria del alma no es ménos
dolorosa que la del cuerpo.
Sólo aliviando la desgracia podemos hallar la felicidad:
busquémosla por todas partes, y cuando la hallemos
en nuestro camino, socorrámosla con todas las fuerzas
de nuestra voluntad y de nuestro ingenio, privándonos
de algo supérfluo, para dar á los desdichados lo
necesario.
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LA HERMOSURA Y LA ELEGANCIA.
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No hace muchas noches que nos hallábamos reunidas
algunas personas, enlazadas por los vínculos de la amistad
más verdadera, en el lindo gabinete de una simpática
jóven, casada hace poco más de un año con un hombre
respetable por su talento y las nobles prendas de su
carácter.
No éramos muchos los concurrentes y ninguno contaba
muchos años: el esposo de nuestra amiga era la persona
más grave, y no ha llegado todavía á la edad madura.
En tanto que la parte masculina de la reunion hablaba
de política y de obras dramáticas, la parte débil se
ocupaba en bordar y charlar de modas y de las novedades
del dia.
--¿Qué os parece de Luisa R....?--dijo de repente la
señora de la casa, dirigiéndose á nosotras,--deseo saber
vuestra opinion, porque me admiro de oir contínuamente
sus alabanzas, cuando yo la encuentro con mérito
muy escaso.
Al oir nombrar á Luisa R. todos los caballeros dejaron
sus conversaciones y escucharon, al parecer, con
religiosa atencion.
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--¿Lo veis?--exclamó mi amiga entre risueña y
enojada,--en nombrando á Luisa todos se vuelven oidos
y mi marido el primero. ¿Qué tendrá esa mujer?
--Yo no lo sé,--respondió una de las jóvenes,--á
mí me parece muy grande su boca y demasiado corta su
nariz.
--Pues á mí,--dijo otra,--me parecen muy hermosos
sus ojos azules, tan dulces y expresivos.
--Yo no la encuentro bonito nada más que el talle.
--Á mí me gusta la expresion de su rostro.
--Pero señores, ¿quieren VV. volver á su conversacion?--exclamó
una de las presentes,--¿no es muy
doloroso que ni áun delante de nosotras hayan VV. de
contener su admiracion por la señorita R....?
--Es un delito de lesa galantería,--añadió otra.
--Es insoportable,--agregó una tercera.
--Mi marido tiene la culpa,--dijo la señora de la
casa.--¿Quereis creer que es uno de los más acérrimos
partidarios de Luisa?
--No lo niego,--respondió sonriendo el aludido,--me
agrada esa jóven, y si eso es delito, todas estas señoras
me excusarán, estoy seguro de ello.
--¿Nosotras?--gritó airado el coro femenino.
--Sin duda: y si no, veamos: en la parte bella de
esta reducida reunion, algunas han dicho que les agradaba
Luisa y otras que no les gusta: ¿no es cierto?
--Sí: ¿pero qué tiene eso que ver?...
--¡Paciencia! ¿Hay aquí una sola que haya dicho que
Luisa es fea ó desagradable?
--No la creemos ninguna de las dos cosas.
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--¿Hay alguna que haya encontrado de mal gusto su
modo de vestir, ó faltas de elegancia sus maneras?
--¡Oh, no! dijo la esposa del que hablaba, yo soy
justa: he visto muy pocas personas de modales más distinguidos.
--Ni de más variada y dulce conversacion.
--Ni de una sencillez más elegante en el vestir.
--Ni de más gracia en todas sus acciones.
--Ved aquí, señoras, explicada la causa del imperio
que esa jóven ejerce en nosotros y áun en su mismo
sexo, lo que es mucho más raro, dijo triunfante nuestro
antagonista: la belleza es relativa; es decir, agrada segun
el gusto de la persona que la contempla; la elegancia
es absoluta, es decir, que agrada á todos y á todos
cautiva: podrán VV. expresar su gusto acerca de las facciones
de Luisa, que á unas agradarán y á otras no; pero
con respecto á su perfecta educacion y á su carácter simpático,
nadie halla defectos que ponerla.
La llegada del té impidió que respondiéramos á aquellas
palabras sensatas y llenas de verdad; pero así que
la parte masculina nos dejó para ir á saborear sus habanos,
nosotras volvimos á hablar de Luisa.
--Mi marido tiene razon, es preciso concederlo, dijo
nuestra amiga: no sé por qué nos admiran las inmensas
simpatías que alcanza Luisa: ¿no habeis reparado con
qué gracia se viste, qué dulzura hay en sus palabras,
qué encanto hay en su voz?
--Y luégo, añadió otra, su elegancia es incomparable:
sabe de qué modo se ha de vestir á todas horas, y
lo hace con un gusto exquisito.
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--No será, pues, por su riqueza.
--¡No por cierto! Sus medios no pueden ser más escasos,
y á no ser por su habilidad...
--Es, en efecto, positivo, dijo nuestra amiga, que en
la sociedad rendimos culto--y á veces hasta involuntariamente--á
todo lo que es bueno y bello: la simpatía
es una ley poderosa, y sólo la dedicamos á quien la merece:
pocas veces se engaña la simpatía, y áun es más
fácil que se engañe el amor, porque en éste tienen su
parte los encantos del rostro, en tanto que aquélla nace
casi siempre del conocimiento de las bellas prendas del
alma y de una educacion esmerada.
Vemos algunas veces una figura muy bella, pero que
no nos agrada: sin embargo, siempre seducen y cautivan
la verdadera elegancia, los modales escogidos, y en
fin, la distincion natural de aquella, á quien un carácter
dulce hace más encantadora.
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VALOR FEMENINO.
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I.
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No es, por cierto, la cualidad moral que se lee al
frente de estas líneas peculiar sólo del hombre, ó necesaria
únicamente al sexo fuerte; la mujer necesita tambien
ser valerosa, y lo es muchas veces, si bien en una
esfera más humilde y más silenciosa que aquél; porque
todas las virtudes de la mujer--y el valor es en ella una
virtud,--brillan y deben brillar poco, y se desarrollan y
lucen entre las paredes solitarias del hogar doméstico.
No busqueis el valor en la mujer cuya cabeza turbulenta
ó vacía la aleja de su familia para ir en pos de las
fiestas y los placeres; ésa será, no tímida, sino pusilánime:
el valor de la mujer se apoya desde luégo en un
perfecto raciocinio, en un juicio sólido, en un casto decoro.
El valor en el sexo bello está sostenido por la dignidad:
así, pues, la jóven coqueta, la esposa ligera, la
viuda verde y pretenciosa, no pueden poseerlo; pero
la mujer cristiana, suave y fuerte á la vez, como la de
la Escritura, puede dar ejemplos de valor al más esforzado
guerrero.
// 152.png
Y no hay que pensar que yo, al hablar del valor en la
mujer, trato de que, como Judit, quiera aquélla libertar
á la patria, ó como Juana de Monforte defender sus estados,
ó como Catalina de Médicis tener sujeta á su familia
con un yugo de hierro, no; yo no he pensado jamas,
al pensar en el valor de la mujer, en las guerreras,
en las políticas, en las avaras, en las intrigantes, que en
todas épocas han brillado en el mundo.
Tampoco he confundido nunca con el valor la sangre
fria con que he visto á algunas mujeres engañar al padre,
al hermano y al esposo; el verdadero y santo valor
de la mujer está léjos de la mentira, del fraude, de la
ambicion y hasta de la ligereza; la mujer para ser valerosa
ha de empezar por ser humilde, modesta, piadosa,
amable, digna, prudente, buena hija, buena esposa y
buena madre.
Porque el valor en ella es el resultado y el punto de
partida de todas las demas virtudes que la enaltecen.
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.nf c
II.
.nf-
Nunca he podido oir hablar de la emancipacion de la
mujer sin que una sonrisa de lástima se haya asomado á
mis labios.
¿Para qué quiere la mujer vivir por sí sola? Tal como
vive hoy tiene ancha esfera donde moverse y donde lucir
santas y adorables virtudes; y léjos de separarla del
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hombre, convendria educarla para que viviese á su lado,
y para que fuese lo que debe ser.
No há menester el valor para seguir una carrera de
áridos y monótonos estudios; no le necesita para manejar
por sí sola sus negocios, para luchar con dificultades,
para vencerlas, para defender un pleito ó para matar
á quien la calumnie ó la ofenda; necesita el valor
para sufrir como cristiana, para soportar las amarguras
de la vida, y para separar de los suyos las espinas, dejándoles
ver sólo las flores.
Necesita el valor para conservar en su hogar el calor
y para que brille en él la luz suave y vivificante de las
creencias religiosas, mantenidas con su ejemplo.
Le necesita para trabajar en las más prosaicas tareas
de la casa, á fin de que no falte á su familia la decencia,
lujo de las fortunas modestas, ó la limpieza, lujo de
la desgracia.
Le necesita para educar á sus hijos, para consolar á
su marido si sufre, para alegrar los últimos dias de sus
ancianos padres: éste es el valor, ésta es la hermosa
ciencia de la mujer, y no la que puede hallar en las aulas
ó el que puede desplegar en los combates.
Mujeres valerosas necesita más que nada la sociedad:
mujeres valerosas que se priven animosamente de las
galas que puedan arruinar á su marido: que se humillen
á los importantes, aunque al parecer fútiles cuidados
del ama de la casa: que se doblegue á coser, á zurcir, á
enseñar á su cocinera el modo de condimentar un plato
y á arreglar sus habitaciones: para defender las grandes
cuestiones sociales, para hablar en la tribuna, para
// 154.png
verter sangre en la guerra, para las cátedras y para otros
elevados destinos están los hombres; si algun dia llega
en que la mujer sepa desempeñar todas esas cosas y en
que no le sea necesario el hombre, en ese dia fatal habrán
recibido una herida de muerte el hogar y la familia:
porque el prestigio de la mujer debe cifrarse en valer
para las cosas insignificantes en la apariencia, pero
que son en realidad el eje en que descansa el gran edificio
de la dicha doméstica.
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.nf c
III.
.nf-
Voy á poner algunos ejemplos, de cómo comprendo el
valor en la mujer.
Creo que al casarse una jóven--casi siempre de muy
pocos años--no se deja el corazon en la iglesia, y desgraciado
de su marido si tal hiciera.
Y bien: ese corazon que se ha abierto al amor del
hombre á quien ha elegido por esposo, como una flor al
rocío de la aurora; ese corazon tierno, sensible, lleno
de ilusiones, puede verse destrozado por amargos desengaños,
puede helarse al soplo del egoismo marital,
como sucede muchas veces.
Pero como las heridas del corazon no afean el rostro,
sino que, por el contrario, suelen hacerle más interesante,
la pobre esposa inspira á otro hombre simpatía y afecto
verdadero: entónces compara entre el esposo desencantado
y el galan rendido; entre el que la deja sola y el
// 155.png
que anhela verla un instante; entre el que la desdeña y
el que la ama; ¿quién puede salvar á esta mujer del precipicio
cuando á nadie puede pedir consejo? su valor; ese
valor que está apoyado en el sentimiento del deber, en
su fe cristiana, en su propia dignidad.
Con valor generoso huye de ver á quien la persigue, y
con valor contesta negativamente á todas sus aspiraciones.
Valor necesita para sofocar su sed de ternura, su necesidad
de afectos, y este valor sólo á Dios lo pide; sólo
de Dios puede venir.
Valor necesita para preferir el abandono en que la
deja su marido y la soledad de su casa, á las dulces pláticas
del amor mutuo y correspondido; para dejar las
flores por las espinas, lo agradable por lo enojoso, la
alegría por la tristeza, las sonrisas por las lágrimas; y
sin embargo, este valor lo tiene siempre la mujer honrada.
Busquemos á la esposa en otra esfera; imaginemos
que ha pasado ya la edad del amor, ó que, por dicha
suya, no lo ha inspirado á ningun otro hombre más que
á su marido; pero supongamos que este marido es irascible,
colérico, grosero, mezquino, en una palabra, insoportable.
¿No es un valor heroico el de la mujer que á todos estos
defectos opone las cualidades contrarias? ¿No hay
un valor sublime en oponer la conformidad y la dulzura
á la ira, la moderacion á la grosería, la paciencia á la
mezquindad, la resignacion á la injusticia y el silencio
digno al insulto?
// 156.png
Hablemos aún de la esposa; ved á esta otra afanada
en arreglar su casa todo lo posible con el escaso sueldo
de su marido; vedla ideando mil prodigios de economía,
arreglando de su ropa los trajecitos que han de engalanar
á sus hijos; mirad el vestido de la mayor; es uno de
los que su madre se hizo para casarse; la blusita del segundo
está hecha de la única bata de abrigo que tenía;
la colgadura de la cama en que duerme el niño que áun
alimenta á su pecho, es de su blanco vestido de boda.
Ella cose, borda, plancha, lava, y por la noche, cuando
están dormidos, reza por la dicha de su esposo y de sus
hijos, en vez de descansar de las fatigas del dia.
¿Y en la mesa? la comida, dispuesta por sus manos,
no es ni muy abundante ni muy delicada; ella hace platos
para ofrecerlo casi todo á su marido y á sus hijos, y
desde luégo todo lo mejor; ¡pobre mujer! la fatiga, los
cuidados, la falta de buen alimento, han marchitado su
belleza y el delicado color de sus mejillas; se apagó el
brillo de sus ojos, pero áun se ve en su rostro la sublime
expresion del amor, de la esposa y de la madre. Y léjos
de agotarse su valor, cada dia se levanta alegre y esforzada
á sufrir las mismas penas, á soportar las mismas
privaciones; y no se crea que esta mujer ha sido nunca
vulgar ó prosaica; si tiene algunos minutos de tiempo,
en tanto que sus hijos duermen, toca el piano; esta mujer
piensa y siente; gusta de leer y comprende lo que
lee; no lee nunca libros necios é insípidos, y sabe distinguir,
así en la lectura como en todo, lo que es bueno de
lo que no lo es; tiene instinto de lo bello y una poesía
natural que se comunica á cuanto toca y la rodea; no es,
// 157.png
en fin, una mujer ordinaria, sino una criatura noble, dotada
de una naturaleza exquisita; por eso tiene todas las
virtudes, por eso es admirablemente valerosa para descender
á todas las realidades de la vida, para soportarlas
y para cumplir con sus deberes de esposa y madre.
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IV.
.nf-
La historia nos presenta mil ejemplos de admirable
valor en la mujer.
Dígalo si no Mad. de Lafayette, que ocupó en la prision
el lugar de su marido, haciendo huir á éste disfrazado
con sus vestidos.
Dígalo María Stuard, subiendo tranquilamente al cadalso.
Dígalo la madre de Calígula, la gran Agripina, dejándose
morir de hambre para devolver á sus hijos, con
su muerte, el rango y la libertad, y ocultando á estos
mismos hijos su sublime sacrificio.
Dígalo la desventurada reina de Leon y de Galicia,
doña Urraca, mezclándose con sus parciales en lo más
recio del combate, y animándoles con su voz y con su
presencia.
Dígalo Santa Teresa de Jesus, llevando á cabo sus reformas
y sus fundaciones de la órden del Cármen, á traves
de tantas tempestades y persecuciones.
Dígalo María Teresa de Austria, conquistando su propio
reinado, que le habian usurpado, ceñidas la corona y
// 158.png
la espada de San Estéban, y á la cabeza de un corto número
de caballeros.
Pero, ¿á qué negarlo? á la que esto escribe, á fuer de
mujer, le agrada más en su sexo el valor moral que el
material; el que se oculta que el que se ostenta; el que
sólo espera su recompensa en el cielo, que el que lleva
en pos de sí el aplauso general y la admiracion de las
naciones.
Ademas, para ese género de valor se necesita estar en
circunstancias especiales; el valor silencioso, recogido y
humilde tiene mucho más campo en que ejercitarse y es
de todas las condiciones.
El mundo guarda oraciones para las santas, aplauso
para las heroínas, admiracion para las guerreras; para
las valerosas mártires del hogar doméstico no tiene ninguna
recompensa, ningun triunfo; es más, ni ellas lo
esperan, ni lo desean.
Su juez es Dios, su esperanza el cielo, su recompensa
la felicidad de la familia que consuelan, que educan y
que cobijan bajo sus alas de ángel.
Se ha visto alguna mujer bella, delicada, elegante que
ha acometido con valor la colosal empresa de educar á
su marido y que ha conseguido, á fuerza de paciencia y
de constancia, hacer de un hombre vulgar un hombre
distinguido, y hasta de un miserable, un hombre pundonoroso
y honrado; pero ¿de qué modo? aceptando un
martirio de todos los instantes con la sonrisa en los labios
y la dulzura en la mirada; oponiendo á las malas
razones las palabras suaves y cariñosas; buscando las
santas coqueterías del hogar para que no la abandonase
// 159.png
por el juego; esperándole hasta el dia para ver si por
lástima á su soledad, queria retirarse más pronto; cuidando
de su persona, para que su marido la hallase más
agradable que á las demas mujeres que iba á buscar; rodeándole
de paz, de felicidad, de sonrisas, de flores; envolviéndole,
en fin, en la blanca y perfumada nube de la
dicha doméstica, única legítima, única dulce, única que
llena el corazon.
¡Qué valor se necesita para llevar á cabo estas trasformaciones!
¡qué abnegacion! ¡qué constancia y qué
fortaleza! ¡qué ardiente fe y qué inagotable y noble paciencia!
Ved á la madre cuyo hijo ha olvidado la excelente
educacion que ha recibido y que se deja llevar del mal
ejemplo, corriendo de desórden en desórden; ¡con qué
afan oculta á todos las faltas de este hijo ingrato! ¡Con
qué heroico valor sonrie para evitar las sospechas de los
maldicientes! ¡Cómo procura hacer resaltar las buenas
cualidades (dado caso que le quede alguna) del hijo rebelde!
¡Con qué dulzura persuasiva le amonesta! ¡Con
qué paciencia, y á la vez con cuánta afliccion le espera!
Antes se cansará él de ser malo que su madre de disculparle
y amarle; ántes será él débil en su inicua mision,
que su madre en su sublime tarea; del valor de su madre
para sufrirle y para excusarle, nacerá su cobardía
para seguir adelante en la senda del mal, y dia llegará
en que le diga:
--¡Gracias, madre mia, por haber sido tan valerosa!
¡Si me hubieras abandonado, hubiera caido en un abismo
sin fin!
// 160.png
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V.
.nf-
Fuerza es, pues, educar á la mujer para que sepa sufrir
con valor las contrariedades y dolores de la vida;
fuerza es inspirarle ese valor que no deja subir al labio
la queja, que enmudece ante el agravio, que perdona la
injuria en vez de vengarla, que absuelve siempre, y siempre
disculpa.
Las mujeres varoniles llamarán quizá á este valor
debilidad; pero la que esto escribe, muy débil materialmente,
sólo concibe así la fortaleza femenina, sólo así
procura ejercitarla, sólo así la aconseja, sólo así la desea,
y sólo así la cree la mejor corona de su sexo.
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LA CORTESÍA.
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I.
.nf-
La verdadera cortesía nace de la bondad del corazon
y es la llave que nos abre todos los corazones; es la expresion
ó la imitacion de las virtudes sociales; y estas
virtudes son las que nos hacen útiles y agradables á las
personas con quienes tenemos que vivir.
En sociedad se perdona rara vez una falta de cortesía,
porque no hay otro modo de demostrarse afecto y benevolencia
que las mutuas atenciones, triviales en la apariencia,
pero que muchas veces nos conquistan afectos
profundos y sinceros.
Una visita de atencion, el sencillo y cordial ofrecimiento
de un libro, de un grabado de modas ó de una
pieza de música, un simple recado que manifieste interes,
nos abren á veces un corazon bueno y leal, cuyo cariño
es eterno.
Verdad es que la cortesía impone algunas molestias;
pero es como un freno saludable que nos impide entregarnos
á nuestras pequeñas pasiones; es decir, es como
// 162.png
un velo delicado con el cual podemos cubrir nuestros defectos,
impidiéndoles salir á la luz y mostrar toda su
fealdad.
La amabilidad, la cortesía son como precisas en la
edad juvenil, en esa edad en que el corazon, sin penas
aún y sin sacudimientos, debe estar todo dispuesto á la
dulzura y á la indulgencia.
Nada es más bello y nada hace formar mejor y más
noble idea del carácter de una jóven que la deferencia y
las atenciones que consagra á los amigos de sus padres;
algunas veces estos amigos son ancianos, y su trato, por
consecuencia, es poco entretenido, porque adolecen de
mil rarezas; pero los padres acogen, no sólo con benevolencia,
sino con cariño á las jóvenes amigas de sus hijas;
sonrien con tierna indulgencia oyendo sus conversaciones
superficiales y sus juegos ruidosos, y encuentran
en sí mismos algun destello de alegría que mezclar
á la de aquéllas, no porque ellos se diviertan, sino porque
las ven dichosas.
Una jóven no debe consentir jamas que la antigua
amiga de su madre ocupe un asiento incómodo, teniendo
ella otro mejor; debe escuchar cuanto diga con aspecto
de verdadero interes, y ceder en todo á la opinion de las
personas mayores que han adquirido la triste ventaja de
la experiencia.
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II.
.nf-
Tanto como en sociedad, ó acaso más, es precisa la
cortesía en el seno de la familia.
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Procurad, amigas mias, ser atentas con vuestros hermanos
y hermanas, esos primeros amigos de nuestra
existencia; no seais jamas con ellos secas, difíciles, díscolas,
tales, en una palabra, como os avergonzaríais de
aparecer á los ojos de los demas.
¿Por qué arrebatarse entre hermano y hermana un libro
que agrada, un sitio cómodo? ¿Por qué armar disputas
por las cosas pequeñas? Esas querellas, que parecen
tener tan pocas consecuencias como tienen fundamento,
van minando lentamente el edificio de la mutua consideracion;
llega una de las grandes crísis de la vida en
que se necesita el amor de las familias, y éste ¡ya no
existe!
La dulce intimidad que reina bajo el techo doméstico,
no debe degenerar nunca en esa grosera franqueza, que
debilita y rompe los lazos más sagrados.
No es de buen gusto la familiaridad que algunas jóvenes
ostentan con sus padres; la que esto escribe no
acepta la desatenta llaneza ni áun en la amistad más
íntima; la cortesía, los modales atentos son el mejor
sosten de los afectos, áun de los más santos y legítimos,
y muchas veces le ha lastimado profundamente el ver
confundir con el cariño la desatencion, que está muy
cerca de la insolencia. He visto hijas que se presentaban
ante sus padres mal vestidas y con un desaliño que se
hubieran avergonzado de mostrar ante la persona más
indiferente; las he visto tomar posturas contrarias á la
buena educacion, cantar, responder con aspereza y negligencia,
murmurar del mandato paternal ó materno, y
estar en la mesa como si se hallasen con sus iguales ó
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inferiores, sirviéndose, comiendo y levantándose con la
más extraña libertad.
¿Por qué no se han de guardar con nuestra familia
todas las atenciones que la educacion ordena y el decoro
manda con los extraños? ¿Por qué una jóven no ha de
ser para con sus padres y hermanos lo que es para todos
los demas?
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
Hablar de sí mismo es un escollo en el que casi todos
tropezamos.
Nada hay tan enemigo como el yo de la verdadera y
dulce cortesía que nos gana todos los corazones.
En sociedad es preciso olvidarse de sí mismo para
atender á las penas, á las molestias y hasta á las excentricidades
de los demas; es preciso manifestar interes
por los negocios y los placeres ajenos; es preciso enterarse
con discrecion y dulzura de todo lo que en primer
lugar les preocupa; es preciso, en fin, hacer abstraccion
de sí mismo, y ser amables si queremos ser amados.
Pocos afectos nacen espontáneos, á no ser el amor; el
cariño, la amistad, la verdadera estimacion, se conquistan
y se conservan; la dulzura y la benevolencia del carácter,
las atenciones para con los demas, se miran, y
con razon, como una prueba de la bondad del carácter.
Una de las primeras reglas de la cortesía es no decir jamas
ninguna cosa que desagrade ú ofenda á quien nos
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escucha; si las personas habladoras son tan insoportables,
consiste en que hablando sin reflexionar, dicen mil
inoportunidades.
--Yo soy muy franco, se oye afirmar algunas veces
á personas que dicen cuanto les ocurre, hiriendo profundamente
el amor propio, y hasta el corazon de alguno de
sus oyentes.
Estas personas no son francas ni sinceras: son desatentas,
mal educadas, y están dotadas de una crueldad
de corazon, que las hace odiosas y repulsivas á todos.
Hay detalles en la cortesía ó buena educacion que varian
con la moda: en tiempo de nuestros abuelos, por
ejemplo, las señoras permanecian sentadas cuando un
caballero entraba de visita y se despedia; hoy, la moda
exige que las damas se pongan en pié para saludar, y si
el visitante es anciano, que se le acompañe hasta la primera
puerta.
Estos detalles, en las variantes de la moda, son muy
dignos de atencion, porque no hay cosa más desagradable
que el parecer como figurin atrasado en el buen tono,
en la elegancia de modales, en la exquisita y delicada
cortesía, que hacen tan amable, tan amada y tan
distinguida á la mujer.
En la mesa la cortesía, ó mejor dicho, la expresion de
la misma ha cambiado tambien: hoy el papel de los
dueños de la casa es mucho más sencillo y más fácil de
desempeñar que hace veinte años: el cuidado de trinchar
es de los criados que sirven alrededor de la mesa, presentando
los platos por la izquierda de los convidados:
hoy las instancias para que éstos repitan de los
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manjares están completamente suprimidas, y á ménos de no
caer en delito de lesa elegancia, no se pueden hacer finezas
á ninguna de las personas que nos acompañan á comer;
pero la señora de la casa tiene otros mil medios de
complacer á sus convidados: la colocacion de los asientos,
aproximando á los que más puedan simpatizar, las
gracias de la conversacion, la atencion constante de los
detalles del servicio, le abren ancho campo para ser
amable.
Despues del café, el salon habla tambien de una manera
muy elocuente en pro ó en contra de la cortesía de
la señora de la casa: el salon debe ser el agradable asilo
de la amistad, y el sitio donde todas las personas que
asisten á él se hallen, no sólo bien, sino perfectamente.
Un salon abrigado, donde haya un piano que hagan
sonar de cuando en cuando manos artísticas, donde haya
libros y grabados, donde haya sobre todo una conversacion
amena, cordial y sostenida al dulce calor de una
inteligencia femenina, jamas estará solo.
Cuando me hablan de las tertulias íntimas de nuestros
padres y busco la causa de que hoy no las haya, la
encuentro al punto.
En nuestros dias la mujer se ha entregado por completo
á la frivolidad, y el hombre, cansado de frivolidades,
á la ambicion: la vanidad y el afan del lujo invaden
los cerebros femeninos, y el hombre busca el medio de
que la mujer alcance sus deseos, anhelando cada dia más
fortuna.
Á la mujer, pues, toca dar luz y calor al hogar: si
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ella le embellece con su talento, con su bondad, con la
cortesía, que es la expresion de aquéllas, la sociedad le
deberá un voto de gracias.
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PENSAR Y SENTIR.
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CARTA Á UNA JÓVEN.
.sp 2
I.
.nf-
Puesto que deseas saber mi opinion, querida Valeria,
acerca de si es preferible para la felicidad de la vida el
que la mujer sepa pensar ó sepa sentir, voy á decírtela,
no dándotela en absoluto, sino sencillamente, como una
opinion que me es propia, y nada más.
Creo, mi amada Valeria, que el sentimiento puede
llegar á ser un mal no estando guiado por la razon; es
decir, que el sentir solo no es bastante para la felicidad
de la vida si no se piensa tambien, para regular nuestras
acciones del modo más acorde, no sólo con el buen parecer,
sino tambien con la tranquilidad á que debemos aspirar.
Personas hay en las que el sentimiento por lo extremado
puede llamarse enfermizo, y la que te escribe estas
líneas es una prueba de ello: todo lo que sienten es con
tan inmensa fuerza, que la razon no se muestra sino generalmente
traida por algun amargo desengaño; es decir,
// 170.png
que no dan cabida jamas á esa augusta huéspeda
cuando tienen el alma llena de flores y de armonía, sino
cuando el dolor la ha convertido en un árido desierto,
cuando sólo ven tinieblas y soledad dentro y fuera de sí.
Si á la par que el alma se eleva á las regiones del sentimiento,
el pensamiento caminase tranquilo por el sendero
de la razon; si meditásemos en vez de dejarnos llevar
por los sueños vanos y peligrosos de la fantasía, entónces
podriamos ser dichosos y labrar á la vez la dicha
de cuantos nos rodean.
Pero ¡ay! cuanto más se siente ménos se piensa, y si
observas, Valeria, lo que pasa al derredor tuyo, te convencerás
de esta triste verdad, lo mismo que si te observas
á tí misma; tú amas, y el anhelo de estar constantemente
al lado del objeto de tu amor, el exceso mismo del
sentimiento que te inspira, no te deja pensar en que puede
cansarse de estar siempre en tu compañía; en que en vez
de desear que llegue el dia de ser tu esposo, puede temerlo
como un mal irremediable. El amor, Valeria mia,
necesita de una atmósfera pura y serena, y no puede existir
en un ambiente sofocante. El amor ha de vivir libre
y no prisionero; el amor ha de ser espontáneo y no impuesto;
y si no piensas en esto, si te limitas sola y únicamente
á sentirlo, á acrecentarlo cada dia y á exigirle
más sacrificios, el amor morirá y huirá de tí, dejándote
destrozado el corazon, donde con tanta intensidad, donde
con tan ardiente exclusivismo le albergaste.
El amor verdadero, el amor noble, profundo y generoso,
tiene su carácter propio, tiene sus manifestaciones,
tiene sus distintivos, por decirlo así; una vez convencida
// 171.png
de que existe, no te empeñes en sostenerle con artificios,
cuando puede vivir por sí solo; déjale completa libertad,
deja que luzca la llama sin darle la presion de
un fanal, porque toda luz así velada, es más opaca y ménos
pura.
Ni te empeñes tampoco, llevada por el exceso mismo
del sentimiento, en creer toda la dicha de la tierra encerrada
en tu amor.
He visto desdichadas mujeres vestir con las galas de
su imaginacion, rica y entusiasta, un ídolo de barro;
prodigábanle las perlas y las flores, y le veian, no cual
era, que entónces se hubieran asustado, sino como ellas
lo querian ver.
¡Ay! ¡Cuanto más elevaban el ídolo, cuanto más levantaban
el pedestal, más lo alejaban de ellas! Llegaba el
dia en que, cansadas de sostenerlo, en que rendidas de
aquel trabajo sin recompensa y sin gloria, de aquel trabajo
vil, que la ingratitud no reconocia y que el mundo
acusaba, dejaban caer los brazos, y entónces el ídolo venía
al suelo, se hacía pedazos y dejaba ver el polvo vil
que constituia su sér.
Esta es, Valeria mia, la amarga historia del corazon
de muchas mujeres: historia triste, que va envuelta en
un dolor mortal, y que no lleva consigo ni áun la gloria
del martirio.
Piensa, pues, y rechaza los ídolos de barro; no des tu
corazon más que á un hombre digno de tí, pero no pidas
tampoco á este hombre más que lo que un hombre puede
conceder, ni llegues á las exageraciones del sentimiento.
// 172.png
El sentimiento exagerado no halla su recompensa, ni
es pagado jamas.
.sp 2
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II.
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En el matrimonio te recomiendo más todavía el pensar:
las sublimidades, querida mia, no lo son en la vida
real sino cuando van acompañadas de la augusta luz
de la razon: si no haces más que sentir, eres mujer perdida:
el raciocinio es de todo punto indispensable para
guiarnos en las sinuosidades del camino: el sentimiento
nos extravía muchas veces, ó más bien nos extravía
siempre.
Hay que sentir, por decirlo así, con medida, y hay
que pensar mucho: hay que pensar en la dicha de toda
una familia, y hay que poner al sentimiento límites muy
estrechos las más veces, por más que el sentimiento parezca
ilimitado como todo lo infinito.
Ya en la edad madura, presumo que el pensar se sobrepondrá
en tí al sentir, como sucede á todas las mujeres.
La ancianidad: hé aquí el puerto de paz de las mujeres
que sienten con exceso: la ancianidad con su velo
blanco apaga el fuego de la pasion, y trae á la razon por
la mano, como fiel y cariñosa compañera.
En las nobles y elevadas regiones del arte, el pensar
y el sentir son tambien dos cosas que deben ir juntas si
el artista ha de producir obras de esas que no mueren
jamas; pero en el artista el sentimiento ha de preceder
// 173.png
al pensamiento, y ha de ser más grande; se necesita
sentir en sí mismo la belleza ideal, y luégo pensar con
firmeza en la ejecucion; pensar incesantemente en la necesidad
de llevarla á cabo; el trabajo constante es la ley
del arte, como es la ley de la vida. «Paganini, dice Balzac,
que hacía vibrar su alma en las cuerdas de su violin,
hubiera llegado á ser un violinista ordinario si hubiera
pasado tres dias sin estudiar.»
Y en otra página de sus libros inmortales añade el
mismo gran escritor frances:
«El arte es la creacion idealizada: así los grandes artistas,
los poetas completos no esperan ni los encargos
ni los compradores: crean hoy, mañana, siempre; y de
esto resulta esa costumbre del trabajo y ese perpétuo
vencimiento de las dificultades, que les mantiene en
eterno y amoroso lazo con su musa protectora y con sus
fuerzas intelectuales. Canova vivia en su taller, como
Voltaire en su gabinete: Homero y Fídias han debido
vivir tambien así.»
Si el artista se deja llevar sola y exclusivamente del
sentimiento, degenerará en soñador, y entónces no
hay gloria posible para él; porque la pereza es el estado
normal de todos los artistas, pudiendo ocuparla con
sus sueños sin fin, y es muy fácil convertirse de pensador
en soñador y sumergirse en esa peligrosa reverie,
enfermedad del alma, y abismo donde quedan sofocadas
las nobles aspiraciones del arte y del trabajo.
// 174.png
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
Mas hablemos de nosotras, ó más bien de tí, amada
Valeria, de tí que pones ahora el pié en el florido sendero
de tu vida; de tí, que tienes el alma llena de fe y
henchida de esperanza, y que me preguntas con el santo
candor de la inocencia:
¿Qué haré? ¿Conviene más á la mujer pensar ó sentir?
¿Deberé crear en los mundos de la pasion, ó fabricarme
una vivienda en los de la razon?
Ni lo uno ni lo otro, Valeria: vive en ambos, y no
renuncies del todo á ninguno de los dos: líbreme Dios del
dolor de verte racionalista como del dolor de verte soñadora:
aquello es el desierto de hielo; esto la perpétua y
dolorosa decepcion: vive sobre todo para el amor, pero
deja á la razon que modere la impetuosidad de tus impresiones
y que las regule, como un hábil mecánico regula
el movimiento de una magnífica péndola, para que
marque el trascurso del tiempo; el decorado de esta
péndola puede ser tan bello como el sueño de un poeta:
mas esto no impide que la máquina sea de una exactitud
y regularidad perfectas, sino que, por el contrario,
estas condiciones hacen de ella una obra maestra, y completan
la admirable armonía del conjunto.
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LAS VISITAS.
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I.
.nf-
--Estoy siempre debiendo visitas,--decia no há muchos
dias, en presencia mia, una señora jóven y bella,--cada
dia tengo más: es una fatiga: ¡pasan de cuatrocientas!
Así es que siempre estoy en falta con las gentes:
mi última enfermedad me ha atrasado de tal modo, que
no sé qué hacer.
--Hay un medio fácil de salir del paso,--opinó otra
amiga de ambas que la oia,--se toma un carruaje durante
ocho dias seguidos, y se hacen cada dia veinte ó
treinta, dejando tarjetas en las porterías ó subiéndolas
el lacayo.
--¡Magnífica idea!--exclamó la dama,--lo salva
todo: cumplo con las gentes, como quien dice, sin
tiempo.
Formaba parte de la reunion un anciano, respetable
por su elevada inteligencia, no ménos que por su edad
avanzada: era tio de la que acababa de hablar, y la queria
con un afecto completamente paternal.
--¿Por qué haces tú visitas?--le preguntó, despues
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de haberla mirado en silencio durante algunos instantes,
con la penetrante y dulce expresion que le era habitual.
--Hago visitas, querido tio, para cumplir con las
gentes.
--¿Sólo por eso?
--¿Y por qué otro motivo se hacen?
--Por afecto á las personas á quienes se va á visitar.
--¡Dios mio!--exclamó la jóven señora,--si fuéramos
á amar á todas las personas á quienes visitamos,
¿dónde habria corazon para tanto? Ademas, amistades
verdaderas ¡hay tan pocas!
--Por cierto, hija mia, que dices ahora lo que sientes,
y veo en tu rostro que este conocimiento te causa
no pequeña tristeza: tienes razon: la amistad verdadera
es difícil hallarla, y las personas que llevan el género de
vida que tú llevas no la encontrarán nunca, porque todo
lo que dais á la frivolidad, se lo quitais al corazon.
--No lo entiendo á V., mi querido tio.
--Yo me explicaré: ¿por qué visitas á tanta gente?
--Porque toda esa gente me visita á mí.
--Y entre todas esas personas ¿hay muchas que te
aman?
--Acaso ni una sola,--contestó con un suspiro mi
amiga,--¡acaso ni una sola se interesa por mí!
--Y eso ¿en qué consiste? Siendo dulce, bondadosa,
amable en tu trato, ¿cómo es posible que seas generalmente
antipática?
--¡Tio! ¡No creo que nadie me profese antipatía!--exclamó
la jóven resentida.
--Entónces, ¿eres indiferente á todos?
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--¡Eso será más bien! pero ¿antipática? ¡oh, no! ¡A
nadie he hecho daño en toda mi vida!
--Lo sé, y por eso te pregunto si sabes la causa de
esa carencia de afectos, de esa frialdad que te rodea, pobre
hija mia.
--No la conozco, ni habia pensado nunca mucho en
ella, porque me entristecen esos pensamientos.
--Ahora hablemos de tí. ¿Tienes tú afecto, no á todas,
pues ya veo que eso es imposible, sino á alguna de
las personas que te visitan?
--No les tengo afecto, pero tengo inclinacion á algunas,
y si no fuera porque una invencible timidez me
lo impide y porque me falta tiempo para ello, desearia
cultivar su amistad.
--¡Ya está explicado el enigma!--exclamó el anciano,--¡la
falta de tiempo! ¡La falta de tiempo que se
pierde en un trato frívolo é inútil, y que se echa de ménos
para los afectos verdaderos!
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II.
.nf-
Mi amiga miró asombrada á su tio, que prosiguió:
--No se pueden tener muchas amistades si se han de
tener algunos amigos, hija mia; la vida está llena con
dos afectos, y bastan si se sienten profundamente: el
amor y la amistad son dos dulces necesidades del corazon,
y para satisfacerlas todo el tiempo es corto.
¿A qué ese cúmulo de frívolas visitas? ¿Puede creer
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en tu simpatía é interes la dama que sólo conoce de tí el
nombre inscrito en las tarjetas que le sube el lacayo?
¿Puedes tú creer en los suyos, cuando ella hace lo mismo?
--¡Pero si esa es la costumbre!
--Costumbre absurda y no tan generalizada tampoco
como tú crees; llévate siempre esta regla en tu trato: ni
buscar amistades, ni perderlas.
Las visitas son necesarias para conservar las relaciones
sociales; son la expresion de la deferencia hácia los
que nos son superiores; de la simpatía á nuestros iguales,
de la piedad hácia los que sufren; son, en fin, el
lazo que une á la gran familia llamada sociedad, y bajo
este punto de vista son, no sólo necesarias, sino agradables;
pero lo que es inútil y absurdo es ese afan de
visitar que se ha desarrollado en nuestros dias y que á
nada conduce más que á perder el tiempo y la paciencia:
si se dedican todas las horas de que se puede disponer á
las visitas de cumplido, ¿qué tiempo dedicarémos á las
de afecto? ¿Y cómo expresarémos éste sino yendo á ver
de cuando en cuando á las personas que nos lo inspiren?
--Lo que me ha herido profundamente,--dijo la jóven,--es
que durante los dias de mi enfermedad apénas
ha venido nadie á verme; nadie se ha ofrecido á velarme;
nadie me ha acompañado una hora.
--En cambio, desde que saben que te levantas, tienes
al criado de la antesala constantemente anunciando visitas
y recibiendo tarjetas: ademas, la lista que se ponia
á la puerta de la habitacion estaba llena todos los dias.
--¡Sí! de nombres que venian á escribir criados ó conocidos
de mis amigos.
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III.
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--La sociedad exige mucho y da muy poco,--dijo
nuestro anciano amigo,--despues de una noche de baile
que has pasado sin dormir y empaquetada en un traje
incómodo: despues de un dia de visitas, fatigoso y eterno,
¿vuelves á tu casa con el espíritu alegre y el corazon
tranquilo?
--¡Nunca, tio mio! ¡Mi cuerpo llega cansado! ¡Mi
espíritu, vacío y triste!
--Así sucede á casi todas las personas, y desde luégo
á todas las que piensan y sienten.
--¿En qué consiste, pues, que algunas jóvenes que
yo trato están sólo contentas así?
--¡Porque ni sienten ni piensan; porque esa frivolidad
basta para llenar su tiempo y divertirlas; porque
no tienen recursos en sí mismas; en una palabra, hija
mia, porque miran siempre á la tierra y jamas al cielo!
Pero eso no da la felicidad, ni la alegría, ni áun la tranquilidad:
adquiere la costumbre de preguntarte cada noche
al recogerte: ¿Qué he hecho hoy?--y verás qué
dolor sientes al tener que contestarte:--Nada que valga
algo.--¡Luégo he arrojado un dia al abismo! Diem
perdidi, como decia el Emperador Tito.
--Pero señor,--observó un jóven elegante y perfumado
que se hallaba presente tambien,--¿se ha de retirar
la señora de todo trato? ¿Bella, rica, libre, pues es
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viuda, y en lo más florido de la juventud, va á dedicarse
sólo á pensar y á sentir? ¿Y el buen tono? ¿Y su proverbial
elegancia? ¿Se ha de eclipsar? ¿Se ha de morir
moralmente?
--No, señor, ántes por el contrario, le aconsejo una
resurreccion á la dicha, á la paz consigo misma: que entre
todas esas innumerables visitas elija aquellas que le
sean más simpáticas ó que sean verdaderamente distinguidas
por sus talentos y virtudes: que elija, en una palabra,
lo que le agrade, lo que pueda amar, ó á lo ménos
estimar; para la amistad, que se dedique más á
conquistar afectos que á provocar envidias; más á ser
amiga que á ser rival; más á ser útil que á deslumbrar;
que desee más ser querida por sus bondades que ser citada
por modelo de elegancia, y que prefiera la dulce intimidad
de algunas pocas y elegidas personas, al gran
círculo en el que sólo se admiran sus trajes y sus prendidos
sin pensar en las nobles cualidades de su carácter
y de su corazon.
Mi amiga besó tiernamente la mano de su tio, prometiéndole
así, de una manera tácita, seguir sus consejos.
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CUALIDADES Y DEFECTOS.
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I.
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Mis amadas lectoras--pues yo no me atrevo á hablar á
los hombres acerca de mis opiniones--mis amadas lectoras,
¿no habeis notado alguna vez que hay personas insufribles
en el trato íntimo, y á las que, sin embargo, la
sociedad aclama como modelo de todas las virtudes?
Para que entendais lo que os pregunto, os voy á citar
un ejemplo.
Conozco yo una madre y una hija en contínua y perfecta
disidencia en el interior de su casa, á pesar de juzgarlas
todo el mundo, como vulgarmente se dice, unidas
por el más tierno afecto.
Así debia ser, y por eso se cree así: la madre es una
señora jóven áun, de un talento más que regular, de perfecta
educacion, de trato dulce y agradable, distinguida
y simpática á todos.
La hija es una criatura bella, modesta, afectuosa, de
condicion amorosa, blanda y benévola naturalmente; todos
sus hermanos han muerto, y ella ha llegado á ser el
único amor y la sola compañía de su madre.
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Yo oigo decir en torno suyo:
--¡Qué felices deben ser!
--¡Cuánto se aman!
--¡Esa jóven no se casará jamas, por no separarse de
su madre!
--¡Si esa madre perdiera á su hija, se moriria!
De todas estas opiniones sólo la última encierra acaso
una verdad; es posible que si esta madre perdiese á su
hija, sucumbiese al dolor de haberla perdido.
Y sin embargo, es imposible imaginarse una vida más
amarga que la que llevan estas dos pobres mujeres, que
no pueden sufrirse la una á la otra.
¿No os parece esto horrible, lectoras mias, sobre todo
cuando sucede entre madre é hija?
Pues áun es más horrible, cuando la extrema y contínua
diversidad de opiniones tiene lugar en el matrimonio.
¡Y la tiene tantas veces, tantas... que causa espanto
el saberlo y áun el adivinarlo!
No obstante, repito lo que dije al empezar; casi siempre
estas personas insufribles para la vida íntima, pasan
por modelos de virtud y de moralidad entre las gentes
que las tratan poco.
Demostrada la llaga, veamos si podemos adivinar
lo que la ocasiona, y cuál es el remedio que la conviene.
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II.
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En mi pobre opinion de mujer, creo que para la vida
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interior ó de familia, es mucho mejor tener un solo vicio
que muchos defectos.
En primer lugar, un vicio puede curarse; una fuerte
sacudida moral, una desgracia originada por ese mismo
vicio, suelen ser el cauterio de la llaga; pero de los defectos
nadie se cura jamas, pues casi siempre los creemos
cualidades relevantes.
Refiriéndome de nuevo á la madre y á la hija de quienes
ya he hablado, puedo asegurar que las dos tienen la
culpa del malestar en que viven, y del completo y triste
desacuerdo á que han llegado.
La madre quiere que su hija sea perfecta.
La hija quiere, á su vez, que su madre sea una madre
modelo.
Cayendo en la manía comun, llama la madre á sus
exigencias de perfeccion AMOR, y la hija las llama TIRANÍA.
Ambas carecen de la más amable de las cualidades: de
la que es el copito de algodon en rama, dulce, suave y
blando, que iguala todas las sinuosidades del carácter y
todos los lados salientes de las situaciones: carecen de
benevolencia; han llegado á no entenderse, que es la mayor
de las desgracias en la intimidad de la familia.
Esos dos pobres seres viven juntos y está cada uno
de ellos solo, ¡eternamente solo!
¡Dios mio! ¿Qué sacrificio puede parecer penoso si
precave el llegar á tan horrible estado? ¿Y qué es un
poco de tolerancia, comparada con las ventajas y la paz
que trae consigo?
¡Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza! ¡Adorables
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virtudes, que el cielo ha señalado como cardinales
y primeras! ¡Vosotras sois las cuatro fuertes columnas
en las que descansa todo el edificio de la paz doméstica!
¡Vosotras dais la dicha y la paz al hogar, la calma á la
conciencia y la tranquilidad al alma!
La prudencia calla y tolera los defectos ajenos, pensando
en los propios.
La justicia mide las circunstancias atenuantes de lo
que da impulso á las acciones, que á primera vista parecen
culpables.
La fortaleza perdona las injurias despues de soportarlas
con valor.
La templanza contiene los movimientos descompuestos
de la ira, y derrama un bálsamo exquisito en el alma
herida.
¡Oh, nobles virtudes! ¡Sed siempre las santas compañeras
de mi débil sexo! ¡Sed siempre los ángeles guardadores
de la mujer!
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III.
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No sé qué deplorable flaqueza nos impele siempre á
ver en cada uno de nuestros defectos una cualidad.
Las personas muy mezquinas, se creen económicas y
arregladas.
Las dominantes, se juzgan llenas de abnegacion hácia
las otras.
Las oficiosas, serviciales.
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Las aduladoras, amables y cariñosas.
Las despilfarradoras y manirrotas, generosas.
Las maldicientes, listas, contoneándose muy huecas
con esta idea.
«¡El que me la pegue á mí!...»
He visto á un hombre muy cobarde y villanamente
insultado, que, preguntado por un hermano suyo que
por qué no pedia satisfaccion de aquella ofensa, contestó:
--Yo soy un hombre prudente que me debo á mis hijos:
éstos me necesitan.
--¡Más necesitan el honor que tú les quitas con tu
cobardía! exclamó irritado su hermano.
Así cegados los ojos de nuestra razon, en vez de combatir
nuestros defectos como á enemigos, los acariciamos
y cuidamos como á cualidades relevantes que nos ensalzan.
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IV.
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El motivo, el grande y triste motivo de que algunas
personas muy elogiadas por todos y muy dignas de serlo,
sean insoportables para la vida íntima, es la poca
atencion que ponemos en estudiarnos cada uno, evitando
todo lo que puede molestar á los demas: es la falta
de cuidado en corregir los defectos del carácter, esos defectos
que hacen la vida más amarga que un vicio por
arraigado que esté: el ánsia de perfeccion ajena, que es
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lo que se llama intolerancia; el descuido de la propia; el
egoismo; la murmuracion; la costumbre de exagerar y
áun de mentir; el hábito de impacientarse por poca cosa,
todo esto constituye un conjunto insoportable, y que convierte
en víctimas á los que viven en derredor nuestro.
Nada hay comparable á la dicha de la paz y de la alegría
doméstica; el que se halla mal en su hogar, en vano
será que vaya á buscar fuera la felicidad: no puede hallarla:
por eso quiero que todos nuestros esfuerzos, lectoras
mias, tiendan á conservarla y que empleemos todas
las delicadezas y todas las ternuras que nos son propias,
para que reinen en el seno de la familia la dulce
concordia, la grata avenencia, la hermosa unidad de las
voluntades y de los corazones.
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LA COQUETA.
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I.
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Cuando he tratado de escribir algun artículo de costumbres,
y he pensado retratar en él un tipo, he buscado
alguno que sea, no sólo conocido, sino mal conocido:
es decir, ó excesivamente alabado, ó vilipendiado en demasía.
Á la coqueta se la juzga con arreglo á uno de estos dos
extremos: el ódio de todas las mujeres y de algunos
hombres, y las simpatías de una no pequeña parte del
sexo fuerte.
Á mi juicio, hay diversidad en la especie de las coquetas,
y sin amor propio puedo decir que el juicio de una
mujer en este asunto, es de mucha mayor validez que el
de un hombre.
Si no me engaño, es nuestro esclarecido poeta D. Tomás
de Iriarte el que ha definido á la coqueta en estos
cuatro versos:
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«Es la coqueta, mujer
Que pasa alegre su vida,
Anhelando ser querida
Y no pensando en querer.»
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Mas desde que se escribió esta definicion, la especie
ha adquirido variedades notables.
La coqueta de que habla Iriarte tiene en su carácter
algo de noble y de bello: el anhelo del cariño dice mucho
en favor de quien le abriga, y no será extraño que
esa coqueta, áun sin pensar en querer, quiera cuando
ménos lo espere, y quiera con pasion y con lealtad.
La coqueta que piensa y siente no es muy temible:
pero hay otra que si piensa no siente, y esa es el verdugo
de todo el que siente por ella.
La clase de mujeres á que me refiero anhela inspirar
pasiones, pero con la decidida intencion de burlarse de
esas pasiones: ansian siempre lo imposible, y el hombre
que más estimasen, el que les fuese más agradable, le
desdeñarian si le viesen realmente apasionado de ellas.
Estas mujeres temibles quieren dominar en general
al sexo que llamamos fuerte; su anhelo no es de amor,
sino de dominio; su afan no es de afecciones ni de ternura,
sino de homenajes; el cariño las fatiga y las aburre,
y no se libra de sus tiros ni el honrado y ejemplar
padre de familia; si hay en ellas alguna capacidad para
el sentimiento, tal vez alcanza á interesarlas el que más
resiste á sus manejos y á sus avances, como dicen nuestros
vecinos los franceses.
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II.
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La coquetería y el coquetismo se confunden generalmente,
y no obstante, son muy diferentes: la primera
la sienten todas las mujeres desde que despunta la luz
de su razon, y algunas veces no las abandona hasta el
sepulcro: el segundo no se siente, se ejerce; porque léjos
de ser un sentimiento, es un sistema calculado y sujeto
á reglas.
El coquetismo, y no la coquetería, es lo que hace las
coquetas; porque el coquetismo lo ejercen únicamente las
mujeres de corazon frio y de poco elevados sentimientos.
La coquetería es conveniente: constituye el principal
encanto de la mujer, y necesita conservarla para su felicidad,
porque la coquetería es una especie de conocimiento
de su propio mérito, que la induce á realzarlo en
cuanto puede con mil graciosos é inocentes recursos;
puede decirse que la coquetería es un deseo constante de
agradar.
Hay algunas mujeres dotadas de encantadora coquetería
en su juventud; todo participa de ella; sus acciones,
su traje, sus palabras, y hasta sus menores movimientos;
su más vivo deseo es complacer; y yo encuentro
en esa constante ocupacion del placer de los demas
algo de generoso y tierno.
Su coquetería las hace siempre amables y dulces: su
coquetería las inclina á cultivar todo género de
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habilidades, y á presentarse, áun en familia, bien
y elegantemente prendidas: su casa está siempre
cuidada con esmero, y en la colocacion de los muebles,
en los pliegues de las cortinas, en la fisonomía general
que presenta su domicilio, se ve ese anhelo de complacer
que cautiva todas las voluntades.
No, no es la coquetería lo que hace las coquetas; porque
la coquetería, la amable y graciosa coquetería se emplea
tambien con éxito para alcanzar las simpatías de
nuestro sexo; coqueterías son los mil pequeños servicios
que una mujer puede prestar á otra para captarse
sus simpatías.
¡Cuántas cosas que parecian imposibles ha conseguido
una dulce mirada, una palabra amable, una frase dicha
á tiempo, y dicha con deseo de agradar!
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III.
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El coquetismo no tiene la abnegacion y la generosidad
de la coquetería; no imprime en la que lo ejerce el
sello del talento, sino el de la astucia y falsedad; el coquetismo
es fastuoso y deslumbrador, pero carece de ese
atractivo inherente á todo aquello en que toma parte el
corazon; anhela que se le rinda tributo, no amor; es
vano, pero no sensible; arrogante, pero no digno: como
ya he dicho, el coquetismo y no la coquetería es lo que
da á la mujer el odioso nombre de coqueta.
El coquetismo es intolerante, mordaz y despiadado
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hasta con las mismas que le dan abrigo, pues no bien los
años empiezan á escribirse en su frente con amargos y
helados caractéres, las abandona, sin dejarlas otra cosa
que vacío y soledad; porque el coquetismo espanta al
matrimonio, en vez de atraerlo como la coquetería. La pobre
mujer de quien hace presa adquiere por él patente
de malos sentimientos y de no buena moral.
Por eso muy pocos quieren á la coqueta para depositaria
de su honor y para madre de sus hijos.
El coquetismo es dispendioso, y le gustan las galas
vistosas; compañeras del coquetismo son la vanidad y
la ambicion; y es de tal modo cruel, que se complace en
conquistar corazones para desgarrarlos despues con crueles
desengaños.
Si la coqueta puede elegir esposo, se ve generalmente
que escoge á una persona rica, aunque le doble la edad ó
sea deforme y ridícula; porque para la coqueta no hay
otra dicha que los goces de la vanidad y del lujo; su corazon
es mudo y helado; una vez casada, es cosa muy
comun verla abandonarse á una existencia de comodidades,
y enteramente egoista, para indemnizarse de los cuidados
que le costó alcanzar la posicion social que ambicionaba.
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IV.
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Hay otra clase de coquetas muy inocente, y á ella pertenecen
las niñas que entran en el camino de la vida por
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la puerta de flores de la adolescencia; ésta es la que se
prolonga hasta una edad muy avanzada si no se cuida mucho
de elevar y de despertar un corazon que se presenta
tan superficial, y con una ausencia tan completa de sentimiento;
estas mujeres son las que ejercen de una manera
despiadada el coquetismo, cuando llegan al estío de
la vida, ya por la ausencia de ternura en el alma, ya porque
acaso ignoran el daño que causan, ya tambien por
la absoluta carencia de una educacion íntima y tierna,
que sólo una madre inteligente é ilustrada puede dar.
La coquetería es una dulce amiga que embellece nuestra
vida y la de todos los seres que nos rodean, y á la
que, léjos de rechazar ó desconocer, debemos amar, haciéndola
nuestra compañera inseparable; ella da encanto
á nuestra casa, elegancia á nuestro traje y hasta belleza
á nuestra fisonomía; ella es una hada bienhechora
que nos enseña á complacer á las personas que amamos,
y nos sonrie siempre.
El coquetismo es un monstruo detestable que se traga
nuestros buenos instintos, y que nos hace aborrecibles
á todos, porque endurece el corazon al invadirlo.
La coquetería es amiga de la virtud; el coquetismo es
su enemigo más implacable; en una palabra, la coquetería
es la base de la dicha y el sosten de todas las bellas
cualidades de la mujer; el coquetismo es el prólogo
de su perdicion, y tiene por epílogo el desprecio y el
abandono de todos.
No se deben ahogar en una jóven el amor á lo bello, el
constante deseo de agradar, la gracia nativa que la inclina
á complacer, las expansiones del alma, que demuestran
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su temple apasionado y amante. Lo que debe corregirse,
lo que debe extirparse, como las malas hierbas de un jardin,
en una alma jóven, es el afan de homenajes, el empeño
de llamar la atencion, el desden soberbio, la vanidad
y el orgullo del carácter; porque todos estos defectos
fatales van creciendo con la edad, y constituyen el
sér odioso y aborrecible que se llama coqueta, y que, si
llega al deplorable perfeccionamiento de la especie, es
uno de los borrones de la sociedad actual, es uno de los
baldones de nuestro sexo.
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LAS PAGANAS.
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I.
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Ningun sér que ama á otro sér apasionadamente es
completamente digno de compasion, porque no es completamente
desgraciado.
Un afecto profundo ocupa la mayor parte de la vida,
y á veces la llena toda.
Es verdad que muchas veces este amor es pagado con
ingratitud, y que estas pasiones suelen tener su calvario
y su cruz; pero hay en el amor una exaltacion que hace
preferir el martirio por la persona querida, á la más
completa felicidad sin ella.
El primero de los amores, el más grande, el más puro,
el que da al corazon una felicidad más perfecta, es
el divino: el amor á Dios, supremo consolador de todos
los males, padre tierno y previsor, que jamas nos abandona;
ese amor llena, no sólo la vida, sino tambien el
alma, de la dicha más completa y más dulce.
Despues del amor divino hay algun amor mundano,
que á fuerza de ser grande llega hasta el heroismo, y
que aunque contravenga algunas veces á las leyes del
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deber, se hace perdonar, ó disculpar al ménos, por ser
inmenso.
Hay tambien quien ama á sus padres con la mayor
ternura: y del amor á los hijos creo inútil hablar, porque
hay muy pocas mujeres que no sean capaces de sacrificar
á su amor maternal hasta su propia vida.
En la amistad se han visto tambien ejemplos admirables
de grandeza y abnegacion, y dos damas holandesas,
las fundadoras de la novela en su país, vivieron unidas
desde su juventud más tierna por los lazos de una
amistad tan sólida, que han pasado á ser citadas como
ejemplo hasta nuestros dias.
Todo esto es posible, y lo vemos cada dia; todas estas
variantes del amor se admiran, se comprenden y las alabamos
con razon; pero hay otra clase de amor que no es
noble, ni grande, ni disculpable siquiera, y de este amor
voy á tratar en el párrafo siguiente.
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II.
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--Dime, querido Cárlos, preguntaba un dia el Marqués
de... á su hermano mayor, ¿qué te parece mi mujer?
--Una pagana, respondió ásperamente el Duque, que
era el hermano á quien esta pregunta se dirigia.
El que habia interpelado quedó un instante suspenso,
á pesar de serle bien conocido el carácter brusco, excéntrico
y demasiadamente sincero de su hermano primogénito.
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--Yo creo muy cristiana á la Marquesa, repuso sonriendo
al cabo de algunos instantes; pero tu opinion es
para mí de tal importancia, que te ruego me dés la explicacion
de lo que has dicho.
--Digo que tu mujer es una pagana, y así la califiqué
desde el dia de tu casamiento, tres meses hace.
--¿Y por qué la juzgas así?
--Se llaman paganos los que adoran ídolos, ¿no es
cierto?
--Sin duda.
--Tu mujer adora dos ídolos.
--¿Cuáles son?
--El lujo y el placer.
--¿Y qué tiene eso de extraño? ¡Es tan bonita!
--¡Lindísima!
--¡Y tan jóven!
--Diez y nueve años; lo sé.
--Ya variará.
--Cuando yo me vuelva jóven y buen mozo, repuso
el Duque de...., que ya contaba cincuenta años, y era pequeño
y jorobado.
Este hombre regañon y arisco tiene razon: la jóven
Marquesa es una pagana que se adora á sí misma y á
todo lo que puede aumentar su belleza y sus gracias.
Hija de una madre severa y rígida, pasó en una pension
los diez y seis primeros años de su vida, y vivió luégo,
hasta su casamiento, en el más completo retiro, y
bajo la direccion de una aya inglesa, que ninguna expansion
dejaba á su carácter y á sus inclinaciones; el casamiento
fué para ella como una carta de libertad, y
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á pesar de que su esposo le llevaba veinte y un años, le
aceptó y le miró como á un bienhechor que le abria las
puertas de su cárcel doméstica.
No tuvo que temer el esposo ninguna infidelidad de
parte de aquella esposa que podia ser su hija. Blanca,
que así se llama--pues áun vive--ha pasado algunos
años dedicada sólo á frecuentar los salones del gran
mundo; á llamar la atencion en la Castellana, en el Retiro,
en el Botánico, por la elegancia y ostentacion de
sus carruajes y libreas, y á provocar la envidia de las damas
más hermosas, por sus gracias encantadoras, y por
la riqueza de sus joyas y el buen gusto de sus trajes.
Tres hijos, que han muerto al poco tiempo de nacer,
han dejado á la Marquesa en la libertad más completa; y
aunque los médicos le han dicho várias veces que el no
nacer sus hijos en condiciones viables era debido á la
vida agitada que ella hacía, á la presion del corsé, á los
insomnios y á la falta de apetito, que debilitaban su naturaleza,
le ha sido imposible renunciar á una existencia
que era la más conforme á su gusto y la única que
comprendia ya.
El mundo seca la savia del alma y devora á las pobres
víctimas que se entregan ciegamente á él.
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III.
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La vida de la Marquesa no tenía otro método que la
de tantas otras señoras de su clase: se levantaba á la
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una, la recogian sus doncellas el cabello y la ponian una
bata elegante, para almorzar, sin gana, á las dos; hacía
algunas visitas ó recorria algunos almacenes de modas,
hasta las cuatro en invierno, hora en que iba á dar algunas
vueltas á la Castellana; se vestia para comer, á las
siete; iba á su platea del teatro Real á las nueve; volvia
á su casa á las doce; se vestia de nuevo y se iba á uno ú
otro salon, hasta las tres de la mañana: á esa hora la
desnudaban sus doncellas y se dormia, ya bien entrado
el dia.
Jamas leia, porque aunque en la mesa del centro de
su salon habia algunos libros nuevos, ella no les hacía
el honor de consagrarles una mirada: dejó olvidar la música,
que sabía bien; el dibujo, en el que sobresalia cuando
niña, y perdió el raciocinio que, aunque no en gran
dósis, algun dia habia poseido.
No miraba jamas los cuadros ni los bronces que decoraban
su suntuoso palacio, y llegó, en fin, á no saber hablar
más que de modas, de trajes, de brillantes y de
chismes de salon.
Así aquella pagana se convirtió en fanática adoradora
de la tontería, de la venalidad, de lo que hay de más
frívolo en el mundo, y el culto del lujo y de la ostentacion
fué el solo que sobrevivió á todos los cultos, á todas
las adoraciones de las almas nobles y escogidas.
¡Pobre Blanca! ¡Tan bonita, dotada de tan dulce carácter,
tan simpática á todos por sus gracias, y haber
caido en tal frivolidad, que bien merece el nombre de
idiotismo!
¡Rebajar su espíritu en vez de elevarlo! ¡Ocuparse sólo
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de lo material sin pensar en lo moral, en lo intelectual,
en lo bello, en lo grande! ¡Mirar siempre á la tierra
y jamas al cielo! ¡Qué inmensa, qué terrible desgracia!
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.nf c
IV.
.nf-
Hoy la Marquesa tiene cuarenta años: las arrugas van
surcando sus blancas sienes y su graciosa frente: arrugas
prematuras, que han llegado conducidas por las veladas
de muchos años, por la vida agitada del gran mundo,
tan distinta de la apacible vida de la madre de familia,
de la buena esposa que se dedica á cuidar y á embellecer
su hogar.
Su esposo ha dejado de amarla; al año de casado se
convenció, y su hermano mayor le ayudó á convencerse,
de que aquella linda pagana era sólo un mueble más; el
más bello de todos los de su morada, pero sin más alma
ni más entendimiento que aquéllos.
Los amigos, y tambien las amigas, empiezan á olvidar
el camino de su casa; porque para colmo de males,
su fortuna, aunque muy pingüe, no ha podido resistir á
los contínuos y exorbitantes gastos de los esposos.
El Marqués, cansado de estar siempre solo, porque
siendo de más edad que su mujer no podia llevar la agitada
vida de Blanca, convencido de que ésta no le amaba,
ni le habia amado jamas, buscó su distraccion en
otra parte, y se ha creado una doble familia, olvidando
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para siempre á la que eligió para compañera y le ha dejado
sola en el camino de la vida: en su segunda familia
tiene hijos, y en ellos ocupa todo su tiempo y todo el
afecto de su corazon.
¡Pobre Blanca!
Sin esposo, sin hijos, sin juventud, sin fortuna, sin
afecciones de ninguna especie, sin fe viva en el alma,
¿qué le queda? Sólo el vacío del sepulcro, que siente ya
en torno suyo.
Su carácter, que se ha agriado, se ofende y se disgusta
de todo lo que es bello y bueno: la juventud y la hermosura
de las demas mujeres le son hoy odiosas; se ha
vuelto murmuradora, y casi pudiera decirse maldiciente,
porque su espíritu ha ido empequeñeciéndose, y ya
no hay en él lugar para nada que sea noble, delicado y
grande.
Tal es el fin de las pobres paganas que dedican toda
su adoracion al lujo y á las distracciones del mundo, y
que no ocupan su corazon en el amor de la familia, y su
fortaleza en el cumplimiento del deber.
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// 203.png
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.h2 id=C029
DOLENCIAS DEL ÁNIMO.
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I.
.nf-
Uno de los mayores males de la humanidad, y que
hace ver todos los objetos y todos los intereses de la vida
bajo el prisma más triste y más sombrío, es el descontento.
Los caractéres descontentadizos son víctimas de sí
mismos; todo cuanto tienen les parece lleno de defectos;
y es lo más extraño que tampoco les agrada lo que poseen
los demas, mirando el mundo como un desierto, y
su suerte como la más desventurada.
Las personas que han tenido la desgracia de nacer con
un carácter dado al descontento, acusan hasta á la Providencia,
y hallan defectos hasta en las leyes más sábias
de la naturaleza, hasta en la perfecta y admirable armonía
que rige al universo; y si éste se convirtiera en cielo,
le hallarian defectos tambien, porque el defecto está, no
en lo que miran, sino en su modo de ver.
De todas las enfermedades del espíritu que se pueden
padecer, un carácter descontentadizo es la más cruel, y
quizá la más incurable de todas.
// 204.png
Esta terrible dolencia tiene sus variantes, y hay quien
cree más felices á los otros que á sí mismos, siendo el
período de que acabo de hablar el más cruel y el más
grave de esta peligrosa enfermedad.
Generalmente hablando, es achaque de todo mortal,
pero más particularmente de la mujer, el poner la dicha,
no en lo que tenemos, sino en lo que dejamos de poseer.
La que no puede negar que es rica, bien nacida y amada
de su familia, lamenta el carecer de hermosura, aunque
no se la pueda llamar fea.
La que ha nacido bella, suspira por aquellas dotes, ó
dice que daria toda su hermosura por un poco de talento.
Yo conozco una mujer extraordinariamente fea, pero
dotada de un talento sobresaliente; una hermosa tarde
de primavera se hallaba paseando conmigo en los frondosos
jardines de Aranjuez; cansadas ya de andar, nos
sentamos en un banco rústico, á la sombra de algunos
grandes árboles, y empezamos á hablar de mil cosas diferentes.
Mi amiga desplegó tal sutileza de ingenio, tal gracia
y tanta lucidez de raciocinio, que yo me entusiasmé; é
idólatra del talento, como he sido siempre, no pude ménos
de exclamar:
--¡Bendito sea Dios, que te ha dotado de tan elevada
inteligencia!
Jamas olvidaré el gesto de tristeza con que mi amiga
sacudió la cabeza al contestarme.
--¡Toda mi inteligencia, dijo, la daria yo por una
cara regular!
--¡Oh, no! exclamé yo: ¡son mucho más nobles, más
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durables y más atractivos los dones de la inteligencia y
del corazon!
--Así se dice generalmente, repuso tristemente mi
amiga, y áun se cree así; pero si la primera vista de una
persona es repulsiva y antipática, ¿cómo podrá luégo hacerse
amable y cautivar á nadie por otras dotes, que sólo
el tiempo y el trato puede ir descubriendo?
--¡Pero cuando se llegan á conocer inspiran un afecto
eterno!
--Podrá ser; pero créeme, amiga mia, á la mujer
debe serle mucho más halagador, y con efecto así es, el
agradar á primera vista; sé distinguir, porque, como tú
dices, tengo alguna inteligencia; sé distinguir la simpatía
de la estimacion; el amor nace á primera vista; las
prendas del alma son las que le fijan; pero yo no seré
querida jamas, aunque siempre sea muy estimada, y necesito
una fuerza de carácter que no tengo para consolarme
de tan triste suerte.
Así habló mi amiga, y yo no tuve valor para culpar
su desaliento, porque me pareció fundado en muy triste
pero muy verdadera causa.
Lo mismo que nos sucede respecto de nuestras cualidades,
nos sucede respecto de las de los demas, y sobre todo,
en el matrimonio, la mujer es por demas intolerante.
¿Por qué causa es más indulgente y más benévola
respecto de sus padres y de sus hermanos, que respecto
de su marido?
¡Ay! porque al casarse cree haber conquistado la libertad
de ser injusta y de juzgarlo todo con rigor, cuando
debia ser todo lo contrario.
// 206.png
Muchas esposas hay que, favorecidas por la suerte
con hombres honrados y que las aman de todo corazon,
les echan en cara que son poco atentos, que no las miman,
ú otra gran culpa por este estilo.
Es decir, que fundamos siempre nuestra desgracia en
lo que nos falta, sin pensar en la dicha de lo que poseemos,
y como dice muy bien Carolina Coronado:
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«Es lo mismo que todos los pesares
Del mundo tenga, ó que los sueñe todos,
Si se sufre igualmente de ambos modos.»
.nf-
Lo imaginado es muchas veces peor que lo que verdaderamente
padecemos, porque la imaginacion va en la
pena mucho más allá de la realidad. Una imaginacion
demasiado viva ó desordenada es tambien un gran daño
que puebla de fantasmas el cerebro, que ve el mal y el
dolor donde no existe, y que devora á los desventurados
que le dan cabida.
No se puede pedir á la humanidad más de lo que puede
dar, ni exigir un amor heroico y apasionado del esposo,
de los padres ó de los hijos; cada persona quiere
segun el temple de su alma, y no son siempre los esposos
que parecen más apasionados los que aman mejor,
con más constancia y fidelidad.
// 207.png
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
Hay una cosa, sin embargo, que preserva del dolor de
carecer de los bienes que envidiamos en otros, y que evita
el desaliento.
La vanidad.
Las personas muy vanas creen lo que poseen perfecto,
seductor, inmejorable.
He visto hombres muy graves, hombres de mundo,
hombres serios, atacados de esa feliz dolencia hasta un
punto increible, y digo feliz, porque el modo de ver las
cosas los que tal defecto tenian, era para ellos un elemento
de constante y completa dicha.
¿Se habla delante de esas gentes de la distribucion de
la casa que cada uno habita?
Ninguno la tiene mejor que la suya.
¿Se habla de caballos?
Los suyos son de la más pura raza.
¿De un buen sastre?
El suyo tiene un nombre glorioso en los anales de la
aguja.
¿De perros?
Ellos los poseen de castas desconocidas.
¿De la belleza de alguna mujer?
Su esposa ó su prometida llaman la atencion general
cuando se presentan en público.
¿De buena mesa?
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Su cocinero tiene que ir á casa de sus amigos, cuando
tienen convidados, para hacer alguno de esos platos de
que él solo posee el secreto.
¡Oh dicha de la vanidad! ¡quién pudiera disfrutarte!
Estas personas son muy felices, pero son, en cambio,
sumamente molestas.
Prefiero tratar con un pobre sér agobiado por un descontento
incurable; prefiero tener á mi lado á un misántropo,
á tener que soportar la necia vanidad de un tonto,
cansada para el dichoso, ultrajante para el triste, antipática
á todos.
Las personas vanidosas son las que ménos simpatías
tienen: porque no se contentan sólo con la competencia;
quieren sobresalir en todo y por todo, quieren siempre
ocupar el primer lugar, y no comprenden que están ofendiendo
siempre á cuantos hablan con ellos.
Personas he visto que estando fatigadas, no sólo por
penas morales, sino por privaciones materiales, han tenido
el empeño de hacer creer á todos en su felicidad y
en su riqueza, y no por dignidad, que esto hubiera merecido
alabanza, sino por vanidad, por necio deseo de
inspirar envidia á otros que padecian las mismas ó más
crueles penas que ellos.
¡Triste aberracion, que sólo les traia antipatías y
enemistades de las personas á quienes herian y humillaban!
// 209.png
.sp 2
.nf c
IV.
.nf-
Hay otra tercera clase de personas á las que se les
figura que les falta todo, á causa de una modestia que ya
llega á ser como una dolencia del ánimo.
Esta clase es tambien desgraciada, y quizá más que
ninguna, porque cuando falta la completa estimacion de
sí mismo no hay valor para nada, y el alma está en una
angustia contínua.
No hay nada que me cause más lástima que el ver á
una persona dominada por una timidez excesiva; porque
hay muy pocos sufrimientos morales que se puedan
comparar á éste.
La vanidad es á la vez osada y feliz; el descontento
de la vida es altivo y algunas veces amargo; pero la excesiva
modestia, el pobre concepto de sí mismo, es un
mal gravísimo y de difícil curacion.
¡Yo no valgo nada!
Este pensamiento es terrible, amargo, desconsolador,
y poco á poco va empequeñeciendo el ánimo y amenguando
insensiblemente el valor moral é intelectual de
quien le abriga.
Todos valemos algo; todos somos útiles en la tierra;
todos llevamos en el alma el grano de oro, la centella
divina que, en un momento dado, puede enriquecer y
alumbrar, y todos debemos estimarnos para que nos
// 210.png
estimen, porque la primera condicion de la dignidad
es el conocimiento de la propia valía.
Apelemos, pues, á la razon para hallar el justo medio,
que está tan léjos de la excesiva vanidad como del
extremo descontento, y tengamos equidad para los demas,
á la vez que la tenemos para nosotros mismos.
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LOS RECUERDOS.
.nf r
Siempre, aunque sea en una cárcel,
Hay un rincon ignorado
Do alguna vez se ha gozado
Un instante de placer;
Y al dejarle para siempre,
Conociendo que le amamos,
Un ¡adios! triste le damos,
Sin podernos contener.
.nf-
.rj
(Zorrilla.)
.sp 2
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I.
.nf-
Hay imágenes que se graban en el alma y van formando
una historia secreta é ignorada de todos, aparte
de la triste historia de la vida.
Hablo de los recuerdos; de los recuerdos que nos acompañan
y nos consuelan en las rudas pruebas por que
atravesamos y nos hacen llevaderos los dolores presentes,
trasladándonos con el pensamiento á otras épocas
más dichosas.
El presente es muchas veces doloroso. El porvenir,
oscuro.
Sólo en el pasado es donde se puede encontrar un
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pedazo de cielo azul para dejar errar la fantasía,
como ave triste y enferma que ha quemado sus alas
al atravesarlos desiertos de la vida.
¿Por qué esto?
¡Ay! porque la doliente humanidad cree siempre más
dichoso el dia que pasó que el que espera; porque, como
dice Chateaubriand, ¡en la sociedad, cada hora abre una
tumba, y hace verter una lágrima!
La esperanza, esa deidad consoladora que, envuelta
en diáfanos velos, sonrie á los niños en la cuna y acaricia
al hombre, se deja ver pocas veces en torno de la mujer;
flota á lo léjos como la sombra de un sueño, y como
sombra se desvanece cuando va á asirla su débil mano.
Para la mujer es más grato, más dulce, más consolador
el recuerdo.
El recuerdo queda en su corazon.
La esperanza no hace más que vagar ante sus ojos.
.sp 2
.nf c
II.
.nf-
Cada vez que contemplo yo el sol, recuerdo uno de
sus rayos que calentaba mis piés cuando era niña, y á
cuyo reflejo luminoso se abria un pequeño mundo que
yo abarcaba con dominio infantil.
Caia aquella ráfaga de dorada luz en un pobre y húmedo
cuartito, cuyo pavimento era de yeso, resquebrajado
en muchas partes.
// 213.png
Algunas hormigas salian de un agujero redondo y venian
á dar vueltas al sol.
Dos ó tres moscas, entumecidas por el frio, se despegaban
de la pared y volaban zumbando gozosas en aquel
foco luminoso que les fingia un alegre dia de estío.
Sentábase allí el gato negro y anciano, cerrando voluptuosamente
sus grandes ojos, verdes como dos esmeraldas.
Una perdiz se acercaba con menudo paso al conciliábulo
y picoteaba al gato, de quien era muy buena amiga.
Tenía yo un grillo que habia encerrado en una jaula
muy pequeña, que tambien colocaba al sol, y encima de
la cual dejaba descansar á un gran caracol que salia de
su cáscara, estirándose poquito á poco, como para observar.
En una de las grietas del suelo habian brotado dos ó
tres hierbecillas; un dia, al levantarme, ví á la más alta
coronada con una flor morada del tamaño de una lenteja;
aquel mensaje de la primavera me colmó de gozo y
me estremeció al mismo tiempo.
Me pareció la flor una sonrisa de gratitud de aquella
pobre hierbecilla, porque yo la echaba alguna vez dos ó
tres gotas de agua, y aquel dia fué uno de los más dichosos
de mi inocente vida.
Yo era la reina de aquel pequeño mundo tan alegre,
tan feliz. Sentábame allí, desmigaba un poco de pan,
que se comia la perdiz, y las partículas más pequeñas
se las llevaban las hormigas con un afan que hacía venir
lágrimas á mis ojos.
Las moscas zumbaban; cantaba el grillo; dormitaba
// 214.png
el gato; el caracol se estiraba; las hormigas trabajaban,
y todos éramos dichosos con un rayo de sol y un poco
de pan.
¡Oh, sí, todos éramos felices! Yo lo era tambien, porque
tenía seis años.
Desde entónces, siempre que en una bella mañana de
invierno penetra un rayo de sol en mi aposento, á traves
de mi ventana, recuerdo el mundo en miniatura donde
yo imperaba cuando era niña; mi pensamiento vuela hácia
aquel pobre cuartito, recinto de mis juegos y de mis
meditaciones infantiles, donde veia tanta dicha, y que se
ponia tan alegre cuando le visitaba el sol.
.sp 2
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III.
.nf-
Los recuerdos de la infancia son siempre gratos y queridos,
porque están rodeados de inocencia; pero los más
consoladores, los que constituyen un dón inestimable, son
los del bien que hemos hecho.
Mucho se declama contra la injusticia del mundo, y
es una triste verdad que hay en él muchos ingratos;
pero los beneficios llevan en sí mismos su recompensa
por la dulce memoria que dejan en el alma.
Conocí á una mujer tan completamente halagada por
los dones de la naturaleza y de la fortuna, que llegó á
ser completamente infeliz.
Imaginaos una mujer bella, jóven y casada con un
hombre, jóven tambien, opulento y que la adoraba.
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No habia goce en la vida de que aquella mujer no disfrutase.
Su cuarto de dormir, situado en lo más retirado de la
casa, estaba no sólo forrado de ensambladuras de madera,
sino forrado tambien de seda algodonada para que no
se percibiese el más leve rumor que perturbase sus sueños.
Al abrir los ojos tenía al alcance de su mano un timbre,
el cual, sólo con tocarle, llamaba á dos camareras
serviciales, discretas é inteligentes.
Metíase en un baño de agua tibia perfumado con lirio
y jazmin, y luégo se desayunaba con su marido ó sola,
segun era su voluntad, que nadie coartaba en lo más
mínimo.
Peinábala un peluquero tan hábil que no la causaba
daño alguno; tenía carruajes de todas las formas y para
todas las estaciones; palcos en todos los teatros; convites
para todos los salones; espléndida casa y soberbios
palacios de verano; sus diamantes eran magníficos; todos
la envidiaban, y, sin embargo, cayó en un hastío
mortal, por lo mismo que nada tenía que desear.
Un dia fué á visitarla una amiga suya, bastante escasa
de bienes de fortuna: llegaba llorosa y conmovida, y
la opulenta dama le preguntó la causa de su pena.
--Vengo, dijo, de ver á una familia que se está muriendo
de hambre.
--¡De hambre! repitió la hermosa jóven: ¡debe ser
muy raro eso de ver morirse de hambre! Me alegraria
ver á esa familia.
--Puedes conseguirlo al instante.
--¡Yo!
// 216.png
--Vénte ahora mismo conmigo á ver á esos desdichados.
--¿No les has socorrido tú?
--Sí, pero llevaba muy poco dinero para tan grande
infortunio; figúrate un padre ciego, una madre baldada
en una cama, y ¡cinco niños que piden pan á gritos!
Las personas ricas no pueden comprender de súbito
los horrores de la miseria; así fué que mi amiga oyó
este relato con bastante indiferencia; tomó su bolsillo y
salió con su compañera.
Cuando se halló en la mísera y helada buhardilla de
aquellas pobres gentes, sintió en el alma una impresion
dolorosa, penetrante, desconocida; pero sintió algo, despues
de mucho tiempo en que no sentia nada.
Entregó su bolsillo á la pobre madre enferma sin que
pensase contraer en ello mérito alguno; pero aquella
mujer besó sus manos, bañándolas en llanto, y todos los
niños, conducidos por el padre ciego, se arrojaron á sus
piés colmándola de bendiciones.
Desde aquel dia la vida de aquella hermosa jóven tiene
un objeto noble y grande. ¡La caridad!
Crueles dolores la han afligido despues; grandes decepciones
ha sufrido; pero los dulces recuerdos del bien
que hace la consuelan de todos sus disgustos y sinsabores.
// 217.png
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.nf c
IV.
.nf-
No son sólo los ricos los que pueden practicar el bien.
El que consuela al afligido con palabras dulces y afectuosas
hace igualmente un inestimable beneficio, y su
recuerdo, á pesar de la ingratitud con que pueda ser recibido,
basta para hacer dichoso á quien lo ha practicado.
Hay tambien recuerdos que matan.
Los remordimientos, los crueles é implacables remordimientos
no son otra cosa que los recuerdos del daño
que se ha hecho, á los cuales va unida la memoria de las
bellas cualidades que poseian las personas á quienes se
ha ofendido ó lastimado.
Al hombre le acompañan ménos los recuerdos; su
vida está llena de realidades más ó ménos penosas, más
ó ménos agradables.
Los negocios absorben todo su tiempo y absorben tambien
su imaginacion.
La mujer, por el contrario, relegada al hogar doméstico,
retirada en él, tiene muchas veces que acogerse á
sus recuerdos para ser dichosa.
Á la mujer le está vedada toda ocupacion, toda actividad
fuera del círculo de su familia, y los recuerdos son
para ella un mundo mejor, un oásis en el cual descansa
de todos esos dolores vulgares, silenciosos y desconocidos
que combaten y envenenan su existencia.
La pradera donde corria cuando niña; los primeros
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libros que leyó; las oraciones que le enseñaba su madre;
los cuentos de la vieja nodriza; los juegos con sus hermanos;
la imágen ante la cual rezaba; las memorias de
su primer amor; aquellas emociones tan puras, tan castas,
tan indecisas, que ni áun despues de mucho tiempo
sabe definir; la rama que el viento mecia en el bosque;
el pájaro, que en las alboradas del estío se posaba á cantar
en las macetas de su ventana; el primer ramillete
que le regalaron y que conserva, seco ya, en el fondo de
una caja; todas estas cosas forman para la mujer un
mundo de poesía y de amor, al cual se retira para buscar
la calma.
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.nf c
V.
.nf-
Jamas he podido comprender que una mujer tenga
gusto en cambiar con frecuencia de habitacion.
Dice Alejandro Dumas que los que rehusan cambiar
de domicilio son, por lo regular, personas avaras.
Yo, con permiso del fecundo narrador, diré que no soy
avara, y que, sin embargo, siento un gran dolor cada vez
que he de trocar mi vivienda por otra, aunque gane mucho
en el cambio.
¿Cómo no amar las paredes que nos han visto llorar,
reir, y que han presenciado nuestras venturas y nuestros
dolores?
¿Cómo no amar el primer rayo de sol que la primavera
nos envia como una bella sonrisa, y el rayo de luna
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que viene á quebrarse en los cristales de nuestra ventana?
Paréceme que el apego de la mujer á su casa y á los
objetos que la adornan, es inseparable de su condicion,
suave, blanda y amorosa; que la constancia en sus afectos
debe serle tan propia como el culto de los recuerdos,
y que un corazon frio, egoista é indiferente es como una
anomalía en nuestro sexo, á quien Dios encomendó el
cuidado de embellecer el hogar, derramando en él la suave
luz de la poesía y del amor.
Haga la mujer todo el bien que le sea posible; ame y
socorra á los menesterosos; y por desgraciada que sea su
vida, siempre tendrá en sus recuerdos un pedazo de cielo
azul, un horizonte sereno, adonde volver sus fatigados
ojos.
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// 221.png
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.h2 id=C031
LA POBREZA Y LA MISERIA.
.sp 2
.nf c
I.
.nf-
Entre estas dos situaciones hay un abismo, á pesar
de que muchas veces se las confunde.
La pobreza no es una desgracia.
La miseria es una desgracia horrible.
La pobreza es carecer de lo supérfluo, pero tener lo
necesario.
La miseria es carecer de todo: ¡es el hambre, la desnudez,
el frio, la enfermedad, el dolor, la muerte!
He visto gentes muy contentas con la pobreza, y que
habiendo llegado á ser ricas por una herencia inesperada,
por el logro de algun negocio lucrativo, han echado
de ménos el tiempo de su medianía, y han deplorado el
tener fortuna y los cuidados que ésta trae consigo.
Las mujeres se lamentan de la pobreza mucho más
que los hombres, y se han visto algunas que, solas, aisladas,
sin familia, han hecho esfuerzos inauditos para
llegar á la opulencia, símbolo para ellas de todos los goces
de la tierra.
Pero la riqueza se escapa siempre de las débiles manos
// 222.png
de nuestro sexo: al ingenio, al talento de la mujer
le falta constantemente la principal cualidad, la fuerza:
no tiene ni las dotes ni los defectos masculinos, por más
que se esfuerce en adquirirlos.
La energía ficticia y febril que una mujer da á su talento,
es siempre estéril y pasajera: despues de estos esfuerzos,
despues de estos ataques de epilepsía intelectual,
recae en el vacío, más débil y más desalentada,
porque esta energía pasajera la obtiene sólo á expensas
de su fuerza natural, que no reside, como la del hombre
de genio, en la violencia de las pasiones, en la gravedad
de los estudios y en el vigor de los pensamientos, sino
en la profundidad de las observaciones, en la exaltacion
de las creencias y en la sublimidad de los sentimientos.
Así es que pocas mujeres han llegado á la fortuna por
la sola fuerza de su talento, y en nuestro país desde luégo,
no conozco ninguna; hay muchas que se han elevado
al pináculo de sus deseos, manejando la intriga y la
lisonja en un grado más ó ménos hábil, y han llegado
á un enlace brillante, que les ha dado la opulencia y todos
los goces de su exigente vanidad.
¡Mas cuántas veces es posible que estas mujeres hayan
echado de ménos la apacible medianía, la casi pobreza
que moraba en el techo paterno! ¡Cuántas veces
habrán pensado en el modesto traje de lanilla, hecho
por sus manos y estrenado con tanta alegría, al sentirse
devoradas por el hastío que produce el no tener nada que
desear!
// 223.png
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II.
.nf-
La miseria, y no la pobreza, es la que produce los
crímenes, y de esos hombres que no tienen pan ni abrigo
para su familia, salen generalmente los infelices que
llenan los presidios y que sirven de escarmiento, cuando
se aplican en todo su rigor, las leyes de la justicia
humana.
Sin tener las ideas socialistas del ilustre escritor Eugenio
Sué, que en su exageracion pretendia que todos
los ricos eran malos y degradados, y todos los pobres
ejemplares y virtuosos, creo que todos debemos, segun
nuestras fuerzas, aplicarnos á socorrer la miseria, y que
una parte á lo ménos de lo que gastamos en lo superfluo,
debemos dedicarlo á dar lo necesario á los que no lo tienen.
La miseria tiene varios aspectos: no es la que se
ostenta la más digna de lástima y de socorro; es la que
se oculta en las heladas buhardillas; la que cubierta con
un espeso velo pide limosna por la noche; la que no se
queja y viste aún con restos de decencia, para disimular
el mayor tiempo posible la desgracia y el dolor.
Esa miseria vergonzante es la más dolorosa y la más
digna de auxilio, porque casi siempre procede de desgracias
inmensas, de pérdidas del corazon, tan ligadas á
los intereses, que han arruinado para siempre la felicidad
y la fortuna.
Se han visto familias caer de repente, desde una posicion
// 224.png
decorosa y desahogada, en la más profunda miseria,
á causa de algun fraude de que han sido víctimas:
una, sobre todo, á quien he conocido, cayó en tan completa
desgracia, que el padre no pudo resistirla, y buscó
en la muerte el descanso de un dolor que su fortaleza
no alcanzó á sobrellevar: su esposa y sus dos hijas hubieron
de dedicarse, primero á labores de su sexo, que
les pagaban muy escasamente; y despues, visto que el
producto de su trabajo no les alcanzaba para vivir, al
servicio doméstico.
La inteligencia y buena educacion de la madre llamó
la atencion de la familia á quien servia; y enterada ésta
de sus desgracias, hizo venir tambien á sus dos hijas,
dándoles una habitacion en su casa, mesa, una criada y
algunas labores delicadas y productivas que desempeñaba
una de las jóvenes, miéntras la otra con su madre iba
á dar lecciones de música.
Las tres pobres mujeres llegaron á encontrarse tan
dichosas en su modesta situacion, que la preferian á su
opulencia pasada, y sólo tenian en el alma el dolor de la
muerte de aquel esposo, de aquel padre que tanto amaban,
y que las habia amado tanto.
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.nf c
III.
.nf-
La dicha de ser rico, se llama una novela francesa de
grande y justa fama: su argumento es muy sencillo: un
zapatero se hallaba muy feliz con lo que su oficio producia,
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cuando tiene una herencia tan rica como inesperada;
su mujer y sus dos hijos se vuelven locos de alegría,
y él mismo da gracias al cielo por este beneficio;
pero muy pronto el cuidado de guardar su dinero le quita
el sueño, le agita y le sumerge en un piélago de inquietudes
y de zozobras; ya hace una abertura en la pared
para ocultar en ella su tesoro; ya, creyéndole allí
poco seguro, sale al campo y lo entierra de noche con
todas las precauciones que pudiera guardar un criminal;
y llegan á tal extremo su inquietud y su angustia, que
maldice su herencia y suspira por el tiempo en que vivia
sin cuidados, ni envidiado ni envidioso de los demas.
Su mujer, que le amaba, su hija y su hijo, que adoraban
en él, deploran el cambio operado en su salud,
que se resiente de tantas amarguras: de contínuo, los
vecinos burlones les envian avisos anónimos de que van
á robarles, asesinándoles primero; y al fin el pobre zapatero,
que ántes vivia contento con el pan de cada dia,
que nada más pedia al cielo que pan y trabajo, que nada
tenía que guardar, está á punto de perder la razon y la
vida.
Una noche su esposa y su hijo salen al campo para
ver si el malhadado tesoro se halla donde le habia enterrado
el pobre hombre; pero la tierra está excavada, y el
cofrecito de hierro ha desaparecido: en lugar de lamentar
la pérdida, caen de rodillas y dan gracias á Dios por
ella, elevando sus ojos y sus corazones al firmamento
bordado de estrellas: el ladron fué bendecido por haberles
librado de aquella funesta riqueza.
Desde aquel dia, el zapatero y su familia recobraron
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la tranquilidad, el sueño apacible, y su apetito feliz y
nunca desmentido.
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.nf c
IV.
.nf-
No es generalmente la miseria dón de la Providencia
divina, tan paternal y tan previsora para todos.
La miseria es casi siempre hija de la holganza, de los
vicios, de la malversacion de los medios de vida.
Dios hace nacer pobres y ricos; la indigencia es casi
siempre obra de los extravíos del hombre, y algunas veces
obra tambien de los extravíos de la mujer, que gasta
más de lo que debe y puede.
La pobreza no es espantosa ni repugnante: ¿cuántas
veces no se han alegrado nuestros ojos, al entrar en un
cuarto muy alto, en un piso cuarto ó en una buhardilla?
La cama, limpia y bien mullida; la ventana, adornada
con visillos blancos, sujetos con lazos rosa ó azules; el
pavimento, brillante de limpieza; los muebles, barnizados;
las flores frescas, en un jarrito de cristal ó de loza;
todo esto lo permite la pobreza, y todo esto la embellece
y casi la santifica.
La limpieza es el lujo de los que cuentan con escasa
fortuna; el arreglo es una bella cualidad de los pobres, y
se ven familias que con muy pocos haberes viven con
decencia y dignidad.
Apénas hay familia donde la esposa sepa gobernar su
casa con inteligencia, en que no haya un bienestar
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relativo: diríase que el buen órden atrae el dinero, y
que el desarreglo lo ahuyenta: las compras inútiles,
el gusto por el fausto y por el lujo, arruinan, no sólo
las fortunas modestas, sino tambien las grandes.
La pendiente de la holgura á la miseria es rápida, y se
baja sin pasar por el término medio de la pobreza: el
que nace con lo necesario no le falta, sabiendo conservarlo,
hasta que muere; pero se han visto muchas familias
opulentas llegar, por el exceso de sus gastos, á la
más completa desnudez; á la más horrible miseria.
No nos rebelemos contra la pobreza, y al contrario,
contentémonos con ella si Dios nos la envia; pero evitemos
con todas nuestras fuerzas la miseria: y cuando la
veamos, socorrámosla en lo posible, sin pensar en si el
desgraciado que la sufre es por su culpa, ó porque el
cielo, como al santo Job, le quiere probar con ese terrible
azote, que devora á tantos desheredados de los bienes
de la tierra.
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LA VOZ.
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I.
.nf-
Hay algunas cosas en la vida que llamamos pequeñas,
y que lo parecen en efecto; pero que son, sin embargo,
más importantes de lo que se cree, y de mayor influencia
en nuestra suerte de la que se supone.
Al hablar de una mujer hermosa, se elogian sus ojos,
su boca, su talle, la expresion de su semblante, las gracias
de toda su figura.
Cuando se menciona una mujer agradable, se habla
de su talento, de su gracia, de su amabilidad, de su instruccion:
mas hay una cosa de la que nadie se cuida y
que nadie nombra. La voz.
Y sin embargo, ¿quién que conozca el poder de los sonidos
en las imaginaciones impresionables podrá negar
á la voz una mágica influencia?
¿Quién duda que existen voces celestiales, que al hablar
penetran en el corazon y nos llevan adonde quieren,
sin que nos demos cuenta de ello?
¿Quién no ha oido en una conversacion de muchas
personas un acento encantador que ha conquistado desde
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que se ha dejado oir todas nuestras simpatías, y que ha
hecho que nos interesemos inmediatamente por las ideas
de quien le posee?
No podré yo expresar á mis lectoras el valor que tiene
ese órgano, que si bien se cree muy importante cuando
se trata del canto, júzgase indiferente en lo que toca á la
conversacion.
El metal de la voz despierta simpatías más vivas, y
acaso más irresistibles que la belleza misma.
Una mujer bella con una voz áspera y bronca, pierde
la mitad de su belleza.
Por el contrario, una que sea sólo agradable, cautiva
de una manera irresistible si su voz es dulce y simpática.
Y no creo que el metal de la voz es independiente de
nuestra voluntad: nosotros podemos, si no variarlo, modificarlo
al ménos, y de ingrato, hacerle dulce y agradable.
No tienen poca parte para dar el tono á la voz los sentimientos
del alma; cuando la ira domina, la voz es sofocada
y áspera y los sonidos oscuros, careciendo completamente
de modulaciones.
Mas cuando la dicha, la tranquilidad y la alegría tiene
el ánimo en una dulce serenidad, la voz es dulce tambien
y halaga al oido, casi como un canto.
Hay mujeres, y yo misma conozco algunas, que con
una voz muy dulce tienen un corazon seco y helado:
que su acento afectuoso es el disfraz de un monstruoso
egoismo; pero esto no quita su poderoso encanto á un
agradable metal de voz: ántes, por el contrario, el ver el
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imperio que estas mujeres ejercen en cuantos les rodean,
al observar cuán bien, pronta y fácilmente consiguen
todos sus fines y llegan á las empresas más difíciles, se
comprende cuán grande es el poder de una voz grata al
oido, y de un suave y melodioso acento.
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.nf c
II.
.nf-
En la mujer, sobre todo, es indispensable un eco de
voz dulce y afectuoso.
La que carece de él debe adquirirlo con el estudio, pues
ya he dicho que en gran parte la dulce emision de voz
depende de nosotras.
Tal influencia ejerce en el hombre la voz dulce de la
mujer, y tanto le agrada, que apénas habrá cosa que
niegue al suave acento de la súplica, y apénas habrá nada
que conceda al duro acento del mando.
He oido hace poco tiempo preguntar á un hombre dotado
de un carácter violento y duro, su parecer acerca de
una mujer muy bella.
--No me gusta, respondió secamente: tiene un metal
de voz áspero y desagradable, y yo prefiero una mujer
fea, dotada de una dulce voz.
En efecto: este hombre se ha casado con una mujer
que nada tiene que agradecer á la naturaleza, sino un
metal de voz lleno de encanto, y que ella modula con
una destreza exquisita y una dulzura sin igual.
Los contrastes se buscan siempre, y son los que crean
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las más fuertes afecciones: aquel hombre severo, de
carácter duro y seco, no podia ménos de enamorarse
de la dulzura que prometia la voz encantadora de su
esposa.
He visto este hombre arrebatado de ira en muchas
ocasiones, calmarse al oir el dulce acento de su mujer,
que, aunque conociendo su ridícula é inmotivada cólera,
le decia:
--Tienes razon mil veces, pero cálmate por mí, pues
te vas á poner malo; ya se arreglará eso de otro modo.
Alguna persona rigorista, presente como yo á estas
escenas, ha dicho que esta mujer era una hipócrita, y
que culpando en el fondo de su alma á su marido, fingia
ser de su parecer; pero ¿hubiera ganado algo la paz de
la casa y de la familia con que ella hubiese dado gritos
tambien, culpando la imprudencia y la cólera de su
esposo?
Sin duda que no: ella le trata como á un enfermo y
hace bien, porque realmente lo está: la ira es una cruel
dolencia moral.
Algunas veces, en lo más fuerte de sus accesos, este
hombre violento se cubre avergonzado el rostro, y una
dulce palabra de su mujer es la que causa tan maravilloso
efecto, por el contraste que ofrece con su grosera
cólera: la he visto en várias ocasiones callar, hacer como
que no ve su confusion, y salir un instante, para no humillarle
con su triunfo: cuando volvia á la habitacion ya
parecia no acordarse de aquello, y hablaba á su marido
de otras cosas, con tanta afabilidad como si nada hubiera
pasado.
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Así, la dulce influencia de aquel acento ha ido calmando
las olas de la cólera del esposo: el hombre quiere
ser siempre superior á la mujer, y á ningun marido
que ama á la suya, le gusta verse rebajado ante sus ojos,
y lo que es más duro, á los ojos de sus hijos.
¿Es acaso esta mujer insensible?
No: es prudente; ama á su marido, y conoce bien el
corazon humano.
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
Ya he dicho más arriba que el carácter dominante y
la propension á la cólera alteran la voz y le dan sonidos
broncos y desagradables; así es que la voz áspera se
tiene por signo de una índole desapacible y violenta, y
por lo mismo, las mujeres de voz poco dulce son poco
simpáticas al sexo fuerte.
Hay, sin embargo, mujeres dotadas de un metal de
voz dulcísimo, y de una expresion angelical en el rostro,
con un carácter de hierro y una voluntad más firme
que todas las voluntariosas é impacientes: estas mujeres,
dotadas de bastante sangre fria para no descomponerse
jamas, dan órdenes severas é ineludibles con el
acento más melodioso, y toman resoluciones enérgicas y
terribles, que rara vez adoptan las que regañan mucho.
La fuerza de inercia es la que adoptan esas mujeres;
pero ésta es la más fuerte y la más inquebrantable: dicen
que sí á todo, y sólo hacen lo que quieren ó les
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conviene: enfrente de otra voluntad fuerte, lloran, se
desmayan, se refugian en el no puedo, suplican y
fatigan al que las quiere dominar, saliéndose siempre
con la suya, como suele decirse.
Esta clase de caractéres no me parece digna de aprecio:
pero la prefiero con mucho á la otra clase, que encierra
todas las provocaciones de la cólera grosera, todas
las réplicas brutales y descompuestas, de la impaciencia:
dominar por la súplica y por la protesta de la debilidad,
es más digno y más propio de la mujer, que hacerse
temible por las manifestaciones de su enojo.
El huracan troncha la soberbia encina, y pasa sobre la
verde caña que se doblega á su ímpetu, y que vive á orillas
del lago azul y trasparente.
Mérito grande es en la mujer el ser dulce en la voz y
en los modales, é inquebrantable en la voluntad para las
cosas buenas.
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IV.
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No hay mujer ninguna, á ménos que no sea completamente
insensible, dotada de una perenne é inalterable
dulzura: á la que veo siempre complaciente, serena, con
la sonrisa en los labios, y hablando melosamente, lo confieso,
no le dedico mis más grandes simpatías.
El alma tiene sus tempestades, como el mar y como el
cielo: una contraccion de facciones, una lágrima
cerniéndose en las pestañas, un temblor en la voz,
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la palidez y el rubor súbito, son señales infalibles
de la lucha de la voluntad y de la sublime victoria
que sobre ella se alcanza: he visto, y no hace muchos
dias, á una mujer jóven, bella y virtuosísima, ultrajada
por su marido ante un gran número de personas, y digo
ultrajada, porque sin motivo alguno la desmintió con
una irritante é insolente grosería.
La pobre jóven, al oirle, se quedó pálida como la
muerte: un instante despues un encarnado ardiente vistió
desde su frente hasta su cuello: su seno palpitó con
violencia: sus ojos lanzaron un relámpago deslumbrador...
¡qué terrible lucha tenía lugar en su corazon! Todos
los ojos estaban fijos en ella... y todos se miraron
con asombro, cuando ella, pasando una mano por sus
ojos, como para no ver, dijo con acento dulce y sumiso
á su brutal marido:
--Perdona, amigo mio, me habré equivocado.
¡Qué gran victoria consiguió aquella mujer sobre sí
misma! ¡Cómo se leia la admiracion de los presentes en
sus semblantes! ¡Y qué triste papel el del marido déspota
y grosero!
El poseer una voz agradable es un seguro antídoto
contra los arrebatos de la cólera, porque las frases duras
no se pueden decir con un acento dulce y afectuoso, y la
costumbre de esta gracia, sea natural ó adquirida, sirve
de freno á todas las desigualdades de un carácter desapacible.
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.h2 id=C033
EL SANTUARIO DE MONTSERRAT.
.nf c
Á MI QUERIDA AMIGA LA DISTINGUIDA POETISA
DOÑA ANTONIA DIAZ DE LAMARQUE.
.sp 2
I.
.nf-
Al dedicar un recuerdo al célebre santuario de las
montañas de Cataluña, á nadie mejor que á tí, mi amada
Antonia, hubiera podido dirigirme: á tí, que tantas
veces me has instado en tus cartas para que escribiera
algo acerca de mis viajes, y á quien he prometido hacerlo:
sin embargo, no me agradezcas la presente, porque
necesitaba escribírtela para aliviar mi corazon de una
emocion profunda, y para hablarte del asilo más grandioso
que posee en la tierra la Reina de los Cielos, la
Madre Celestial, que tanto amamos tú y yo.
Poco despues de las once de una calurosa mañana de
Julio, salimos de Barcelona y tomamos el camino de
Monserrat, adonde llegamos á eso de las siete de la
tarde[#].
.if t
[1] El modo de hacer el viaje y la enumeracion de todas las poblaciones y
accidentes pintorescos del camino, se hallan en el curioso libro
escrito por el Excmo. Sr. D. Víctor Balaguer, titulado _Guía de
Montserrat_.
.if-
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Durante dos horas, y á pesar de ir sentada en la delantera
del carruaje, mis ojos no descubrian más que altísimos
montes.
En el centro de éstos se eleva el Monserrat, el cual,
segun la opinion de todos los viajeros célebres que han
escrito sus impresiones y recuerdos, no tiene igual ni semejanza
en todo el orbe.
Su altura piramidal es de 1.300 varas, y por lo maravilloso
de su forma diríase, al mirarle desde alguna distancia,
que es una ciudad inexpugnable, rodeada de un
cinturon de fuertes torres, y que sólo la mano de Dios
puede destruir.
¡Oh, Antonia mia! Cuando me vi al pié del inmenso
monte, consagrado por la presencia de la Vírgen Madre
de Dios, que ha hecho de él su palacio; cuando en derredor
mio vi aquellas enormes peñas, suspendidas al parecer
en los aires y prontas á desprenderse; cuando vi la
cúspide del Montserrat tocando á las nubes, tan diáfanas
y movibles que parecian el manto del Señor, mi corazon
tembló dentro del pecho y humillé la frente confundida,
no sólo de mi pequeñez, sino de la pequeñez
humana.
En la falda de la gran montaña se eleva el santuario
como un puerto de paz y de esperanza.
La guerra con todos sus horrores ha pasado por aquel
sagrado recinto, incendiando y destruyendo cuanto ha
hallado á su paso; pero las ruinas, que en todas partes
son tristes, respiran allí una augusta y melancólica
grandeza.
Adivínase sin trabajo lo que sería el santuario ántes
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que los soldados franceses arrojasen en él las teas del
incendio: yo vi aquellos majestuosos restos á la melancólica
luz de la luna, y me arrodillé y oré, pareciéndome
que á traves de las arruinadas paredes veia el semblante
de ese Dios todo amor, todo grandeza y misericordia.
El fuego ha consumido las esculpidas puertas y ha
ennegrecido las gruesas paredes de piedra.
Cascadas de hiedra silvestre se precipitan por las derruidas
ventanas, como ingratas hijas que huyen del techo
paternal porque es triste, ó bien como cautivas jóvenes
que buscan aire y sol.
Las fugitivas están, sin embargo, cubiertas de campanillas
blancas y azules, como si quisieran llevar consigo
en la partida todas sus joyas.
No podria, no sabria, Antonia mia, decirte, aunque
quisiera, hasta qué extremo me conmovió la vista de
aquel verdor lujoso, de aquella loca lozanía entre lo triste
y solitario de las sagradas ruinas.
Parecíame oir sonoras carcajadas de alegría entre las
notas de un canto funeral.
Creia ver jóvenes vestidas de rosa y blanco, entre una
cohorte de enlutadas y afligidas ancianas.
Pero á medida que rezaba el consuelo descendia á mi
alma.
Pensaba en que Dios coloca siempre la alegría junto
al dolor, y que quizá sin aquella hiedra cubierta de flores,
el espectáculo hubiera sido demasiado tétrico y desconsolador
para mi alma.
En el ala de la derecha del santuario se halla la
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hospedería: los monjes dan allí la más cristiana y cariñosa
hospitalidad: cada viajero tiene su cuarto; algunos domésticos
cuidan del aseo y servicio de las habitaciones, y
por la noche se ve á los religiosos, envueltos en sus largos
mantos negros, pasar por los claustros para informarse
de si los visitadores de aquellas santas soledades
están bien asistidos.
En la cima de una roca, que desde el camino parece
inaccesible, está situada la iglesia, servida por los monjes
y por algunos niños de familias pobres, á los cuales
se les proporciona una educacion religiosa y gratuita.
La comunidad de estos niños se llama Escolanía, y su
habitacion, situada en el interior del Monasterio, tiene
sobre la puerta un cuadro encantador, que representa á
la Vírgen cobijando bajo su manto á algunos niños casi
desnudos.
Enfrente de la iglesia se extienden cordilleras de montes
inmensos, cubiertos de flores y medio ocultos en las
horas de la tarde, entre las brumas que descienden del
cielo hasta los picos más elevados.
Para tí cogí un pequeño ramo de aquellas flores; ya
las has visto, son pobres de colores y humildes; pero las
guarda la Vírgen de las montañas, y me parecen consagradas
por su presencia.
La iglesia es espaciosa y sencilla: toda su magnificencia,
los dorados y mármoles con que tantos reyes y
príncipes cristianos la enriquecieron en el pasado siglo,
han desaparecido: ahora está blanca y pobre, como la
casta Vírgen que ha depuesto sus galas para vestir el
ropaje de la pureza y de la humildad.
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En el altar mayor está la hermosa imágen: es muy
morena, así como el niño que tiene sentado sobre sus
rodillas; aunque todos los historiadores están discordes
acerca de la procedencia de esta imágen, la opinion más
válida y admitida asegura que es la misma que trajo á
España el apóstol San Pedro, obra de San Lúcas, y escondida
cuando la invasion de los árabes en las peñas
de Monserrat por el godo Gregorio y por Pedro, obispo
de Barcelona.
.sp 2
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II.
.nf-
Corria el año del Señor 880 cuando se oyeron coros
celestes y se vieron resplandores extraños en la montaña:
era el anochecer de un sábado cuando advirtieron
este prodigio unos pastores: llegada la noticia á Gundemaro,
obispo de Vich, pasó con el clero y muchos fieles
al lugar de los prodigios; y despues de vencer muchas
dificultades y peligros, á causa de lo escabroso del monte,
hallaron una pequeña cueva cavada en la roca, y dentro
de ella una hermosa imágen de María, con el niño
Jesus en los brazos, que exhalaba y exhala aún hoy una
fragancia exquisita.
Tomóla en los brazos el santo Obispo, para conducirla
en procesion á una iglesia donde fuese venerada con el
decoro debido; pero á los pocos pasos la sagrada imágen
quedóse inmóvil y sin poder ninguna fuerza humana
separarla de aquel sitio.
// 242.png
En él, pues, se le edificó una capilla, que poco despues
se convirtió en monasterio de religiosas de la órden
de San Benito, por disposicion y voto del conde Vifredo,
el Velloso, del cual fué abadesa su hija la jóven y
bella Riquilda.
Poco despues el Conde de Barcelona, sucesor de Vifredo,
sustituyó monjes de San Benito, traidos del convento
de Santa María de Ripoll, por cuanto era tanta la
afluencia de peregrinos al sagrado monte, que no podian
darles las religiosas hospitalidad con el decoro debido.
No quiero acabar esta carta, mi querida Antonia, sin
hablarte de la Baranda de los monjes, extensa galería, á
la cual se pasa por el interior del monasterio, y que está
guardada por tres colosales estatuas de religiosos.
Esas impasibles y mudas figuras de piedra, eternos
guardadores del monasterio, eternos testigos de sus glorias
y de su devastacion, sobre cuyas calvas cabezas pasan
los años y las tempestades, á cuyos piés vuelan las
águilas sobre el abismo, me han inspirado un respeto en
que entra tambien el terror.
¡Cuánto pudieran decir aquellas heladas bocas, si un
milagro del que todo lo puede las abriera!
¡Cuántos imponentes espectáculos habrán contemplado
aquellos ojos sin luz!
Ellos han visto subir al santuario á los Reyes Católicos,
con su hija Juana la Loca; á la emperatriz Isabel,
esposa de Cárlos V; á Felipe II, que estuvo en él cuatro
veces; á sus hijas las infantas Catalina é Isabel; á Felipe
III; á Maximiliano II; á D. Juan de Austria; á Cárlos
III; á Cárlos IV; á Fernando VII y á Isabel II.
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No pueden los límites de una carta reseñar detenidamente
á Monserrat; muchas deberia dirigirte para ello;
pero como quieres que te escriba sobre otros asuntos,
me contento con darte en este una ligera idea del más
grande de todos los santuarios del mundo cristiano.
El fuego, como si fuera el eterno enemigo de las santas
montañas, ha vuelto á invadirlas hace algunos años;
tú lo sabes tambien, pues la prensa toda dió cuenta de
ese espantoso siniestro, que atribuyeron á una mano aleve;
ya los religiosos iban á sacar de la iglesia la sagrada
imágen para ponerla á salvo de las llamas: Barcelona
entera, Manresa y todas las poblaciones inmediatas, acudieron
llenas de agonía á agruparse en la hora del peligro
en derredor del palacio solitario de María, y sus esfuerzos
lograron felizmente extinguir el fuego.
Si hubo culpables ¡Dios los perdone en su misericordia
infinita! Ni tú ni yo sabemos llamar anatemas sobre
las cabezas de los extraviados.
Adios, Antonia mia, te abrazo con el corazon.
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LA MODESTIA.
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I.
.nf-
No hay ninguna de las grandes virtudes que admiramos
por las heroicas acciones que producen, que tenga
el encanto de esta dulce y cándida virtud.
El valor, la generosidad, la abnegacion, el sacrificio
llevado á sus límites más elevados y más sublimes, admiran:
pero la modestia cautiva y atrae con un poder
indecible.
Como todas las virtudes suaves, ésta es más propia
de la mujer que del hombre, y más necesaria en ésta que
en aquél.
La modestia tiene la belleza y el dulce aroma de las
violetas: la modestia, como estas flores, se oculta con
ese suave é inimitable rubor de la inocencia; pero su
perfume la descubre, y hace que sean admirados sus encantos
y su gracia, hasta por los más indiferentes.
La modestia es el mayor encanto de nuestro sexo, ó,
mejor dicho, el complemento de sus encantos; puede
compararse á esos diáfanos y blancos velos que las mujeres
echan sobre su rostro para parecer más bellas. Y
así como esos velos ocultan los leves defectos del
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semblante, encubriéndolos vagamente, y hacen resaltar
todas las perfecciones de la que los usa, del mismo
modo la modestia disimula todos los defectos del
carácter y hace resaltar todas las bellas cualidades.
No hay falsa modestia.
La mujer que, sin poseerla, pretende hacer alarde de
ella, no conseguirá más que ponerse en ridículo. Porque
la modestia es tan suavemente humilde, que ni se apercibe
de su propia belleza, ni se toma el trabajo de mostrarse.
Se la adivina, como á la violeta, por su aroma.
Se la busca, y, una vez encontrada, se la contempla con
arrobamiento y se la ama.
La modestia es dulcemente majestuosa; altiva con
suavidad, amable y encantadora, como todas aquellas
prendas que tienen su base en la excelencia y bondad
del corazon.
Una mujer que no haga alarde de lo que vale es una
cosa tan rara, ó al ménos se considera tan escasa, atendida
la vanidad que se achaca á nuestro sexo, que, con
razon, se la contempla con admiracion y simpatía.
¿Y sabeis lo que es simpatía?
Es uno de los más dulces lazos del género humano.
Es el término que separa el cariño de la indiferencia. En
las mujeres, así como en los hombres, es el primer eslabon
de la cadena de la amistad. Entre un hombre y una
mujer es el primero de la cadena del amor.
Los lazos de la simpatía son fuertes y durables: son
gratos, expansivos, libres de toda sujecion, porque la
simpatía no nace de las leyes del deber, ni nace de la
gratitud, ni es esclava de las exigencias de la sociedad.
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La simpatía es espontánea, brota en el corazon como
brota una madreselva en las tapias de un huerto ó de un
patio.
La simpatía y la modestia jamas se separan, sobre
todo en la mujer: porque la simpatía que ésta inspira es
casi siempre emanada ó nacida de su modestia.
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II.
.nf-
La modestia tiene dos manifestaciones.
Modesta es la mujer que en su porte, en su traje y en
sus modales, conserva aquella dulce dignidad que le impide
todo movimiento indecoroso ó poco conveniente.
Y modesta es la que ningun alarde hace de su mérito,
la que le deja adivinar ó que se descubra sólo por su
propio brillo.
Sea cualquiera de estas dos formas la que tome la modestia,
cautiva siempre.
La alabanza propia envilece, ha dicho un sabio, y esto
lo vemos confirmado todos los dias.
El mérito de una persona, por grande que sea, es despreciado
si ésta hace de él una ridícula ostentacion, ó si
mira con desden el de los demas.
Y este desprecio hácia la altanería es inherente á la
naturaleza humana.
Cada uno de los mortales tiene su dignidad, que es
muy peligroso hollar, y á falta de dignidad, existe en
todos un sentimiento invencible de amor propio.
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Por eso las personas modestas son tan simpáticas y
tienen tantos amigos.
Aunque la simpatía es espontánea, casi nunca es inmotivada,
y una persona dulce y modesta despertará
muchas más simpatías que una vana y altanera.
Á la mujer modesta se le concede mérito de buena voluntad,
por lo mismo que ella parece desconocerlo.
Á la que exige homenajes se le niegan hasta las atenciones
más comunes, porque, fuerza es confesarlo, en
nuestro sexo predomina la envidia; y por eso dije en otro
capítulo que la mujer que ha nacido privilegiada por las
dotes intelectuales, tiene que hacerse perdonar esta ventaja
por su dulzura y suavidad.
Lo mismo que dije tocante á la belleza intelectual,
digo ahora respecto de la hermosura física.
La que se envanece con ella, la que exige admiracion,
léjos de obtenerla, únicamente conseguirá que se le niegue
todo mérito; ó si se le concede, lo que es todavía
peor, que se la rebaje con alguna calumnia, inventada
por la envidia y la maledicencia.
La modestia es casi siempre un puerto seguro contra
todos estos peligros; porque la modestia es tan benignamente
dulce y bella, que ni exige homenajes ni ofende
á nadie.
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III.
.nf-
La modestia impone deberes, que quizá parecerán
muy arduos á las jóvenes cuya educacion haya hecho
// 249.png
que los desconozcan: porque es muy cierto que la modestia
la inculca una buena madre en el carácter de sus
hijas desde su más tierna edad.
La modestia prohibe las posturas indecorosas, los modales
desenvueltos, los trajes cuya hechura exagerada dé
lugar á la crítica por llamar excesivamente la atencion.
La modestia exige esa delicada reserva, de que ya he
hablado, y que aconseja á la mujer salir poco de su casa
y no prodigarse demasiado en público.
La modestia exige que toda jóven ignore, ó al ménos
aparente ignorar, todo aquello que su edad y estado le
prohiben saber.
Por más que halague á una jóven, por la viveza de su
carácter, esa reputacion de chistosa que se concede á
otras, debe preferir la de modesta.
Confundir la gracia con el chiste es un error lamentable.
La gracia es inseparable de la modestia. El chiste
sienta bien algunas veces al hombre, pero jamas á la
mujer, porque es consecuencia de la desenvoltura.
He visto muy de cerca á algunas jóvenes, que apénas
habian salido de la infancia, y tenian ya en la conversacion
ciertas libertades, inocentes en un principio, pero
que eran aplaudidas como otras tantas gracias.
Aquellas licencias iban creciendo poco á poco mucho
más de lo conveniente, mas los padres y hermanos exclamaban
sin cesar:
--¡Qué chistes tan oportunos! ¡Qué sal!
Y la sal y la gracia se convirtieron al fin en una desenvoltura
repugnante, en una maledicencia insoportable,
y en una absoluta falta de pudor y de delicadeza.
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¿Cómo era posible que estas mujeres no estuviesen
rodeadas de enemigos?
Quizá, sin más faltas que sus chistes y su sal, han
perdido su reputacion por la venganza de los que han
sido ofendidos con su maledicencia, ó blanco de sus chispeantes
burlas.
La que ansía la reputacion de chistosa será muy fácil
que adquiera la de maldiciente, porque de la sátira á la
murmuracion es tan rápido el declive, que no basta la
débil inteligencia de la mujer para que la conduzca por
él sin despeñarla.
La madre que ambicione la felicidad de su hija, hágale
entender, desde que su tierna inteligencia lo permita,
que es mejor pasar por mujer modesta que por mujer
vivaz y chistosa. Á estas últimas se las teme. Las primeras
son casi siempre simpáticas ó, al ménos, se juzgan
inofensivas.
La modestia llegará á serles natural si la buena educacion
les hace comprender su belleza; porque si bien es
cierto que la modestia nace con la criatura, no lo es ménos
que ésta pueda adquirirla aunque haya nacido destituida
de ella.
Si á una niña en vez de aplaudirle los modales desenvueltos
de que use, se le afean aconsejándole otros más
dulces y templados, es indudable que dejará los primeros
para no hacerse odiosa y despreciable. Si se le enseña
á hablar poco y oportunamente, á no criticar á nadie
y á cuidar de sus propias acciones y decoro, seguramente
que no charlará sin tino cayendo en la murmuracion,
escollo inevitable cuando se habla mucho. Si se le dice
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que la gracia es la moderacion, la dulzura, la templanza,
la modestia en fin, no hará alarde de descaro ni de
chistes poco convenientes en su edad. Por último, si se
conserva en su alma esa flor delicada que se llama pudor,
no la veréis nunca con la mirada oblícua de la hipocresía,
ni con esa otra descocada que vende el fatal
¿qué se me da á mí?, cáncer de nuestra sociedad y de
la virtud de la mujer.
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IV.
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La verdadera gracia, la gentil coquetería, la distincion
en los modales son inseparables de la modestia, y
por lo tanto, la mujer más destituida de atractivos personales
puede ser encantadora si es modesta.
Pocas, muy pocas nacen completamente hermosas, y
así la mujer debe buscar todo aquello que realza sus
gracias personales; porque esto, léjos de ser una falta,
es un homenaje á la Providencia, puesto que se manifiesta
estimacion hácia las ventajas y los dones que nos
ha concedido.
La exageracion en el traje y en el peinado casi nunca
sienta bien, sea cualquiera la figura y facciones de la
que la use.
La modestia impide que llamemos la atencion, y por
eso evita casi siempre el ridículo.
El buen gusto no es el uso de los adornos pomposos,
de los colores fuertes, de las formas extraordinarias en
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los vestidos; por el contrario, en el tocado y adorno de
una mujer de buen gusto preside casi siempre una gran
sencillez, y la sencillez es uno de los preceptos de la modestia.
Ademas, la modestia no sólo se acomoda á todas las
fortunas, sino que embellece las posiciones más medianas.
El lujo de los pobres es la limpieza, como dijo el malogrado
Sué.
Si á una limpieza exquisita se reune el buen gusto y
esa coquetería propia del hogar doméstico y necesaria en
la mujer, ésta se hará admirar en todas partes.
Vosotras, madres respetables, que por la medianía ó
escasez de vuestra fortuna sufrís tanto con las privaciones
de vuestras hijas; vosotras que, al contemplar con
orgullo su belleza, llorais de sentimiento por no poder
adornarla segun vuestro deseo; creedme, si son modestas
y virtuosas, vuestras hijas alcanzarán más simpatías
con su sencillez que las opulentas damas que carecen de
esta amable cualidad.
El mundo, es verdad, rinde vasallaje á la opulencia,
pero sólo rinde culto á la virtud; aplaude los talentos
brillantes, el fausto, todo aquello, en fin, que deslumbra;
pero al mismo tiempo trata de empañar esos talentos
con los tiros de la envidia.
Unicamente ama y estima verdaderamente á la modestia,
porque la modestia es la base de muchas virtudes;
y semejante á una perfumada diadema que adorna
una cabeza herida, recrea con su celestial aroma á la sociedad,
encubriendo los defectos de quien la posee.
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LA FE.
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I.
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Si hay alguna cosa que disculpe en la mujer el atrevimiento
de escribir para el público, es sin duda la buena
intencion con que debe hacerlo.
Y no creais, lectoras mias, que yo considero una culpa
en mi sexo el dedicarse á las tareas literarias: si abrigase
esta persuasion, no escribiria.
Vale más, á mi modo de ver, llevar la frente erguida,
aunque desnuda de coronas, que inclinada con sonrojo,
aunque ceñida de laureles.
La mujer cuando escribe debe hacerlo guiada por una
buena intencion, no para disculpar una falta, sino para
excusar un atrevimiento; que tal considero el exponer al
público los sentimientos del alma.
Yo soy la primera en conceder que la mujer debe concretar
su talento y su poesía al cuidado de su casa y al
embellecimiento de la existencia de su esposo y de sus
hijos.
Pero si nace alguna con tan rico caudal de imaginacion
y actividad que le sobre aún despues de emplear el
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que requiere el cumplimiento de sus deberes; si su corazon,
demasiado amante, ó su imaginacion viva, ó su juventud,
demasiado solitaria, necesitan mayor pasto que
la generalidad, ¿por qué ha de privársele de un desahogo
ó distraccion que á nadie ofende y que puede enseñar
algo ó servir de algun consuelo á las demas mujeres?
Y no creais tampoco que la palabra enseñar encierra
gigantescas y ridículas pretensiones; que muy provechosas
lecciones puede dar una mujer sin más que tener
corazon, á aquellas criaturas que le tienen dormido por
su naturaleza, desgarrado por la desgracia ó endurecido
por el desengaño.
Yo aspiro á probar si sé enseñar á creer en este artículo,
porque creer es uno de los mayores beneficios de
la vida.
Y no obstante, para enseñar á creer se requiere tan
sólo no carecer de fe, de esa fe que tiene por morada una
alma tierna y un corazon sano; se necesita haber sufrido
y haber llorado, pues sólo en el dolor es cuando nuestro
corazon busca un consuelo más elevado que los que podemos
hallar en el mundo.
En la alegría olvidamos á Dios; el primer grito de
nuestra pena es éste:
--¡Piedad, Dios mio!
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II.
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¡La fe! ¡Bendita sea!
Esta hermosa hija del cielo nos hace mucho bien para
que no la acojamos con amor en nuestro corazon.
Sin ella no habria en el mundo sentimiento alguno
bueno ni honrado, ni áun mundo habria.
La fe es el orígen del amor de los esposos; del cariño
de los hermanos; de la pasion de los amantes; de la tierna
simpatía á que damos el nombre de amistad.
La fe nos ofrece una vida de eterna ventura, y hasta
alcanzarla nos da valor para sufrir las penas de este
valle de lágrimas.
La fe ha llenado de santos mártires el cielo y de santas
vírgenes los conventos del mundo.
La fe es la luz purísima que ilumina las almas; el
rayo de sol que alumbra la noche tenebrosa de la duda.
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III.
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Hé aquí lo que dice Eugenio Pelletan en su Profesion
de fe del siglo XIX:
«El hombre necesita creer, porque ha nacido inteligente;
creer es el medio de ser para su espíritu; su espíritu
vive únicamente creyendo, y ademas porque, habiendo
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nacido libre, tiene, en virtud de esta libertad, una
parte de accion en su destino. Debe, pues, conocer, aunque
sea en parte, ese destino para arreglar á él su conducta.
De aquí la necesidad de una creencia. ¿Quién eres?
¿Por qué existes? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? Hé
aquí el enigma que, desde Job á Prometeo y desde Prometeo
hasta Fausto, la humanidad está contínuamente
resolviendo.»
«¿Pero qué garantía tiene el hombre de poder encontrar
su solucion? Una sola, podemos responder, y le basta;
el deseo que tiene de hallarla. El afan de buscar no
es en nuestra alma más que la anticipacion de la verdad.
La soberana armonía no se engaña á sí misma:
no ha dado la aspiracion á nuestra alma como el cebo de
un engaño. Por todas partes donde ha puesto la sed, ha
puesto al lado la fuente. ¿Quién puede admitir un momento
que Dios señala la verdad al presentimiento para
escondérsela á la razon? Entónces no sería Dios, sería
su propio mentís. Habria encendido en nosotros un deseo
que sería un suplicio; hubiera hecho de nuestro más
sublime instinto, un infierno. Semejante hipótesis es impía,
no merece ni áun la refutacion. Decirla es refutarla.»
Vosotros, los que afectais no creer en nada para correr
desenfrenados de extravío en extravío; vosotros, los
que no quereis dique alguno para vuestras pasiones; vosotros,
seres á quienes el mundo llama en su culto lenguaje
despreocupados, no podréis ménos de convenir en
el fondo de vuestra alma, en que Eugenio Pelletan tiene
razon; porque todos, hastiados de los vacíos goces de la
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vida, habréis buscado un más allá en vuestro destino.
¿Qué os ha contestado entónces vuestra razon oscurecida
por las nieblas de los goces materiales?
¿Qué os ha respondido vuestra conciencia, ese juez
invisible, pero rígido y severo?
Es bien seguro que vuestra razon ofuscada y vuestra
fuerte conciencia han batallado encarnizadas en el fondo
mismo de vuestras almas; mas si ha quedado la victoria
por la primera, si esa razon extraviada os ha dicho que
no hay nada más allá de este mundo, ¿qué os queda?
¿Sois acaso felices con los goces que él os proporciona?
La grandeza de vuestro espíritu ¿no se abate hasta
desear la muerte y el no ser?
¿No teme entónces vuestro cuerpo entrar en la tumba
para volverse polvo?
¿No se empeña otra lucha nueva entre el espíritu y la
materia; aquél anhelando dejar un mundo donde no cabe;
ésta, aferrándose á un mundo que le halaga más que la
nada del sepulcro?
¡Desdichados, que no teneis fe! ¡Vuestra breve y emponzoñada
existencia sólo puede ser una cadena de dolores!
¿Quién os consuela cuando la muerte os arrebata el
padre, la esposa ó el hijo?
¿Adónde volveis los ojos turbios de dolor?
¿A los que quedan? ¡Ay! ¡Estos han de morir tambien!
¿A sus sepulcros? Sus losas nada os dirán: ¡sólo
guardan elocuentes frases para los ojos del alma!
Los que creen en su inmortalidad acuden á postrarse
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ante las tumbas, y ven en el rayo del sol ó de la luna,
que va á quebrarse en ellas, el alma que amaron y que
ha descendido del cielo, para que consuele la suya.
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IV.
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La fe tiene tiernas supersticiones que consuelan.
Las flores que brotan en la sepultura de un niño despiden
para su madre un reflejo de la risa de aquella criatura,
á quien tanto amó.
En su perfume cree aspirar el hálito del sér que voló
desde su regazo al cielo.
Cree ver en su blancura la imágen de la frente purísima
en que tantas veces apoyó sus labios.
Y el murmullo de los cipreses del cementerio es, á sus
oidos, la voz de su hijo que canta dulcemente en su
tumba.
El amor es la poesía de la religion: la fe es su beneficio.
Los pueblos más poéticos son los que más fe tienen:
ved á los musulmanes adorando á Alá: á los indios llamando
al Grande Espíritu; ved á las jóvenes del Missisipí
colgando entre las ramas de los almendros en flor
las cunas en que yacen los cadáveres de sus hijos, porque
dicen que sus almas suben al cielo entre el aroma de
las flores.
Los más crueles perseguidores de los cristianos,
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Diocleciano, Galerio y Maximiliano Hercúleo, tenian fe en
sus dioses, fe idólatra y fanática, pero grande y poderosa,
pues alcanzaba á ahogar todos los instintos del hombre,
todas sus afecciones: nadie ignora que se vieron
prefectos y emperadores que sacrificaron á su fe hasta
sus propios hijos.
¿A qué deidad sacrificais vosotros, ateos de nuestro
siglo?
¿A quién rendís culto?
Los persas, que adoraban á un elefante y le servian de
rodillas, son para mí más comprensibles que vosotros.
Los druidas, que consagraban sus vírgenes al culto de
la luna, son más simpáticos á mi corazon.
Las legiones romanas, que tremolaban los estandartes
de Marte y de Belona, son más valerosas.
Los gentiles, que atribuian á Orfeo una lira divina, á
Diana un amor contemplativo y melancólico, á Júpiter
una justicia inmutable, y que esperaban en los campos
Elíseos, tienen para mí un espíritu más elevado que
vosotros.
Porque vosotros nada creeis, y por consiguiente, nada
esperais.
Abominando del mundo, no quereis dejarle, porque
nada veis más allá que os compense los mezquinos placeres
que os ofrece.
Gastais prematuramente el cuerpo en los desórdenes,
y no veis en la celeste techumbre esa bendita palabra
que el Eterno escribe con estrellas: ¡Gloria!
Es indudable que teneis un alma, puesto que vuestro
cuerpo está animado: es forzoso que el alma busque una
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creencia, como dice Pelletan: pero rechazais la sed de
encontrarla.
El que dotó de alma al hombre; el que puso en ella
instintos de gloria y de ambicion; el que formó su corazon
para el amor, es un sér grande y benéfico, y este
sér, todo verdad y grandeza, no debe decir en vano al
hombre: «¡Cree y espera en mí!»
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V.
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No hay más que un escudo para los golpes del infortunio:
la fe.
Ved á la madre que pierde al hijo único que era todo
su amor; vedla velar su agonía, cerrar sus ojos y depositarle
en su sepulcro; la fe le presta resignacion y esperanza
de encontrarle en un mundo más dichoso, para
no separarse ya de él en toda la eternidad.
Ved á la hermosa jóven que encierra en un claustro,
los dias más bellos de su juventud; la fe hace que desee
otro esposo mejor que los que el mundo le ofrece.
Ved á la hermana de la caridad, ese tipo de la abnegacion
y del heroismo; la fe la sostiene en sus fatigas y
en sus penosos deberes: ¿quién, sino la fe, podia obligarla
á sacrificar su existencia al alivio de la humanidad
doliente?
No, no hay un solo sufrimiento, por hondo que sea,
por incurable que parezca, que no sea sanado ó endulzado
por la fe.
La prueba más eficaz que tenemos de lo que alcanza
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la fe, la que más debe convencer al que no se obstine en
cerrar completamente los ojos del alma á la luz que pueda
disipar las tinieblas que la oscurecen, á la reflexion
que basta á enfrenar las pasiones que la emponzoñan: el
más sublime ejemplo de la grandeza de nuestra religion,
es el de la constancia que los primeros mártires del cristianismo
han ofrecido á los siglos venideros.
Ahí teneis á Santa Ines, niña de trece años é hija de
padres gentiles, convertidos por ella, que muere sonriendo,
degollada bárbaramente á los piés del prefecto
Tértulo.
Ahí teneis á Santa Cecilia, doncella de diez y seis
abriles, ciega y mendiga, que espira á la primera vuelta
de las ruedas del potro, sin angustias, sin dolores, y
cantando dulcemente.
Ahí teneis á San Pancracio, jóven de diez y ocho
años, que muere en el anfiteatro de Roma al clavarse en
su garganta las garras de una pantera, y que deja la
vida, sonriendo al tribuno Sebastian, que pronto debe
tambien seguirle en el martirio.
Ahí teneis al mismo Sebastian, que espira oscuramente
asaeteado, sin testigos, en el parque de Adónis.
Ahí teneis á la santa niña Emerenciana, que muere á
pedradas, miéntras ora en las catacumbas.
Ahí teneis, en fin, á San Casiano, que rinde el postrer
aliento á manos de sus discípulos en la misma escuela
que regenta, y sin dejar escapar una queja, sin dejar
de cantar las alabanzas del Eterno.
¿Quién, sino la fe, pudo dar tal fortaleza á los niños
y á los ancianos?
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¿Quién estancó el llanto de las madres?
¿Quién dió regocijo á los padres por la muerte de sus
hijos?
Sólo ese sagrado fanal que alumbra los ojos del alma
para que crea en otra vida mejor.
Sólo la fe obra tan admirables prodigios.
Sólo la fe pone dulces sonrisas en los labios de los que
padecen.
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VI.
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La fe es tan consoladora como benéfica.
Ella nos hace confiar en todos cuantos nos rodean, nos
hace ver en toda su grandeza el cariño de los padres,
nos hace creer en la fidelidad, en la nobleza, en el amor,
porque la fe está rodeada de una córte de hermosas criaturas,
que se llaman creencias.
Estos seres tienen alas como los ángeles, y cuando
hay algun mortal tan desgraciado que despide á la fe de
su alma, la fe vuela al cielo seguida de sus aladas é inocentes
compañeras.
Dios mismo, al bajar al mundo para hacerse hombre
y morir por nosotros, trajo consigo á la fe.
Ella curó á los tullidos, dió vista á los ciegos, habla
á los mudos y alimento á los hambrientos, y áun en
nuestros dias pudiéramos ver muchos milagros operados
por la fe.
La fe está siempre entre nosotros sin pedirnos recompensa,
y á veces sin que la conozcamos.
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La fe con que ama un hombre, triunfa casi siempre de
la inconstancia de su amada.
La fe en el estudio, vence las dificultades que éste
ofrece á una inteligencia limitada.
La fe en el talento, abre al que la abriga un porvenir
más ó ménos lisonjero, más ó ménos lejano; pero siempre
consolador.
La fe en la ciencia del médico, cura á muchos enfermos
de sus dolencias.
Y hasta la fe en los principios políticos ha sido provechosa,
pues si bien ha hecho infinitas víctimas, éstas
han espirado con la sonrisa en los labios como los mártires
del cristianismo, ó arrastran una vida de privaciones
y destierro, pacientes y resignadas.
No despidais, pues, á la fe.
Los que no la abrigueis en vuestras almas, llamadla
presurosos, porque no podeis elegir compañera más benéfica
y generosa.
La negra discordia huye, bramando de furor, de la
mansion que ocupa.
La desesperacion no hinca jamas su rabioso diente en
el seno que la cobija, porque la fe le defiende valerosamente
de sus ataques, y hasta acompaña al sepulcro al
que la ama y la abriga.
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LA ESPERANZA.
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El sepulcro de la última esperanza
es la cuna del suicidio.
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L. V.
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I.
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La esperanza es hermana de la fe.
Quien no abriga la fe en su corazon, no puede ser
consolado por la esperanza.
Nada son, nada valen, ni para nada sirven las esperanzas
que hace brotar la ambicion.
La esperanza, si no va sostenida por su madre la Religion
y por su hermana la fe, es tan débil que muere al
nacer.
Las ilusiones toman con frecuencia el manto de la esperanza;
le dividen en pedazos, se cubren con ellos y
van á visitar las cabezas enfermizas y los corazones estragados
de los mortales.
Éstos las confunden con la esperanza; las acogen con
amor, las acarician, las abrigan, y las pérfidas, despues
de haber saciado su sed en la savia de su cerebro, huyen
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riéndose descompasadamente, y dejando las más espantosas
tinieblas en el espíritu débil que las acogió.
--¿Por qué la esperanza se deja robar y desgarrar su
hermoso manto? me preguntaréis acaso.
Y yo os contestaré:
--La esperanza deja sonriendo que las ilusiones se
apoderen de él, y al mirarlas volar sobre la tierra, exclama
satisfecha:
--Corto será vuestro reinado: el mio es más hermoso
y duradero, pues cuando abandonais á los míseros mortales
desengañados y abatidos, á mí toca volar á reanimarlos
y á prestarles consuelo. Vuestra mision es herir,
la mia curar las heridas que haceis.
Y en efecto, vedla al lado de todos los dolores de la
vida.
Vedla sentada junto al que llora, reclinada en el lecho
del moribundo.
Vedla velar las tumbas de los muertos.
Vedla, en fin, hasta en el cadalso, mostrando el cielo
con su blanca mano al delincuente que espira arrepentido.
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II.
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Si el mundo llamase á la religion y á la fe; si no desdeñase
la benéfica influencia con que constantemente éstas le
brindan, la esperanza haria fecundos á tantos genios
como se agostan con el soplo amargo del escepticismo:
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habria más gloria, poder y felicidad; no abortarian
tantas empresas, grandes en su concepcion, porque
no serian mezquinas en sus medios, y Dios no dejaria
caer su mano airada sobre nuestras cabezas.
La esperanza es la que guía todos nuestros pasos en
el sendero del bien; la madre sufre todos sus dolores,
todas sus penas, no por el egoismo que encierra la idea
de que sus hijos le paguen en la ancianidad cuanto por
ellos sufrió, sino alentada por la esperanza generosa de
contemplarlos un dia fuertes, virtuosos y felices.
El soldado arrostra los peligros del combate, porque
la esperanza le enseña á lo léjos una corona de inmortal
laurel.
El marino reza en la tempestad á la Reina del cielo,
porque tiene su esperanza cifrada en tan cariñosa y compasiva
señora.
Á mí me conoce y ama como una amiga.
La tengo sentada frente á mí, en mi mesa de escritorio.
La encuentro en el templo, apoyada junto al altar.
La veo en mis largos y solitarios paseos mecerse en
las ramas de los árboles.
La oigo en la campiña cantar con los pájaros.
Á su risa brotan en Mayo las flores de mis balcones.
Á su arrullo me duermo.
Á su dulce llamamiento me despierto.
Ella cortó hoy mi pobre pluma para escribir estas líneas.
Ella hace veloces y alegres las horas de mi trabajo.
Ella, en fin, es mi mejor amiga.
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Los pesares del corazon, los sinsabores del alma, los
amaños de la sociedad, las intrigas del poder, las injusticias
de los hombres, los desengaños del mundo, las decepciones
más amargas, los dolores más hondos, todo lo
alivia la blanda sonrisa de la esperanza.
El desgraciado sufre sus dolores con paciencia, porque
la esperanza le promete el alivio de ellos en la tierra,
ó el precio de su resignacion en un mundo mejor.
El mártir soporta heroicamente sus tormentos, porque
espera el cielo que la fe le descubre.
El poeta pasa sus breves dias con la cabeza abrasada,
sus noches sin sueño, y sus amargos desengaños, esperando
conquistarse un glorioso renombre, que le compense
de todas sus fatigas.
Mas ¡ay! todas estas esperanzas se convierten en vanas
ilusiones, si la religion y la fe no las sostienen.
Oid á Alfonso de Lamartine en sus Meditaciones, en
ese libro, consuelo de los corazones heridos, encanto de
las almas tiernas y bálsamo de la amargura del desengaño:
oidle, y si yo no os inspiro gran fe al rogaros que
espereis, tenedla al ménos en el gran poeta, cuya inteligencia
parece haber sido iluminada por el mismo Dios.
«Alúmbrate con la antorcha de la esperanza hasta en
las sombras mismas de tu muerte, seguro de que la Providencia
no tiende lazo alguno á tus pasos; cada aurora
la justifica; el universo entero se fia de ella; sólo al hombre
ha ofrecido dudas; pero su venganza paternal confundirá
la duda infiel en el abismo de su bondad.»
Sí; no hay duda que la bondad suprema no confunda
en el abismo de su misericordia sin límites. No hay
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vacilacion en un alma pura, que no sea sostenida por
la fe é iluminada por la esperanza.
¡Amantes y virtuosas madres! ¡Vosotras, que sois los
únicos seres para quienes mi voz puede tener algun poder,
enseñad á vuestros hijos, desde el momento en que
su inteligencia pueda comprenderos, á creer, á esperar y
amar!
Hacedles ver que toda la ciencia de los mortales debe
circunscribirse á este círculo, tan estrecho pero tan fácil,
y que únicamente la fe y la esperanza pueden labrar
su dicha en esta vida, y conquistar el reino eterno que
Dios nos tiene prometido.
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EL TÚ Y EL USTED.
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Hace algunos años leí en un periódico unas líneas, que
me inspiraron este artículo: aquellos renglones eran los
siguientes:
«La más completa confusion deja conocer apénas
quiénes son superiores, quiénes inferiores, cuáles los padres,
cuáles los hijos, pues una igualdad homicida y vergonzosa
los ha confundido enteramente.»
Desde entónces, como digo, pensé en este artículo,
pues creo que de esa igualdad que se advierte en algunas
familias, no tiene la culpa el tú, tan amante y confiado,
que los hijos emplean con sus padres: otra base
más perjudicial tendrá esa igualdad, tan culpable para
toda persona sensata, y de ella deberia castigarse á los
padres, no por consentir el que sus hijos les llamen de
tú, sino por no saber guardar su lugar y su decoro.
Yo me honro con la amistad de infinitas familias en
las que hablan de tú los hijos á los padres, y, sin embargo,
al primer golpe de vista se conoce cuáles son los
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padres por las distinciones, los cuidados y la ternura de
que se les rodea.
¿Qué espectáculo es más dulce?; el que ofrece un niño
que se abraza confiadamente á su padre y le dice al oido
estas palabras: «papá, ¿quieres que no me vaya todavía
á acostar?», ó el que presenta una criatura que á
diez pasos de su padre murmura estas palabras: «¿quiere
usted que me esté aquí un poco más?»
Fácil será decirlo, si se observan los semblantes de
los dos; el del primero revela la dicha y el bienestar; su
mirada es leal y franca: el del segundo retrata un temor
servil; su mirada oblícua examina á hurtadillas el rostro
de su padre, que no se atreve á mirar de frente.
Y, sin embargo, aquel niño que llama de tú á su padre,
como á su mejor amigo, es probable que sea con él
más tierno, amante y atento que el que le llama de usted;
los padres han sido colocados por Dios mismo en un
pedestal tan elevado, que sólo pueden descender de él
por culpa suya. Si un padre comprende el sublime destino
que le ha sido conferido; si le comprende y le estima
lo bastante para guardar su propio decoro y no cometer
nunca ninguna accion reprensible, sus hijos le respetarán
siempre, aunque sólo sea por ese instinto que Dios
mismo ha colocado en el corazon humano, por esa necesidad
que todos tenemos de vivir sujetos á una naturaleza
superior: la libertad absoluta es un dón tan fatal,
que no se hace amar de nadie.
Y no se crea que yo condeno el usted por la sola razon
de la antipatía que me inspira, y que manifesté en una
nota que coloqué al frente de mi primera novela; yo
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reconozco que ese tratamiento es el propio de la época
prosaica y materializada en que vivimos; pero ya que
en la sociedad se emplea, ya que es lenguaje usual entre
personas indiferentes y áun enemigas, permítasenos no
usarle con las personas que amamos.
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II.
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El usted ha sido desterrado del seno de la amistad,
porque coarta la confianza, y contiene, ántes de que suban
á los labios, las más dulces expansiones del corazon;
¿por qué, pues, se ha de condenar el que se vaya
desterrando poco á poco tambien entre padres é hijos?
¿Hay acaso un amigo mejor y más sincero para un jóven,
que su propio padre? ¿Hay alguno que más se desvele
por su bien? ¿Hay alguno á quien deba amar con
más tierno exclusivismo?
Gentes hay cuyo tipo ha descrito con inimitable maestría
el ilustre Fernan Caballero, en su bella Gaviota. El
general Santa María, colocado allí á propósito para formar
contraste con una dama romántica y sujeta á todos
los caprichos de la moda, es un hombre enemigo acérrimo
de esta inconstante deidad, que asienta como principio
infalible que nada de lo que de ella proviene es
bueno: en nuestros dias existen aún algunas gentes así,
sin querer comprender que hay algunas innovaciones
útiles y saludables, y yo creo que de esta clase es el tratamiento
de tú entre los padres y los hijos.
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Jóvenes de ambos sexos he visto, de esos cuyos padres
hacen alarde de ser chapeados á la antigua, que escudados
con el usted contestan á los autores de sus dias
una desvergüenza de más volúmen que las que algunos
de los que les hablan de tú, se atreverian á decir á sus
criados: y esto no es extraño, esos padres no educan á
sus hijos ni para el cariño ni para el respeto; los educan
para el miedo, y el dia que su carácter pierde algo de la
fuerza que les prestaba la edad, sus hijos sacuden el
yugo que les era tan pesado y abrumador.
Todo respeto, toda consideracion en el mundo están
basados en el valor del que los inspira: amamos á Dios
porque tenemos su imágen enclavada en una cruz y espirando
entre tormentos sin ejemplo para redimirnos: le
amamos porque sabemos que á su bondad debemos la
vida, el alimento y todos cuantos goces y placeres disfrutamos;
le respetamos porque nada reconocemos más
grande, más poderoso que él; sean, pues, los padres,
que son su imágen en la tierra, una imágen viva de su
proteccion y de su amor: sean grandes, nobles, apasionados
para sus hijos, mostrándoles en cuantas ocasiones
les sea posible, su nobleza y su amor, y estos hijos les
pagarán su cariño con usura, porque la juventud es tierna;
se confiarán á ellos porque los reconocerán superiores;
buscarán su consejo y les contarán sus dolores, seguros
de que los han de comprender, consolar y guiar
por la senda del bien.
Estos padres justos no son nunca débiles; sus castigos
aplicados con oportunidad y energía, son más temibles
que por su rigor, porque privan de la amistad del que
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los impone por algun tiempo; un padre bueno, recto y
cariñoso hace igualmente buenos á sus hijos, y éstos besan
sumisos la mano fuerte y protectora que sujeta las
riendas de su vida y les evita el hundirse en la sima sin
fondo del mal.
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III.
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«--Jamas olvidaré, me decia no hace mucho un hombre
muy digno, jamas olvidaré lo que sintió mi corazon
una noche que contando apénas catorce años, fuí al
cuarto de mi padre para confiarle una falta, cuyo peso
me abrumaba.
»--¿Qué tienes, me dijo, que estás pálido, hijo mio?
»--Padre, respondí yo bajando la cabeza, vengo á
decirte que he levantado la mano á mi hermana.
»Mi padre se irguió, y sus grandes y poderosos ojos
centellearon; pero bien pronto se apagó aquella luz fugitiva,
desprendiéndose de ellos algunas lágrimas.
»--Si yo te diese ahora un golpe con toda mi fuerza,
sería un cobarde, ¿no es verdad, Fernando? me preguntó.
»--No, padre mio; tienes el derecho de hacerlo.
»--El fuerte no tiene ningun derecho para maltratar
al débil; un golpe mio te aplastaria, porque eres débil
como una doncella; luego yo sería un cobarde, y ademas
padre bárbaro y cruel.
»Yo guardé silencio.
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»--Fernando, continuó mi padre, tu eres un cobarde;
has pegado á tu hermana, que cuenta dos años ménos
que tú, y que es mujer.
»El orgullo herido vistió mi frente de una ardiente
púrpura; pero devoré mi ultraje y callé.
»--Vas á pedir perdon á tu hermana, continuó mi
padre; y luégo, hijo mio, para rehabilitarte á tus propios
ojos, pasarás cuatro dias en tu cuarto, sin salir ni
áun para comer.
»Yo, por mi parte, continuó abrazándome, te he perdonado
ya, desde el momento en que depositaste en mí
tu confianza; nunca llama en vano un buen hijo al corazon
de su padre.
»El mio, prosiguió mi amigo, se anegó en ternura al
sentirme acariciado por el que me podia castigar severamente;
las lágrimas que veia correr por las mejillas
de mi padre hicieron brotar dos raudales de mis ojos:
aquel hombre, cuyo valor era proverbial, cuya probidad
acataban todos, y á quien yo veia cercado siempre de
tanto respeto, se convirtió desde aquel instante para mí
en mi único amigo y supo captarse mi confianza hasta
el extremo de ir yo á revelarle todos mis proyectos de
diversiones y amores, pudiendo confesar hoy con orgullo,
que á la amistad de mi padre debo el haber evitado
todos los precipicios de que la juventud está rodeada.»
Este hombre, que, como se puede suponer, sigue con
sus hijos el ejemplo de su padre, no ha enseñado á éstos
á llamarle de usted, porque está convencido de que
este tratamiento que él rechaza con sus amigos, no debe
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colocarse como una barrera entre la amistad que él y
sus hijos se profesan.
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IV.
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Nada hay más grande, más sublime, más poderoso
que Dios: y sin embargo, él nos ha mandado llamarle
de tú en las oraciones que ha hecho con sus ángeles y
que por boca de éstos y de sus apóstoles nos ha trasmitido
para implorarle y darle gracias: Padre nuestro que
estás en los cielos, dice el cristiano cada dia: llena eres
de gracia, pronuncia al saludar á María con el ángel;
entre Dios y sus hijos no se conoce el usted, y sería una
burla sacrílega é impía emplearle con el Criador y su divina
y amantísima Madre.
¡Padres, que sois la imágen del Criador en la tierra!
¡Madres, que habeis recibido de la Madre comun de nuestro
sexo el ejemplo de la más santa y heróica ternura!
Si sois buenos é irrepensibles, no necesitais de nada
más para inspirarles respeto, porque la tierna niñez, la
pura adolescencia, aman la virtud y respetan la dignidad:
mas si por desgracia se encuentra entre ellos alguno
cuya índole indómita necesita de rigor, usadlo á su
tiempo, seguros de que, si es oportuno, os considerarán
siempre como sus mejores amigos, y revestidos ademas
por Dios de un poder semejante al suyo, que os permite
castigarles y premiarles en este mundo; que vuestro
amor vaya acompañado de dignidad, y que hallen siempre
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vuestro seno preparado á recibir su cabeza culpable,
y vuestra mano armada del castigo que ha de rehabilitarles;
de este modo oiréis siempre en torno vuestro estas
dulces y consoladoras palabras, que tanto bien hacen
al corazon, que son la única ventura positiva de la
tierra:
--¡Padre mio! ¡Madre mia! ¡Qué buenos sois! ¡Yo
os amo más que á todas las cosas del mundo!
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LA AMISTAD.
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I.
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Con tanto asombro como pena he oido á algunas mujeres
quejarse de que no existe la amistad, y de que han
sufrido ya muchas decepciones, lo que dicho por bocas
jóvenes y sonrosadas me ha parecido increible, ó por lo
ménos muy dudoso; creo más bien que estas mujeres
comprenden mal la amistad, y la exigen más de lo que
puede dar, queriendo que se eleve á la categoría del más
sublime heroismo.
Y es por cierto un error bien lamentable que, así en
amistad como en amor, queramos siempre recibir y no
dar; deseemos abnegacion constante y no demos en cambio
tolerancia y prudencia.
Si para conceder nuestra amistad esperamos encontrar
una persona perfecta, jamas tendrémos amigos.
Ningun mortal está exento de defectos; sólo se debe,
pues, procurar que los seres á quienes amemos tengan
los ménos posibles, y que sean de tal naturaleza que podamos
soportarlos sin menoscabo de nuestra dignidad.
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Una señora me dió no hace muchos dias, al oirme hablar
así, la siguiente lógica contestacion:
--No hay necesidad de soportar las faltas ajenas por
amistad solamente: amigos que hagan padecer no son
convenientes, y mejor se está uno solo en su casa, que
sufriendo las impertinencias de los más.
--Mas ¿qué nos queda, repuse, si despreciamos las
simpatías del alma, si desairamos las bellas prendas
que posee una persona, sólo porque se le reconoce algun
defecto?
--Nos queda el estar tranquilos, y el pasar la vida con
las menores penas posibles.
--¡Ah, señora! exclamé; nos queda sólo el egoismo,
y el egoismo no ha hecho jamas la dicha de nadie; ¡no
se queje V. de que no hay amistad en la tierra, puesto
que nada quiere hacer por ella!
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II.
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La historia guarda en sus páginas la memoria de dos
mujeres, que toda su vida estuvieron unidas por la amistad
más tierna y más pura: Isabel Wolf y Agata Deken,
fundadoras de la novela en Holanda, cultivaron juntas
las letras, juntas escribieron, y vivieron juntas desde
que la viudez de la primera la dejó sola en el mundo:
esta union fué tanto más admirable, cuanto que á las rivalidades
femeniles podrian unirse las literarias, y la
emulacion que éstas llevan siempre consigo; pero léjos
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de ser así, vivieron siempre unidas con la más cariñosa
amistad, y la vida arreglada, piadosa, ejemplar que llevaban,
les conquistaron el afecto universal, á la vez que
una admiracion verdadera por las obras de su ingenio.
El dia 5 de Noviembre de 1804 murió Isabel, y Agata
no pudo sobrevivirla más que nueve dias: anciana y
aislada en la tierra, pues habia perdido á su esposo y á
sus hijos, Agata miró la muerte como el último de los
beneficios que Dios podia enviarle, y dió, muriendo, á
su amiga la postrera y tierna prueba del dulce y profundo
afecto que las habia unido, tan raro entre dos mujeres,
y quizá único entre dos mujeres escritoras.
Algun tiempo despues la sociedad de Ciencias y Artes
de Amsterdam, queriendo tributar un homenaje público
á sus virtudes y talentos, honró la memoria de las
dos amigas, celebrando unos magníficos funerales, á los
cuales asistieron cuantas personas distinguidas en todo
género residian en aquella gran ciudad.
Es de suponer que entre estas dos señoras habria algunas
desigualdades de carácter, algunas disidencias de
gustos é inclinaciones; pero es de suponer tambien que
una á otra se dispensarian, tolerándose mútuamente sus
defectos, en gracia de sus buenas cualidades.
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III.
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Nunca se deben confiar á otra persona ni pensamientos,
ni sentimientos, hasta estar bien segura de que los
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puede comprender, ni jamas debe dar el dulce título de
amiga una mujer más que á la que ha dado muestras de
merecerlo: hay penas y alegrías que no deben dividirse
con ningun sér indiferente, con ninguna persona de
cuyo afecto no estemos completamente seguros. Mas si
debe procederse con mesura ántes de dar nuestra amistad,
una vez concedida, no se debe huir ante ninguno de
los sacrificios que esta amistad impone.
Se deben disimular á una amiga todos aquellos defectos
que, no naciendo del corazon, no pueden lastimar el
nuestro; porque la indulgencia y la moderacion son las
principales cualidades de toda mujer distinguida, y que
se estima á sí misma.
He visto personas tan extremadamente indulgentes,
que más bien que estar dotadas de un bello y dulce carácter,
parecian poseer un orgullo lleno de nobleza. Hubiérase
dicho que estas personas estaban colocadas en un
pedestal tan alto, que nada podia ofenderlas; que todo
lo miraban desde inmensa distancia, y que despreciaban
las mezquindades de los demas; y sin embargo, no tenian
enemigos, y eran, por el contrario, universalmente
estimadas.
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IV.
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Una ilustre escritora de nuestros dias ha dicho, «que
la amistad es una necesidad del corazon y que el amor
es un lujo del mismo.»
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Me parece esto muy cierto, y áun creo que deberia
añadirse á tan bella frase, «que la amistad es un beneficio
para el alma.»
Un hombre nunca confesará á la mujer á quien ama
que está pobre ó exhausto de recursos; pero se lo dirá á
su amigo.
La amistad es un comunismo de penas y de placeres,
de dicha y de llanto, al que nada se puede comparar,
cuando está basado en profunda y verdadera estimacion;
pero esto lo encuentran pocos hombres, áun ménos mujeres,
y no se puede tampoco conseguir sin poner mucho
de tolerancia y generosidad, pues no hemos de exigirlo
todo sin dar nada.
Se ha notado mil veces que la amistad más acendrada
ha nacido de los más extraños contrastes; y todos los
dias estamos viendo amigos unidos por el más tierno
afecto, que son muy diferentes en caractéres y costumbres.
Pero en nuestro sexo, entre las mujeres, la amistad
es muy difícil, y casi pudiera decirse que es imposible;
porque la emulacion quebranta el afecto apénas éste ha
nacido, ó la irreflexion hace ofrecer un cariño que en
breve se conoce que es imposible dar, ya por incompatibilidad
de caractéres, ya por convencernos de que las
bellas prendas que suponiamos no existian más que en
nuestra imaginacion entusiasta.
Es, pues, mil veces preferible á sufrir un desengaño
el reflexionar ántes de ofrecer nuestra amistad y estar
seguras de que la persona que á primera vista nos parece
simpática, es--á lo ménos por las cualidades del
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corazon--digna de ella; porque no hay nada más ridículo
que esos lazos, tan pronto formados como llegados á su
más íntima estrechez y que se rompen en breve, con un
estrépito que hace formar mala idea del carácter y del
corazon de la mujer.
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EL LUJO.
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I.
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Cuando veo á las niñas vestidas desde los ocho años
con trajes que son una reproduccion en miniatura de los
de sus madres; cuando las veo con vestidos completamente
bordados que cuestan seiscientos y mil reales, con
cintas en el talle de á dos duros la vara, con sombreros
de paja de arroz guarnecidos de plumas y flores costosísimas,
con botas de raso, con guantes largos y con encajes
en el cuello y las mangas; cuando veo así vestidas
á las niñas, siento como una impresion de tristeza en el
alma.
¿Cómo se exigirá de estas criaturas el amor á la sencillez,
la modestia, tan encantadora en la mujer, cuando
tengan más edad?
¿Cómo se les reprenderán las pretensiones exageradas
y el amor al lujo, cuando la coquetería, natural en la
adolescencia, ocupe el sitio de la inocencia de la infancia?
¿Cómo serán buenas esposas? Y sobre todo, ¿cómo serán
buenas madres?
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Acostumbrándolas al lujo, exponen las madres á sus
hijas á ser muy desgraciadas; el primer mal que las proporcionan
es el hastío, que nace de la saciedad de todos
los deseos; el carácter de estas niñas, á las que el vulgo
llama felices, se agria, se hace vanidoso, despreciativo,
duro para los demas, antipático, en una palabra. Sus
caprichos, sus exigencias no tienen fin ni medida, y sus
padres son las primeras víctimas.
Cuando estas niñas llegan á la edad de amar y de ser
amadas, el lujo es tambien el orígen de su desgracia;
toda fortuna del que desea casarse con ellas les parece
poca; saben sumar y restar, como la Cecilia de Le Duc
Job, que escribió en frances Leon Laya y arregló un académico
español con el título de Lo Positivo, y saben calcular
perfectamente lo que necesitan para alimentar la
voracidad de ese dragon que se llama lujo.
Suelen casarse, pues, no con el que aman, sino con
el que es más rico, porque el descender les sería insoportable.
Pero si la suerte inconstante convierte, por uno de
esos incidentes tan comunes en nuestra época, la opulencia
en medianía, ¡cuánto tienen que sufrir esas pobres
criaturas! ¡Cuánto más que la que ha sido educada
con modestia y sencillez!
No entra por poco tambien el miedo al lujo en la aversion
que muchos hombres tienen al matrimonio; muy
pocos hay que quieran ver sufrir á la mujer que aman, y
ántes prefieren renunciar á ella, que someterla á privaciones
de todos los instantes.
El lujo, el detestable lujo, ha hecho imposible el hogar
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y la familia: el carruaje, el abono en los teatros, la
modista cara, la peinadora, las telas de valor, los encajes
y las joyas, parecen en el dia--y sobre todo en nuestra
pobre España--necesidades imprescindibles, necesidades
que ni nuestras abuelas, ni áun nuestras madres
conocian.
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II.
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Es una cosa innegable que el lujo enfria el alma y la
deja como murada para todo sentimiento elevado y generoso.
Semejante á la pasion del juego, la pasion del lujo
absorbe por completo la existencia; como la hidra de la
fábula, que siempre tenía siete cabezas, porque renacian
cuantas se le cortaban, el lujo tiene siempre hambrientas
sus siete fauces, y próximas á devorar, no sólo el dinero,
sino el sosiego: una mujer dedicada por completo
á los cuidados que el lujo proporciona, no piensa en
nada serio, útil y elevado; el cuidado de sobresalir y de
hacerse envidiar ocupa todas las horas de su vida; y si
es verdad que le causa algunas satisfacciones, es tambien
cierto que le proporciona muchos dolores.
Poco á poco, insensiblemente, el ánimo de esas pobres
mujeres se va empequeñeciendo, y su alma se llena
de tinieblas; cuando la juventud ha pasado, y con ella
las ilusiones y la belleza; cuando se ven aisladas, solas
y tristes, el tedio las consume, y no saben qué hacer de
sus eternos dias, de sus solitarias noches.
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Es, pues, preciso acostumbrar á las niñas á que amen
la sencillez, y vestirlas de una manera esmerada y elegante,
pero todo lo modesta posible; si la suerte les ha
favorecido con los dones de la fortuna, podrán aumentar
sus gastos cuando, en la plenitud de su razon, puedan
calcular aquéllos y sus ingresos, con la saludable valla
de las costumbres modestas; si esta misma fortuna sufre
reveses, no padecerán las crueles privaciones de los
goces de la vanidad, tan punzantes, y á la vez tan
áridos.
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III.
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Para que las niñas tengan aficiones más elevadas que
la pasion del lujo, debe procurarse que se acostumbren
á la lectura y al trabajo; aunque la principal ocupacion
de las niñas debe sér la costura y el cuidado de las cosas
útiles, como la confeccion de la lencería de la casa, y la
de sus propios vestidos, es tambien utilísimo bajo el
punto de vista de su dicha y de su tranquilidad, el que
tomen aficion y apego á las labores de adorno, como
toda clase de bordados, flores artificiales, disecacion de
flores y pájaros, y cuidado de macetas delicadas, jardineras,
etc., etc.
Estos cuidados que ocupan la imaginacion mucho más
que la costura, estas labores de capricho y agradables,
absorben la atencion de las niñas y les hacen pasar horas
deliciosas, porque disfrutan del goce de crear cosas
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bonitas, y hallan en estas obras un inocente orgullo,
cuando las han terminado, y en tanto las llevan á cabo.
Sabido es lo mucho que entretienen las obras de tapicería,
por la combinacion de los colores y primor de los
detalles; y estas obras, muy caras, casi imposibles, para
las niñas hijas de las familias modestas, son para las de
opulenta fortuna un antídoto, un preservativo saludable.
¡Tan cierto es que las cosas varian de carácter, segun
á quien se refieren!
Es tambien muy útil el procurar que las niñas cultiven
las artes y hagan de ellas un estudio serio; ya porque
en nuestra época todo es mudable y pueden servirles
un dia de medios de vida, y ya porque las distraen
agradable y constantemente, haciéndolas amables á
todos.
La música y la pintura ocupan de tal suerte á las jóvenes
que han nacido verdaderamente artistas, que en
su arte cifran toda su dicha, y á veces el arte les hace
las veces de los afectos perdidos, ó no hallados en este
valle de tristezas.
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IV.
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No solamente en las telas es de mal gusto el lujo excesivo
para las niñas; lo es tambien en las hechuras: los
volantes, los encajes, los flecos caros, las pasamanerías,
todo adorno costoso está proscrito para los niños en el
extranjero, y, sobre todo, en Inglaterra, donde las señoras
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visten á sus hijas con la mayor sencillez, pero tambien
con la mayor elegancia.
Por grande que sea la fortuna de una jóven, jamas,
hasta que se case, debe llevar encajes, joyas, y telas
fuertes de seda; esto envejece y afea hasta á las más bonitas,
así como las telas ligeras y baratas, el tafetan, el
foulard, la gasa, el tul y la muselina, hablan de frescura,
de alegría y de juventud.
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LA CASA.
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I.
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¡Dulce palabra, que consuela de todas las penas! ¡Oásis
de la vida, retiro santo de la mujer, albergue grato
del hombre! ¡Cuánto debemos estimarte todos los que
sabemos lo que es amar y sentir!
¡Mi casa! El que tiene siquiera con el pan diario,
debe contar como la primera, como la más suave y grata
de todas las felicidades, el poder pronunciar estas palabras.
La casa debe ser el santuario de la mujer y el sitio
donde debe hallarse mejor que en otro alguno; y sin embargo,
vemos mujeres que pasan su vida de fiesta en
fiesta y que apénas entran en su hogar más que para
comer y dormir.
Yo las compadezco profundamente, y siempre que las
veo recuerdo una triste historia que voy á referir á mis
lectoras.
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II.
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Una jóven muy bonita y muy á la moda, casó hará
unos tres años con un hombre á quien amaba; era él inteligente,
pero ambicioso, y conocia perfectamente la
gran frivolidad de su mujer.
Á los tres meses de haberse casado, la miraba como á
uno de los hermosos cuadros que componen su soberbia
galería de pinturas.
La esposa no disponia de los intereses de la casa, ni en
la parte más pequeña; no salia casi nunca con su marido;
cuando éste tenía spleen, ó algun disgusto, se encerraba
en su cuarto; cuando estaba alegre se iba á comer
con sus amigos; fuerza es decir que en cambio la
dejaba salir siempre que queria, le daba la más ámplia
libertad, y no bien manifestaba deseo de poseer un traje
nuevo, un aderezo, un rico encaje, lo tenía en su guardaropa
ó en su joyero.
--¡Qué mujer tan feliz, decian sus amigas; en tanto
que fué soltera se divirtió cuanto quiso; hizo un soberbio
casamiento, y ahora vive como una reina!
Así juzga el mundo casi siempre.
La jóven frívola y ligera, que sólo pensaba poco ántes
en teatros, bailes y paseos; la gentil amazona, que recorria
las alamedas de la fuente Castellana seguida de
una nube de adoradores, habia empezado á reflexionar
en el aislamiento y soledad de su casa.
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Su cabeza estaba vacía; pero su corazon, bueno y
amante, comprendió que no ocupaba el sitio que era
suyo, ni en su hogar, ni en el cariño y consideracion de
su marido.
No era su amiga ni su compañera; era una cosa bonita,
á la que se cuidaba como á las porcelanas de sus consolas;
era una figura mecánica, como el autómata jugador
de ajedrez, que á gran precio habia comprado su
marido en Alemania.
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III.
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Un dia, la pobre jóven fué á buscar á su marido, y al
ir á hablarle prorumpió en lágrimas.
--¿Qué tienes? le preguntó aquél. ¿Deseas un traje
nuevo? Tendrás dos. ¿Un nuevo carruaje? Lo estrenarás
mañana.
--¡No, no deseo nada de eso! exclamó la pobre esposa;
¡lo que deseo es tu cariño!
--¿Qué motivos de queja tienes de mí?
--¡No soy tu amiga! ¡Voy sola á todas partes! ¡No
me confias tus penas! ¡No tengo en tu casa, en fin, el
sitio que corresponde á tu esposa!
--¡Bah! respondió el marido; guarda el sitio que tienes,
pues no sabrias estar en otro.
--¡Pues qué! exclamó ella exasperada; ¿me niegas
toda sensibilidad, toda inteligencia?
--Desde que te conocí te he visto bajo el aspecto más
frívolo; no me casé contigo para que dividieses las
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penas y las fatigas de la vida, sino porque eras bonita
y queria verte siempre.
--¡Ah! exclamó la jóven levantando su rostro pálido
de dolor y de cólera; ¡yo soy una cosa bonita que compraste,
pero tu amor y todo tu tiempo lo das á otra mujer!
¡sé tus indignos devaneos, y no he de callar más
tiempo!
El silencio sucedió á estas palabras.
--No quiero negarte lo que ya sabes, repuso el marido
despues de algunos instantes; pero consuélate, esa
mujer es tan fea como bella eres tú, y ademas te lleva
algunos años.
--¿Qué te cautiva entónces en ella?
--Su elevada inteligencia, su conversacion encantadora,
su profunda sensibilidad; cosas son éstas que jamas
he pensado hallar en tí; la intimidad del alma, la
simpatía de las ideas con otro sér, constituyen una necesidad
irresistible para el hombre, y el que halla vacío
y frio su hogar, va á sentarse en otro, donde encuentra
lo que en el suyo le falta.
Desde aquel dia la jóven esposa quiso probar á su marido
que podia partir con él el peso de la existencia. Dedicóse
á embellecer su casa, y retirada en ella, cambió
del todo su método de vida; leia, se perfeccionaba en la
música, se acostumbraba á pensar, y fué, en fin, un
alma que halló el camino de la de su marido, del cual
prevenia todos los deseos.
La maternidad vino á estrechar sus lazos, porque
Dios, todo bondad y misericordia, deja siempre un rayo
de consuelo áun en medio del mayor dolor.
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Su marido ha llegado á entender que tiene en su casa
algo más que un mueble como los otros; él tambien se
ha aficionado á las tranquilas dulzuras del hogar, desde
que, en vez de hallarlo solitario, lo encuentra guardado
por su bella esposa; y él, que con tan ruda franqueza le
habló, encuentra ahora un placer infinito en alumbrar
con los rayos de su propio talento esa inteligencia, ofuscada
por las nieblas de la materialista y frívola sociedad.
Ya es la amiga, la compañera y el único amor del
hombre á quien unió su destino, que es la mayor y quizá
la única felicidad positiva de la mujer que ha nacido
con un corazon bueno y sensible.
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IV.
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¡La casa! ¡El hogar!
¿Dónde se descansa mejor, dónde se halla mayor satisfaccion
y un bienestar más dulce?
Id á las fiestas más espléndidas del mundo, y será raro
el que no volvais á vuestra casa con el cuerpo y el espíritu
igualmente fatigados; pero en la dulce tranquilidad
de vuestra casa, jamas estaréis solos: los muebles, los
libros, el piano, el periódico que os trae las más lindas
novedades de la moda, el pajarito que canta en su jaula,
el ramo que os da su perfume, todos estos objetos os parecen,
y con razon, otros tantos amigos que os sonrien
y os aman: allí no hay decepciones, allí no hay envidia
// 296.png
ni maledicencia; allí todo es paz, calma, armonía y reposo;
allí, desde la sagrada imágen que escucha vuestros
ruegos, hasta las macetas de vuestro balcon, todo
os es querido, como queremos cuanto vive de nuestros
cuidados.
La mujer que no se halla bien en su casa, será en
vano que busque la dicha en el ruido y las fiestas; porque
en el mundo y entre su más espléndido bullicio, el
alma huérfana está tan aislada como en las más vastas
soledades, como en los más espantosos desiertos.
// 297.png
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.h2 id=C041
LA TOLERANCIA.
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I.
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Debo hablar de una cosa que he omitido hasta aquí,
para dedicarle un capítulo aparte, pues es de gran importancia
en la vida de la mujer.
Esta es la tolerancia, que algunos confunden con la
indulgencia, y que es, en efecto, muy semejante á esta
plácida y encantadora virtud.
No es tan bella, sin embargo; pero es en cierto modo
más útil y más necesaria.
La tolerancia tiene límites más estrechos que la indulgencia,
y rara vez degenera, como ésta, en una perjudicial
debilidad.
La falta de tolerancia absoluta puede traer graves
disgustos, y áun grandes desastres; una mujer que se
queja á su marido de la falta de respeto de otro hombre,
le expone á un lance desagradable siempre; terrible muchas
veces.
¡Cuántos sinsabores evita en situaciones semejantes
un poco de tolerancia!
// 298.png
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II.
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En sociedad se puede dar á conocer de mil maneras
corteses cuando alguna cosa nos desagrada, y esto sin
que sea necesario para lograrlo el estar dotada una mujer
de un talento sobresaliente, bastando tener buena
educacion. Una palabra dicha sin acritud, pero con entereza,
un silencio digno, y á veces una sonrisa fria, bastan
para cortar las franquezas imprudentes, las palabras
atrevidas, las críticas descorteses.
Sin embargo, áun en el caso de que el resentimiento
sea justo, la mujer debe evitar todo lo posible el descomponerse
con la cólera.
En todas las ocasiones de la vida--ha dicho Jules
Janin en uno de sus más bellos artículos--la calma y
la sangre fria es el medio mejor de dominar las dificultades,
y esto debe entenderse lo mismo colectiva que individualmente,
lo mismo tratándose de una que de muchas
personas.
Hay muchas veces que es una prueba de talento y de
dignidad el hacer como que no se ven los insultos que
la mala voluntad y la envidia quieren hacernos, porque
se da á conocer que nos hallamos demasiado altos para
reparar en semejantes miserias, ó para darnos por enojados
de ellas.
Si la malevolencia desea molestarnos ó hacernos sufrir,
¿qué mayor triunfo podemos concederle que el logro
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de sus deseos? ¿Ni qué mayor mortificacion que el ver
que no nos llegan sus tiros envenenados, sus injustos
ataques, y á veces hasta las calumnias de la envidia, que
siempre es el orígen de todo insulto?
Á propósito de esto, y para que el ejemplo siga á los
preceptos, referiré un caso que presencié no hace mucho
tiempo.
Una señora de mucho mérito, por su juventud, su belleza
y su elevada posicion social, frecuentaba una casa
que no debiera haber frecuentado, por la razon de que
no se la estimaba en ella segun se merecia.
Por una extraña obececacion de la persona que la ocupaba
como dueña absoluta, ó tal vez por una envidia
tan grande que no alcanzaba á ocultarse bajo el tupido
velo de las conveniencias sociales, esta señora, léjos de
profesar amistad á la que llamaba su amiga, la detestaba
profundamente, y no era, por cierto, de extrañar,
si se examinan los motivos que para ello tenía.
La señora de Z. era más jóven, más bonita y más rica
que su envidiosa amiga.
--¿Por qué iba, pues, á casa de ésta? se me preguntará.
El motivo era bien sencillo: amigas desde la infancia,
aquella jóven, hermosa y llena de mil bellas cualidades,
amaba á la señora de T...., que tenía muy malos instintos:
pero como para que haya malos ha de haber buenos, ésta
era, sin duda, la causa de que no se rompiesen los lazos
de aquella amistad tan tierna y sincera por una parte,
tan falsa y mentida por la otra.
--¿Cómo haré yo para echar de casa á esta
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insoportable mujer? preguntaba un dia la señora de
T. á uno de sus más asiduos visitantes.
--¡Insoportable! repuso éste muy admirado; ¿llama
usted insoportable á esa mujer angelical?
--Justamente; la llamo insoportable, porque para
mí lo es.
--Pero ¿por qué causa? ¿En qué ha podido ofender á
usted? ¡Ella es tan buena, tan dulce, tan amable!...
--¡Por favor, caballero, basta de elogios! exclamó la
dama muy apurada: ya sé todo lo que es; pero áun sé
mejor que no la quiero en mi casa, y para que no vuelva,
estoy discurriendo un medio que no me es dado encontrar.
--Pues hay uno muy fácil, respondió él.
--¿Uno muy fácil? ¿Cuál es?
--Dentro de tres dias es su santo de usted.
--Es cierto.
--¿Y no suele V. tener algunos amigos de ambos sexos
á comer?
--Sí; pero ¿qué conexion tiene?...
--¿No convida V. por esquelas?
--Sí.
--¡Pues bien! no envie V. esquela de convite á la señora
de Z.
--¡Oh! ¡pero eso es una grosería espantosa! exclamó
con repugnancia la señora de T....; hace más de veinte
años que ese dia come en mi casa.
--Pero ¿no dice V. que desea librarse de su amistad?
--¡Sí!
--Entónces, ¿á qué tener consideraciones con una
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persona á la cual se aborrece? Para romper para siempre
unas relaciones es lo mejor ese golpe; ¡no hay cuidado
de que se puedan volver á reanudar!
--Lo pensaré, dijo la señora de T....; pero confieso que
me cuesta trabajo.
Su consejero no se tomó la pena de responderle, y salió
de allí maldiciendo á la envidia y á los envidiosos.
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III.
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Sin vacilar un instante, encaminó sus pasos á casa de
la mujer á quien habia tratado, con sus consejos, de excluir
del convite; porque hay personas en la sociedad
que se nutren de chismes y miserias, como otras se nutren
de obras buenas y elevadas.
Halló á la bella señora de Z. sola en su gabinete y leyendo;
sentóse, y despues de algunas lisonjas vulgares,
entró de lleno en la cuestion.
--He tenido un mal rato, dijo con aire triste.
--¿Un mal rato? preguntó la jóven; ¿por qué, amigo
mio?
--Porque he oido hablar de V. con mucha injusticia.
--¿De mí?
--De V., sí, señora.
El buen amigo se calló, esperando esta pregunta tan
natural:
--¿Y quién habla mal de mí?
Pero se engañó: su interlocutora se encogió de hombros
y cambió de conversacion.
// 302.png
--¡Cómo! exclamó él; ¿no le importa á V. que la
critiquen, que la murmuren?
--No por cierto, amigo mio, porque lo hacen sin
razon.
--¿Y eso qué importa, si lo hacen?
--Dejarlos; las calumnias caen siempre por su base.
--¡Pero V. tiene enemigos!
--No lo creo: no puedo creerlo.
--¿Ni porque se lo diga yo?
--Creo más bien que V. se engaña.
--¡Pero si estoy seguro de ello! exclamó el oficioso
exasperado; ¡usted verá cómo le hacen un desaire que
no se espera!
--¡Un desaire! ¡A mí!
--¿Quiere V. que le diga cuál?
--No, amigo mio, respondió la señora de Z.; jamas
me ha gustado sentir males anticipados; ellos vienen sin
que se puedan evitar: así, pues, esperaré esa ofensa,
que su extremado celo me anuncia, con calma, sin impaciencia
ninguna porque llegue.
Y aquí la jóven cambió de conversacion con una perfecta
suavidad en la apariencia, pero en realidad con
una voluntad tan firme que su visitante no pudo, por
más esfuerzos que hizo, volverla á traer al terreno que
deseaba.
La ofensa, sin embargo, no se hizo esperar.
Ajena la señora de Z. á lo que pasaba en el corazon de
su amiga y á los pérfidos consejos que le daban los envidiosos,
preparó un traje conveniente para el dia del
santo de aquélla y esperó, no sólo la invitacion general,
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sino tambien la visita particular y amistosa de la señora
de T....; pero fué en vano; no recibió ni invitacion ni visita.
Este golpe la hirió profundamente, tanto por lo que
tocaba á su corazon, cuanto por lo que tocaba á su amor
propio; lloró mucho aquel dia: pero á las nueve de la
noche se vistió con su buen gusto acostumbrado, y se
dirigió á casa de su amiga, á cuya tertulia iba todas las
noches.
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IV.
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Todos los que la vieron entrar tranquila, serena, risueña,
se quedaron admirados, porque todos sabian la
ofensa que habia recibido, y casi todos se alegraban de
ella.
Pero la que enrojeció de confusion, fué su amiga: habia
pensado que el resentimiento alejaria para siempre
de su lado á la que habia ofendido, y que no tendria que
soportar el tormento y la vergüenza de verla despues de
su ofensa: porque habeis de saber, lectoras mias, que
para una persona que áun conserva sentimientos de delicadeza
y dignidad, no hay tormento comparable al de
tener que soportar la presencia de una persona á quien
voluntariamente ha ofendido.
La señora de Z. se fué derecha al sillon que ocupaba
su amiga, le tomó cariñosamente la mano y le preguntó
qué tal habia pasado el dia: aquélla balbuceó algunas
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palabras desacordes, y luégo empezó á excusarse con
mucha confusion de no haberla convidado á comer.
--Y eso ¿qué tiene de particular, querida mia? respondió
jovialmente y bastante alto para ser oida la jóven;
cada uno es dueño de tener á su mesa las personas
que sean más de su gusto; yo tampoco hubiera podido
venir, porque tenía hoy muchas ocupaciones.
Á la primera ocasion que se presentó, no faltó quien
se fuera á sentar al lado de la señora de Z. y se lamentase
traidoramente de la ingratitud de su amiga para
con ella; pero aunque sufria cruelmente, tuvo bastante
fortaleza en el alma para disculpar cariñosamente á su
amiga y conservar la sonrisa en los labios.
Sin embargo no era aquella mujer capaz de imponer
su amistad á la fuerza, porque tenía el convencimiento
de lo que valia: dos dias despues pretextó, para no asistir
á la tertulia, una ligera indisposicion; luégo fué otra
noche al teatro, despues dijo que dedicaba una noche á
la semana á arreglar ciertos papeles, sola en su casa, y
que otra la destinaba para ir á la ópera: por fin, dejó de
ir del todo y rompió el último hilo de aquel lazo que ella
habia ayudado á anudar con tanto amor, y que habia
querido ahogarla, en recompensa de sus sacrificios.
Todos conocieron y apreciaron la dignidad y el valor
de aquella mujer, y la envidia comprendió que no se la
podia herir impunemente; su ingrata amiga lamentó
eternamente la pérdida de su amistad, como una desgracia
irremediable, conociendo que la herida que habia
abierto no tenía cura.
Si hubiera ido á casa de su amiga, á llenarla de
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dicterios; si le hubiera escrito una carta insolente, ó
bien si hubiera desaparecido de aquella casa sin volver
más, hubiera dejado al insulto y á la envidia triunfantes.
Su venganza fué digna y generosa, y elevó mucho
más el pedestal de la consideracion que se la profesaba.
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V.
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La dureza es bastante comun con los criados, y yo
creo que es comprender muy poco sus intereses el regañar
de contínuo á las personas que están á nuestro
servicio.
Una señora que reconviene á voces á sus criadas, se
iguala con ellas, porque es sabido que esa clase de gentes
sin educacion hablan siempre en el diapason más alto
que pueden: ademas, los criados, cuando se ven ultrajados,
ó lo están á su parecer, no escuchan en silencio
las reconvenciones, altercan olvidando todo respeto
y toda consideracion, y muchas veces se despiden por
venganza y por el gusto de dejar al cuidado de la señora
todos los pormenores del servicio doméstico.
Un poco de tolerancia en todas las cosas de la vida, un
poco de paciencia y de abnegacion, ó á lo ménos de cortesía,
nos evita muchas incomodidades, y áun á veces
muy graves disgustos: la amistad sobre todo, es un cambio
recíproco de sacrificios de amor propio, y de deferencias
cariñosas.
Donde no hay tolerancia, es imposible que haya
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amistad, y casi pudiera decirse lo mismo del amor: cada
uno ha de disimular los defectos del otro, para que á
su vez le disimulen los suyos propios.
Muchas veces se ven reunidas en una misma persona
grandes virtudes y grandes defectos; en estos casos, es
lo más regular y positivo que las virtudes estén ocultas
y los defectos en relieve; pero entónces es preciso buscar
el grano de oro á traves de la tosca tierra, y decir como
el filósofo:
«El oro, aunque sea entre escombros, siempre es oro.»
Si se carece absolutamente de tolerancia, es preciso al
ménos aparentar que se tiene.
Nada ganaríamos con decir á nuestra mejor amiga:
--¡Qué habladora es V.! ó bien:--¡Cuánto me fastidian
sus largas visitas! ¡Qué mal se peina! ¡Qué mal
gusto tiene para vestir!
Estas imprudentes franquezas, esta expresion de la
intolerancia, ofende siempre, hiere el amor propio del
que es objeto de ella, y á veces convierte una amistad antigua
y sincera en un ódio mortal y eterno.
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ORGULLO, VANIDAD Y DIGNIDAD.
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I.
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La soberbia, el orgullo y la vanidad
son tres manifestaciones distintas
de un mismo vicio, que pretende
encubrirse con el nombre de una
virtud, la dignidad humana.
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L. V.
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Existe entre estos tres sentimientos una diferencia
muy notable. El orgullo bien entendido y sentido--porque
es un sentimiento más ó ménos vehemente--con
moderacion, es siempre laudable y conveniente. En este
caso los nombres orgullo, dignidad, son sinónimos.
El orgullo es muchas veces el defensor de la virtud de
la mujer, áun cuando ésta se halle combatida por una de
esas pasiones terribles y exclusivas, que se ven algunas
veces en la vida; y de más de una pudiera asegurarse
que, encontrándose aislada en medio del mundo, sin padres,
esposo, familia ni autoridad alguna que pudiese
contenerla y pedirle cuenta de sus acciones, ha encontrado
la salvacion de su honor en el sentimiento fuerte
y noble de su orgullo.
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Nadie ha presentado el orgullo bajo formas más poéticas
y bellas, y al mismo tiempo más verdaderas, que
Eugenio Sué, en la lindísima novela que lleva por título
La Duquesa, y que está basada en el primero de los pecados
capitales. La hermosa y casta Herminia, aquella
jóven de diez y ocho años, por cuya alma purísima no
han resbalado nunca más que nobles y virtuosos pensamientos,
es la personificacion de la dignidad de la mujer,
ó por mejor decir, de su bien entendido orgullo; porque
este orgullo le hace sobrellevar la miseria y las privaciones
con paciencia, y hasta con alegría. Este orgullo hace
frente á todas las asechanzas de un hombre pervertido,
que desea seducirla. Este orgullo le hace respetar el secreto
de su madre, consintiendo en aparentar que ignora
á quién debe la vida. Y este orgullo, en fin, le hace
guardar su lugar tan admirablemente, que la altanera
Duquesa de Sennéterre, una de las damas de la más antigua
nobleza francesa, tiene que ir á su casa á pedirle
que consienta en casarse con su hijo, el heredero de todos
sus títulos y blasones.
Al que haya leido esta lindísima novela nada puedo
decirle ya en elogio del orgullo. En ella, como dije ántes,
está poetizado y embellecido de un modo tan sublime
y con tal fundamento, que necesariamente debe convencerle
de que es útil y hasta necesario. Casi pudiera
decirse que el orgullo es el padre de la gentil y graciosa
coquetería; porque una mujer orgullosa es aseada, ya
que no puede ser elegante, y el aseo es el lujo y la coquetería
de los pobres.
Una mujer digna lleva, con una elegancia sin igual,
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un vestido blanco, cuyo coste no pase de ochenta reales,
y muy económico ademas, porque cada vez que se lava
queda nuevo y fresco, y quizás desluce con él á otras
que ostentan trajes de muy subido precio.
Una mujer digna y orgullosa, en la buena acepcion de
esta palabra, recibe, sin cortarse, en su modesta vivienda
la visita más encumbrada. No descubre en su frente
esa culpable vergüenza de no ser rica, que atormenta á
tantas otras; hace con perfecto desembarazo los honores
de su casa, porque su orgullo, tan exigente, por lo ménos,
como la más delicada conciencia, le grita sin cesar
al oido:
«Tú eres noble, estimable y rica, porque eres buena.»
Ademas, la mujer que posee aquel sentimiento, escucha
con altivo y generoso desden todo aquello que puede
ofenderla, por más que á sus solas pague un justo
tributo al dolor que las injusticias del mundo le ocasionan.
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II.
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El orgullo es tambien necesario en la vida doméstica.
Aunque el destino, la condicion y el deber de la mujer
le aconsejan que sea amante y apacible, aunque la resignacion
es una de las virtudes que más la realzan, hay
casos en que á todas estas consideraciones debe sobreponerse
un noble y bien entendido orgullo.
No me entretendré yo, por cierto, en señalar cuáles
deben ser estos casos. En ellos el único juez es la
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conciencia; pero sí aseguraré que la mujer buena y
religiosa debe seguir los impulsos de su orgullo,
cuando éste se levanta en su corazon herido, segura
de que las decisiones dictadas por él serán siempre
justas y razonables.
El orgullo impide á la mujer el ser perjudicialmente
coqueta, el exagerar y el aventurar la más leve mentira.
El orgullo imprime á sus modales un carácter digno y
distinguido, sin que por esto dejen de ser dulces. El orgullo,
la hace solícita para sus hijos, amante de su marido,
y buena y entendida ama de su casa.
La mujer orgullosa cuida mucho de que nadie tenga
nada que reprocharle. Sus acciones son siempre buenas
y leales, porque moriria de pena si tuviese que inclinar
la frente delante de alguno. Quizás no comete faltas,
por no tener cómplices que pudieran un dia echárselas
en cara. No veréis nunca que una mujer orgullosa se case
con una persona deforme; primero muere soltera evitando
el peligro de ser infiel á su marido, porque sólo se
casa con un sér á quien pueda amar.
Dedúcese de todo lo dicho que una mujer puede ser
buena con solo tener orgullo. El temor de las reconvenciones
de otro, le hace cumplir con todos sus deberes; y
aunque sepa que por prudencia, y por otras consideraciones,
han de callar acerca de sus acciones, su conciencia,
en extremo intolerante y siempre alerta, no le
permite el más leve desliz. Siempre y en todas las ocasiones
de su vida es mártir de su deber: ni causa á sus
padres el más pequeño disgusto, ni da á sus hijos nunca
un mal ejemplo.
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III.
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El orgullo, sin embargo, puede degenerar en un sentimiento
culpable y hasta odioso, si no va acompañado
de mucha dulzura de carácter.
El orgullo inspira tambien un desmedido deseo de
brillar. Pero entónces merece el nombre de orgullo mal
entendido; es decir, destituido de dignidad y de generosa
altivez.
Muchas personas confunden el orgullo con la vanidad.
Nada hay, sin embargo, más opuesto. El orgullo, como
ya he dicho, es conveniente y hasta preciso, cuando va
acompañado de buenos sentimientos y de buen carácter.
Es culpable y odioso si invade el alma completamente,
engrosado por las lisonjas del mundo, y ahoga en ella
todos los sentimientos dulces y tiernos.
Pero la vanidad es demasiado raquítica para ser mala,
y sobrado menguada para ser buena. Es ménos que buena
y que mala, es ridícula.
La vanidad no se replega como el orgullo digno, ni
obra con energía como el orgullo ambicioso. Su afan está
reducido á brillar, ó, mejor dicho, á llamar la atencion
en todas partes: las mujeres vanas eligen lo más vistoso
con preferencia á lo más bonito, y se contentan con los
triunfos más mezquinos, como es el despertar la envidia
de las demas mujeres.
No hay cosa que más hiera que el ridículo. El mundo
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compadece quizá á un ser culpable, pero se encarniza
con el que está marcado por aquél. Así, pues, creedme,
lectoras mias, huid de él y precaveos de sus tiros. Para
conseguirlo, no existe otro medio que arrojar léjos á la
vanidad cuando se acerque á vosotras. No cometais jamas
el craso y lamentable error de confundir la vanidad con
el orgullo digno y altivo, que es una de las más bellas
dotes de la mujer, y la defensa más eficaz de su virtud,
cuando está secundada por la sublime y hermosa religion.
Y para preservaros de la vanidad, huid siempre de
deseos y caprichos dispendiosos. Cuando anheleis una
cosa, un traje, una joya superior á vuestros haberes,
desechad ese deseo como culpable é hijo de la vanidad,
y como preludio de otros desordenados. La vanidad no
cesa jamas en sus perversas sugestiones, y cada dia os
hará desear cosas nuevas y más árduas. La vanidad enajena
el cariño de los padres, del esposo y de los hijos,
los cuales, por su parte, no pueden amar mucho al sér
que les priva de su decencia y bienestar por satisfacer
sus caprichos é inagotables exigencias. La vanidad os
robará la consideracion y el aprecio de la sociedad, que
todo lo escudriña; y la envidia, que tanto dominio tiene
en el mundo, buscará todos vuestros defectos, y áun os
los prestará imaginarios, para vengarse de vuestra vanidad.
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IV.
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La vanidad no tiene nada de comun con la dignidad;
aquélla es un grave defecto, ésta es una virtud bella y
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noble. La dignidad es puramente defensiva; la ignorancia,
no obstante, la confunde con la vanidad, que es
agresiva y que ademas se ejerce en una vía completamente
opuesta.
Las almas vulgares, los espíritus poco cultivados no
conocen la dignidad, y, por consiguiente, no la reconocen
en los otros; llaman orgullosas á las personas reservadas,
y al expresar esta opinion errónea, les parece que
expresan su desaprobacion; incapaces de comprender ese
sentimiento de delicadeza moral, que impide á los que
lo poseen el exponer al público sus pensamientos, sus
recuerdos y sus esperanzas, guardan una especie de
rencor á las personas demasiado orgullosas, para dar su
alma por pasto á su vulgar curiosidad. ¡Y felices podemos
llamarnos si su despecho se detiene en los límites
de la desaprobacion! Muchas veces va más allá, y si un
espíritu limitado se alía á una alma vil para juzgar la
dignidad, ésta se verá acusada de multiplicar los velos
para ocultar las faltas, y su reserva se considerará
como la manifestacion de un disimulo prudente y necesario.
¿Pero qué importa el juicio erróneo de los que no saben
comprender el mérito de la amable y serena virtud
que se llama dignidad? tanto peor para ellos; porque la
dignidad es un gran bien que nos da la estimacion ajena,
y es una adorable compañera para la mujer.
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TIPOS FEMENINOS.
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LA MADRE.
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ARTÍCULO PRIMERO.
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Si deseais hallar en la tierra algo
que dé idea de la perfeccion divina,
buscadlo en la madre.
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Ferriz Villeda.
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I.
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Empiezo estos modestos estudios de los tipos femeninos
por el que me parece el más grande, el más sublime
de todos, por el que creo que es la base de la familia,
así como la familia es la base de la sociedad.
La madre es á mis ojos la figura más grande, más
noble y más hermosa de la creacion; ella es la que anima,
la que sostiene, la que consuela, la que sobre todo
ama y perdona, que es la sublime mision de la mujer.
Puede el hombre atravesar por los huracanes de la
vida; puede sufrir el choque de las pasiones y ser
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amargado por los desengaños; puede combatir cuerpo á
cuerpo con los mayores peligros; puede ser extraviado
por sus malas pasiones, y pervertido con el contacto del
mundo; pero jamas se borrarán de su alma las primeras
ideas, cuyo gérmen ha depositado en ella la mano piadosa
de su buena madre.
De los pobres seres que no la tienen han salido siempre
los grandes criminales, y esos monstruos de maldad,
horror de la naturaleza.
Y decimos de los hijos sin madre en absoluto, porque
puede estarse sin madre así moral como materialmente,
pues hay mujeres que no merecen este nombre sagrado,
aunque hayan dado á luz numerosos hijos.
Pero los ejemplos de madres desnaturalizadas son raros,
y en cambio la historia nos los ofrece repetidísimos
de heroismo materno.
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II.
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La primera figura que se ofrece á nuestras miradas
al empezar á distinguir los objetos es la de nuestra madre;
que se apoya en nuestra cuna y espía nuestra primera
sonrisa.
Crecemos, y nuestra inteligencia se va desenvolviendo,
mirándola velar nuestro sueño, escuchando el dulce
cantar con que le arrulla, sintiendo en nuestra frente el
dulce calor de sus besos.
¡Feliz la que ha conocido jóven áun y hermosa á su
madre!
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¡La imágen que guarda de ella en su corazon reune la
perfeccion física á la moral, y cualesquiera que sean las
pruebas por que pase, halla su refugio en aquel recuerdo
incomparable!
¿Pero cuándo puede una madre dejar de ser bella?
¡Jamas!
Ora la veamos con los cabellos blancos, ya estén vestidos
con el matiz de oro ó de ébano de la juventud, la
madre está siempre rodeada de una aureola de belleza y
de poesía.
La amistad, el amor mismo nos engañan muchas veces;
el amor paternal es tambien capaz de flaqueza y de
olvido; sólo el amor de la madre es infinito, como la clemencia
celeste.
Una madre es la figura más noble y más poética que
la humanidad nos presenta.
María, Madre de Dios, es la personificacion del amor
tierno y sublime, que llega hasta la heroicidad.
La Vírgen de Judá no es más que madre desde el instante
en que el ángel le anuncia que ha concebido; su
pensamiento, su corazon, su alma entera está unida á
su adorado Hijo: en él piensa á todas horas, y desde el
dia que le da á luz, se consagra única y exclusivamente
al cuidado de su infancia; síguele en su vida errante y
trabajosa, oye su divina palabra confundida entre las
gentes del pueblo, y llora y siente, conmovida hondamente
por el raudal de sabiduría que brota de los labios de
aquel hombre, el más grande que ha nacido del seno de
una mujer.
El suyo se enorgullece de haber abrigado á Jesus; su
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corazon palpita acelerado, sus mejillas se ponen encendidas,
sus ojos están húmedos y brillantes; la Vírgen
divina deja el lugar á la Madre, que siente con su Hijo,
que se arrebata al oirle, de amor y de entusiasmo.
Síguele más tarde en todo el curso de su dolorosa pasion,
y le acompaña durante su prolongado martirio.
¿Qué dolores son comparables á los que sufre aquella
madre, la más amorosa y tierna de cuantas han existido?
¿Qué tormentos pueden igualarse á los suyos?
¡La muerte es mil veces más dulce que aquella agonía
prolongada, amarga, lenta, fria, por decirlo así, pues
no tenía ni podia hallar consuelo en lo humano!
Vedla despues, sentada al pié de la cruz, sin lágrimas,
y contraidas sus facciones por aquel mortal dolor, que
despedaza su corazon. ¿Cómo aquella bella y delicada naturaleza
supo soportar tan acerbo martirio? Sólo porque
su mismo Hijo la impuso la vida, haciéndola la Madre
de todos los hombres en la persona del discípulo amado.
--¡Hé aquí á tu Madre! dijo al apóstol.
--¡Hé aquí á tu Hijo! añadió dirigiéndose á María.
De esta suerte dió á la humanidad entera el santo escudo
del amor maternal.
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III.
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¡Cuán sublime es la mision de la madre!
Ella es la que lleva el peso de todos los cuidados de
la casa; ella la que medita, la que se desvela para que
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cada uno de sus hijos halle el bienestar, segun su carácter
y sus aspiraciones.
Aunque se halle dotada del organismo más exquisito
y más poético, toma para sí las mil pequeñeces materiales
que fatigan su espíritu, y que la hacen vegetar en las
heladas regiones del positivismo; y como descanso de
sus contínuas fatigas se refugia en la religion, para orar,
ántes que por ella, por sus hijos, que son la parte más
querida de sí misma.
No es al padre á quien se confian los sueños dolorosos,
que á veces nos asombran, las ilusiones de un amor
naciente, y las aspiraciones de gloria, que al dar los primeros
pasos en la senda de la juventud, se agitan en nuestro
cerebro; ¡es á la madre! porque la madre, áun más
que aconsejar, adivina, consuela, comparte nuestras esperanzas
y llora nuestras decepciones.
Si por acaso la inteligencia de la madre no está al nivel
de la de su hijo, siempre hay en ella bastante abnegacion
para comprenderlo así, y siempre halla recursos
en su imaginacion para analizar y dirigir el pensamiento
de su hijo.
Y si la madre posee elevado talento, ¡cuánto más
grande es su sacrificio!
Á la vez que madre es mujer, es decir, un sér sujeto
á sueños é ilusiones; un sér apasionado, sobre el cual
ejercen una poderosa influencia los objetos exteriores, y
que por lo mismo experimenta muchas veces una vaga
tristeza, y cede con frecuencia á un profundo desaliento,
que disimula heroicamente para animar y consolar á sus
hijos.
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¡Cuántas veces la madre tiene que combatir con su
esposo, empeñado en contrariar la vocacion de su hijo
acerca de la carrera que ha de seguir, ó la inclinacion
amorosa de una hija!
¡Cómo suplica entónces!
¡Cómo emplea la doble elocuencia de su corazon y de
su talento!
¡Qué inagotable es el manantial de su llanto!
¡Qué irresistibles argumentos halla!
¡Feliz aquel que ha hallado una madre inteligente y
tierna apoyada en su cuna!
¡Feliz quien se apoya en este amor, el más santo, el
más sublime de todos!
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LA MADRE.
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ARTÍCULO SEGUNDO.
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I.
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La historia de Roma nos presenta en medio de sus
escándalos, el más sublime ejemplo de amor maternal
que puede encontrarse.
Agripina la Grande, la esposa de Germánico, fué desterrada
despues de su viudez, con sus hijos, á la isla
Pandataria (hoy de Santa María) por su tio, el cruel emperador
Tiberio.
Demasiado sabía la desgraciada princesa que no era á
sus hijos á quien más ódio profesaba el Emperador; era
á ella á quien aborrecia; á ella, nieta del divino Augusto,
esposa del Gran Germánico, y adorada del pueblo romano
y de las legiones que por sí misma habia conducido
tantas veces á la victoria, acompañando á su esposo
para alentar al ejército.
Y no era su destierro, ni su desgracia, ni su pobreza
lo que deploraba, sino la suerte de sus hijos,
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condenados por ella á todos los dolores, á todas las
humillaciones, y privados de su rango y de sus bienes;
por eso desde el instante en que salió de Roma, en la
oscuridadde una tempestuosa noche, sólo supo emplear su
pensamiento en combinar los medios de salvar á sus hijos
de aquella inmensa desgracia.
Tristemente sentada en una pobre barquilla atravesaba
el Tíber, envuelta en su manto y rodeada de sus hijos,
abrigando á unos contra su seno, cubriendo á otros
con su velo, y sosteniendo en sus hombros las bellas cabezas
de sus hijas Julia y Drusila, niñas aún, pero que
ya prometian todas las gracias de una bella adolescencia.
--¿Qué haré? se preguntaba la infeliz princesa, con
esa voz del alma que no sube á los labios, pero que es
tan desolada, tan triste y tan profunda; ¿que haré para
salvar á mis hijos?
Y la misma voz le respondia:
--¡Morir!
Repitiéndose sin cesar la terrible pregunta y la aterradora
respuesta llegaron al destierro, y entónces se
apoderó más que nunca de Agripina el deseo de morir,
para recomendar á sus hijos á la clemencia del Emperador.
Pronto pudo ponerlo por obra: empezó diciendo á sus
hijos que queria comer sola, y arrojaba al rio, que corria
bajo su ventana, el alimento que sus esclavas le servian.
Bien hubiera querido precipitarse ella en aquel mismo
rio, mas pensaba en la dolorosa sorpresa de sus hijos
cuando se hallára su cadáver arrojado á la orilla por las
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turbias ondas, y desistió de la idea de buscar una muerte
pronta; la del veneno, la del puñal, tenian las mismas
dificultades, y optó por la más dolorosa para ella, ansiando,
ante todo, no herir con una funesta sorpresa, á
los seres que amaba con tanto delirio.
Optó, pues, por la muerte de hambre, la más lenta,
la más dolorosa de las muertes; pero la única tambien
que podia engañar á sus hijos.
¿Puede encontrarse un ejemplo más heroico de abnegacion
maternal?
Algunos dias pasaron: la madre recibia siempre á sus
hijos á media luz, y con la sonrisa en los labios.
Un dia se la hallaron muerta en su lecho: á su lado
habia un pergamino que contenia estas palabras, escritas
con mano trémula.
--¡Hijos mios, no existiendo yo volveréis á Roma y
al lado del Emperador... adios, y perdonadme si os dejo!
El médico, llamado para que examinase el cadáver, declaró
que Agripina se habia dejado morir de hambre; y
sobre los restos de aquella madre heroica hizo Calígula,
el mayor de sus hijos, el juramento de aquella venganza
que se cumplió, y que asombró á toda la tierra.
Aquel rasgo de amor maternal ha vivido como un
ejemplo sublime á traves de los siglos; y, sin embargo,
yo creo que en nuestros dias hay muchas madres capaces
de hacer lo mismo que la ilustre matrona romana.
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.nf c
II.
.nf-
Hay en la madre tal abnegacion, tanta ternura, tan
natural inclinacion al sacrificio, que nada le cuesta exponer
y áun dar la vida por sus hijos.
En mi concepto, el sacrificio moral de la madre es
más meritorio y más sublime que el material que hizo
Agripina; la influencia de aquélla en la familia es hoy
de la más alta importancia, y crecerá aún, cuando se
eduque á la mujer con más esmero y cuidado del que se
ha empleado hasta el dia.
Una madre puede hacer de su hijo lo que quiera; y
este axioma, que puede afirmarse como una verdad, le
vemos comprobado en dos hombres eminentes, contemporáneo
el uno, y el otro nacido en época no remota.
Alfonso de Lamartine debe á su madre, si no su talento,
el rápido desarrollo del mismo, y el carácter noble
y elevado que este mismo talento tomó: aquella madre
bella, poética, entusiasta, tierna y melancólica, modeló
á su imágen el alma de su hijo, ó más bien el alma del
poeta, era en las manos de su madre un instrumento sonoro
del que sacaba celestiales melodías.
Ya en la ancianidad, el poeta se acuerda todavía con
ternura de aquella madre, que, vástago de una de las
más ilustres familias de Francia, se encerró con su
esposo, sus hijos y su libro de oraciones en una pobre
casa, antigua y desmantelada, donde todo su recreo
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consistia en mirar el cielo á traves de los viejos
árboles y enseñar á su Alfonso á pensar y á sentir.
Bien se conoce en los escritos del poeta que el talento
de una mujer hizo brotar y dirigió sus primeras impresiones:
de ahí proceden esa melancolía que resalta en
ellos, esa dulzura en los giros, esa belleza en las imágenes,
esa inquebrantable fe religiosa, esa exquisita elegancia,
esa poesía inagotable, que se advierten en todas
las obras de Lamartine: sus detractores dicen que su
pluma es un tanto femenina, y tienen razon: ése es el
más alto elogio que se puede hacer de su madre.
Cuando el poeta, hombre ya, deja para ir en busca de
la fortuna el dulce abrigo del ala maternal, aquel cariño
tierno é inteligente le sigue por todas partes, excusa sus
errores, le socorre secretamente en sus locos gastos; y
cuando llega la hora del amor para Alfonso de Lamartine,
la dulce madre comparte con el corazon de su hijo,
no sólo todas las penas, sino todas las punzantes emociones
de una pasion, acaso culpable, pero verdadera y
profunda.
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III.
.nf-
En todos los escritos de Lamartine reside el alma
grande, bella, piadosa, tierna y apasionada de su madre;
si todos los hombres tuviesen una madre como
aquella, habria tambien más nombres gloriosos en el
mundo, y las malas pasiones no tendrian tanto imperio.
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Como se ve, no quiero hablar aquí del amor ciego é
ininteligente de la madre que sólo alcanza á desear una
absoluta dominacion sobre sus hijos, y que más que
abrirles el camino de la vida y de la inteligencia, se los
obstruye todos. Hablo del amor á la vez inteligente y
apasionado, como del bello ideal del cariño materno;
pero áun aquél es á mis ojos respetable, pues si en sus
manifestaciones es errado, en el fondo es grande y lleno
de abnegacion.
En el artículo siguiente hablaré de la triste influencia
que su madre ha tenido en el destino de otro hombre
ilustre, y á la vez muy desventurado.
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LA MADRE.
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ARTÍCULO TERCERO.
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I.
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Triste es el ejemplo que vamos á ofrecer á nuestros
lectores, y, sin embargo, le elegimos entre muchos, como
el más elocuente y como el más propio para manifestar
hasta dónde llega la influencia de la madre sobre
su hijo.
Ya hemos visto la saludable que ejerció Mad. de Lamartine
en el suyo; hablemos de la funesta, de la tristísima,
que Lady Byron tuvo en el carácter y en el destino
del ilustre poeta que le debe la vida.
La orgullosa y severa Inglaterra se envanece, y con
justísima razon, de contar entre sus hijos al poeta cuyo
nombre ha llenado con su gloria al mundo entero; pero
si esa nacion, moral por excelencia y amante de la familia,
separa sus ojos de madre de la entidad poeta de Lord
Byron, y los fija en la entidad hombre del mismo, es seguro
que los cerrará avergonzada.
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Lady Byron estaba dotada de una hermosura encantadora
y de un talento tan grande, que no podia comprenderse
sin asombro, ó más bien que podian comprender
muy pocas personas, pues sólo la inteligencia grande
es la que sabe medir y apreciar la grande inteligencia.
Lady Byron no fué dichosa en su matrimonio; á pesar
de sus sobresalientes dotes de talento y de hermosura, ó
quizá á causa de estas mismas dotes, mal apreciadas de
su marido, detestó el lazo eterno que á él le unia, y el
nacimiento de su único hijo Jorge la causó más disgusto
que placer.
La muerte desató su cadena conyugal, y, viuda ya,
amó ó creyó amar muchas veces, engañándose siempre
y mirando caer á sus piés los ídolos que su propia imaginacion
habia levantado y vestido con doradas galas.
En la perpétua tempestad de su vida, poco ó nada pensaba
en su hijo, que desde su más tierna edad escandalizaba,
con los arrebatos de su carácter, á los sesudos
profesores y á los inocentes educandos de los colegios de
nobles de Harrow y de Cambridge; si Lady Byron hubiese
modelado desde entónces el carácter de su hijo con
el blando cincel del amor materno, seguramente no se
hubiesen desencadenado más tarde las furiosas pasiones,
que sumergieron la gigantesca naturaleza de Jorge en el
abismo de todos los excesos.
Aquella madre fatal reunia una razon débil á una imaginacion
ardiente y soñadora y á un corazon árido y
frio; su salvaje orgullo le hacía negar todo cuanto no
comprendia; sus creencias religiosas, débiles siempre,
desaparecieron por completo cuando más falta le hacian;
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cuando la edad del amor habia pasado; cuando su cabeza,
rehusando abrigarse bajo la santa bandera de la fe
cristiana, debia quedar expuesta á todas las tempestades
de la vida.
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II.
.nf-
Jorge Byron fué á la casa maternal, expulsado del colegio
por su desarreglada conducta, hija sobre todo del
abandono en que su madre le dejaba; y en vez de hallar
en aquella madre una amiga tierna y previsora, halló
una mujer dura, fria, indiferente para él, y que en su
helado y extraño escepticismo, se reia de las cosas más
santas, y se burlaba de todo.
No se lanza á traves de las selvas el caballo que ha
roto el freno con más ardor y bravura en la carrera, que
el jóven Lord se lanzó en todos los excesos de la vida libertina;
juzgó á todas las mujeres en su madre, y á todas
las despreció, siendo para él juguetes que le divertian
más ó ménos tiempo; sus poemas Childe Harold,
El Corsario, Chiam, La Desposada de Abidos, Lara y
Don Juan, elevaron su fama al más alto grado de la
gloria; pero ¡qué vida la del poeta! viajando sin cesar
para olvidar el vacío que ni la gloria podia llenar, cansado
de honores y de riquezas, consumido de hastío,
Jorge Byron era el hombre más desgraciado de la
tierra.
Fatigado de su deplorable existencia, quiso ver si
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hallaba la calma en el puerto del matrimonio, y obtuvo
la mano de Mis Milblanc, jóven encantadora, que le dió
pronto una hija; pero los lazos de la familia se le
hicieron insoportables al poco tiempo, y huyó á Ginebra,
trasladándose despues á Florencia.
Para que no existiese una desdicha que Jorge no apurase,
le llegó la hora de amar verdadera y profundamente,
cuando ya estaba unido á otra mujer; la Condesa
de G.... fué la que le inspiró el único amor de su vida, y
la Condesa estaba casada como él.
No es de este lugar el referir los escándalos que estos
amores produjeron: la Condesa, cansada del carácter de
Byron, agobiada con la esterilidad de aquel corazon que
sólo por ella latia, pero que en todo lo demas era de piedra,
tuvo, por fin, el noble valor de desprenderse de tan
funestos lazos, y Lord Byron, desesperado, recorrió la
Grecia y se ocupó en conspirar, hasta que á los treinta y
siete años murió de una fiebre inflamatoria, asistido y
cuidado solamente por un fiel criado suyo.
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III.
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Tal fué, considerada á grandes rasgos, la vida de este
gran poeta, de quien una madre tierna y piadosa podia
haber hecho un buen ciudadano, un buen esposo, un buen
padre, y sobre todo, un hombre feliz, y que fué el más
desgraciado de los vivientes y uno de los hombres más
bajamente viciosos.
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Aquel que estudie el carácter y los escritos de Lord
Byron hallará entre unos y otros las más extrañas contradicciones;
escéptico en su vida, se lamenta amargamente
de no haber nacido católico; aristócrata por la cuna
y el carácter, hace alarde de despreciar las preocupaciones
de su clase; abomina la disipacion en sus obras,
y su vida no es otra cosa que una disipacion continuada;
considera el matrimonio como una calamidad insoportable,
huye de él, y escribe que el matrimonio es el estado
más feliz de la vida.
¡Pobre y enferma cabeza! ¡Pobre corazon extraviado
y solitario en los desiertos de la vida! ¡Pobre y gigantesco
pensamiento, aspirando siempre á un más allá que
no encontraba! ¡Si una madre tierna, piadosa é inteligente
te hubiera prestado el calor amoroso de su seno;
si te hubiera mostrado el cielo con la palabra y con el
ejemplo de una virtud suave y sencilla; si te hubiera
abierto en su corazon un refugio á todas las decepciones,
á todos los dolores de la vida, hubieras sido feliz, aunque
no hubiera sido de otro modo que agradeciendo á Dios
tu propia grandeza!
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IV.
.nf-
El mundo, casi siempre justo, se ha encargado del
castigo de Lady Byron; en vez de rodear su memoria de
la aureola de gloria eterna que de justicia se debia á la
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madre de tan gran hombre, sólo la representa cubierta
con los negros velos del sombrío escepticismo y del helado
orgullo.
Deploremos todas las mujeres que aquella mujer ilustre,
que aquella madre, no se haya elevado sobre su pedestal
de palmas y de flores; deploremos que no adorne
su frente la augusta corona del amor materno; ciñéronla,
es verdad, la de la hermosura y la del talento; pero
¿qué valen éstas, si no sostiene los suaves y perfumados
velos del amor maternal y de la fe cristiana?
¡Nada! Todo perece en la tierra para aquella que, habiendo
dado á luz hijos, no puede esperar que se grabe en
su losa funeraria:
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¡Aquí reposa una buena madre!
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LA MADRE.
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ARTÍCULO CUARTO.
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I.
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--¡Dadme hijos, Dios mio, ó haced que muera!
Este era el grito que Raquel elevaba al cielo cada dia:
éste era el grito de las mujeres de la nacion predestinada,
donde todas aspiraban á ser la madre del Mesías.
Este es el grito que hoy tambien se escapa del seno
de muchas mujeres, que se inclinan sobre una cuna, áun
vacía.
Desde que la mujer siente un hijo en su seno, sólo
anhela la venida de este hijo; su corazon se llena de la
ternura más fuerte, más pura, más desinteresada; de la
ternura que da siempre, y que no recibe casi nunca: de
una ternura que no agotan ni las fatigas, ni los sacrificios,
ni áun la ingratitud, que es algunas veces su recompensa;
de una ternura que no se asusta de las pruebas
más duras y que, cuando tiene su orígen en la sagrada
fuente de la religion cristiana, nutre, como dice
San Agustin, almas para el cielo.
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Séfora, madre de los Macabeos, supo exhortar á sus
hijos á resistir al tirano Antíoco, y á desafiar el horror
de los tormentos, porque aquella valerosa madre amaba
á sus hijos tanto y tan bien, que anhelaba conquistarles,
áun á costa del martirio que su corazon sufria al
verles martirizar, la felicidad eterna.
«Esta madre era--dice la Escritura--admirable y
digna de vivir en la memoria de todos.»
Antíoco quiso conquistar por el prestigio de las riquezas
y de los honores al más jóven de los hijos, al Benjamin
de esta heroica Raquel: mas ella, inclinándose hácia
el niño, le exhortó con penetrante energía, y le rogó
que fuese digno de sus hermanos y de sí mismo.
«El Rey, inflamado en cólera, fué más cruel con este
niño que con sus demas hermanos, y aquél murió confiado
en el Señor: la madre sufrió la muerte despues de
todos sus hijos»[#].
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Libro de los Macabeos, cap. VII.
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II.
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Virgilio ha celebrado con su poesía encantadora á la
madre de Euryalo, la única entre las mujeres troyanas
que tuvo valor para seguir el destino de su hijo. Euryalo
sucumbe en el combate, y su cabeza, colocada en la
punta de una lanza, es paseada ante las tiendas.
La madre, atraida por los gritos de los vencedores, sale
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del campo de Eneas, á favor del cual combatia su hijo,
y vuela al del enemigo, donde aquél ha sucumbido;
ve la cabeza de Euryalo; los cabellos de la madre se erizan
sobre su frente; su rostro se cubre de mortal palidez;
su corazon se ha partido de dolor... tiembla un
instante... extiende los brazos, y cae con el rostro contra
la tierra, para no levantarse jamas.
Santa Mónica, la dulce y amable madre de San Agustin,
mostró su amor hácia su hijo, llorando desconsoladamente
los excesos de aquél, y ofreciéndose al cielo en
holocausto de sus errores.
San Agustin lo dice en estas admirables palabras, dignas
de su colosal talento: «Mi madre ha sufrido mucho
más para engendrarme á la verdad y á la virtud, que
para darme al mundo.»
Estas palabras encierran una elocuente leccion para
todas las madres, porque la maternidad moral es el
complemento de la maternidad material, y no pueden
las mujeres ser dignas del sagrado nombre de madres,
sino educando á sus hijos y haciéndolos amar la virtud.
Santa Mónica comprendia así su admirable mision:
educó á su hijo con más tierno cuidado; le dió los profesores
más distinguidos de su tiempo para que cultivasen
su talento, y ella se reservó el cuidado de formar su
corazon; siguióle á Cartago, á Roma, á Milan, hablándole
siempre en lenguaje dulce y penetrante y mostrándole
á la vez el ejemplo de todas las virtudes.
Pero todo era inútil: el hijo rebelde, extraviado más
bien por su imaginacion ardiente que por su corazon, no
escuchaba nada, y saltaba de abismo en abismo; un dia
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el peligro en que se arrojó era tan grande, que el corazon
maternal estalló en sollozos profundos y desgarradores.
Dios escuchó aquel grito supremo y ablandó el corazon
del hijo, que se volvió por entero hácia su madre.
Mónica lloró veinte años; pero obtuvo, no sólo la conversion,
sino la santidad de su hijo; murió dichosa y
tranquila, y aquel hijo, que fué obispo, lumbrera de
la Iglesia y doctor de sabiduría consumada, no podia,
ni áun en los dias de su ancianidad, hablar de su madre,
sin que una gota de llanto subiese de su corazon á sus
ojos.
La historia de San Agustin, de «ese hijo de tantas
lágrimas», es el triunfo del amor maternal y de la confianza
en Dios.
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III.
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San Juan Crisóstomo, ese genio admirable, debió á su
madre la cultura de su espíritu y la de su corazon; era
hijo de una viuda y quiso separarse de su madre para
irse á vivir entre los solitarios de Egipto; pero su madre
le detuvo por el tierno discurso que la incomparable pluma
del santo ha legado á las edades futuras.
«No me hagas viuda segunda vez, le dijo la amorosa
madre; no despiertes, hijo mio, un dolor que está sólo
dormido; espera que yo muera; ¿no sabes que jamas
he querido formar nuevos lazos, ni abrir á un nuevo
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esposo la casa de tu padre? Era muy jóven cuando le
perdí, pero Dios ha velado sobre mí, yo me dediqué por
completo á mi hijo y mi corazon estaba lleno de valor;
¡verte sin cesar, mirar en tus facciones un reflejo de las
de tu padre, era mi placer de todos los instantes! Antes
de que tu lengua pudiera articular el nombre de madre,
tu vista sola me daba la vida; no me dejes ahora: cuando
hayas acostado mi cadáver en el sitio donde reposan
los huesos de tu padre, emprende largos viajes, cruza
los mares, pues que serás dueño de tus acciones; pero
en tanto que yo respire, hijo mio, sufre la compañía de
tu madre y teme el enojo de Dios, sumergiéndome en un
dolor que no he merecido.»
Aun hablaba la amable y dulce madre, y Juan, con
las dos manos entre las de aquélla, le prometia no afligir
su vejez, vencido hasta en su deseo de santidad, por
aquel lenguaje tan elocuente y tan tierno.
Aquella santa y noble mujer era admirada hasta por
los mismos paganos, y el filósofo Libanius, al verla en
su juventud tan bella, tan casta, tan llena de abnegacion,
exclamaba:
--¡Qué mujeres hay entre estos cristianos!
San Basilio y San Gregorio Nacianceno debieron tambien
á sus madres la perfeccion de sus virtudes; se puede
asegurar que no hay en el cristianismo una grande
alma, ni un hermoso genio, que no haya tenido una buena
y santa madre.
Blanca, la hermosa y adorable Blanca de Castilla,
formó el alma de su hijo San Luis.
La Iglesia y la Francia deben su ilustre hijo San
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Bernardo á su madre Aletha: esta mujer distinguida
inspiró á su hijo el gusto de las letras, y cuando
Bernardo quiso llamar al camino de la virtud á su
hermana Humbelina, le bastó evocar el recuerdo de su
madre para que la jóven cayese de rodillas á sus piés.
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LA MADRE.
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ARTÍCULO QUINTO.
.sp 2
I.
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De la hermosa, amable é interesante madame de Sevigné
es de quien vamos á tratar en este artículo, como
de uno de los modelos de amor maternal que conocemos.
Infeliz en su enlace, no obstante que estuvo de acuerdo
con su corazon, quedó viuda muy jóven, y en vano
fué que se viese rodeada de los más brillantes partidos;
quedáronle dos hijos, y se dedicó sola y exclusivamente
á ser madre.
La Marquesa de Sevigné amaba mucho á sus dos hijos,
pero el varon no alcanzó las infinitas pruebas de
ternura que dió á su hija Margarita Francisca, que luégo
fué la condesa Grignan.
Á la ternura maternal que la Marquesa profesaba á
su hija se debe esa obra maestra de naturalidad y de
gracia, esas Cartas, que áun nos interesan tan
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vivamente: se admira en ellas el espíritu ingenioso de su
autora y su imaginacion fresca y llena de brillantez; pero
se admira aún más su corazon maternal, en el que habitan
como en morada propia, una ternura y una afeccion
inagotables: hay en esas cartas expresiones mil veces
repetidas, pero que parecen siempre interesantes y siempre
nuevas: su elocuencia tierna y sublime es tan natural,
tan delicada, tan persuasiva, tan amorosa, que admira
profunda y tiernamente: se ve en las cartas de esa
madre á su hija, pintada la verdadera manera de amar,
que se olvida de sí misma y se ocupa sólo de la dicha
del objeto amado.
La Marquesa, sin embargo, no era pagada por su hija
con un amor igual al que le daba. Margarita era dura,
altanera, fria de corazon, y frecuentemente necesitaba
del perdon maternal: la hija era una mujer irreprensible,
y la madre, que tenía todas las amables debilidades
de su sexo, se veia juzgada duramente, y algunas veces
reprendida con severidad por la misma hija á quien adoraba.
Hemos dicho que Margarita, condesa de Grignan, tenía
necesidad muchas veces del perdon de su madre, y
en ninguna ocasion resplandecen mejor la delicadeza y
el profundo amor de la Marquesa á su hija, que cuando
tiene que perdonarla.
«Tú me amas, hija mia, le escribia, y me lo dices de
un modo que trae á mis ojos abundantes lágrimas: te
complaces pensando en mí, y en hablar de mí, y dices
que nunca eres tan dichosa como cuando me expresas
tus sentimientos; cuando estos sentimientos llegan á mí,
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son recibidos de un modo que sólo puede ser comprendido
por los que saben amar como yo te amo; tú eres
para mí el mundo entero, y sólo á tí conozco.»
Este sentimiento tan vivo no hizo la dicha de madame
de Sevigné: vivió separada de su hija desde el casamiento
de ésta, y no pensó en que cuanto más elevamos
un ídolo, más le separamos de nosotros: en todos los
amores de la tierra la ceguedad, la idolatría, sólo llevan
á la desgracia.
En tanto que no salió del lado de su madre, la jóven
Margarita fué el objeto de los más tiernos cuidados de
aquélla: la presentó en la córte, y la adornaba del modo
más á propósito para hacer resaltar su belleza, que era
perfecta; jóven áun la madre, bella y más agradable que
la hija, pues su hermosura era de un carácter infinitamente
más dulce que la de Margarita, apénas pensaba
en sí misma, reservando todos sus cuidados y desvelos
para la hija que amaba más que á sí propia.
Luis XIV, prendado de la admirable hermosura de
Margarita, cuando ésta fué presentada en la córte, la
distinguió mucho y hubo noche que bailó con ella cuatro
veces seguidas. Margarita no era insensible á los homenajes
de aquel Monarca, hermoso jóven y al que se miraba
como á un semidios: á los diez y seis años no hay
bastante fortaleza para reflexionar, y el alma de aquella
niña, bien que oculta tras de un espeso velo de dureza y
de egoismo, era ardiente y ambiciosa.
Madame de Sevigné tuvo mucho que sufrir para combatir
las seducciones del Rey.
No se atrevia á dejar de ir á las recepciones de la córte
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con su hija, pues conocia el carácter del Monarca, y temia
que la misma privacion de ver á Margarita le empujase
á cometer violencias para llegar hasta ella.
Dióse, pues, prisa á casarla con el conde de Grignan,
hombre de edad madura, sin que llegase á la vejez, padre
de dos hijos, pero que amaba á Margarita con todo
el entusiasmo del último amor.
Margarita fué dichosa en aquel enlace, pero no así su
madre; habia deseado ésta ante todo que su hija no se
separase de ella, y así se lo prometió el conde de Grignan;
pero en breve, órdenes superiores del Gobierno, y
que él no esperaba, le hicieron salir de París, al cual no
volvió en muchos años.
De aquella separacion nacieron las cartas de madame
de Sevigné, cartas admirables y de las que ya nos hemos
ocupado.
La amorosa madre no pudo resistir largo tiempo sin
ir á ver á su hija, y pasó á su lado algunos meses; pero
sus ocupaciones y su fortuna la llamaban de nuevo á París,
y los dolores de la ausencia empezaron para ella con
mayor y más profunda intensidad; para que su correspondencia
fuese interesante y no fatigase la atencion
de Margarita, madame de Sevigné se informaba de todas
las anécdotas de la córte, de todo lo que sucedia, y lo
referia en sus cartas á su hija, con una gracia y una viveza
encantadoras y teniéndola al corriente de todas las
novedades.
El amor de madame de Sevigné llegó para su hija
hasta la idolatría: y nosotros creemos que son preferibles
las madres cristianas como Santa Mónica y como
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Blanca de Castilla, á las que, como madame de Sevigné,
convierten en una pasion desordenada y ciega el amor
maternal, pues este amor, cuando no es débil, es grande,
poderoso, admirable: podria reformar el mundo si
tuviera la conciencia de su mision, si comprendiera que
no se trata solamente de amar al hijo, sino que es preciso
educarle y salvarle de los peligros que le rodean.
Es fácil y cómodo amar el cuerpo de un hijo, embellecerle
y adularle; pero ¡cuánto más hermoso y más
grande es pensar en su alma!
El grande honor, cuando una mujer es madre, no es
el sacrificio por su hijo, porque el sacrificio es dulce para
la que lo cumple; es el sacrificar en caso de necesidad
la vida misma del hijo, y estimar en más que esta vida
tan cara, la verdad, el honor y la virtud; es querer más
verle muerto que ver marchitas en su alma esas santas
y delicadas flores.
Reconvenian no hace mucho á una madre delante de
nosotros, porque en vez de reprimir la excesiva sensibilidad
de su hijo le excitaba con lecturas tiernas y llevándole
á socorrer á los pobres y á los enfermos, y le
acusaban de que le hacía desgraciado.
--Amigo mio, respondió aquella madre: prefiero el
que mi hijo sea bueno á que sea feliz.
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LA MADRE.
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ARTÍCULO SEXTO.
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I.
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Por los ejemplos que hemos presentado á nuestras
amables lectoras creemos haber demostrado suficientemente
hasta qué punto es grande y hermosa en la humanidad
la figura de la madre, hasta qué punto puede
llegar su influencia en el destino de sus hijos, y cuán inmensa
es la importancia que se la debe conceder.
«Si quereis mejorar la sociedad, educad á las mujeres»,
decia Mad. Campan á Napoleon I; y al darle
aquel consejo, debia indudablemente pensar en las madres,
porque nadie como una madre puede hacer marchar
á su familia por la senda del bien y de la virtud.
Para que una mujer sea buena madre, debe ser ante
todo buena cristiana, y ademas mujer instruida; porque
su principal mision es inculcar á sus hijos los sentimientos
religiosos, que les han de servir de puerto de paz en
todas las borrascas de la vida.
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«Nada hay que pueda reemplazar la educacion de una
buena Madre», dice Maistre: «cuando la Madre se impone
el deber de imprimir el sello de la virtud sobre la
frente de su hijo, es casi seguro que la mano del vicio
no lo borra jamas.»
«El jóven sigue su primera direccion, dice el libro de
Los Proverbios, y no la deja ni áun en su ancianidad.»
Madame de Genlis nos ha pintado, en una de sus encantadoras
novelitas, un ejemplo casi heroico del amor
maternal.
Una jovencita, hija de una viuda hermosa y rica, estaba
dotada de tan rebelde é indomable carácter, que
parecia haber nacido solamente para ser el tormento de
la que le habia dado el sér: no hubo pena que la pobre
madre no sufriese de su hija, y Eglantina, que este era
su nombre, en vez de agradecer á su madre el que se
hubiera dedicado á ella por completo, renunciando al
amor y al matrimonio, parecia complacerse en llenar su
vida de disgustos y sinsabores.
Una terrible enfermedad acometió de repente á la jóven:
el cielo le envió una viruela maligna, que le atacó
á la vista de tal modo, que los médicos la declararon en
inminente riesgo de perderla.
--Sólo hay un medio, dijo el más anciano; pero lo
veo imposible de lograr.
--¡Hable V., doctor,! exclamó la afligida madre: diga
ese medio, y le aseguro que lo encontrar.
--¡Imposible, señora!
--¿Qué hay de imposible para una madre cuando se
trata de salvar á su hija? ¡Le digo á V. que lo hallaré!
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--Pues bien, es preciso buscar una mujer bastante
pobre para que por una cantidad que ella misma fije,
extraiga con los labios, y de la manera más lenta y más
suave posible, el humor maligno que ha cargado á los
ojos de la señorita su hija de V.
--¡Gran Dios! exclamó la madre; ¿y dónde hallar á
esa mujer?
--Creo que en ninguna parte, señora, y tanto ménos
se hallará, cuanto que es un deber de conciencia el advertirle
que peligra su vida, si traga alguna partícula de
ese humor.
Aquella misma tarde, al volver los doctores, se hallaron
á la madre de Eglantina vestida con un humilde traje
de algodon y con una gorra de muselina.
--Ya se ha encontrado la persona que necesitábamos
para salvar á mi hija, dijo.
--¿Ha sido posible?
--Sí, señores.
--¿Y dónde está?
--Yo soy.
--¡Usted! exclamaron los dos médicos.
--Yo misma; sírvanse, pues, darme sus instrucciones
para ir al instante á aliviar á mi hija.
--Olvida V., señora, que expone la vida, exclamaron
los doctores.
--No lo olvido, y por lo mismo que se expone la vida,
es á mí, y sólo á mí, á quien corresponde tomar ese cargo.
¡Cómo! ¿me han creido VV. capaz, señores, de ir á buscar
quien por dinero llenase un oficio repugnante, y que yo
desempeñaré con verdadera felicidad? ¡Salvar á mi hija!
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¿Qué más gloria podia yo esperar que me estuviera destinada,
ni cómo cederia á nadie esta ventura? Si por un
instante he podido pensar que otra lo haria, bien pronto
me he dicho que sólo yo debia y podia llenar esta sagrada
obligacion.
Y la generosa madre condujo á los médicos á la alcoba
de su hija.
Eglantina tenía los ojos cerrados y cargados de viruela;
su madre se inclinó sobre ella, y la informó dulcemente
del único remedio que habia para salvarla la vida.
--¡De esta suerte, murmuró la jóven con tristeza, estoy
ciega para siempre! porque ¿quién habrá que se quiera
encargar de salvarme, practicando tan repugnante
trabajo?
--Ya se ha encontrado quién lo hará, hija mia.
--¿Y quién es?
--Una pobre madre que quiere ganar la suma que yo
la he prometido, y ahora mismo va á empezar la cura:
te dejo sola con ella, y vuelvo pronto.
La madre hizo como que se iba, y volvió, arrodillándose
en seguida al lado de la cama de su hija, y dando
principio á la operacion.
¿Quién podrá pintar la sorpresa de Eglantina, al ver
que era su madre la que habia salvado su vista, y acaso
su vida?
Un cambio completo se verificó en su corazon, y dedicó
toda su existencia á pagar á aquella madre generosa
la deuda de gratitud, que con ella habia contraido.
No hay sacrificio, ni moral ni material, que no pueda
y sepa hacer una madre, y los rasgos más heroicos de
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que puede envanecerse nuestro sexo, por las madres han
sido llevados á cabo.
Venerad, pues, y amad con ternura á vuestras madres,
mis queridas lectoras, y pensad que el amor maternal
es el más santo y grande de los amores; el más
generoso, el más fuerte, el que perdona siempre y siempre
olvida, el que nos recibe al nacer, nos acompaña al
morir, y vela por nosotros, áun despues que nuestras madres
van á residir al cielo.
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LA HIJA.
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ARTÍCULO PRIMERO.
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¿Qué es una hija?
¡Cuando su educacion y sus propias
inclinaciones la hacen buena,
es la alegría de la casa, el ángel
consolador de sus padres, la aurora
del cielo doméstico, el rayo
de sol que todo lo ilumina, lo dora
y embellece!
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De un libro inédito.
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I.
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Con verdadero placer voy á tratar de describir este
tipo, el más bello, el más poético, el más risueño, el más
inocente. En la madre todo me parece grande, casi augusto,
hasta sus mismos errores: en la hija todo lo veo
dulce, suave, tierno y simpático.
Madre es, á mi entender, sinónimo de sacrificio, de
abnegacion, de virtud y de nobleza.
Hija es emblema de tierno afecto, de alegría, de encanto
y de gracias.
Verdad es que para la que esto escribe la infancia y
la juventud tienen tal atraccion y tanta poesía, que los
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niños le parecen siempre adorables, y las jóvenes le son
siempre queridas.
Lo duro de la condicion varonil choca acaso con su
delicado y susceptible orgullo de mujer; pero las mujeres
y los niños han obtenido siempre su más tierno afecto;
las primeras, porque comprende las desdichas de su
condicion; los segundos, por su inocencia y su debilidad.
Muchas veces en el interior de una familia dividida
por discordias he admirado el poder y el prestigio de la
hija de la casa; ella era la que mediaba entre su padre y
un hermano inaplicado ó rebelde; ella la que consolaba
á su madre, afligida por las diferencias entre el hijo y
el esposo; ella la que hablaba y reia cuando guardaban
todos un sombrío silencio; ella la que animaba, la que
hacía olvidar, á lo ménos, por el momento. La hija era
el rayo de blanca luna que corria el negro nublado del
cielo doméstico.
Uno de los hermanos le pedia su intercesion para que
le dejasen ir al teatro; otro la ponia de mediadora para
que su madre le diese una corta cantidad de dinero; una
hermanita pequeña le suplicaba le alcanzase la concesion
de un sombrero de moda nueva, y hasta el que estaba
en mantillas queria ir á sus brazos para que lo llevase
á ver la luz del quinqué, hácia la que tendia sus
manecitas con esa aficion á todo lo que brilla, que ya se
demuestra desde la cuna.
La hermana lograba todo para todos, y luégo cada
uno le pagaba su dulce intercesion con muchas caricias
y besos.
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II.
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La casa sin hija es como huerto sin sol. Cuando en
una familia se ha pasado ya del descontento á una guerra
sorda y cruel; cuando han surgido entre el padre y la
madre diferencias imposibles de vencer; cuando, en fin,
arde en la casa la tea de la discordia, sólo la rosada é
inocente boca de una hija la puede apagar.
Los hijos, por mucho talento que tengan, no lo conseguirán
jamas, porque es preciso el delicado instinto, el
fino tacto y toda la gracia y poesía de la jóven, para
apagar la sangre humeante que brota de las llagas del
corazon y del amor propio, cuando se creen ultrajados.
¡Feliz el matrimonio donde hay una hija, una hija
dulce, sensible, afectuosa; una hija que piense, y sobre
todo que sienta! ¡Jamas llegarán á envenenarse las querellas!
¡Jamas dividirá á los consortes el abismo!
Si la madre es la firme base y la fuerte columna en
que descansa la familia, la hija es el ángel custodio que
la cubre con sus alas.
Coronemos á la madre de mirto y de laurel, y á la
hija de rosas y azucenas.
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III.
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Pocos dias hace que una amiga mia, que acaba de casarse,
me enseñaba una carta de sus padres.
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--Mira, me decia, en tanto que gruesas lágrimas se
deslizaban por sus mejillas; mira lo que me escriben.
La carta empezaba así, y era la madre la que hablaba
por los dos:
«Desde que has salido de casa, hija mia, todo se halla
mudo y vacío para nosotros; en medio de los cuidados
materiales que agobian á tu padre, en medio de los dolores
de mi siempre débil salud, tu sola vista nos daba
la felicidad.
»Cuando mirábamos tu cabecita rubia nos creiamos
en la primavera de la vida, porque los rayos de juventud
que la alumbraban reanimaban nuestros corazones.
»Cuando veiamos tus dulces y límpidos ojos, la dicha
nos sonreia en ellos, y pensábamos que nunca habiamos
de perderte.
»¿Qué se ha hecho tu grata y armoniosa risa que alegraba
la casa? ¿Dónde está el melodioso canto que se
escapaba de tus labios en tanto que te ocupabas de tus
cuotidianos quehaceres, y que era para nosotros como
un eco de bendicion y de alegría?
»Aquí, hija mia, nada vive desde que tú nos dejaste,
y la existencia sin tí nos parece tan vacía, que no merece
la pena de conservarse.
»Aun está tu cuarto embalsamado con el perfume que
usabas siempre y que dejabas detras de tí, como un dulce
y eterno recuerdo tuyo; las flores últimas que pusiste
en las copas de tu mesa de tocador han muerto allí, como
la alegría en nuestros corazones; el espejo ya no refleja
tu querida imágen; tu blanco lecho parece que te espera
todavía; el crucifijo ante el cual orabas, sigue guardando
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tu alcoba virginal, y todo aquel aposento se halla envuelto
en una sombría tristeza, como si lamentase tu
ausencia.
»Y cuando alguno de nosotros llora, ya no hay quien
le consuele, sino que todos los demas sufren con él.
Los sollozos de mi amiga, que, con el rostro entre las
manos, se entregaba al dolor que le causaba la lectura
de aquella tierna y elocuente carta, me obligaron á detenerme.
Entónces, separando con dulzura sus manos, le
dije:
--¿Por qué esa afliccion? Cálmate y espera del cielo
una hija que sea para tí lo que tú has sido para tus padres;
esa es la ley de la naturaleza, y ¡feliz la que sólo
puede esperar de ella recompensa!
Dejaré para mi artículo siguiente la demostracion con
ejemplos de lo que una hija puede y debe ser en la familia;
la historia me prestará algunos, y en nuestros mismos
dias el amor filial ofrece acabados y tiernísimos modelos
de abnegacion.
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LA HIJA.
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ARTÍCULO SEGUNDO.
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I.
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Jamas se borrará de nuestra memoria el grandioso
ejemplo del amor filial que la ilustre pluma de la Condesa
de Genlis nos refiere, afirmando ántes que es verdadero.
Para aquellas de nuestras lectoras que no le conozcan,
vamos á referirlo, no sin advertirles que, por sublime
que sea, nos parece muy natural y dentro completamente
de las leyes del deber.
El Marqués de Valmore, viudo y padre de un niño de
siete años, iba á contraer un segundo enlace con una encantadora
niña de diez y seis.
Clara, que éste era su nombre, era un modelo de todas
las gracias propias de su edad, pero pobre; su padre
era un emigrado español llamado Montalban, y ambos
habitaban en la aldea que se extendia al pié del opulento
castillo de Valmore.
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El Marqués, jóven de treinta años, vió á Clara y la
amó; era imposible defenderse del encanto de aquella
niña, cuya plácida fisonomía retrataba la sensibilidad y
el talento, unidos á la inocencia y á la más perfecta hermosura.
Á pesar de todas las representaciones de la madre y
de la hermana del Marqués, éste declaró que su resolucion
de casarse con Clara era irrevocable, y todo se preparó
para la boda.
La fortuna propia del Marqués no era muy considerable;
su gran riqueza provenia de la colosal que le habia
traido su primera esposa: esta fortuna la habia heredado
de su madre el niño Eduardo, el que si moria, debia,
á su vez, dejarla á su padre.
Clara amaba al niño, de quien iba á ser segunda madre,
con una ternura sin límites; es verdad que el niño
la merecia y se la pagaba con usura: sólo al lado de
Clara se hallaba contento; todo lo bello que poseia era
para Clara, y á Clara llamaba cada mañana al despertarse.
El Marqués se pasaba largo rato algunas veces contemplando
el grupo encantador que formaban su prometida
y su hijo, jugando como dos hermanos sobre el
césped del parque.
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II.
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Era la víspera del casamiento: Clara habia madrugado,
y venía de su casita de la aldea trayendo en la mano
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una canastilla llena de frutos y flores; reinaba estío, y
la naturaleza ofrecia sus más ricos dones: en un lecho
de rosas y de claveles venian colocados los delicados
frutos que más apetecia Eduardo, y que pocas veces le
permitian probar á causa de su débil salud.
Clara se parecia al ángel de la juventud y de la inocencia:
llevaba un largo traje blanco, y sus cabellos
caian en largas trenzas por su espalda, sin adorno ni sujecion
alguna.
Sus ojos azules, grandes y límpidos, reflejaban la serenidad
de aquel dia, y en su frente se veian reir todas
las bellas ilusiones que traen en sus alas la juventud y
la esperanza.
El aya de Eduardo salió á recibirla.
--¿Ya levantada, señorita? la preguntó; aquí duermen
aún todos, ménos Eduardo y yo.
--Tanto mejor, exclamó Clara alegremente; mirad,
mi querida señora: esta canastilla es para dar á Eduardo
una sorpresa; voy á ponerla sobre la mesa que se halla
en el templete de jazmines del jardin; ya sabeis que está
cubierta con un gran tapete; yo me esconderé debajo;
llamaréis al niño, verá la canastilla, y yo disfrutaré de
su alegría, sin que sepa dónde estoy.
Y esto diciendo, la hermosa niña echó á correr al jardin
seguida del aya, que sonreia al pensar en el inocente
complot.
Clara puso el lindo cestillo en la gran mesa que ocupaba
el centro del templete; alzó el pesado tapiz que la
cubria y llegaba hasta el suelo, y ocultó debajo su graciosa
y poética figura.
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El aya fué á llamar á Eduardo, que jugaba con su lebrel
al fin del jardin.
Algunos instantes despues se oyó al niño que llegaba
corriendo y gritando alegremente: Clara le vió penetrar
en el templete, y su inocente corazon latió presuroso;
pero de súbito el gorjeo infantil de Eduardo se apagó en
un largo gemido... Clara vió el tapete de la mesa alzarse
por un lado... vió asomarse por el hueco la enérgica cabeza
de su padre, trastornada por una terrible expresion
de gozo y de espanto á la vez, y vió caer sobre su blanco
traje un cuchillo ensangrentado.
La desgraciada niña no pudo ni lanzar un suspiro, y
quedó desmayada.
Cuando volvió en sí se halló frente al cadáver de
Eduardo, cuyo pecho infantil estaba abierto por una profunda
herida; al lado de su hijo se hallaba el Marqués
de pié, sombrío, lívido y con los brazos cruzados sobre el
pecho: los representantes de la ley estaban allí tambien.
Detras de ellos se hallaba Montalban, que miraba á
su hija con una ansiedad profunda.
--Se os acusa de la muerte de este niño, señorita, dijo
á la jóven el procurador del Rey.
--¡Á mí!... gritó Clara lanzándose sobre el cadáver;
¡á mí! ¿Quién me acusa?
--Su propio padre: vos sabiais que muriendo este
niño, el Sr. Marqués, que iba á ser mañana vuestro esposo,
sería inmensamente rico, y sin duda la ambicion
os ha extraviado.
Clara sabía aquello por la primera vez, y apénas oyó
lo que la decian se dejó caer de rodillas ante el lecho
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donde estaba el cadáver, y puso sus labios sobre la mano
ya helada, de la inocente víctima.
--¡Levantaos! Miraos manchada con la sangre de mi
hijo, ¡y defendeos si podeis! exclamó sordamente el Marqués.
Clara tembló, é iba á gritar:--«¡Soy inocente!»--pero
la angustiosa mirada de su padre le cerró la boca:
una palidez terrible cubrió su gracioso rostro, y dijo, alzando
al cielo los ojos como para ofrecerle su sacrificio:
--¡Yo he dado muerte á ese niño!
El español, al asesinar á la inocente criatura, queria
conquistar para su hija una opulencia de que él mismo
necesitaba; pero jamas pensó que su crímen recayese sobre
Clara: cuando arrojó el puñal bajo la mesa del jardin,
no la vió allí; pensaba, y con razon, que se culparia
á algun ladron que queria asaltar la casa, y que se
habia visto molestado por la presencia del niño en el
jardin.
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III.
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Algunos dias despues Clara subia al cadalso, tranquila
y firme en el heroico propósito de salvar á su padre de
la horrible suerte que ella iba á sufrir sin merecerla;
pero el hombre que tanto la habia adorado, no pudo resolverse
á dejarla morir, y un oficial del Rey llegó, agitando
una órden en su mano, y gritando estas elocuentes
palabras:
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--¡Perdon! ¡S. M. indulta á la culpable!
Tres años más tarde una religiosa hospitalaria recorria
una sala del hospital de sangre de la Rochela, terminado
ya su glorioso sitio; era Clara: al llegar á uno
de los lechos ocupados aquel dia, dejó escapar un grito:
en él yacia herido el Marqués de Valmore.
--¡Clara! exclamó él reconociéndola tambien: ¡Mi
Clara, mi santa y adorable Clara! te encuentro al fin...
Montalban ha sido preso y condenado á muerte por robo
y asesinato en París... ¡Ántes de morir ha confesado que
él era el asesino de mi hijo, y que no era tu padre... no!
¡Tú eres la hija del noble y desgraciado Conde de Rosemberg,
que te confió á sus cuidados, y luégo murió en
el destierro! ¡Yo te he buscado por todas partes, y no
hallándote, he querido morir en la guerra! ¡Ahora ya
puede Dios llamarme á sí!
El Marqués curó, gracias á los cuidados de Clara, y
ésta se llamó algunos meses despues la Marquesa de
Valmore.
--¿Por qué te empeñastes en morir? la preguntaba
tiernamente su esposo el dia mismo de su union.
--Mi padre me habia dado la vida, y yo debia salvar
la suya, contestó sencillamente Clara: ademas ¿qué me
importaba vivir siendo criminal á tus ojos?
Este admirable rasgo de amor filial ha servido de argumento
á una de las mejores óperas de un ilustre maestro;
y la pura figura de Clara de Rosemberg vivirá tanto
como los siglos, pues sólo la virtud es inmortal.
Cuando vuestros deberes filiales os parezcan penosos,
acordaos, mis jóvenes lectoras, de la que todo lo
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sacrificó á estos deberes: su amor, su dicha y hasta su
vida; cumplidlos con exactitud y ternura, y estad ciertas
de que Dios vela siempre por los buenos hijos, y les
recompensa con creces todos sus sacrificios.
Imposible parece que existan malas hijas; pero la que
merece ese triste dictado en él mismo lleva su castigo,
pues nadie querrá para amiga, ni profesará estimacion,
á la que no sabe llenar el primero y el más santo de los
deberes.
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LA HIJA.
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ARTÍCULO TERCERO.
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I.
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No tan eclatante, como dicen los franceses; no tan
brillante, como nosotros decimos, como el ejemplo que
acabo de ofrecer, llega otro á mi memoria, que me ha
referido una antigua y respetable amiga; pero si el sacrificio
de Clara de Rosemberg en aras del amor filial
aparece rodeado de la aureola del heroísmo, por las circunstancias
que le produjeron, pues el crímen es siempre
ruidoso, el que voy á dar á conocer no es ménos
grande por ser más silencioso é ignorado, como lo es
siempre la suave y modesta virtud.
En Francia, y en una pequeña ciudad de provincia,
en una callejuela oscura y solitaria, habitaba un piso
bajo, escasamente alumbrado por dos estrechas ventanas,
un anciano matrimonio; la esposa era ciega, el marido
se hallaba paralítico.
Toda su compañía era una hija, la mayor de dos que
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habian tenido. Marta, la más pequeña, habia sido una
bella flor nacida con la aurora, y que fué á dejar su inocente
aroma en los jardines del cielo. Dolores era el
nombre de la que quedaba en la tierra.
Ésta no habia sido jamas hermosa; pero habia en toda
su persona la gracia exquisita de la castidad y del decoro,
esa gracia inimitable, ese encanto supremo de la inocencia
y del candor: sus grandes ojos, que ostentaban el
sombrío azul de la pizarra, eran elocuentes por la dulzura
y tristeza que expresaban: sus cabellos negros
guarnecian su frente en espesas y hermosas trenzas; su
talle delicado era notable por su elegancia y distincion.
Dolores era bella como el sueño de un poeta, bella con
la belleza ideal que habla poco á los sentidos, pero cuya
vista deja una huella indeleble en el alma.
Un paseante extraviado la vió un dia bordando al lado
de su ventana; en el antepecho habia un vaso con flores,
únicas amigas de la pobre jóven, que pasaba su
vida entregaba á un asíduo trabajo, y al cuidado de sus
padres.
El paseante tenía una hermosa figura, y contaba la
edad de Dolores, de veintiseis á veintiocho años; pero
¡qué diferencia entre los dos! la esperanza iluminaba
con sus ardientes rayos la frente de aquél, y la alegría
moraba en el fondo de sus brillantes ojos. Dolores era
triste como el recuerdo del amor postrero.
El contraste trajo el amor, como sucede siempre. Mauricio
adoró aquella noble y melancólica sombra: en cuanto
á ella, era el primer hombre á quien habia oido palabras
de afecto: habia vivido toda su vida en el retiro
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más absoluto, y dedicada por completo al cuidado de los
dos ancianos, sobre todo desde la muerte de Marta.
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II.
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Mauricio llevaba cada dia á la solitaria un ramo de flores,
y al dia siguiente las veia prendidas en sus cabellos
y en su cintura, como para aspirar hasta sus últimos
perfumes.
Un dia dijo Dolores:
--Entre usted.
La puerta se abrió y los dos amantes se sentaron frente
á frente: en el fondo de la estancia, oscura y triste,
los dos ancianos dormitaban en sus sillones, ya casi entregados
á un idiotismo completo.
--¿Qué le parezco á V. ahora? preguntó Dolores mirándole
con sus dulces y profundos ojos.
--Más bella que ántes, respondió Mauricio; y la amo
á V. de tal suerte, que deseo que las primeras palabras
que oiga V. de mi labio al llegar á su lado, sean para
probarle mi afecto y mi lealtad; ¿quiere V. ser mi esposa?
Dolores iba á responder--¡Sí!--pero se volvió á mirar
á sus padres: una nube pasó por su frente, y dijo
con voz trémula:
--Mañana le responderé á usted.
Al dia siguiente Mauricio volvió por la contestacion.
Dolores le abrió la puerta, y él se sorprendió dolorosamente
al hallarla pálida como un cadáver, y vestida de
negro.
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--Mauricio, le dijo, yo le amo á V., pero no puedo
ser su esposa... Me debo á mis padres...
--Nada les faltará, repuso Mauricio; no soy pobre, y
tendrán medios para vivir rodeados de comodidades.
--¡Les faltarán mi amor y mis cuidados! objetó la
jóven meciendo la cabeza. ¡Mauricio, no puedo casarme!
--Piense V. que dentro de dos dias salgo de aquí con
mi regimiento: que renuncia V. á mí para siempre... ¿No
me ama V., Dolores?
--¡Con toda mi alma! ¡Jamas he amado á nadie, ni
de nadie he sido querida, que yo sepa... Piense V., pues,
en lo que es V. para mí!
--¿Y así me rechaza V.? ¿Así renuncia V. al amor,
es decir á la vida?
--¡Ese es mi deber!
--Amor que así está subyugado por un deber que no
es una verdad, es amor muy débil, exclamó Mauricio
con amargura, y cayendo así en la vulgar indignacion
del hombre que se ve rechazado, aunque sea por el más
santo motivo. ¡Adios, Dolores!
Un sollozo respondió á estas palabras.
--No espere V. ya al amor, dijo Mauricio volviendo
hácia ella: ¡desdichada! Piense en que el que yo le tengo
es el último rayo de felicidad que se viene á posar en
su frente.
--Lo sé, murmuró Dolores.
--¿Y no quiere V. ser mia?
--¡No puedo!
--¿Piensa V. que esos ancianos casi insensibles, le
van á agradecer su sacrificio?
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--No he pensado en eso, sino en cumplir con mi deber.
Mauricio lanzó una exclamacion, en la que entraban
por partes iguales la cólera y el dolor, y se lanzó fuera
de la pobre casita.
--¡Adios, murmuró Dolores: sombra adorada de mi
primero y único amor, sueños de felicidad, para siempre
adios!
Y cayó sobre su asiento, cubriéndose el rostro con las
manos y sollozando amarga y dolorosamente.
Cuando alzó la frente, todo rastro de belleza y de juventud
habia desaparecido en ella; sólo quedaba la grandiosa
y triste poesía de un dolor eterno.
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III.
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Dolores volvió á tomar su labor; las últimas flores
que le habia dado Mauricio se marchitaron en su ventana,
y ella recogió cuidadosamente sus hojas secas,
como recogió en su corazon los recuerdos de su desgraciado
amor: despues, inclinándose sobre su bordado, dijo
con honda tristeza:
--Así pasaré ya el resto de mi vida.
Dos dias despues, y á la caida de una bella tarde de
otoño, oyó los ecos de una música militar. Era el regimiento
de Mauricio que salia de la ciudad, segun él mismo
habia dicho.
Dolores sintió que alguna cosa se rompia en el fondo
de su corazon. Levantóse, y se fué á arrodillar delante
del lecho de su madre, que se habia acostado ya.
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--¡Madre mia! exclamó la desgraciada: ¿es verdad
que me amas? ¿Es verdad que te soy necesaria? ¡Dímelo,
por Dios!
--Déjame dormir, respondió ásperamente la anciana,
volviéndose del lado de la pared.
Dolores alzó al cielo sus ojos: nadie en la tierra agradecia
su inmenso sacrificio... la música se fué perdiendo
lentamente á lo largo, y se apagó al fin en el vacío...
Algunos años despues murieron los padres de Dolores;
el anciano siguió de cerca á su esposa; la pobre
huérfana quedó sola sobre la tierra.
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IV.
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Un dia recibió esta carta:
«Dolores: Usted que es una santa, ruegue por mí; el
recuerdo más dulce de mi vida se dirige á V.; he sido
muy desgraciado, pues he perdido á mi esposa, á mis hijos,
y estaba solo en el mundo; buscando el amor, he
caido en el libertinaje, y en un duelo he sido herido de
muerte... ¡mi último suspiro es de V., y se lo envio como
mi postrer adios!
.rj
Mauricio.»
Dolores besó este billete y le puso junto á su corazon;
para almas como la suya, aquel recuerdo era una recompensa:
desde aquel dia habló con Mauricio, enviándole
al cielo el lenguaje de la oracion.
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LA HIJA.
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ARTÍCULO CUARTO.
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I.
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Los dos ejemplos que dejamos expuestos en nuestros
anteriores artículos prueban hasta dónde puede llegar
la ternura filial en nuestro sexo.
El uno está rodeado de la aureola del heroismo: el otro,
de la suave y dulce luz de las virtudes privadas; pero
uno y otro demuestran que todo debe posponerse á la
gratitud y al amor que debemos á nuestros padres.
Se han visto malos hijos; pero de hijas malas y desnaturalizadas
presenta la historia muy raros ejemplos.
Y esto no es extraño á nuestro parecer; la condicion
de la mujer, blanda é impresionable, la inclina á venerar
el ejemplo de su madre y á seguirle religiosamente; en
tanto que los hijos abandonan el hogar y llevan léjos de
él sus pasiones, sus penas y sus alegrías: se alejan de
sus padres, y sólo en las grandes ocasiones pueden dar á
éstos pruebas de su amor.
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Pero las hijas, en las que domina ante todo el sentimiento;
las hijas, que por su condicion viven y crecen
al lado de los que les han dado el sér, pueden en todas
las situaciones y en todos los instantes probarles su amor
y gratitud.
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II.
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Grande y noble es el ejemplo de amor filial que Isabel
de Segura dió casándose con D. Rodrigo de Azagra, por
conquistar unas cartas que éste poseia, y que encerraban
la deshonra de su madre; y el poeta eminente que ha
llevado al teatro la lastimera y tierna historia de Los
Amantes de Teruel, ha dado el más grande interes á su
obra, poniendo como base de la desdicha de Diego y de
Isabel, el santo sacrificio de la hija á su madre.
Pero si la hija puede y debe en circunstancias excepcionales
sacrificarse moral y materialmente por sus padres,
no es ménos cierto que tambien puede en las naturales
de la vida labrar su felicidad.
La mayor libertad que se nota cada dia en las costumbres,
y la fe que se oscurece con esta misma libertad,
hace que áun en las familias más unidas, áun en los
hijos más tiernos se note cierto tono irrespetuoso y ligero,
y cierta falta de atencion que las niñas excusan con
la franqueza familiar.
Esto me parece, no sólo anti-cristiano, sino anti-social,
y los padres deben poner el más grande cuidado en
// 373.png
evitar el que sus hijos les falten al respeto y consideracion
que les son debidos.
--¡No añadais, dice Silvio Pellico en su libro Deberes
de los hombres, no añadais tristeza con vuestro modo de
obrar, á las tristezas que doblegan las cabezas que el
tiempo ha blanqueado! ¡Que vuestra presencia reanime á
vuestros padres! Cada sonrisa que llameis sobre sus labios,
cada movimiento de alegría que desperteis en sus
corazones, será para ellos el más bello de los goces y
descenderá sobre vosotros como un rocío bienhechor:
Dios confirma siempre las bendiciones de los padres.
Esta bella exhortacion debe dirigirse con preferencia
á las hijas, pues ellas son las que viven más inmediatamente
al lado de sus padres, y las que más pueden alegrar
su corazon, y distraerlos de sus pesares.
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
No espereis, mis amables lectoras, á las ocasiones solemnes
para probar á vuestros padres vuestro amor y
respeto, porque éstas se presentan raras veces, y más de
una existencia se pasa sin haber podido dar pruebas de
abnegacion, á no ser en las pequeñas cosas de cada dia:
no dejeis pasar esas ocasiones, y pagad vuestra deuda
filial en pequeña moneda, por decirlo así, ya que no os
sea dado hacerlo en grandes sumas, pues, si no, correis
peligro de morir insolventes.
Á todas horas y de todos modos podeis dar á vuestros
// 374.png
padres testimonios de afecto; la dulzura en el lenguaje,
las atenciones en la mesa, en la calle y dentro de
casa, son otros tantos homenajes que les debeis, y de los
que no podeis excusaros sin falta notoria de respeto y
cariño.
No es de buen gusto la familiaridad chocante que algunas
jóvenes ostentan con sus madres: nosotros no
aceptamos la familiaridad y desatenta llaneza, ni áun
en la amistad más íntima, ni áun en el amor, ni áun en
el matrimonio; la cortesía, los modales afectuosos y dulces
son el mejor sosten de los afectos, áun de los más
santos y legítimos; y muchas veces nos ha lastimado
profundamente el ver confundir el cariño con la desatencion,
que está muy cerca de la insolencia; hemos visto
hijos que se presentaban ante sus padres mal vestidos y
con un desaliño que se hubieran avergonzado de mostrar
ante la persona más indiferente: los hemos visto tomar
posturas contrarias á la buena educacion, cantar, responder
con negligencia y aspereza, murmurar del mandato
maternal ó paterno y obrar en la mesa como si estuviesen,
no con sus iguales, sino con sus inferiores, sirviéndose,
comiendo y levantándose con la más extraña
libertad.
¿Por qué no se han de guardar con los autores de nuestros
dias todas las atenciones que la educacion ordena y
el decoro manda con los extraños? ¿Por qué una jóven
no ha de ser con sus padres lo que es para todos los
demas?
Imposible le sería estimar quien estas líneas escribe,
á una jóven que respondiese duramente á su madre,
// 375.png
aunque ésta adoleciese de los más graves defectos; imposible
concederle el más pequeño lugar en su corazon,
aunque por otro lado aquella hija estuviera adornada de
las más relevantes y bellas cualidades, porque nada se
puede esperar de quien no guarda en el alma como una
flor inmaculada y pura, el tierno sentimiento del amor
filial.
Jóvenes que áun vivís bajo el ala dulce del amor materno
y paternal, á vosotras os toca ser la alegría del hogar
y el consuelo de vuestros padres: dejad á vuestros
hermanos seguir á cada uno el camino que la suerte le
destine: vosotras sois los ángeles custodios de la casa, y
las que debeis rodear á vuestros padres de cuidados y de
alegría: vosotras las que debeis evitarles las penas y las
fatigas, y las que debeis condenaros hasta á un asiduo y
penoso trabajo, si es preciso, para pagarles así la inmensa
deuda de gratitud que contraeis al nacer.
// 376.png
// 377.png
.pn 377
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.h3 id=l009
LA HIJA.
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.nf c
ARTÍCULO QUINTO.
.sp 2
I.
.nf-
Pongamos ante los ojos de nuestras jóvenes lectoras
áun otro bello y elocuente ejemplo del amor filial.
El Príncipe Cárlos Estuardo fué, no sólo uno de los
hombres más desgraciados del mundo, sino tambien uno
de los mayores libertinos que el mundo ha conocido.
En sus excesos no habia ni nobleza ni decoro, y los
cometia del mismo modo que el último lacayo de su casa:
si es verdad que en el libertinaje hay sus grados, el
Príncipe Estuardo habia ya descendido hasta la última
escala.
Pretendiente á la corona del Reino-Unido, como hijo
de la casa de los Estuardos, anduvo muchos años errante
por países extranjeros, y buscando partidarios que no
hallaba; durante su larga y amarga peregrinacion tuvo
una hija que recogió, hizo bautizar con el nombre de
Carlota, y depositó para que se educase en el convento
de benedictinas de Meaux.
// 378.png
Algunos años más tarde, el Príncipe casó con la jóven,
bella y encantadora Luisa Stolberg, hija del Príncipe
de este nombre; pero la más completa oposicion de
gustos y de caractéres desunió este matrimonio, y Luisa,
despues de muchas escenas violentas, fué sacada de
la casa conyugal por el severo Cardenal de V...., hermano
mayor de su esposo, y depositada en un convento
de órden del Papa.
La sentencia de divorcio se presentó al instante, y el
matrimonio quedó disuelto.
Pasaron aún muchos años: las desgracias siguieron
agobiando á Cárlos Estuardo: amargado, desesperando
de todo, sin saber á quién volver sus tristes ojos, tuvo
un dia un pensamiento salvador; pensó en su hija y la
llamó junto á él.
Carlota corrió al lado de aquel padre á quien no conocia,
pero de quien se decia que era desgraciado; era una
hermosa niña, que áun no habia cumplido veinte años,
y cuyos largos cabellos rubios guarnecian un rostro angelical.
.sp 2
.nf c
II.
.nf-
Carlota demostró á su padre, desde el primer instante,
un cariño y un respeto que elevaron á sus propios
ojos á aquel hombre degradado; y el padre quiso á su vez
elevar á su hija, dándola el título que habian llevado
siempre los primogénitos de la casa real de Escocia.
// 379.png
La jóven, olvidada y huérfana poco ántes, pudo usar
el título de Duquesa de Albany y lo supo llevar con una
nobleza verdaderamente régia; sus cuidados habian
trasformado el pobre castillo, donde Cárlos Estuardo habia
ido á ocultar su pobreza y su desventura; el órden y
la decencia reinaban en él: la jóven Duquesa recibia en
los salones, abandonados desde hacía largo tiempo, á una
sociedad escogida, que formaba una córte en torno del
desterrado: ella habia vuelto la dignidad á todo lo que
rodeaba á su padre, y habia vuelto á éste hácia todos los
sentimientos nobles que habian honrado su juventud; el
viejo, que buscaba en la embriaguez el olvido de sus males
habia desaparecido, y habia vuelto á ser Cárlos Estuardo,
el caballero, el pretendiente, del cual las ideas generosas
y el valor habian levantado en otro tiempo á la Escocia.
Sus antiguos recuerdos florecian bajo la influencia de
su hija; treinta dolorosos años se borraban, y volvia con
el pensamiento á su juventud, tan llena de ardimiento
y de generosas aspiraciones; tenía el anciano momentos
de sensibilidad ardiente, cuando pensaba en la Escocia y
en sus bravos highlanders; algunas veces una animacion
extraordinaria se encendia en sus ojos, cuando contaba
con una energía juvenil la campaña de 1746; pero su
cuerpo debilitado no pudo soportar por largo tiempo el
peso de sus emociones, y un dia, despues de haber hecho
su narracion acostumbrada á un viajero inglés que habia
ido á visitarle, se desmayó.
Los cuidados y el respeto de su hija le habian vuelto
á sí mismo; pero no pudieron volverle á la vida; espiró
// 380.png
el 30 de Enero de 1788, aniversario del suplicio de Cárlos
I, en los brazos de Carlota.
Seis meses despues esta hija tan llena de abnegacion,
tan fiel, tan tarde conocida y amada, fué á reunirse
con su regio padre en las bóvedas de la iglesia de
Frascati.
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
La Princesa Luisa, conocida bajo el nombre de Condesa
de Albany, tuvo una existencia larga y brillante;
fué amada del gran Alfieri, y éste la llamaba su Musa;
Sismondi fué uno de sus más constantes admiradores;
Mme. de Staël, cuando la escribia, la llamaba su querida
soberana; Lamartine adoraba la gracia y suavidad de su
talento; en Florencia, en París, tuvo una córte de admiradores,
que los años no despoblaron; en fin, vivió
muy dichosa, segun los hombres, muy envidiada,
muy lisonjeada, muy favorecida hasta el fin, por la fortuna
y por la naturaleza; pero su historiador, Mr. Saint
René de Taillandier, consigna que no pudo ver sin amargura
á su esposo, á aquel Príncipe tan heróico á los veinte
y cinco años, y degradado despues por un largo infortunio,
levantarse ya cerca de su fin, por una tierna y
generosa influencia, que no era la suya.
Luisa vió con dolor á la hija llenar con una piadosa
abnegacion la tarea que pertenecia á la esposa; y la Duquesa
Carlota, levantando el alma fatigada y abatida de
Cárlos Estuardo, humilló á la Princesa Luisa.
// 381.png
La dulce figura de Carlota Estuardo nos ha parecido
digna de ser puesta ante los ojos de nuestras lectoras;
esta Antígona cristiana, consoladora de un Príncipe desgraciado,
merece nuestro más tierno recuerdo.
Como última prueba de amor al padre que durante
tanto tiempo la habia olvidado, la Duquesa de Albany
le siguió á la tumba, no pudiendo ya vivir sin afectos en
la tierra, despues de haber sentido el más puro y tierno
de todos; parece como que su mision fué la de atesorar
en su retiro las bellas flores de la religion y de la piedad
cristianas, y trasmitirlas á su padre, para que se durmiese
dulcemente en el sueño de que no se despierta jamas;
cumplida aquella sagrada tarea, Dios la llamó para darla
á su lado el premio que reserva á los buenos y amantes
hijos.
// 382.png
// 383.png
.pn 383
.sp 4
.h3 id=l010
LA HIJA.
.sp 2
.nf c
ARTÍCULO SEXTO.
.sp 2
I.
.nf-
Terminemos este ligero estudio del tipo encantador
que llamamos la hija con algunas consideraciones generales,
y despues con otro nuevo y elocuente ejemplo.
Nada hay más simpático en la sociedad que una jóven
que tiene con sus padres todo género de atenciones, que
les manifiesta un tierno cariño y una profunda consideracion.
Nadie puede amar ni estimar á la que demuestra á sus
padres despego, y más de un tierno y entusiasta amor se
ha apagado ante una respuesta dura, dada por una hija á
su madre.
--¿Cuándo se casa V.? preguntábamos hace poco á
á un amigo nuestro.
--No lo sé, respondió con tono triste y contrariado.
--¡No lo sabe V.! ¿Pues no iba á hacerse la boda?
--He desistido de ella.
--¿Por qué?
--La que amaba, la que creia que podria labrar mi
dicha, no me conviene.
// 384.png
--¿Qué dice V.?
--Es mala hija, y no puede ser buena esposa y buena
madre.
--¿Pero no vive con la suya? ¿No va con ella á todas
partes?
--Eso no es un obstáculo para que la trate muy mal
y con absoluta falta de consideracion; una sola escena
ha bastado para que yo desista del proyecto de casarme
con ella: he visto que no siente por su madre ni respeto
ni cariño; y la que no profesa respeto al santo lazo del
amor filial, le profesará ménos al conyugal y al materno.
De esta suerte miran los hombres el olvido de los deberes
más sagrados, y apénas habrá alguno, por libertino
que sea, que quiera unir su suerte á la de una mujer
sin corazon.
Honrarás padre y madre, dice el decálogo; y este precepto
de la religion lo impone tambien el mundo, y castiga
con su desprecio á la que falta á él.
.sp 2
.nf c
II.
.nf-
Pocas hijas tan excelentes ha habido como madame
Staël, autora de várias obras que le han dado fama inmortal,
é hija del ilustre Necker, ministro de Luis XVI.
El amor filial era el sentimiento predominante en ella,
y de aquel amor dió pruebas que le conquistaron la estimacion
y el afecto de todas las personas de verdadera
valía de la capital de Francia.
Apénas habia salido de la infancia, cuando ya sostenia
// 385.png
conversaciones sérias con su padre, que á su vez la adoraba,
y con todos los ilustrados amigos de aquel hombre
de Estado.
Su gran talento se desarrollaba á expensas del cuerpo,
y los médicos la ordenaron residir en el campo, adonde
su padre iba á verla con frecuencia; la instruccion particular
que su padre le daba fué la que produjo en ella
aquel entusiasmo que animó toda su vida, como una bella
llama, y una inclinacion irresistible hácia las altas cualidades
que distinguen á los hombres superiores.
Era la admiracion de todos la apasionada ternura con
que se amaban el Ministro y su hija, y la frialdad que
reinaba entre la misma y su madre; pero aunque se ha
pretendido que aquella frialdad nacia de que Mme. Necker
tenía celos del afecto de su esposo á su hija, es lo
cierto que no pudiendo la madre moderar á su gusto el
carácter y las inclinaciones de la niña, se fué apartando
de ella poco á poco.
La severidad maternal hizo que Ana, éste era el nombre
de la autora de Corina, manifestase toda su ternura
á su padre, y áun se cree tambien que retrató á la que la
habia llevado en su seno en la severa lady Edgermond,
tan recta, tan virtuosa, pero tan intolerante y tan poco
indulgente.
.sp 2
.nf c
III.
.nf-
Desde que aquella ilustre niña pudo pensar, se ocupó
en meditar los graves asuntos de la política, por lo que
podian interesar á su adorado padre.
// 386.png
Para no separarse de éste, eligió, entre los numerosos
pretendientes que se presentaron á su mano, á Erico
Magnus, baron de Staël Holstein, embajador de Suecia,
y que dió su palabra de honor de no obligar jamas á su
esposa á dejar la Francia.
Cuando la revolucion francesa trajo el destierro para
Mr. Necker, éste se retiró á Suiza y su hija le acompañó;
volvió á ser llamado por el Rey, y otra vez fué con
él á París.
En 1790 el Ministro, abrumado de injusticias y disgustos,
abandonó por segunda vez á Francia. Ana acababa
de dar á luz un hijo; mas olvidando el cuidado de
su propia salud, se puso en camino para seguir á su padre
á la posesion de Copelt.
Poco tiempo despues murió la Baronesa, y Ana fué
entónces más que nunca el solo consuelo de su padre,
extremadamente afligido por la pérdida de su esposa.
Desterrada ella misma, murió su padre, en tanto que
sufria léjos de su patria la pérdida de su esposo y todos
los dolores de una larga peregrinacion. Entónces su
desesperacion no tuvo límites: volvió á Copelt, reunió todas
las obras de su padre y las hizo imprimir, con un
extenso artículo biográfico, escrito por ella misma, con
la justificacion del carácter de Mr. Necker y de su vida
privada.
La lectura de este opúsculo da á conocer el alma apasionada
de Mme. Staël, y convence plenamente de que el
sentimiento más profundo que se albergaba en ella era el
amor filial: expresa en él, con la elocuencia de un vivo
dolor, su amargo pesar al ver que su padre descendia á la
// 387.png
tumba sin que los franceses hubieran apreciado su carácter
noble y superior. Aquel escrito es un quejido del
alma, herida en lo más vivo, que hace sufrir y excita el
llanto: es indudable que la autora hubiera eternizado su
nombre, áun cuando fuera ésta su única produccion.
.sp 2
.nf c
IV.
.nf-
De esta suerte Mme. Staël llevó hasta más allá de la
tumba su admirable amor filial, y este sentimiento es
acaso el que, tanto como su talento literario, ha hecho
inmortal su nombre.
Desde la muerte de su padre, la Baronesa de Staël se
dejó dominar por una profunda melancolía. Ni el amor
de sus hijos, ni un casamiento más feliz que el primero,
ni los halagos de la fortuna, nada pudo aliviar aquel
profundo dolor en que su alma se hallaba sumergida.
Sus hijos recompensaron su ternura filial y fueron
para ella modelos de cariño y de respeto.
Cuando ya el helado dedo de la muerte se apoyaba en
su frente, Mme. Staël alzó los ojos al cielo y exclamó:
--¡Padre mio, voy á buscarte!
Este fué el grito postrero de aquel modelo de hijas.
// 388.png
// 389.png
.pn 389
.sp 4
.h2 id=C045
CONCLUSION.
.sp 2
Quedan aquí terminadas estas páginas, que he ofrecido
á mis benévolas lectoras.
Ninguna vanidosa pretension me ha inducido á escribirlas,
sino sólo el deseo de darles algunos consejos que
puedan serles útiles en el camino de la vida.
Para escribirlas he leido en mi propio corazon, y he
acudido á mis recuerdos, dulces ó dolorosos; es decir,
que este libro está escrito con verdad y conviccion, y que
lo ofrezco con la mejor voluntad al juicio siempre imparcial
y justo del público.
.in +4
Madrid, Setiembre de 1875.
.in -4
.rj
María del Pilar Sinués.
// 390.png
.fm
.fn #
El modo de hacer el viaje y la enumeracion de todas las poblaciones
y accidentes pintorescos del camino, se hallan en el curioso libro
escrito por el Excmo. Sr. D. Víctor Balaguer, titulado Guía de
Montserrat.
.fn-
.fm
.fn #
Libro de los Macabeos, cap. VII.
.fn-
// 391.png
.pn 391
.sp 4
.h2 id=C046
ÍNDICE.
.sp 2
.ta l:56 r:12
| Páginas.
|
Dos palabras de la autora. |#5#
La Poesía del hogar doméstico. |#11#
Los Celos. |#19#
Enfermedad mortal. |#25#
La Romería de San Isidro. |#31#
¡Libertad! |#39#
El Chiste. |#45#
Desaliento. |#51#
La Belleza y la Gracia. |#59#
La Verdadera Cristiana. |#65#
El Brazalete de esmeraldas. |#75#
Las Armas de la Mujer. |#81#
El Trabajo. |#89#
La Benevolencia. |#95#
Sensibilidad y sensiblería. |#101#
La Impaciencia. |#109#
La Caridad. |#115#
El Verdadero talento. |#119#
La Timidez. |#127#
Las Pequeñas virtudes. |#135#
La Desgracia. |#141#
La Hermosura y la Elegancia. |#149#
Valor femenino. |#151#
La Cortesía. |#161#
Pensar y sentir. |#169#
Las Visitas. |#175#
Cualidades y defectos. |#181#
La Coqueta. |#187#
Las Paganas. |#195#
Dolencias del ánimo. |#203#
Los Recuerdos. |#211#
La Pobreza y la Miseria. |#221#
La Voz. |#229#
.ta-
// 392.png
.ta l:58 r:12
El Santuario de Monserrat. |#237#
La Modestia. |#245#
La Fe. |#253#
La Esperanza. |#265#
El Tú y el usted. |#271#
La Amistad. |#279#
El Lujo. |#285#
La Casa. |#291#
La Tolerancia. |#297#
Orgullo, Vanidad y Dignidad. |#307#
Tipos femeninos.--La Madre.--
Artículo I. |#315#
Artículo II. |#321#
Artículo III. |#327#
Artículo IV. |#333#
Artículo V. |#339#
Artículo VI. |#345#
La Hija.--|
Artículo I. |#351#
Artículo II. |#357#
Artículo III. |#365#
Artículo IV. |#371#
Artículo V. |#377#
Artículo VI. |#383#
Conclusion. |#389#
.ta-
// 393.png
.sp 4
.nf c
LA ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA.
PERIÓDICO ESPECIAL DE BELLAS ARTES Y ACTUALIDADES.
DIRECTOR-PROPIETARIO, D. ABELARDO DE CÁRLOS.
SE PUBLICA LOS DIAS 8, 15, 22 Y 30 DE CADA MES.
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Esta notable Revista publica en sus páginas no sólo los
acontecimientos mas importantes que ocurren en el mundo, sino tambien
cuantos monumentos artísticos y notables existen en España y América.
Cada número consta de 16 páginas gran fólio, con grabados en ocho de
ellas, inmejorablemente impresos sobre papel superior. Cuando las
circunstancias lo exigen se publican suplementos, grátis para los
señores suscritores. El texto y los grabados son siempre de los más
distinguidos escritores y artistas, y la edicion tan lujosa como
las mejores de los periódicos de esta clase que se publican en el
extranjero.
.nf c
PRECIOS DE SUSCRICION.
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.if t
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+------------+--------------+---------------+-------------+
| | | PROVINCIAS | |
| | MADRID. | Y PORTUGAL. | EXTRANJERO. |
| +--------------+---------------+-------------+
| Un año | Pesetas. 35 | Pesetas. 40 | Pesetas. 50 |
| Seis meses | » 18 | » 21 | » 26 |
| Tres meses | » 10 | » 11 | » 14 |
+------------+--------------+---------------+-------------+
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|
MADRID. |
PROVINCIAS Y PORTUGAL. |
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Un año |
Pesetas. |
35 |
Pesetas. |
40 |
Pesetas. |
50 |
Seis meses |
» |
18 |
» |
21 |
» |
26 |
Tres meses |
» |
10 |
» |
11 |
» |
14 |
.li-
.if-
.sp 4
.nf c
AÑO XXXVII.
.sp 2
LA MODA ELEGANTE ILUSTRADA,
PERIÓDICO DE SEÑORAS Y SEÑORITAS.
.nf-
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cada mes, y cada año forma un hermoso volumen de unas 1.200
columnas gran fólio, de escogida lectura, conteniendo sobre
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acero é iluminados con colores finos;--dibujos de tapicería;--34
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Estos patrones alternarán con las grandes hojas de dibujos para
bordados, que tanta aceptacion han tenido en años anteriores, y
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piano y piano solo, originales de los maestros compositores más
notables de España y del extranjero; 50 ó más ejercicios de
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aristocrática familia, que en la mesa de labor de la ménos acomodada
señorita.
La lectura es selecta é instructiva, y su contenido excede en el año de
10 tomos en 8.º
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PRECIOS DE SUSCRICION.
.nf-
.if t // 71 wide
.nf b
+-----------+-----------------+-----------------+----------+----------+
| | 1.ª | 2.ª | 3.ª | 4.ª |
| | EDICION. | EDICION. | EDICION. | EDICION. |
| +-----------------+-----------------+----------+----------+
| |Madrid. |Madrid. | | |
| | Provincias | Provincias | Madrid | Madrid |
| | y Portugal.| y Portugal.| y Prov. | y Prov. |
| +-----------------+-----------------+----------+----------+
| | Pesetas. | Pesetas. |Pesetas.|Pesetas.|
| Un año | 37,50 | 40,00 | 28,00 | 30,00 | 20,00 | 15,00 |
| Seis meses| 19,00 | 21,00 | 14,50 | 16,00 | 10,50 | 8,00 |
| Tres meses| 10,00 | 11,00 | 7,50 | 8,50 | 5,50 | 4,25 |
| Un mes | 3,50 | 4,00 | 5,50 | 3,00 | 2,00 | 1,50 |
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|
1.ª EDICION. |
2.ª EDICION. |
3.ª EDICION. |
4.ª EDICION. |
|
Madrid. |
Provincias y Portugal. |
Madrid. |
Provincias y Portugal. |
Madrid y Prov. |
Madrid y Prov. |
|
Pesetas. |
Pesetas. |
Pesetas. |
Pesetas. |
Un año |
37,50 |
40,00 |
28,00 |
30,00 |
20,00 |
15,00 |
Seis meses |
19,00 |
21,00 |
14,50 |
16,00 |
10,50 |
\ \ 8,00 |
Tres meses |
10,00 |
11,00 |
\ \ 7,50 |
\ \ 8,50 |
\ \ 5,50 |
\ \ 4,25 |
Un mes |
\ \ 3,50 |
\ \ 4,00 |
\ \ 5,50 |
\ \ 3,00 |
\ \ 2,00 |
\ \ 1,50 |
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Se remiten números de muestra grátis de ambos periódicos á los que
lo soliciten, dirigiéndose á la
Administracion: Carretas, 12, principal. MADRID.
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OBRAS PUBLICADAS EN LA BIBLIOTECA
SELECTA DE AUTORES CONTEMPORANEOS.
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OBRAS PUBLICADAS.
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Album poético español, por los señores
Marqués de Molina, Hartzenbusch,
Campoamor, Calcaño, Bustillo, Arnao,
Palacio, Grilo, Aguilera, Nuñez de
Arce, Alarcon y otros; un tomo, 4.º
mayor, 8 pesetas rústica y 12 lujosamente
encuadernado.
Várias obras inéditas de Cervántes,
sacadas de códices de la Biblioteca Colombina,
por D. Adolfo de Castro; un
tomo, 8.º mayor frances, 8 pesetas.
Delicias del nuevo paraíso, por don
José Selgas; 2.ª edicion; un tomo, 8.º
mayor frances, 3 pesetas.
Cosas del dia, continuacion de las Delicias
del nuevo paraíso, por D. José Selgas; un tomo,
8.º mayor, 3 pesetas.
Escenas fantásticas, por D. José Selgas;
un tomo, 8.º mayor, 3 pesetas.
Mari-Santa, por D. Antonio de Trueba;
un tomo, 8.º mayor, 4 pesetas.
Amores y amoríos (historietas en prosa
y verso), por D. Pedro Antonio de
Alarcon; un tomo, 8.º mayor, 4 pesetas.
El Matrimonio. Su ley natural, su historia,
su importancia social, precedido
de un prólogo del Sr. D. Aureliano Fernandez-Guerra,
por D. Joaquin Sanchez de Toca; dos tomos, 8.º mayor,
8 pesetas.
Cuarenta siglos, historia útil á la generacion
presente, por D. Anselmo Fuentes; este libro ha sido
revisado por la autoridad eclesiástica; un tomo,
8.º mayor frances, 8 pesetas.
Recuerdos de Italia, por D. Emilio
Castelar; 3.ª edicion; un tomo, 8.º
mayor frances, 6 pesetas.
Recuerdos de Italia, por D. Emilio
Castelar; segunda parte; un tomo, 8.º
mayor frances, 4 pesetas.
La cuestion de Oriente, por D. Emilio
Castelar; un tomo, 8.º mayor frances,
4 pesetas.
Principios generales del arte de la
colonizacion. Obra indispensable en
toda biblioteca y utilísima á los que se
dedican á estudios estadísticos, por don
Joaquin Maldonado Macanaz; un tomo
en 4.º, 6 pesetas.
Un libro para las pollas, novela,
por doña Francisca Sarasate; un tomo,
8.º mayor frances, 3 pesetas.
Disquisiciones náuticas, por el capitan
de navio D. Cesáreo Fernandez
Duro; un tomo, 8.º mayor, 6 pesetas.
La mar descrita por los mareados;
más disquisiciones, por el capitan de
navio D. Cesáreo Fernandez Duro; un
tomo, 8.º mayor frances, 6 pesetas.
El Comendador Mendoza.--La Cordobesa.--Un
poco de Crematística, por D. Juan Valera;
un tomo, 8.º mayor frances, 4 pesetas.
Letra menuda, prosa y versos de Don
Manuel del Palacio; un tomo, 8.º mayor
frances, 3 pesetas.
De Madrid á Madrid, dando la vuelta
al mundo, por D. Enrique Dupuy de
Lôme; un tomo, 8.º mayor frances, 4
pesetas.
Un libro para las damas (Estudios
acerca de la educacion de la mujer),
por D.ª María del Pilar Sinués (3.ª edicion);
un tomo, 8.º mayor, 4 pesetas.
Un libro para las madres, por Doña
María del Pilar Sinués; un tomo,
8.º mayor frances, 4 pesetas.
La vida íntima.--En la culpa va el
castigo, por D.ª María del Pilar Sinués;
un tomo, 8.º mayor, 4 pesetas.
Hija, esposa y madre, cartas dedicadas
á la mujer acerca de sus deberes para
con la familia y la sociedad, con un
apéndice titulado Hermana, por doña
María del Pilar Sinués; dos tomos,
8.º mayor frances, 8 pesetas.
La Abuela, por D.ª María del Pilar Sinués;
un tomo, 8.º mayor, 4 pesetas.
Sueños y realidades, por D. Ramon
de Navarrete; un tomo, 8.º mayor
frances, 4 pesetas.
Guia ilustrada de Madrid, con más
de 150 grabados intercalados en el
texto y planos sueltos muy importantes,
por el Excmo. Sr. D. Angel F. de
los Rios; un tomo, 8.º prolongado, 6
pesetas rústica y 8 encuadernado.
El Bazar, revista ilustrada, con preciosas
novelas, como Noventa y tres, de
Víctor Hugo. Cuatro tomos, 25 pesetas.
Nuevos poemas y doloras, por D. Ramon
de Campoamor; 4 pesetas.
El mundo invisible, continuacion de
las Escenas fantásticas, por D. José
Selgas; 4 pesetas.
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EN PRENSA.
Adriana de Wolsey, original de Ventura
Hidalgo.
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OBRAS DE LA AUTORA.
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NOVELAS ORIGINALES.
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.ta l:56 r:8 l:8
El Lazo de flores. | 1 tomo.|
La Rama del sándalo. | 1 » |
El Angel del hogar. | 3 » |
Á la sombra de un tilo. | 1 » |
Dos venganzas. | 2 » |
El Sol de invierno. | 2 » |
Margarita.--La flor del Castellar. | 1 » |
La Senda de la gloria. | 2 » |
Amor y llanto. | 2 » |
Celeste. | 1 » |
El Almohadon de rosas. | 1 » |
La Gitana.--Rosa. | 1 »|
Plácida.--Un Drama de Familia. | 1 »|
Querer es poder. | 1 »|
Un nido de palomas. | 1 »|
Á rio revuelto. | 2 » |
La Vírgen de las lilas. | 1 »|
Fausta Sorel. | 2 » |
Cuentos de color de cielo. | 1 »|
El último amor. | 1 »|
Veladas de invierno. | 2 » |
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MUJERES CÉLEBRES.
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.ce
LEYENDAS HISTÓRICAS.
.ta l:46 r:8 l:8
Reinas mártires. | 2 tomo.|
Glorias de la Mujer. | 1 »|
La Condesa de Genlis.--Eva. | 1 »|
Juana d'Arc.--Catalina Gabrielli. | 1 »|
Eloisa.--María Teresa de Austria. | 1 »|
La Marquesa de Sevigné.--Blanca Capelo. | 1 »|
Agripina.--Santa Teresa de Jesus. | 1 »|
Cristina de Suecia.--La Condesa de Albani. | 1 »|
Santa Adelaida. | 1 »|
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.ta l:56 r:8 l:8
María Delorme.--Isabel Farnesio. | 1 »|
Ana María de Nesle. | 1 »|
Julia Leonor de Lespinasse. | 1 »|
Sofía Cottin. | 1 »|
María Stuard. | 1 »|
La Emperatiz Josefina. | 1 »|
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.nf c
CURSO COMPLETO
DE EDUCACION MORAL PARA LA MUJER.
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.ta l:56 r:8 l:8
Un libro para las damas (tercera edicion). | 1 »|
La vida íntima (tercera edicion). | 1 »|
Hija, Esposa y Madre (1.ª y 2.ª serie, con un apéndice| |
titulado Hermana) (tercera edicion). | 2 » |
Un libro para las Madres (segunda edicion). | 1 »|
La Abuela, narracion. | 1 »|
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.nf c
OBRAS DE TEXTO.
.nf-
.ta l:56 r:8 l:8
La Ley de Dios. | 1 »|
Á la luz de la lámpara. | 1 »|
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.nf b
(Estos dos libritos, muy á propósito para la tierna capacidad
de los niños, están declarados de texto, é incluidos en el trienio
escolar de 1876 á 1879 en todas las escuelas de la Península y de
las posesiones de España en Ultramar.)
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.ce
POESÍAS.
.ta l:46 r:8 l:8
Flores del alma. |1 tomo.|
Cantos de mi lira. | 1 »|
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.ce
NOVELAS TRADUCIDAS DEL FRANCES.
.ta l:46 r:8 l:8
Sibila, por Octavio Feuillet. |1 tomo.|
El lazo roto, por Mme. Bourdon. | 1 »|
Historia de una familia, por la misma. | 1 »|
Eufrasia.--Historia de una pobre mujer,| |
por la misma. | 1 »|
La Tumba de hierro, por Enrique Conscience. | 1 »|
La Caballera, por Paul Féval. | 1 »|
¡Pobre Lucila! por Wilkie Collins. | 1 »|
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.tb
.sp 4
Transcribers Notes.
1.Spelling and accentation has been kept like the original
except for changing a few obvious errors and inconsistencies.
2. The Front cover was designed by the transcriber and is in
public domain.
3. The center and right aligned poetry is not justified as in
the original due to the limitations of ppgen 3.26D.